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Casa tomada

 
Medios y vida cotidiana

“Vio los prósperos tenduchos en el camino real, el río surcado por barcos, coquetas en compañía de jóvenes llenando los parques en la puerta de la ciudad”. “Así, de fiesta en fiesta, de espectáculo en regocijos, transcurría la vida galante aristocrática, en la que las otras castas y el populacho tomaban parte cuando se les autorizaba, en el lugar de espectadores”.  Texto de un viajero de época en el cuadro que describe y dibuja la vida cotidiana en espectáculo en la ciudades y los pueblos de la India antigua, del siglo VII antes de Cristo y que han quedado estampados en el Kalidassa, libro de las costumbres de la historia de la India, que resucito como figura de una lejana cotidianeidad que remeda la farándula actual y sus admiradores. 

Medio dícese de lo que está entre dos extremos, en el centro de algo o entre dos cosas, define el Diccionario de la real academia española, y el petróleo y las bolsas de valores le rezuma por las orejas. Los medios salidos del diccionario no son de masiva comunicación, tienen precisa topología de extremidad. Los medios como ser de un ente existencial cotidiano que comparte la subjetividad son venero de apropiación. Y en clasificación borgeana son  apropiadores de subjetividades, de entretenimientos como modelos de pequeños goces, escaso o arduo placer del resto diurno, que construye con el deseo nuestros sueños. Son también accesos palmarios a la verdad y al ser, magmas de agendas y hechos que copian o inventan la ritualizada y ritmizada cotiadianeidad, dando también pasto al acontecimiento, a la novedad. A la repetición, a los azares que sorprenden y exorcizan el hastío y la banalidad. Son un caldero de aquelarre como el prestado al vecino del cuento de Freud que fue devuelto agujereado y sin asumida responsabilidad. Somos vecinos de los medios, son nuestro caldero prestado y agujereado que reemplaza a la casamentera del barrio, a las vampiresas de nuestros sueños y al botón de la esquina. Nos controlan desde su frialdad, a pesar de la pretendida relación de objeto posible con un público de canal comunicacional. Y todo en tono de un verosímil y una opacidad. Y, además, de una extrema visibilidad.

 

Barranca abajo

Lo recordaré siempre son claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble que separaba las dos alas de la casa, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o la biblioteca. El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas de atrás hasta la puerta. Me tiré contra la puerta antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad. Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a  Irene; - Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo. Irene dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos  - Estás seguro?

Asentí

-Entonces – dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.

Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que tejía un chaleco gris; que a mí me gustaba.

Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene extrañaba unas carpetas, un par de pantuflas que tanto la abrigaban en invierno. Yo sentía mi pipa de enebro y creo que Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto sucedió sólo los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.

- No está aquí.

Era una  cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa. Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aún levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados.

El texto de Julio Cortázar que he desplegado, con algunas quitas y agregados,  tiene formato de cuento,  telenovela o realidad cotidiana. Título y trazas de episodio y su acostumbramiento. Sólo basta con cambiar de registro y estaremos de uno u otro lado de la pantalla, o del éter, escenarios equivalentes, en las lacrimosas y tormentosas peripecias de un talk show o un antiguo radioteatro o en los escorzos de un sueño pesadillesco de una casa de barrio, con sonidos de feriante inoportuno que grita su mercadería a nuestros oídos.

Esa  es la textura de los pasos de la subjetividad sobre el mundo de la vida, que transcurre entre encierros o abandonos hogareños, ratings y noticiosos pendencieros: “Casa semiocupada en los alrededores de Núñez”, secuestradores ciudadanos o de arrabal, ocupas de medioespacio, dejaron dos hermanos, (un sujeto masculino y un sujeto femenino, diría la crónica policial), dejaron, digo, dos hermanos, un  tejido de ovillo de lana gris,  una botella de hesperidina  y una pavita de mate de un lado de una casa del barrio. Los nuevos habitantes intrusados transitan,  calzan y visten los ex -ajuares de los primitivos habitantes del lado oeste de la casa. Los propietarios primigenios han quedado en la parte sur del predio familiar, defendidos por el cierre del portal que el padre de los ocupados había puesto, años ha, para confort de la familia. al separar, dormitorio de cocina, baño de sala de estar, y aberturas hacia el cielo y el mundo del patio trasero separadas, por el portal de gran cerrojo paterno,  de la salida principal de zaguán y puerta cancel hacia la calle y su urbana cotidianeidad. 

