Agradezco la invitación[2] porque me interesa compartir con Uds. algunos debates que considero de actualidad en torno a la subjetividad sexuada y la clínica psicoanalítica.
En ese sentido, agradezco que me permitan acercarles los aportes en los que puede colaborar la articulación entre los Psicoanálisis y los Estudios de género a varios de los desafíos que se nos presenta en la clínica psicoanalítica en la actualidad.
Entre los cuales podemos enumerar:
a-Los cambios producidos en la configuración de las femineidades y masculinidades, en sus roles, ideales y conformación deseantes. Estableciéndose conflictos específicos de época.
b-Las transformaciones en las relaciones de poder entre los géneros en la vida cotidiana, han creado mayores libertades, pero también, nuevos modos tanto de sufrimiento como de placeres.
c- La aparición de una multiplicidad de configuraciones y situaciones familiares que ponen en cuestión la relación entre formación de pareja y parentalidad: las familias ensambladas (los míos, los tuyos y a veces, los nuestros), el impacto de las nuevas tecnologías reproductivas, las decisiones de separaciones en el curso de embarazos, separaciones y tenencias compartidas de niños muy pequeños (incluso menores de 1 año), la monoparentalidad por opción, homoparentalidad, entre otras.
d- La visualización del campo de las prácticas de la diversidad, o como algunos proponen llamarlo el de las neosexualidades. Esta nominación incluiría las prácticas de sexualidad por fuera de lo heteronormativo y de la bi partición identitaria en géneros. Lo cual desde el campo de los/as propios actores se denomina LGTTB (Lesbianas, gays, travestis, transexuales y bisexuales)[3].
e- El nuevo panorama que se abre a nivel de la procreación en la articulación entre las posibilidades de las nuevas técnicas reproductivas (fertilización asistida, alquiler de vientre, donación de óvulos y esperma, entre otras) y las decisiones reproductivas: alargamiento de la edad de procreación en mujeres, opción por la monoparentalidad y en el campo de la diversidad sexual o “neosexualidades”, que permiten separar el deseo de hijo/a de existencia de una pareja basada en la diferencia sexual.
De hecho, mas allá que intentemos tapar el sol con las manos, ha habido cambios en la vida cotidiana y en los horizontes de los proyectos de vida de los /as sujetos actuales que tienen impacto en la clínica y establecen nuevas demandas y conflictos.
Una primera reflexión a modo de recaudo epistemológico y ético que yo plantearía es que estos desafíos presentan dos caras:
1) Una de ellas se refiere a no dejar que el prejuicio, o las concepciones anteriores a los problemas actuales, nos hagan ver como psicopatológicos per se a los cambios señalados.
2) La otra, es que tampoco resignemos poder identificar las formas que pudiera ir adoptando la psicopatología en lo nuevo.
Poder deslindar estas dos caras de la problemática es un imperativo ético para poder seguir sosteniendo, lo que a mi modo de ver es el compromiso básico del psicoanálisis con la sociedad: trabajar con las formas en las cuales se expresa el malestar humano, poniéndole palabras al dolor.
Es muy importante que tomemos esto como tarea, para que no nos ocurra que por abstenernos de repensar frente a los nuevos desafíos, nos quedemos siendo los guardianes de lo que en un momento fue vanguardia, y hoy puede convertirse en reliquia.
Para entrar de lleno al tema, es preciso contextualizar mediante una breve actualización como comienza y que sentido ha producido el introducir la perspectiva de género en el trabajo y pensamiento psicoanalítico.
Podemos señalar que en un primer momento, se trato de relacionar el estatus subordinado de las mujeres en el sistema patriarcal con las formas del malestar femenino. Esta tarea se realizó siguiendo la línea que planteo Freud en “Malestar en la cultura” (Freud, 1930) texto en el cual expresa que no podemos esperar una conformación similar de los aspectos morales en aquellos que mas gozan de los bienes sociales (él se refería a los sectores mas acomodados de la sociedad, entre los cuales se incluía) y los sectores mas pobres. El decía que quienes eran más afortunados socialmente podían estar más dispuestos a dejar de lado sus deseos egoístas para someterse a los ideales culturales y sociales, de los cuales se veían beneficiados en mayor manera que los sectores subordinados. De este modo entendía que los sectores sociales mas bajos no estuvieran muy dispuestos a las renuncias pulsionales a favor del interés colectivo.
