El presente trabajo surge a partir de las siguientes preguntas: ¿Cómo se construye un dispositivo apropiado para cada paciente?, ¿Cómo construir ciertas condiciones que hagan lugar y abarquen la situación clínica que cada problemática subjetiva nos plantea?
Podemos pensar la noción de presencia del analista, desde lo que Ulloa plantea en relación al “estar afectado”, como la posibilidad de “estar afectado vocacionalmente a un determinado campo de trabajo, (…) como la necesaria resonancia del estar afectado por quien demanda”. Dirá que, “en psicoanálisis, este estar afectado tiene la connotación específica de estar afectado al trabajo de la abstinencia, que nunca es indolencia y se articula con la difícil dialéctica entre la abstinencia y la no neutralización del sujeto analítico”[1].
Dependerá de la posibilidad de parte del analista de ser permeable a tomar lo que paciente nos ofrece, o pone “en juego” para que pueda crear, inventar dispositivos que contemplen la “superposición de las zonas de juego” (Winnicott)[2], del paciente y el terapeuta, a partir de lo cual se irá construyendo un recorrido, una cartografía (Suely Rolnik)[3], que implica de parte del terapeuta poder tolerar el devenir incierto de cada encuentro, estar dispuesto a la sorpresa como oportunidad de encontrarse con la aparición de lo nuevo.
Consideramos que la noción “presencia del analista” incluye no sólo un deseo no anónimo del analista, sino también la disponibilidad para “poner el cuerpo” en juego con la consecuente afectación que produce el encuentro con otro, “ser lugar de resonancia de sus fantasmas sin utilizar al otro como lugar de resonancia de su propio deseo”[4].
Trayectos para armar(se)
Al momento de comenzar la entrevista de admisión de un niño de cuatro años, la madre y el pequeño se encuentran ya en el consultorio, en pleno desparramo de juguetes. Al insinuarle a la madre, si puede salir un momento, se sorprende y afirma que no cree que el niño se quiera quedar sin ella, lo cual es confirmado minutos después, donde la madre tiene que volver a ingresar al consultorio. A partir de esto, el niño, comienza una secuencia de entradas y salidas del consultorio: una vez lo hace solo, luego accede a salir pero con la terapeuta de la mano, vuelve a entrar para salir nuevamente, se queda en la sala de espera y vuelve a entrar, sale una vez más, por cuarta y última vez, pero para ingresar a otro consultorio. Para sorpresa de la terapeuta, el niño se ha detenido en este nuevo espacio, siendo él quien deja a la madre en el consultorio contiguo. Con otra disposición en el cuerpo, el niño selecciona dos muñecos de la caja de juguetes y se sienta en la mesa para hacer un incipiente juego de lucha.
Es a partir de que la analista está dispuesta a jugar el juego de ir y venir, entrar y salir, estar y no estar que ofrece este niño, que junto a ella puede comenzar a ensayar trayectos posibles que lo conduzcan al armado de un lugar propio, separado pero cerca de la madre, en el trazado de un recorrido posible “entre” dos espacios.
De casa-hospital a salón de belleza
La analista, al hablar de Maqui, con brillo en los ojos, comenta: “los niños en análisis se ponen más lindos”.
Maqui tiene ocho años, presenta una rara enfermedad hereditaria que afecta al sistema nervioso autónomo. El living de la casa, parece una sala de hospital: enfermeras 24 hs, médicos de diversas especialidades a domicilio (con un funcionamiento caótico). La pequeña presenta cuadros de excitación psicomotriz (que se confunden con crisis producto de su enfermedad orgánica), por lo cual fue varias veces sobre medicada por la familia y las enfermeras, ocasionando varias internaciones. Ante la insistencia de la analista de la niña, la madre accede a incluir a una psiquiatra externa que organice la medicación, oriente y acompañe a la madre. Creemos que fue de fundamental importancia el apoyo a la madre, para que la niña pueda devenir tal. No se puede ser adulto en soledad, sólo surge este posicionamiento en la construcción de redes colectivas que den sustento a acciones de amparo y sostén.
La analista de Maqui decide también la inclusión de un equipo de AT (Acompañamiento Terapéutico) que trabajarán con la niña en la cotidianeidad de la casa. De este modo, se comienza a tejer una red que sostiene y acompaña a los integrantes de la familia.
Los AT, construyen velos sobre el cuerpo de la niña, que aparece desubjetivado, cosificado, a partir de palabras y caricias, se van ubicando zonas de dolor y circunscribiendo aspectos íntimos del cuerpo, lo cual fue permitiendo que algo de este exceso mudo se vaya acotando.