Y en  páginas más, páginas menos en la pluma de Cortázar, los habitantes primigenios y su vida cotidiana quedarán fuera de la casa, y antes de alejarse, definitivamente, cerrarán bien la puerta y tirarán la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo de la urbana cotidianeidad o de los talk shows, o de los estampados visionarios sentados en su silla como teleespectadores videntes, o a los conductores de los noticieros en vivo y en directo o aún de los editados; o a algunos de los chicos de los grandes hermanos o a la misma soledad (buen nombre para el tamden vida cotidiana-medios) soledad silveira, digo, se les ocurriera robar y se metieran en la casa, a esa hora y con la casa tomada.

En su Arqueología de los medios Dalton parte de términos prosaicos de las ferias y mercados y establece una semiótica de la mílía, como redes creadoras de ambientes de cotidianeidad de cada era y lugar. Plural del término latino semiculto mille, usado en derecho, que era medida para las vías romanas de  entonces y sus pleitos. En el transitar de esas vías se recompone semióticamente la mília  como intercambiador de mensajes, del elemento transgresor, creándose  el neologismo medium-midia, que en el  imperio romano significaba o se refería a la pluralidad de lenguas y su constante interlocución de lo cotidiano, como intercambio mediado por transgresiones y traducciones-traiciones. Voceados por los juglares de época en los caminos de la legua, si es que los había en el imperio.

Los norteamericanos, por supuesto, y digo por supuesto porque doy por supuesto que todo lo toman y lo reducen de cabeza, retoman el concepto de milia  en singular y en sus mediá (midia) nos ponen patas para arriba la pluralidad de lenguas y gestualidades, de caminos y encuentros furtivos, de palabras profanadoras del bloque único de políticas y subjetividades  y catequizan  e inculcan la CNN a destajo, en anglosajón u en español vernáculo,  y las verdades implacables de “así está el mundo”  de jorge gestoso y patricia juniot, uruguayo el primero y de tonada caribeña la  mujer. Como un  retorno sonoro-visual de carlos gardel, elvira ríos y la cariocacidad de carmen miranda y sus bananas ensombrereadas diciéndonos la verdad de cómo va el mundo.

Frente a tamaño soneto televisivo, semiótico, seudocomunicacional del último imperio y sus formatos, la psiquiatría se nos  acerca sonriente y nos acomoda su propia semiología de la vida cotidiana, más tranquilizadora en su objetividad descriptiva, en la sensualidad del síntoma y sus corrimientos por la patología, por el cuerpo que habla su deseo, mediatizado en la pluralidad de lenguas  de las  histéricas de Kraepelin,  que entran en la escena desnuda y aséptica del hospital con dos enfermeros, tipo marat sade,  sosteniendo sus brazos atentos o rigidificados, me refiero tanto a los brazos de la histérica como de los enfermeros, entremanos  que dejan caer un suave  pañuelo de gasa azul, los  ojos entrecerrados, sobre el camino en  que la llevan al plató donde están, como movileros del espectáculo de la ciencia a  secas,  los  brazos sabios  de Kraepelin, entornado de discípulos. Alguno de entre ellos caerá en cortesías y galanterías de la cotidianeidad en registro romántico, y levantando el pañuelo  lo posará sobre lo que de mano queda de aquel gesto de una hermosa mujer histérica consular, digna de cualquier personaje de Ibsen o de los plenilunios de Madame Bovary.

Tramoyas  de un título y pretensión que se las trae: Medios y semiología de la vida cotidiana. Siempre presentes, como los muertos y desaparecidos de la tribu, medios, semiología y vida cotidiana se entrelazan en lazos de amor y mortificación, de facticidad y saber disciplinar, de mutua sugestión.

Urden subjetividad de discursos y escenas, significantes y efectos de sentido, deseos e ideales, costumbres, asombros y rituales. Estableciendo un lugar de escena compartida. Maneras de apaciguar o exacerbar los miedos replicados a la vieja comparsa de la muerte, a los sesgos del sexo y la cantinela del ser.  Son, medios y vida cotidiana, espacios y ciencias de las/ los pasantes de baudelaire, que van y vienen sin cesar, mediadas por la mirada del otro, por los verdes paraísos infantiles donde sucede cada cosa baudelairde de  moi, como gesticularía lacan y plantaría el jardín de lo real, que acecha en agenda presta a convertirse  en realidad y  a ser dicha, vista  y escuchada.