Esta línea fue años mas tarde retomada por Herbert Marcuse en “Eros y civilización” (Marcuse, 1968) para expresar esta exigencia hacia los sectores sociales subordinados, de mayor exigencia que devolución social a cambio, como base de las relaciones capitalistas que él ubicaba como produciendo un malestar en plus.
Estos desarrollos fueron retomados por los Estudios de Género, utilizando estas herramientas para un grupo que no había sido pensado como subordinado socialmente: las mujeres. Las cuales habían sido pensadas como constituyendo su psiquismo en tanto efecto en lo psíquico de la diferencia sexual anatómica[4]. Por lo tanto, sacar a la feminidad del campo de la esencia (“lo” femenino) y de la determinación psíquica de la biología (consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica), para darle un estatus de construcción social que constituye psiquismo, fue la tarea emprendida por los estudios de género en un comienzo en su dialogo con el psicoanálisis.
Y desde ese nuevo punto de partida, ver como se constituye la feminidad de cada mujer como modo particular de singularización en relación con un social histórico en el cual las mujeres son “el segundo sexo”, tal como lo evidenció Simone de Beauvoir (De Beauvoir, 1998).
De estos planteos se desprenden varios interrogantes y necesidades de desarrollos específicos:
A modo de síntesis, podemos decir que el desafío principal es poder pensar es simultaneo como se constituyen los psiquismos en relación a la diversidad de las prácticas de sexualidad y de las relaciones asimétricas de poder entre los géneros.
Cuestión que también entra en juego frente a los debates en relación a la reasignación de sexo de los/as sujetos/as (XXY). Si partimos de la idea que todo psiquismo normal y sano debe articularse en torno al reconocimiento de la diferencia sexual y esta ubicada como binaria, es decir con solo dos casilleros: femenino o masculino. O podemos pensar formas diversas de desarrollo de la psicosexualidad. Las cuales no se piensen solo en relación de subalternidad con las “buenas formas”, ni necesariamente en el campo de la psicopatología, como señalamos con anterioridad.
Si nos enfocamos en la línea de las relaciones de poder entre los géneros y la construcción de la subjetividad femenina en ese entramado vincular, podemos tomar como acervo las reformulaciones de las concepciones psicoanalíticas sobre la feminidad:
a- El cambio de punto de vista de considerar al masoquismo como núcleo de la feminidad, con el pasaje a considerarla como un tipo de desarrollo de erogeneidad que se constituye en el marco de relaciones de dominación.
b- La revisión de la idea de la insuficiencia del súper yo femenino y el supuesto menor aporte a la cultura de las mujeres por dicha razón. Concepción que fue especialmente desarrollada por Carol Gilligan (Gilligan, 1993) en su revisión acerca de los modos específicos de la formación de la conciencia moral en mujeres.
c- La envidia del pene, la cual ha pasado a ser considerada como envidia al lugar social masculino no al atributo en el cual se lo imaginariza.
d- Las concepciones sobre la histeria femenina, considerándola como una tensión entre narcisismo de género y prácticas de sexualidad (Dio Bleichmar, 1985).
e- La revisión de la idea de la constitución del deseo de hijo como modalidad privilegiada de constitución de la adultez normal en una mujer. El cual se puede considerar como un efecto imaginario de la relación entre maternidad y feminidad construida en la modernidad (Chodorow, 1984) (Badinter, 1981).
Otro de los aspectos revisados desde la perspectiva de género en psicoanálisis es la identificación de la ausencia de una enunciación explicita de una teoría acerca de la masculinidad. Hasta muy recientemente, en psicoanálisis han existido teorías acerca del sujeto y acerca de “la feminidad”. Esto es efecto de lo que muchos/as teóricos/as consideran como antropologocentrismo. Que refiere a la homogación de la experiencia de los varones a la de todos los seres humanos, mediante la constitución de un sujeto universal. Mas recientemente han comenzado a verse aportes en este campo de vacancia que varios psicoanalistas actuales de diversas líneas empiezan a tomar[5].
