El Discurso Mediático: La Fábrica del Cuerpo Humano en el Siglo XXI | Topía

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El Discurso Mediático: La Fábrica del Cuerpo Humano en el Siglo XXI

 

He escuchado lo que los charlatanes decían, la charla

del principio y del final;

Pero yo no hablo ni del principio ni del final.

Jamás existió otro comienzo que este de ahora,

Ni más juventud ni vejez que la de hoy;

Y jamás existirá otra perfección que la de ahora,

Ni otro paraíso ni otro infierno que este de hoy

Walt Whitman “Hojas de Hierba”.

 

Recuerdo una charla imaginaria con mi abuelo imaginario.

Me decía: -“Los tiempos han cambiado, m’hijo. Ya todos sabemos qué es lo que tenemos dentro: que hay estómago, hígado, corazón, chinchulines y otras cosas de detalle, como la vesícula y hasta el páncreas, que quién sabe pa’ qué sirve, pero parece que es importante. Además te explican cómo curarte en la televisión. Yo que cuando era joven era un ignorante, ahora sé que si me duele la cabeza tengo que tomar tal pastilla, y que si me duele la panza tal otra. Para el dolor de cintura te recomiendan varias, para el dolor de espalda también, y ¡hasta para las hemorroides!, que aparecen en un lugar secreto si lo hay, y hoy también están en la televisión. Cómo ha avanzado la cultura, que hasta los nombres de las pastillas te dan, para que puedas comprarlas y curarte solo.”

El hombre, con sus 75 años, había atravesado el siglo y la historia; había pasado de curarse con sopa de pollo y untura blanca a vivir en la ciudad para conocer el gusto vomitivo a remedio de la primera coca-cola, que regalaban durante años en las oficinas “para que entre en el mercado”. Había descubierto que lo que creía que era su cuerpo, un cuerpo, por el que consultaba al médico de la familia cuando sentía que algo no andaba bien o tenía algún accidente, ahora resulta que era un montón de partes por las que debía consultar a diferentes especialistas según se plantee la cuestión. Especialistas que lo mandaban a otros especialistas que se especializaban en perder de vista que trataban con un cuerpo, con una persona, y no con un montón de partes mecánicamente averiadas. Evidentemente, reflexionaba, la salud era otra cosa de lo que él creía. “Ya sentirse bien parece que no es suficiente para estar sano y hay otros, que saben más de mí que yo mismo, que me explican lo que es mi salud. Suena increíble pero así es: estamos en manos de otros, de unos otros que a veces ni rostro tienen, que difícilmente me conozcan a mí como me conocía mi médico y amigo, y que encima me dicen cómo estoy y cómo debo estar.” ¿Cuál es la exigencia y para quién?

 

La Santa Trinidad

 

Los Dioses han cambiado con la historia. Esos dioses que, como los del Olimpo o el Valhala o desde el Reino de los Cielos observan a los humanos y los guían en sus cotidianas existencias, también han cambiado. Estamos bajo el amparo de la Nueva Santa Trinidad: Mercado, Ciencia y Comunicación. Tres deidades poderosas que tejen alianzas y conflictos, que continuamente luchan por el poder de adueñarse de los destinos de la humanidad, pero recurriendo siempre a la complicidad entre si para no perder el Control del Mundo. El Mercado aporta sus fondos económicos a la Ciencia, que investiga y desarrolla nuevos descubrimientos, que al ser difundidos por todo el orbe por la Comunicación, se transforman en “productos” del Mercado, que son vendidos a los humanos, que además pagan por los medios de comunicación (como la televisión) mediante los que se enteran de la existencia de estos productos que van a comprar. El Negocio es la fe que sostiene a esta Santa Trinidad y el Mercado ocupa el centro del poder, repartiendo sus ganancias con la Ciencia y la Comunicación.