Mientras la paz del atardecer ha caído en el escozor del maullido de los gatos, y servirá de diagnóstico diferencial entre la normalidad de las almas bellas cotidianas que profitan de esa paz,  y la locura que no la aprovechará  y sólo escuchará y dará  maullidos que amenazan desde lo real, en espada autorreferencial: Yo amo la tv y la tv me ama programa andres percivale. Y nosotros le respondemos en espejo que Yo amo a mi mamá que me mima como el oso y mi papá.  Y allí se  nos suelta un bien-estar hogareño ilusorio de repetición y confianza en medios y en vida cotidiana,  surcados por un  concepto o categoría transdisciplinar: la autorreferencia, que tranquiliza la prestancia yoica, de medios y personas, por existencia acotada, pero paranoiza frente a la presencia del otro y su código de malentendido y malestar. De imposibilidad. Trasfondos seriados del ser y la Cosa, las autorreferencias,  son  marca esencial de la vida cotidiana y la realidad convencional, los medios y su estricta singularidad, el qué me quieres que reclaman desde cualquier  más allá. En los lugares y los discursos  del amo y  la media- verdad.

Para amortiguarla y formatearla, la autorreferencia, están la risa, el entretenimiento, el chiste sagaz, las lecturas de los zappings, los folletines y las tiras gráficas de copete final, los imposibles nunca más y los solcitos de arrabal de las aguafuertes de Roberto Arlt.

El Diario El Mundo vocea canillitas desde su cotidiana eternidad "El transeúnte del arrabal, particularmente aquel que callejea a la una de la tarde, puede, si pone un poco de buena voluntad,  descubrir barrios, donde `las señoras' pasan horas en la puerta de calle, con la espalda protegida con una pañoleta, de brazos cruzados y rechu­pando un mate...escuchando a ras del zaguán la rima de algún radioteatro que copiarán. Buenas tardes señora, tomando el solcito? Así es!..Está lindo el solcito, no?...no hay como el solcito en invierno, eh?... Cierto, da gusto este solcito... Y,  van a ser las tres de la tarde, cómo se pasa el tiempo..." (Y se viene la muerte tan callando) Suspensivos, sólo puntos suspensivos para este Arlt resucitado de "Solcito de arrabal".     

 

 

Los monstruos en acecho

Saltemos la valla hacia donde está la policia  entretanto pispea nuestro hogar un noticiero, un programa de chiche-chiste  gelblum-mauro viale o los ex y actual abruptos de una hada-d no madrina 009 como  señuelo de que sucede cada cosa baudelairde de moi, o más bien y simplemente mi dios, en español antiguo, que no se sabe cual es la realidad imaginaria o consensuada y qué lo que ellos hurgan en los entripados del demonio, de donde salió el hombre según Lutero sentenció, seguramente refiriéndose a ellos y sus pontífices. Son como un mal remedo de lo real y lo traumático, de lo siniestro como pérdida de toda hospitalidad. De la referencia y la autorreferencia a destajo que desde los medios asalta la verdad y la subjetividad. Semiología de los medios y la vida cotidiana  sesgada por urgencias extraacadémicas de violencias sin fin de los dueños del poder y los medios secuaces canal 9, radio 10 o canal 2 que son delito flagrante de lesa espectacularidad.

Retornemos, entonces, a la tranquilizadora semiología psiquiátrica de los estados límites en la vida cotidiana y en los medios. A una nosología de la trivialidad patógena.

“No se sabe muy bien qué es un estado límite. Y se piensa que es un caso para psicoanalistas. Pero para encontrar un borderline, una psicopatía no tiene más que verse televisión o leer el diario". Entrevista a André Green, psicoanalista francés.

"El interés creciente en el diagnostico y tratamiento de este tipo de estructuras se debe a que gran cantidad de nuestros pacientes, especialmente en los Estados Unidos, padece de graves patologías de caracter limítrofe, psicopatías, sociopatías. No sé si lo mismo es cierto en Europa y en America Latina...En la práctica, las estructuras limítrofes que insuflan nuestras sociedades son psicosis atípicas no diagnosticadas". Entrevista a Otto Kernberg cuando era presidente de la asociación psicoanalítica internacional.

Uniendo ambas declaraciones, sin profundizar los desarrollos teóricos que las sustentan, no deja de impresionar el que en diarios y televisores, en una simple mirada televisiva o una machaqueante escritura diaria, se desenvuelvan las psicosis atípicas no diagnosticadas con las que nos codeamos en nuestra   humanidad. En lo real cotidiano se supondría una patología del goce y el sufrimiento, en lo muy común, en la trivialidad encantada, en lo vulgar beatificado, en los intercambios de objetos al día, naturalizados, habitualizados. Lo que nos remite a las epifanías engañosas que legara Joyce, el relator de la habitualidad irlandesa (Dubliners, los dublineses, Exilados). O al otro denunciador, el de las  aguafuertes porteñas de los ciudadanos de El Mundo de Roberto Arlt, de los fascinados héroes cotidianos tragicómicos de los siete locos. De Saverio el cruel, el tímido corredor-vendedor de manteca que entrelaza en una puesta en escena con clientes aristócratas una historia de poder y guillotina, y su fiesta del hierro teatral.