De todos modos, no quita que aún cuando no hay una mención explicita en la obra freudiana a una teoría acerca de la constitución de la masculinidad, se pueden leer en esa clave artículos como “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa” (Freud, 1912) , que nos muestra los modos particulares del erotismo heterosexual masculino en el marco de las relaciones de dominación en la modernidad patriarcal, que propone como “objetos” dos tipos de mujeres: las “malas”, para el disfrute y las “buenas” para la conyugalidad. O “Tótem y Tabú (Freud, 1913)”, releído infinitas veces como escrito social y político como modo de armado de la grupalidad, que puede ser leído como la forma de armado de la fratría de varones, con respecto a un padre que se coloca como la ley y no se subsume a la misma. También puede leerse como textos que expresan el ideario de Freud sobre la constitución de la masculinidad en varios de los casos clínicos de varones, que son propuestos como ejemplos de casos de un problema psicopatológico, pero que pueden ser leídos como modos de la constitución psíquica de una masculinidad de época: el caso Juanito (Freud, 1909), el hombre de las ratas (Freud, 1909), El hombre de los lobos (Freud, 1918) y Schreber (Freud, 1911).
Otro aporte desde el campo de los estudios de género en psicoanálisis es el hincapié en la relación entre relaciones de dominación y construcción de los modos de subjetivación.
Retomando los aportes de Michel Foucault en el campo de las prácticas de sexualidad y su relación con el poder (Foucault, 1987). Y retomando una tradición no suficientemente explorada de Freud, que postula desde el comienzo de su obra el tema del poder como un problema psicológico, ubicándolo fundamentalmente en la asimetría entre generaciones, en las relaciones entre padres e hijos (Benjamín, 1996). En Freud hay grandes aportes acerca de la obediencia frente al temor a la pérdida del amor del otro, que no han sido lo suficientemente exploradas en nuestro campo para relaciones de dominación que excedan las intergeneracionales, tales como las de género, por ejemplo. Y en caso de hacerlo, reenvían constantemente a la semejanza con las relaciones de filiación.
Hay dos autoras que hacen desarrollos específicos en un tema fundamental para los desafíos que nos estamos planteando. En nuestro medio, Gilou García Reinoso que ha hecho especial desarrollo en describir como se establece el amor al amo, los efectos en la clínica de éste amor y de la necesidad del desasimiento de la relación con el otro como amo absoluto (García Reinoso, 1998). Y luego, en Estados Unidos, Jessica Benjamin, siguiendo los desarrollos de Daniel Stern, para dar cuenta de cual es su especificidad en la constitución del psiquismo desde las etapas más tempranas en cada género. Y su posterior desarrollo en la vida infantil y adulta (Benjamín, 1996).
En concordancia con esta línea de conceptualización de la constitución psíquica de varones y mujeres en el marco de las relaciones patriarcales, podemos destacar que gran parte de la tarea diaria en el campo de la clínica psicoanalítica se dirime en términos de: constitución de autonomía en mujeres y en la deconstrucción de la hegemonía en varones (Fernández, 2000).
Lo cual suele expresarse de múltiples modos, pero que puede ejemplificarse en que con los varones suele ser necesario hacer hincapié en que las mujeres son seres en paridad y que existen como semejantes. Y en las mujeres, cuando desde una ubicación subjetiva en la diferencia desigualada (Fernández, 2009) plantean el deseo de “cortar la cabeza del rey acéfalo” (Rosenberg, 1996), puedan captar la diferencia entre la imagen de “ese” varón “amo en la ilusión” y cada varón real con sus contradicciones, miedos y conflictos. Sin desmentir con esto, la realidad de los modos de subjetivación masculina en el marco de la pertenencia a un colectivo con mayor prerrogativa social.
Si nos remontamos un poco en la historia del diálogo en entre feminismo y psicoanálisis podemos identificar varias etapas. Entre ellas una fundamental, ha sido la que habilitó en desarrollo actual de diálogo fecundo, marcado por el hito de la aparición del libro de Juliet Mitchel en 1978, “Psicoanálisis y Feminismo” (Mitchel, 1982). El cual rompe con una relación conflictiva y de mutua desconfianza que había en ese momento entre las feministas y el psicoanálisis (Tubert, 1988), (Tajer, 2000). Mutua desconfianza que reemplazo una primera etapa de ilusión de las pioneras feministas frente al nacimiento del psicoanálisis. Ya que esta nueva disciplina en el campo de lo “mental”, al señalar que la represión en plus de la sexualidad era causante de la “nerviosidad moderna”, fundamentalmente en mujeres, se visualizó como aliado científico para las reivindicaciones de los derechos de las mujeres, y de hecho lo fue en algunos aspectos (Tubert, 2000). Luego esta ilusión cayó al identificarse que en la práctica, los análisis de mujeres aún cuando le otorgaban un espacio al despliegue del relato sobre su psico sexualidad, las reenviaban “en la dirección de la cura” a la reproducción y adaptación a su rol en la sociedad patriarcal.