La Ciencia administra sus propios negocios sostenida por la fe en el futuro y en la idea de “evolución de la humanidad”. Con el discurso de mejorar la calidad de la vida humana, la Ciencia dice investigar para paliar el hambre, la desnutrición, para mejorar la salud, disminuir la mortandad infantil y los padecimientos de las enfermedades humanas. Pero termina aportando productos de consumo que, en manos del Mercado, son difundidos por la Comunicación y se transforman en nuevos instrumentos que aumentan los males que la Ciencia dice tratar de reparar. La mejor medicina es la más cara (económicamente hablando), la calidad de vida mejora en las clases altas, los medicamentos se prueban experimentando en poblaciones pobres, se difunden medicamentos de uso “doméstico” que lesionan la salud. Quizás, como el tabaco, estos medicamentos de “venta libre” (promocionados hoy y descartados mañana) deberían tener impreso “su uso es perjudicial para la salud” en un lugar bien visible. Vaya paradoja.

La Comunicación ha encontrado cómo hacer su propio Negocio, creando una nueva adicción: la “Información”. Con la máscara de mantenernos a todos informados nos informa continuamente de cosas que no queremos saber, sembrando opiniones y criterios que aún no nos hemos formado, ocupando gran parte de nuestro espacio neuronal con banalidades y publicidades del Mercado. También la Comunicación difunde su propio Mercado: el Mercado de la Comunicación, del que “todos somos parte”, como si la condición del ser humano ahora fuera pertenecer a alguna “red social” y “estar conectado”. El vínculo no depende necesariamente de un chip, aunque en el futuro cercano, probablemente se tipifique como enfermedad no tener ese chip.

Las personas, la gente, los seres humanos, somos la harina con que se cocinan esos panes que nunca sirven para saciar el hambre y mucho menos para curar ningún mal, sino más bien para mantener abiertas las bocas hambrientas, las necesidades insatisfechas, y los problemas sin resolver. Porque como muy bien lo sabe cualquier sacerdote de la Mercadotecnia, cuando las necesidades se satisfacen, los problemas se solucionan, y es entonces cuando se acaba el Negocio. Si el Negocio se acaba, probablemente la gente pueda ocuparse de asuntos más importantes que estar pendientes de la última información Mundial, o de comprarse un aparato más grande antes que su vecino, o de consumir todo lo que nos ofrece el Mercado para estar “sanos” y eficientes y triunfar. Será por eso que algunos artistas son considerados marginales, porque se ocupan de otra cosa, de producir en lugar de consumir pasivamente; igual que ciertos grupos de jóvenes, marginales también, que intentan nuevas formas de convivencia y producción todavía no tipificadas por el Mercado para ser envasadas y ofrecidas a la venta por la Comunicación.

El discurso del Mercado es ofrecernos lo que “necesitamos” para una vida plena, sana, feliz y satisfactoria. Su mejor lema es: “El dinero no hace la felicidad, pero la compra hecha.” Por supuesto que, tratándose de un producto del Mercado, esta felicidad viene en distintos modelos y diseños acordes a las posibilidades económicas de quien la adquiera, porque todo el mundo sabe que las necesidades de los pobres y las de los ricos son diferentes.

 

La representación de la salud

 

Lo mismo pasa en relación con la salud. Se compra hecha, plastificada, disfrazada de estabilidad y predecibilidad, de un bien constante a pesar del paso del tiempo. Como si lo que pudiera comprarse ya hecho fuera el futuro. Sabemos, aunque nos cueste digerirlo, que la condición inherente a la vida es la muerte, que en algún momento sin duda acaecerá. Los ciclos regulan la vida, las estaciones del año, el movimiento de los planetas, el parpadeo del Universo. Es imposible abstraerse a los ciclos aunque recibamos la hostia del Consumo y comulguemos con el dios Mercado. La inmortalidad que nos falta no podrá ser comprada nunca. Aunque los ricos se congelen esperando milagros del futuro, o clonen sus partes como reaseguro para curar sus enfermedades, o compren órganos para transplantes, o manipulen genéticamente las posibilidades infinitas de la tómbola de los cromosomas. Las Empresas Congeladoras, las Empresas Clonadoras, las Empresas Manipuladoras de la Genética, estarán sujetas a las leyes del Mercado impredecible del futuro, cambiarán de manos y de nombres y, sobre todo, cambiarán de aliados para seguir en el Negocio, apostando una vez más a los negocios del futuro, ya que los de ayer fueron realizados (¡clink!, caja) y las ganancias incorporadas. El hilo se cortará una vez más por lo más delgado: las personas o lo que quede de ellas, que quedarán desamparadas en su futuro incierto. Las Empresas se fusionarán e inventarán nuevos negocios a la pesca de nuevos incautos, de más humanos con dinero que intenten escapar inútilmente a las leyes de la naturaleza. Se salvarán, en un sentido figurado claro está, (si es que estar congelado es haberse salvado), aquellos que han construido su inmortalidad como Empresas Duraderas, que continuarán aportando beneficios a las Empresas de la Inmortalidad, y aunque de todos modos las Personas Fundadoras habrán desaparecido, la vigencia de la Empresa creará la ilusión de Permanencia que incrementará la principal ganancia del Mercado, que es la fe que las personas no inmortales tienen en él para seguir consumiendo sus productos y mantener la ilusión de Eternidad.