Los primeros encuentros con la niña oscilan entre actividades propuestas activamente por las AT y pellizcones y golpes de Maqui que por momentos toman la escena. “De jugando” comienza a circular el significante “loca” hacia las at, adquiriendo de a poco un sentido más vital en relación a las payasadas qué éstas hacían, mientras que Maqui se interesa cada vez más en cuestiones de manicuría. Un día decide usar una habitación en desuso de la casa para armar el “Salón de Belleza: Maqui-Marta”, espacio íntimo y privado en el que comenzarán a desarrollarse sus juegos. Así comienza una nueva etapa en la que Maqui jugará a ser Marta, la manicura, tendrá hijas, o será la maestra.
Gradualmente las crisis se van acotando cada vez más, pudiendo el dolor encontrar, en muchas ocasiones, otra forma de expresión que no sean los pellizcos. Un día Maqui cuenta que “se va a ir a vivir con sus dos novios, va a trabajar de manicura y va a tener varios hijos”, relato que en el entorno familiar pierde su estatuto de juego. Desde el equipo de AT se propone jugar a la construcción de una casa con frazadas en el living. Maqui acepta y a lo largo de los encuentros comienzan a coexistir en el mismo espacio físico el “Salón de Belleza” y la “casa de Maqui” según sea necesario para cada juego.
A partir de que el equipo terapéutico interviniente (analista de Maqui, psiquiatra, equipo de AT) le ofrece a Maqui un espejo tierno en el cual verse reflejada y le propone otras intervenciones posibles frente al dolor físico y psíquico, es que se posibilitó que Maqui pudiera advenir niña, no quedando coagulada en la enfermedad que la representaba. Gradualmente se desarma el hospital y se construyen nuevos espacios en los que los chistes, juegos, y amigos son bien recibidos.
Amarrando al lobo
En un taller de juegos que comenzó hace dos meses aproximadamente, con niños de entre 7 y 10 años, algunos de los cuales presentan dificultades en poder jugar con pares, observamos que se produce una configuración particular del espacio y el tiempo, que a continuación comentaremos.
Pensamos que los materiales que incluimos (lanas, chipote, cinta de papel, títeres) facilitaron las posibilidades escénicas que se fueron armando, pero principalmente consideramos que algo de nuestra disponibilidad corporal para prestarnos al juego, operó desde el inicio de un modo que colaboró en la pregnancia que rápidamente los niños depositaron en el juego, hacia los coordinadores y en la configuración de un espacio para jugar.
También el hecho de que seamos tres coordinando, facilita que los coordinadores puedan hacer semblante de pares de los niños, a la vez que amplía el margen de los juegos; aumenta la posibilidad de tolerar algunas escenas, cuidarlas y sancionarlas como juego; facilita nuestro maniobrar creando juego. Pensamos que la posibilidad de que se sancione que algo es juego, depende de los recursos ficcionales del adulto. Mannoni[5] sitúa que el niño necesita un adulto que al mismo tiempo tenga referencias y acepte exponerse. Cabe destacar, el papel que cumple la confianza hacia los otros coordinadores, que funciona como sostén entre nosotros y al juego: confianza que se fue construyendo con los años de experienciar y jugar juntos.
En el taller se producen distintos juegos, en algunos los niños usan los chipotes, que no lastiman y producen risa, para “golpear” en distintas direcciones, tanto a coordinadores como a los otros niños. Cada “golpe” es acompañado por un sonido, descarga que a través de este juego produce cierto alivio en ellos. Creemos, en este sentido, que el principio del placer limita algo que, de lo contrario, resultaría excesivo.
También los niños se dedican con especial detallismo, a jugar juegos que tienen que ver con atar-desatar, pegar-despegar, enredar-desenredar, atrapar-ser atrapado. En los encuentros aparece la siguiente secuencia: los niños encintan desde la cabeza hacia los pies a alguno de los coordinadores, exceptuando (a pedido del que está siendo atado) la zona de la nariz para poder respirar, hasta asegurarse de que el atado queda inmovilizado por completo, al estilo momia, en el piso. Los otros dos coordinadores, caen muertos al suelo por disparos efectuados por los niños, dedicándose luego a elucubrar todo tipo de maniobras, sobre nosotros, nuestros celulares, ensayan qué harían con estos objetos, a qué lugar nos enviarían, en una clara investida hacia el mundo de los adultos. Incluso juegan con la posibilidad de hacer ingresar a los padres, para que vean la escena tal cual está, concluyendo luego: “no, mejor no los hacemos pasar, porque van a decir: “¡qué es esto!”, considerando que probablemente aún no estarían preparados para ver sus creaciones.
Freud dice: “Es difícil que otra cosa depare al niño mayor placer que el hecho de que el adulto descienda a él, renuncie a su opresiva superioridad y juegue con él como su igual”.[6]
Luego de recrear esta secuencia varias veces, y una vez que se aseguraron de poder atarnos (y que nos dejáramos atar), pasan a pedir ellos ser atados, pero en el personaje de un perro enlazado a una correa, siendo nosotros sus dueños, a quienes nos encargan su cuidado: les damos de comer, los hacemos dormir en un lugar previamente acondicionado, los acariciamos, jugamos y los llevamos a pasear con la correa. Se trata de una versión de los adultos cuidando a los niños.