Hay muchas evidencias de estos efectos en la práctica. Marie Langer, una de las fundadoras de la Asociación Psicoanalítica Argentina, refiere que durante años había tenido en análisis a una mujer que se debatía entre como equilibrar sus deseos de consolidar un matrimonio y la maternidad y sus deseos de desarrollo profesional y laboral. Luego de unos años de ya no atender a esa mujer, se encontró con un colega que le comentó que en ese momento estaba asistiendo a esa mujer que había sido su paciente. Langer le preguntó acerca de las vicisitudes de ese momento en la articulación de ambas corrientes deseantes en la mujer en cuestión, a lo que su colega le respondió que ya no presentaba para ella ningún conflicto, pues había dejado de trabajar dedicándose sólo a su familia (Langer, 1989).
El viraje que introdujo el libro de Mitchel, recogió algo del “aire de los tiempos” de ese momento, al afirmar que el psicoanálisis podía utilizarse como dispositivo de análisis de la producción de padecimiento subjetivo en la sociedad patriarcal y no sólo como reproductor de la misma. Este cambio de mirada permitió el desarrollo actual de lo que conocemos en la interrelación entre psicoanálisis y feminismo, tanto en la corriente del psicoanálisis y género (línea anglosajona) o en la corriente del psicoanálisis de la diferencia sexual (línea francesa).
Traer ese momento de la historia de las ideas y de las prácticas a la actualidad nos puede ser de utilidad para identificar que con respecto a las sexualidades no heterosexuales o lo que se denomina campo de la diversidad sexual, se pudiera estar reproduciendo el mismo dilema que implica tomar posición. Elegir entre estar del lado de la “policía psicológica”, guardiana de la moral dominante, o estar ocupados en los nuevos modos de aparición del dolor humano.
Si optamos por esta última posición, podemos comenzar a interrogarnos acerca de la posibilidad de que nuestras herramientas y teorías estén en muchos aspectos fraguadas fundamentalmente para trabajar con los malestares y patologías de los y las sujetos/as conformados/as en la heteronormatividad (Tort, 2005). Y que aún sin quererlo, podamos estar actuando como “Lecho de Procusto”. Adaptando a los sujetos al dispositivo mas que creando nuevas herramientas.
Con lo cual, pudiéramos estar parados en la paradoja de ser “progres” ideológicamente, pero no técnicamente.
En ese sentido, me parece importante destacar a modo de balance de lo logrado hasta el momento, que desde la relación entre psicoanálisis y feminismo hemos avanzado en gran medida en la línea de la constitución de los psiquismos en relación a la asimetría de poder entre los géneros, pero que el momento actual nos ubica en la necesidad de tensar un poco mas cierta matriz que permanece del binarismo que es la que se da en la díadas en las cuales aún pensamos los géneros (masculino/femenino) y la opción sexual (homo/heteroerótica).
Y este es uno de los desafíos que los estudios queer o de la diversidad sexual le plantean a los estudios de género en el campo de la subjetividad: dejar de pensar la relación entre lo hetero/homoerótico con discontinuos. Y por su parte, los estudios de género le insisten a los estudios queer, que este viraje no debe abandonar lo avanzado en el campo de las “diferencias desigualadas”, por las asimetrías entre los géneros.
En el campo específico del psicoanálisis, para poder avanzar en los nuevos desafíos es necesario cuestionar uno de los “núcleos duros” de esta disciplina, que es el modo en el cual esta piensa a la diferencia sexual y su status en la conformación del psiquismo. Para poder, desde esta disciplina, avanzar en los problemas que nos estamos planteando necesitamos cuestionar los modos de pensar la sexuación.
Cuestionamiento que se inscribe en una propuesta de incluir las diferencias culturales e históricas para re- conceptualizar lo metapsicólogico (Tort, 2005).
Este “núcleo duro” esta dado por el estatus de la diferencia sexual en la constitución del psiquismo. Que consiste en sostener que el reconocimiento de la diferencia sexual, en otras palabras la adquisición de la representación psíquica de las dos posiciones en el deseo (femenina o masculina) apuntaladas en las diferencias biológicas, es la que habilitaría al infante humano a la construcción de sus representaciones inconcientes y sobre sus orígenes, así como el acceso al leguaje y la ley.
