1) Los que andan en bicicletas sin frenos: Lejos de lo que se podría presuponer los que andan por el mundo en bicicletas sin frenos, no son desenfrenados sino todo lo contrario. Como la bicicleta carece de frenos el conductor o conductora establece el ritmo con su pedaleo. No desarrollan grandes velocidades porque saben que le sería imposible detener el móvil; de ahí, que circulan con una velocidad justa. Al llegar a una esquina o en caso de emergencia arrastran el pie derecho contra el suelo para aminorar la marcha. Truco que también les permite si la cosa se pone peliaguda, patear un perro. Son los enemigos número uno de las bicicletas fijas porque no les encuentran sentido. Allí la falta de frenos no es un beneficio sino que implica que el ciclista se transforme en una especie de caminante estancado que como el agua de los pozos se puede llegar a pudrir. Una bicicleta fija implica un alto grado de aceleración pero sin desplazamiento. Por ende: sudor en vano, euforia y decepción. No buscan ser grandes deportistas, y tampoco se preocupan mucho por su estado atlético, lo hacen y ya. Por lo general, son sujetos que han sabido adaptarse a las vicisitudes de la vida, haciendo con poco mucho. No entienden que andar en bicicleta es poesía sino pura prosa. No hacen de eso algo excepcional sino que andan en bicicleta sólo por andar. No llevan cadenas con candados para atarlas a algún bicicletero, las prefieren robadas a que pierdan su libertad. Estos hombres o mujeres andan sin prisa; porque como decía mi tía Rosita: “para que correr si adelante también llueve”.
2) Los que lavan el auto los domingos: Si existe un momento propicio para el suicidio son los domingos por la tarde. Luego de los ravioles de la vieja, de una apacible siesta y la escucha radial del clásico futbolero, podemos afirmar que no hay nada (léase nada) para hacer. La nada avanza sobre nuestras vidas y produce lo que algunos filósofos denominan: angustia existencial. Por suerte a cada Silvio Soldan le llega su Silvia Suller y entonces la suerte cambia. Quienes lavan los autos los domingos, saben que no persiguen higiénicas causas sino que buscan otra cosa. Uno los ve, gamuza en mano, concentrados, mirando los vidrios traseros del coche, como si estuvieran pintando la capilla Sixtina. El empeño, el esmero, el escrupuloso cuidado que porta cada uno de sus movimientos delata que no se trata de limpiar un mero automóvil. La patrona puede acompañar como cebadora de mates pero no se permite el ingreso a la escena de niños o perros. Todo lo que los devuelva a la vida, está formalmente vedado. Queridos lectores, este espacio sirve para salvarnos de la angustia dominguera; pueden probarlo y verán que dejarán de concurrir tan seguido al psiquiatra. Total, mañana será otro día.
3) Los que al estornudar estornudan: En el Banquete de Platon hay una manera de definir el amor . En un momento se dice que el amor es amor. Es como decir: vamos a tomar mate pero mate, mate. Siguiendo con esta lógica también podemos afirmar que un árbol es un árbol o que la guita es guita. Los que estornudan al estornudar remite a esta formula que los matemáticos así escriben: A es igual a A . Los que estornudan al estornudar; explicitan, sin decirlo, que alguien puede estornudar sin estornudar. Por ende podríamos admitir que existen falsos estornudos y/o estornudos a medias que no le hacen honor a su nombre. Luego de tanta gripe porcina; hemos perdido hasta las ganas de estornudar. Existen un montón de publicaciones dirigidas por higienistas que hasta se dan el tupe de enseñarnos a toser. Plantean que el pañuelo de tela es un elemento que hace daño y que hay que olvidar porque multiplica los gérmenes; que lo mejor son los pañuelos descartables o simplemente hay que toser contra la manga del saco. La idea base que se sostiene es hay que evitar el contagio y por lo tanto se trata de cambiar los hábitos para que los microbios no pasen al aire o a las manos, y así cortar de raíz la forma de transmisión. Se habla de estornudar con estilo y elegancia porque estornudar como uno estornudaba antes es sinónimo de irresponsabilidad civil. Quienes esto afirman no saben que el estornudo es un acto reflejo que el aparto respiratorio tiene para expulsar ciertas partículas extrañas al organismo. Por lo dicho es algo no voluntario y difícil de controlar; salvo que estemos tan locos que hasta queramos controlar hasta los estornudos. Cuenta la leyenda que En el año 400 a C, el general ateniense Jenofonte pronunció un dramático discurso instando a sus soldados a acompañarlo a la libertad o la muerte contra los persas. Habló durante una hora hasta que un soldado acentuó su conclusión con un estornudo. Considerando este estornudo como una señal favorable de los dioses, los griegos hicieron a Jenofonte general y siguieron sus órdenes.
4) Los divorciados: Díganme si esta frase no es una invitación al asesinato: “hasta que la muerte nos separe”. Sólo aquel que pudo romper el vínculo sin asesinar al parterner o automutilarse sabe de lo que estoy hablando. Los divorciados entienden que lo escrito no es letra muerta y pueden hacer otra cosa con eso. No toman los contratos de forma literal sino que establecen con ellos una relación simbólica. En el teatro antiguo la salida trágica tenía que ver con una encerrona. Solo había una salida posible, no era ni mala, ni buena, era esa y listo. Solo una puerta para abrir. En cambio la comedia introdujo la posibilidad de lo múltiple. Puede que la historia termine de una manera o de otra. No había algo prefijado. Los divorciados, podemos afirmar que transforman la tragedia en comedia. Con sus parejas no los une el espanto sino el amor Y cuando este se termina (como todo se termina en la vida) se espantan y se van. Si vuelven a reincidir ya no será lo mismo; solo los divorciados están advertidos que, como el yogurt, el matrimonio tiene fecha de vencimiento. Son gente que no están atentos a lo que dice el horóscopo chino y tampoco se toman tan en serio las máximas de San Martín a su hija Merceditas. Tienen mejor relación con los amigos que con los familiares de sangre y entienden que nadie es imprescindible: salvo el dueño de la rotisería que van a diario. No son tan apegados a las cosas materiales y cuando la camisa se les mancha con café, exclaman una frase que siempre repite mi tía Rosita: “Que le hace una mancha más al tigre”. Cuando vuelven a hacer pareja no les preguntan de dónde vienen sino a dónde van. El pasado es importante pero no determina el futuro. Para esta gente lo mejor, siempre, está por venir.