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Algo más sobre los médicos y la industria

 

Sr. Director: escribo esta carta para sumar mi punto de vista a los ya publicados en la revista que Ud. dirige, a propósito de la problemática relación entre médicos e industria biomédica (farmacéutica y biotecnológica). Indudablemente esta discusión es indispensable tanto hacia adentro de la profesión como de cara a la comunidad a la que el médico está llamado a asistir.
Cuando se discute una problemática de índole moral suelen aparecer falsas excusas. Presentaré y comentaré brevemente tres asertos falaces esgrimidos con cierta frecuencia por algunos colegas del campo de la Salud Mental.

1) Acepto favores (regalos, viajes) de la industria pero esto de ninguna manera afecta mi práctica. Falso. La misma teoría sobre la producción de subjetividad que utilizamos para intentar comprender a nuestros semejantes es aplicable a nosotros mismos. Verdad de perogrullo, sobre la que opera con frecuencia el mecanismo de la desmentida, interponiéndose luego el subterfugio omnipotente de creerse (o peor, saberse) inmune a la impregnación ideológica, a la sutil extorsión de quienes tienen por único objetivo aumentar sus ganancias influyendo en los prescriptores. Cualquier psicoterapeuta (y todo psiquiatra lo es, lo sepa o no), si es honesto y consecuente sabe que las posiciones que adopta determinan su rol y por lo tanto su eficacia clínica. Y en esto, precisamente, se apoya la eticidad de cualquier intervención. ¿Cuál es la posición que se adopta cuando se elige ser regalado por la industria? He aquí un debate interesante. Afirmar que se trata de una elección sin consecuencias constituye, en el mejor de los casos, una ingenuidad inadmisible.

2) Sin el apoyo financiero de la industria no se podrían organizar congresos médicos. Falso, a menos que se sostenga que los congresos médicos sólo pueden hacerse en hoteles de lujo. ¿Cómo hacen los profesionales que no prescriben medicamentos (sociólogos, filósofos) para organizar congresos? Una vez más, se trata de una elección. Hay un sinnúmero de variantes que habilitarían la organización de congresos más modestos (más parecidos, dicho sea de paso, a nuestra realidad colectiva) pero más autónomos. Cuando un congreso médico es financiado con dineros de la industria farmacéutica, ¿quién es el anfitrión y quién el invitado? ¿Quién escribe la agenda y distribuye las prioridades?

3) Los médicos deberíamos mantener buenas relaciones con las empresas farmacéuticas porque éstas fabrican los medicamentos que prescribimos. Falso. Este curioso argumento confunde dos elementos completamente diferentes: el medicamento y el negocio de los medicamentos. Nuestra crítica no se centra en el medicamento en sí sino en la distorsión que su comercialización indiscriminada ha producido tanto en el vínculo del médico con el paciente como en la misma concepción de enfermedad.

Todos los médicos hemos aceptado, alguna vez, regalos y atenciones de la industria (en medidas muy variables, por cierto, lo cual no es una diferencia menor). No se trata de promover una caza de brujas, ni una cruzada moralizadora donde los “buenos” tratan de evangelizar a los “malos”. Se trata de retomar la discusión sobre el rol del médico en la sociedad actual: ni más ni menos. ¿A quiénes estamos llamados a asistir?, ¿cómo se construye la currícula que nos otorga el diploma?, ¿cuáles son las condiciones mínimas de dignidad en el trabajo que estamos dispuestos a aceptar?, ¿qué reglas éticas deberían guiar nuestra práctica?, ¿quién paga los costos del sistema de salud? Entre otras discusiones urgentes está la que traemos hoy aquí: ¿qué relación debería tener el médico (cuyo compromiso con el asistido no admite discusión, so pena de disolver la alianza que fundamenta la ética de la asistencia misma) con los actores interesados que ingresan al campo de la salud con fines de lucro, y que han elegido al médico como medio privilegiado (barato, influenciable, matriculado, portador de un discurso autorizado, generador de fuertes transferencias) para aumentar sus ganancias?
El médico puede decir “no”. También puede decir “sí”. El “sí” acarrea, tarde o temprano, la pérdida de la autonomía y con ella el derrumbe de la identidad del médico y de su eficacia como agente de salud.

Santiago Levín
Médico. Especialista en Psiquiatría. Docente de la Facultad de Medicina (UBA)

 

Articulo publicado en
Agosto / 2007

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