Estas concepciones son las que impiden que desde el campo del psicoanálisis se pueda avanzar, por ejemplo, en identificar cuales son las realidades a las cuales se enfrentan por ejemplo los hijos/as de parejas gays o lesbianas desde sus escenarios concretos y no desde una psicopatologización a priori de las formas de crianza de parejas y deseos de parentalidad no basados en el “reconocimiento” de “esa” diferencia.
Esto no necesariamente invalida que ese reconocimiento sea necesario para un modo deseante a predominio heterosexual y para el deseo de hijo/a en ese marco. Pero no es un universal, ni condena a los que tengan un psiquismo con otras inscripciones de la diferencia yo- no yo a la patología mental “per se”.
Otro modo de plantear estas problemáticas es el que propone Rosi Braidotti (Braidotti, 2000), desde la idea de los sujetos nómades, basándose en los desarrollos de Deleuze. Ella sostiene la posibilidad de de un atravesamiento del sujeto/a de los modos deseantes y de los niveles de experiencia, pero aceptando la responsabilidad de la contingencia de sus recorridos.
De este modo, se sale de la díada deseo hetero/homo y la existencia de una sola posición frente a “la diferencia sexual”. Pero lo hace retomando lo acumulado por el feminismo en lo referente a las relaciones de poder entre los géneros.
En ese sentido retoma críticamente, algunos aspectos de la obra de Deleuze al señalar que su propuesta de devenir minoría o de devenir mujer no implica un proceso similar para quien, como punto de partida, esta incluido en una mayoría (o hegemonía) o parte de una minoría o grupo subalterno. Pues esta segunda posición implica desde el inicio tener que lidiar con las marcas de la subordinación en el psiquismo.
Por todo lo señalado, los/as que trabajamos en psicoanálisis y género, nos enfrentamos a varios de los dilemas de los/as culturalistas, pero también podemos como marca propia hacer uso de un camino recorrido en el desarrollo creativo de que hacer con estos dilemas que me parece fundamental poder compartir para avanzar en lo que describimos al principio como nuestros desafíos actuales en el campo del psicoanálisis.
Uno de estos avances, es haber evidenciado la tríada desde la cual podemos partir para pensarlos: género, sexo y sexuación.
Si consideramos al género en el campo de la teoría social, podemos ubicarlo como la construcción cultural y social del sexo en tanto “conjunto de significados contingentes que los sexos asumen en el contexto de una sociedad dada” (Lamas, 1996). La cual incluye relaciones asimétricas de poder entre esos sexos en el marco del patriarcado. Relaciones de poder roles. Por su parte, el género en el campo de la subjetividad hay consenso en ubicarlo en los aspectos identitarios produciéndose como uno de los ejes de armado de la conformación del proceso identitario (Bleichmar S., 2006) (Dío Bleichmar E., 1985). Otros autores, avanzan en sus postulaciones, señalando que interviene mas ampliamente en la conformación de los modos de subjetivación (destinos pulsionales, conformación de ideales, modos del narcisismo, entre otros) (Tajer, 2009).
Por su parte, el concepto de sexo quedaría ubicado para designar al orden de biológico y sus especificidades y diferencias. Para el tema que nos convoca, habría que hacer por lo menos dos reflexiones: a) el hecho de que hasta el momento se lo ha tomado como un orden ligado a lo inmutable, lo cual en los últimos tiempos ha entrado en crisis en relación con las operaciones para reasignación de sexo, las nuevas tecnologías reproductivas, la implantación de hormonas y diversos implantes, la extirpación de caracteres sexuales, etc. y b) la existencia de sujetos intersex biológicamente que pone en tela de juicio el hecho de que toda la humanidad es dimorfa existiendo sólo dos casilleros: masculino y femenino.
Luego estaría el eje de la sexuación. Aquí también habría al menos dos corrientes a) los/as que ubican que este sería el campo propio de lo psicoanalítico, señalando que la sexuación remite a la pulsión que habita y determina el espacio de la realidad psíquica, dimensión subjetiva inconciente tributaria de la diferencia sexual simbólica[6] en la que se constituye el sujeto hablante, que no debe confundirse con la realidad de lo biológico, ni con la realidad social y b) los que ubican al género como una dimensión psicológica ubicando la psicosexualidad constituyéndose en el marco mas amplio de los modos de subjetivación que mencionamos con anterioridad.
