A partir de la publicación del libro compilado por Alejandro Vainer, A la izquierda de Freud, se amplía un importante canal de debate que, como el mismo autor señalara, no ha estado exento de dogmatismos y sectarismos que poco han contribuido a transitar por un debate necesario para quienes reclamamos posiciones claras y consecuentes en el campo de la clínica psicoanalítica, por un lado y, por otro lado, en aquel de la militancia revolucionaria siempre que especifiquemos las articulaciones entre los mismos con el provecho de enriquecer uno y otro. La verdadera beneficiada en ello no es otra que una subjetividad emancipada de las opresiones sociales y las traducciones que ella encuentra en el complejo y contradictorio aparato psíquico que nos constituye como seres deseantes y de cultura.
Se debe a estas razones que queremos iniciar en estas páginas algunas consideraciones fundamentales en torno a la figura de Jacques Lacan y sus peculiares concepciones sobre la militancia revolucionaria como también los aportes que ha tomado de la obra de Karl Marx para sus conceptualizaciones en la doctrina freudiana. Para muchos ello ha logrado una verdadera “subversión” de la teoría y la práctica psicoanalítica, para otros no han sido más que muestras de oscurantismo teoricista inverificables y diluidas dentro de las posiciones “reaccionarias” o tendientes a la “despolitización” de los psicoanalistas, allí donde las derrotas de las filas revolucionarias habrían dejado un vacío posteriormente colmado por la “metafísica-estructuralista-hermética” del psicoanálisis lacaniano.
En las siguientes líneas sólo esbozamos el comienzo de lo que pretende ser una orientación que sitúe los límites y alcances de una obra cuyas huellas en el campo del psicoanálisis han sido imborrables en tanto han marcado un punto de inflexión como objeto de críticas y adhesiones. Estas se han mostrado las más de las veces teñidas de serias obturaciones que no han posibilitado una mayor apertura para la comprensión de los problemas que se presentan hoy día tanto de cara al psicoanálisis como hacia aquéllos que anidan en las filas revolucionarias de la militancia política y social.
Tomaremos el contexto del Mayo Francés sólo a título ilustrativo como uno de los puntos más salientes, en la vida y obra de Lacan, donde le ha tocado confrontar con posiciones de una militancia que se reclamaba revolucionaria pero que es dable suponer, al mismo tiempo, que ello no anula, a juicio de quien escribe, la validez de sus aportes en el seno del legado freudiano apoyados en la obra de Marx.
“...Si tuvieran un poco de paciencia y si quisieran que nuestros improptus continúen, les diría que la aspiración revolucionaria es algo que no tiene otra oportunidad que desembocar, siempre, en el discurso del amo. La experiencia ha dado pruebas de ello.
A lo que ustedes aspiran como revolucionarios, es a un amo. Lo tendrán...”
(Diálogo de J. Lacan con los estudiantes parisinos meses después de Mayo del 68)
El valor de la palabra tiene hasta el día de hoy una importancia trascendental en la teoría psicoanalítica, especialmente en el campo lacaniano. Y vaya si no tienen valor estas mismas palabras de Lacan dirigidas a los estudiantes franceses movilizados en plena efervescencia revolucionaria en el mes de Mayo de 1968.
A partir de esta posición, fácilmente el lector puede sacar algunas conclusiones: la paciencia que reclama Lacan a los revolucionarios se cimenta en una “desilusión” por anticipado y una riquísima contradicción. Quien venía desarrollando una verdadera revolución en el campo del psicoanálisis le daba en tiempo y espacio la espalda a la “otra” revolución, cuando ésta tocaba las puertas de las universidades y fábricas francesas, y de muchos otros lugares del mundo. Justamente, la “acusación” de Jacques Lacan a los estudiantes de una suerte de sustitución de “amos” sería el punto nodal de su abstención (o rechazo) para el apoyo del movimiento revolucionario francés.
Desde luego, apoyado en un elemento por demás sustancial de su teoría psicoanalítica, y no casualmente en los claustros universitarios que se desenvolvieron como uno de los escenarios principales de Mayo del 68 en Francia.
Para Lacan, definitivamente, todo discurso universitario estaba sometido a la misma lógica: la ilusión de un saber que todo (le) pueda explicar a un sujeto desde un “afuera” y obture su saber “de adentro”, o sea su deseo inconsciente. Algo así como una nueva religión donde en lugar de un “Dios” (amo) las respuestas estarían ya dadas por otro amo.