En el Capitalismo, la Salud deja de ser un derecho para ser un artículo más de lalarga lista de “bienes de consumo". En la mayoría de los casos, trabajar para comprar esa salud, es insalubre. También comprar la salud que ofrece el Mercado, a través de infinidad de medicamentos de “venta libre” y de los otros, es insalubre. Los estándares de salud que nos propone la Comunicación, son insalubres. Y la Ciencia nos denuncia como organismos falibles plausibles de ser mejorados, e ineficientes en comparación con las máquinas, estableciendo una exigencia insalubre de regularidad a pesar de los ciclos a que estamos sujetos.

La construcción del discurso que enuncia al cuerpo desde los medios de comunicación, desde los criterios de normalidad que propone el sistema social actual, desde las imágenes fragmentadas como el ojo de una mosca que aparecen en la televisión, genera una especie de Frankenstein como imagen corporal donde las partes nunca conforman un todo, aunque pretendan venderlo como tal. Esta multiplicidad de normas están expresadas en la públicamente declarada necesidad de consumir medicamentos para “vivir la vida”, en las imágenes de los cuerpos “perfectos” que proponen las publicidades, en las posibilidades que se supone podemos adquirir y que siempre son negadoras de nuestra condición humana frágil y cambiante. Así es nuestra salud: cambiante y susceptible a las variaciones del clima, a los estados emocionales y a nuestra forma de alimentación. También se ve afectada por los ciclos hormonales y no puede ser la misma en las distintas etapas de la vida o en los ajustes de adaptación que llamamos enfermedades y sus correspondientes convalescencias. Es insalubre pretender plastificar al cuerpo mientras está vivo.

Estos discursos generan representaciones de las enfermedades y también representaciones de sus correspondientes curas, que están de acuerdo a la representación de la salud que se nos impone. Valga como ejemplo el caso de una mujer madura con serios problemas en sus articulaciones, que hizo un tratamiento con terapias manuales no tradicionales (masajes, acupuntura y movimientos suaves) durante dos meses, durante los cuales fueron desapareciendo los dolores. Cuando al final del tratamiento se le hace un test y se comprueba la recuperación casi total de la movilidad de sus articulaciones, le comenta al terapeuta: “-Estoy contenta, se ve que me hizo efecto la pastilla que tomé ayer.” ¡Su representación de la cura eran las pastillas “científicamente comprobadas” y no el trabajo sostenido que venía realizando!

En una cultura de las llamadas “primitivas” el paciente no habría tenido ninguna duda: la cura estaba en las manos del terapeuta. La curación mágica en este momento histórico, está en las pastillas, que son promocionadas como panaceas inmediatas para todos nuestros dolores. Mágica porque el común de la gente no sabe cómo funcionan esos medicamentos y la supuesta cura es guiada solamente por el discurso publicitario de compra, ingestión y alivio. No importa a cuántos alivie y a cuántos no, porque todos compraron. Ya está inscripta la representación de la cura y de la salud y, sobre todo, del consumo. La Santa Trinidad mantiene su vigencia y genera la adicción que justifica su permanencia. El principal efecto colateral de la cura que propone es la pérdida de humanidad y del lazo social. La cura es en soledad (con la pastilla) recomendada por un otro virtual (un medio de comunicación) o sin rostro (la obra social), para evitar, en la mayoría de los casos, los resultados del paso del tiempo.

 

Carlos Trosman

Psicólogo Social, Diplomado en Corporeidad

carlostrosman [at] gmail.com.ar

 

 
Articulo publicado en
Agosto / 2010