De todos modos, mas allá de las diferencias señaladas, hay acuerdo en señalar que la base fundamental de la caja de herramientas del psicoanálisis (tanto el que se define en relación con la teoría feminista como el que lo hace en relación a los estudios de género) en que ninguna de estas dimensiones puede ser aislada ni es suficiente por si misma para aprender las determinaciones de la dinámica de las relaciones entre los sexos y su subjetivación. Pero también, para identificar en que campo se han producido los cambios y como estos afectan la articulación.
Cabe destacar aquí, como bien nos advierte una autora (Rosenberg, 1996), que la articulación de estas dimensiones siempre corre el peligro de inclinarse hacía los respectivos enfoques reduccionistas:
-“El sociologismo: cuando se pretende explicar sin resto la sexuación por obra de la asunción de roles sociales prescriptos.
-El biologismo: que incluye la naturalización, la medicalización y la sexologización conductista de lo sexual ignorando la dimensión inconciente del deseo.
-El psicologismo: que considera al sistema simbólico que sustenta y determina los lugares sexuados como una estructura ahistórica y la dominación masculina como expresión invariante y necesaria de esa estructura” (Rosenberg, 1996).
Luego de estas extensas reflexiones y puesta en común de los debates vigentes, vamos a ver con algunos ejemplos como estas cuestiones operan en el día a día:
A. Perversión.
Algunos/as colegas en la actualidad continúan definiendo a la perversión, como aquellas prácticas que se apartan de la moral dominante[7]. Ponerlo fundamentalmente en las prácticas no hegemónicas y en una única concepción acerca del estatus de la diferencia sexual y su relación con la castración simbólica en la constitución del psiquismo, genera en si una mirada que impide aprender a mirar lo patológico en lo nuevo, transformando de hecho a lo nuevo, en patológico.
En ese sentido, rescato dos aportes contemporáneos para mirar dentro modo lo perverso hoy. Uno es el de Louise Kaplan (Kaplan, 1995) que plantea la articulación actual entre género y perversión. Señalando que las estereotipias de género son “lugares” en los cuales se puede esconder, depositar (¿o “apuntalar?) las perversiones. El otro aporte (Bleichmar S., 2005), que nos proponer identificar lo perverso en relación al status del otro en el psiquismo. Ubicándolo cuando el otro, más allá de la práctica en si aparece como objetalizado y no como un semejante.
B. Deseo de hijo/a en pareja del mismo sexo.
La homoparentalidad esta comenzando a ser un tema de discusión en la sociedad en general y en ambiente “psi” en particular. Entre los/as colegas que se encuentran preocupados/as por el impacto en la crianza de los/as niños/as concebidos/as en ese marco deseante hay quienes ubican su inquietud en que estos/as chicos presenten patología mental, por haber sido concebidos en una pareja que reniega “la diferencia sexual” y otros, porque entre estos niños/as habrá mas homosexuales que en los concebidos en parejas hetero. Y hay algunos/as colegas que hablan del “mal menor” con respecto a la adopción de chicos/as mas grandes bajo la reflexión que “mejor en ese marco que institucionalizados/as”. Veamos algunas particularidades que hemos observado, más allá de los rasgos comunes, que se presentan según la pareja este conformada por mujeres o varones.
C. Deseo de hijo solo/a.
D. Reasignación de sexo: En torno a esta problemática existen diferencias que no solo se pueden considerar posiciones en el debate, sino que también incluye quien formula el problema y con que fin.
Desde los propios sujetos, los/as mismos/as se definen como trans (cuando a nivel identitario y de forma de vida pasan de un género a otro diferente de su sexo biológico) o intersex (cuando los caracteres sexuales no están tan definidos.
Desde la psiquiatría norteamericana se la considera como trastornos o disforia de género. Diagnóstico a partir de cual se obtiene la autorización para la cirugía de reasignación de sexo que permite la reasignación de identidad de género legal (mediante una homologación de tener ciertos genitales con la identidad de género). Lo cual ha sido replicado como modelo en nuestro país.
Desde algunas personas que se están planteando la posibilidad de esa operación se escucha la siguiente reflexión: “quiero tener en los documentos la foto y el nombre que corresponde con mi imagen, que es quien soy yo”.