La “contundencia” de sus aseveraciones en estos debates con los estudiantes retrata con claridad frente a qué “barrera” política se encontró Lacan a la hora de comprender con mayor alcance la coyuntura de los sucesos mencionados. La condena “a priori” hacia toda experiencia y posición revolucionaria, que el maestro del psicoanálisis profesaba, constituía el velo ideológico con el que se encubría una diferenciación elemental: la crisis política que desató el mayo del 68 expresaba la necesidad colectiva obrera y estudiantil de luchar por la abolición de los “amos” que poseían los manejos de sus destinos. El horizonte de dicho movimiento no dejaba de marcar que los “esclavos” en rebelión popular pretendían constituirse en amos, sí, pero de su propia emancipación y por poner fin a la verdadera esclavitud a la que se hallaban sometidos frente a un régimen que venía demostrando su fracaso como marco de contención social para todos ellos.
Aunque Lacan no haya precisado a qué “amo” restaurador del orden se haya referido al señalar los callejones sin salida de los revolucionarios, la “experiencia que ha dado prueba de ello” y que marcó a fuego no sólo a los intelectuales en su desencanto político con tal o cual perspectiva que se precie de revolucionaria, sino también a gran parte de la clase obrera que había depositado sus expectativas en el socialismo, ha sido ineludiblemente la experiencia del Partido Comunista. En Francia, y en el marco del 68, este había demostrado una vez más de qué lado se colocaba a la hora de tomar partido en la lucha de clases. El PC francés tuvo un rol decisivo pero para oponerse con furia política al movimiento estudiantil, para enchalecar una vez más a la clase obrera en los márgenes del reformismo y quebrar en definitiva la unidad obrera estudiantil, cuyos cimientos hubiesen permitido demostrar de qué manera estas bases sociales se habrían conformado como “amos” de sus destinos para terminar con la esclavitud que los asfixiaba.
En esta dialéctica de “contrarios”, que la propia objetividad de la crisis de régimen habría impulsado, no se trataba de hallar la síntesis final en una superación “restauradora” de un orden que vendría a imponer los nuevos amos de la “subjetividad colectiva”. Por el contrario, la búsqueda en poner fin a toda relación de amo-esclavo signada por las diferencias sociales de clase suponía una perspectiva radicalmente diferente. La toma del poder, como indicaban algunos significativos graffitis del 68, para expropiarlo de quienes descansaban en la explotación del hombre por el hombre conducía hacia un modo de organización donde el destino de los oprimidos resulte controlado por los oprimidos mismos.
Con ello se lograría una formación social en la cual la dictadura del proletariado se desenvolvería transitoriamente como la dictadura de la mayoría sobre la minoría que se beneficiaba de la explotación capitalista y a la que se debe someter para conquistar el fin de dicha explotación. Ello indica el camino para romper con las cadenas de la genuina esclavitud sin reproducir “teleológicamente” ningún final predestinado para restaurar nuevos amos.
El “amo”, que no sería en este caso más que el gobierno de la mayoría para tomar la emancipación en sus propias manos, debe extinguirse una vez cumplidas sus funciones políticas sin las cuales no podría ya lograr una organización social superior que se corresponda con la libertad como negación de toda esclavitud, sin que ello implique el fin de la historia, sino la apertura para la realización del hombre como ser determinado socialmente.
Sin embargo, el brillante desarrollo de la obra psicoanalítica de Lacan no dio (ni quizás lo tuvo que dar) los elementos para esta comprensión dialéctica: “Es singular ver que una doctrina tal como la instauró Marx, articulada en función de la lucha, la lucha de clases, no impidió que de ella naciera algo que es, por el momento, el problema que a todos se nos presenta, a saber, el mantenimiento de un discurso del amo”.[1]
Contrasta con esta afirmación de Lacan, otras palabras, esta vez, las de Lenin en El Estado y la Revolución, el cual vale la pena destacar, fue culminado dos meses antes que por primera vez en la historia de la humanidad, el proletariado ruso optara ser “el amo” a través de la toma del poder de la revolución de octubre de 1917: “... La dictadura del proletariado, el período de transición hacia el comunismo, aportará por primera vez la democracia para el pueblo, para la mayoría, a la par con la necesaria represión de la minoría, de los explotadores. Sólo el comunismo puede aportar una democracia verdaderamente completa, y cuanto más completa sea, antes dejará de ser necesaria y se extinguirá por sí misma”.
Fernando Ramírez
Lic. en Psicología
fercesar28 [at] hotmail.com
Miembro de Espacio Redes, asistencia clínica en niños y adolescentes. Miembro de APEL. Docente de Problemas Antropologicos en Psicología de la Facultad de Psicología de la UBA.
Nota
1 Lacan, J. Seminario XVII, clase 2, pág. 31, Ed. Paidós, Bs. As., 2006.