Otra de las variantes que fue encontrando este juego, en los encuentros siguientes, tiene que ver más con una producción artística, donde los niños junto a uno de los coordinadores, se ocupan de enredar con lanas coloridas el cuerpo de los otros coordinadores, adornarlo con objetos, convirtiéndose en una escena atractiva.
Abrir la puerta para ir jugar: acerca de Mauricio
Mauricio (de ocho años) y su madre, (único familiar en la Argentina), están sentados en la sala de espera “pegoteados” a los besos. La madre de Mauricio comenta que su hijo tiene el mismo nombre que el abuelo materno que falleció de cirrosis cuando ella era pequeña. Viven en una pensión y ella no lo deja jugar con otros niños, ya que debería estudiar, o ayudarla en la casa, acompañarla, o charlar, mientras que él no quiere “parar de jugar”. Mauricio realizó varios tratamientos con psicólogas y no dieron resultado.
Decidimos habilitar un tiempo y espacio para que el jugar de Mauricio sea admitido y alojado: como Mauricio es un niño y los niños quieren entre otras cosas jugar, se indica al modo de intervención en acto el taller de juego para niños como único tratamiento. Dispositivo analítico que delimita una escena de infancia, y que le permite jugar con pares. Como a la madre, le pasan otras cosas, ‘cosas de grandes’, se sugiere la realización de entrevistas para ella, en paralelo. Esta intervención con la madre y el niño, ofrece nuevos lugares y posibilita que gradualmente puedan jugar a construir una diferencia.
Pensamos que en el dispositivo analítico el “deseo de reconocer un sujeto en un juego” es una función del analista que tiene consecuencias” (A. Rozental)[7]. En un encuentro de taller, sentado en su trono, Mauricio juega a ser rey, que ante las insistentes demandas del pueblo, emite su proclama, diciendo con firmeza y en voz bien alta: “tengo derecho a no escuchar”.
Una cercanía que distancia
Ayelén es una adolescente de 19 años que concurre al taller de adolescentes. Va a una escuela para adultos, no tiene amigos y todo lo pospone para cuando termine el secundario. La abuela no la puede traer más al taller, y como Ayelén tiene miedo a viajar sola elige venir acompañada por su hermana, llega tres horas antes al hospital y tiene que volver sola a su casa. Durante la espera hasta el comienzo taller, se le presta material para dibujar, ubicándonos como referencia a acudir en caso de que necesite algo. Asimismo, se la ayuda a armar la escena de regreso: que recorrido hace el colectivo, donde bajarse, como parar el colectivo, y la acompañamos hasta la parada.
De a poco, sola, pero acompañada, comienza a poder circular por algunos trayectos. Inclusive en los encuentros posteriores es uno de sus compañeros del taller, quien la acompaña hasta la parada del colectivo.
Para finalizar
Los recortes clínicos que fuimos desplegando, nos permiten decir que el analista, junto al paciente, va armando un “dispositivo a medida”, en tanto incluya la posibilidad para el paciente de poner en juego su juego. Entendemos que a priori, no se puede saber el devenir de un juego, de un dispositivo, lo cual “implica poder tolerar algo del caos y la indiferencia inicial”[8], cediendo en el intento (en vano) de controlar o suponer que podría anticiparse dirección alguna, confiando que una intervención pueda ir tomando forma y construyéndose al andar. Ulloa refiere que la vocación psicoanalítica consiste no tanto en precisar la puntería, sino en estar atento a lo inesperado.
[1]Ulloa, F.: Novela clínica psicoanalítica. Historial de una práctica. Editorial Paidós.
[2] Winnicott, D.: “Realidad y juego”. Editorial Gedisa. Barcelona. 1996.
[3] Una cartografía, que se va construyendo al andar y no como un mapa que está definido de antemano. Suely Rolnik, “Cartografía sentimental: transformaciones contemporáneas del deseo”. Sao Paulo. 1989
[4] Lapierre A., Aucouturier B., “El cuerpo y el inconsciente en educación y terapia”. Editorial científico-médica. Barcelona. 1980
[5] Mannoni, M. "Un lugar para vivir". Grupo Editor Grijalbo (1976), 1983.
[6] Freud, S. “El chiste y su relación con lo inconsciente” Pág. 215. Amorrortu
[7] Rozental, A.: “El juego, historia de chicos. Función y eficacia del juego en la cura”. Editorial Novedades Educativa. Bs. As. Nov. 2005. Pág. 148.
[8] Pavlovsky E., “Caos y Grupo”.