Joyce ha colocado, en sus primeros capítulos del Retrato de un artista adolescente, una serie de pequeños sainetes donde el niño, el joven Stephen, trata de reencontrarse con Dublin, a partir de un cierto número de objetos, de puntos cardinales, de escenas cotidianas, de lugares, de casas tomadas. El está sentado en una casa (en general la escena comienza así), en una silla, en la cocina de su tía que está leyendo el diario de la tarde y admirando a "la hermosa Mabel Hunter", una bella actriz. Y una nieta aparece, con sus bellos bucles, en puntas de pie, para mirar el retrato o la fotografía de la bella, y dice dulcemente: `En qué es, o consiste  o está ella, mud (mud=mama/barro)?' -`En la pantomima, mi amor'", contesta la tía, pariente homóloga de las señoras barriales de solcito de arrabal.  Y cae la palabra y el barro sobre el retrato de la seducción y la fama que infisiona y molesta la foto opaca de la cotidianeidad dublinesa en formato de prensa gráfica, que presencia en su esencia de intersección entre vida cotidiana y espectacularidad el artista adolescente en su retrato.

Artilugios de la pantomima de lo real en medios, gráficos en este caso, y cotidianeidad. Y los deseos encubiertos de la niña curiosa en su subjetividad buscadora de identificaciones y perversidades polimorfas, en los bucles de su candidez. En  qué es que está ella mud, en el pantallazo o en el barro?  

Allí donde la Cosa bajo la apariencia fascinada muestra más claramente su insulsa entidad, su liviana razón de ser, entre vanos oropeles de gadget, de objeto deseado en su poquedad.

`Lo maravilloso (dice el Erdosain de Los siete locos) sólo es posible en las películas norteamericanas, donde el pordiosero de ayer es el jefe de la sociedad secreta de hoy y la dactilógrafa se convierte en multimillonaria'". Y lo confirma Woody Allen en su rosa púrpura del cairo estampada en el pantallazo y en el barro cotidiano de su bar-lavacopas-orfandad.

El cine como medio privilegiado de sala a oscuras y reducto extrafamiliar, exogámico, de héroes y antihéroes de otra calle,  otro barrio y otra casa que la nuestra, vaciada la pantalla continuada de la televisión, es marco propicio para la maravilla y su esplendente espectacularidad. Porque cada vida cotidiana es un espectáculo fallido que se busca. Un protagonismo en espera. La falla de un ideal. Y los medios pueden trivializarnos o enaltecernos hasta la fascinación, el protagonismo, en bucles de santidad.

Erdosain ( el héroe de los siete locos, como los pequeños héroes de las aguafuertes: el turco sacrificado, el fiaca, el solterón, la suegra y el candidato) es..." un `hombre gris' de mirada `huidiza y triste' que siente que sus horas carecen de progresión. Reflexiona a menudo en el tiempo, en esas `horas muertas', chatas y vacias, atravesadas únicamente por la leve certidumbre de que en cualquier momento y sin causa determinada, podría cometer cualquier delito sin sentirse tocado por el mas leve sentimiento de la responsabilidad. Su tiempo es el de la espera de un acontecimiento que siempre se posterga y queda eternamente pendiente de un futuro borroso; ese acontecimiento, cuya posibilidad reconoce en ciertos estertores de su interioridad, en cierta vaga `inquietud' que parece constitutiva de su mundo interior, no llega. Es el acontecimiento maravilloso que no lo alcanzará.

Les dejo, por fin, desde el fondo de la India  antigua, otra viñeta cotidiana como la del comienzo de este trabajo como para terminar,  descansar y esperanzar

Y se refiere a la vida del espectáculo de la realeza y sus cuadros en la India de los siglos de la antigua era:

Esos reyes...se han ido. Los que le precedieron, otros que los siguieron y otros más por venir se irán, y también los que les sucedan. Diríase que la Tierra ríe, con el alegre estallido de sus flores otoñales, viendo reyes que se agitan (en vano) para emprender la conquista de ellos mismos, infatuados en su farándula cotidiana y su mezquindad.

El catalejo descubre lo que hay tras los emblemas, detrás de imágenes y espejos. Su teatro quirúrgico. Al menos, ellos, se fueron todos, ya.

 
Articulo publicado en
Agosto / 2013