La primera reflexión es que mas allá de todos aquellos que plantean que la pregunta por la propia identidad ha pasado de moda y que es un puro espejismo, vemos como en el mismo momento histórico hay quienes están dispuestos a operarse sus órganos de placer sexual en torno a una “adecuación” entre genitales e identidad de género.
También están quienes se oponen a estas operaciones señalando precisamente que es un precio que no desean pagar por la normativización y plantean su derecho a vivir y ser reconocidos/as en su identidad sexual y de género sin operaciones.
Al respecto hubo un caso el año pasado (Tania Luna) que pidió la reasignación legal de su identidad de género sin necesidad de operarse. Alegando su derecho a la identidad. Ubicando su feminidad en la identidad y no en la genitalidad. Lo logró, en parte posiblemente por pertenecer a un nivel socio cultural medio y tener una hermana abogada. Lo cual plantea un interesante antecedente.
Algunos especialistas locales[11], llaman la atención acerca de considerar a las cirugías de reasignación de sexo como un modo de adaptación a lo hegemónico disciplinador de los cuerpos. Basan esta posición en el hecho de que muchas veces el cuerpo operado pierde la posibilidad de placer con lo que tiene y adquiere una cavidad o una prótesis (según sea el caso) sin posibilidad orgásmica. Lo cual no es un tema menor, ya que por ejemplo en el caso de la construcción de una cavidad vaginal, esta estaría la servicio de una función penetrativa, como una restauración de la “pasividad erótica femenina”, que el primer psicoanálisis señalaba como necesaria para adquirir la madurez en la feminidad con el pasaje de zona de goce con lo cual se accedería a la normalidad. Supuesto que en la actualidad en la mayoría es considerado como un “disparate de época”.
En este sentido, es interesante de destacar como en la película “XXY”, sobre una adolescente intesex se plantea la decisión de los padres de no operar en la infancia. Propuesta que coincide con lo que plantean los militantes intersex en la actualidad. En el caso de la película, deviene en una adolescente con identidad de género femenina, con formas de la pulsión de la sexuación ligada al empuje de su genital masculino y elección de compañero erótico heterosexual según la identidad de género y homosexual de acuerdo al genital. Con lo cual las categorías estallan y nos hacen mas pensar en lo que Beatriz Preciado caracteriza como “multitudes queer” (Preciado, 2003).
En síntesis, tenemos que estar advertidos/as de que una disciplina (o campo) como el psicoanálisis que fue pionera en dislocar la relación entre psicosexualidad y biología no reenvíe a anudar nuevamente sexualidad y biología repitiendo los esquemas mas homófobos de la práctica psiquiátrica (Sanz, 2004).
Ya que podemos estar siendo parte, sin quererlo, del pensamiento y práctica conservadora, que psicopatolgiza per se, toda sexualidad por fuera de lo heteronormativo.
Podemos ser parte sin quererlo, de los grupos que prometen curar: la homosexualidad, la bisexualidad, la transexualidad y lo trangénero y el travestismo.
Quizás sea mas honesto, tomando como modelo para pensar lo que señale antes con respecto al feminismo, admitir que en la actualidad tenemos fraguadas nuestras herramientas y conceptos para ayudar con el padecimiento humano, pero desde una perspectiva heteronormativa con una naturalización del sexo y una escencialización del género.
Sabemos por lo tanto muy poco acerca de cómo diagnosticar para desligar los aspectos de producción de subjetividad, de los psicopatológicos para el campo de las prácticas de la diversidad sexual. Y ese es parte de nuestro desafío actual.
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Notas
[1] Dra. en Psicología (UBA). Psicoanalista y Especialista en Salud Pública. Profesora Adjunta Introducción a los Estudios de Género, Facultad de Psicología UBA
[2] Especialmente de las colegas Magdalena Etchegaray y Marina Rizzani.
[3] Al respecto hay muchísimas discusiones. Si hay algo nuevo en las prácticas en si o si lo nuevo es la visibilidad y la búsqueda de legitimación social. Entre las cuales podemos ubicar la existencia de las marchas del orgullo gay y los desarrollos teóricos de los Estudios Queer. Los cuales se relacionan con los Estudios de Género, a la vez que los critican por hallarlos “demasiado heteronormativos”.
[4] Ver “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos” (Freud, 1925).
[5] Solo por citar algunos: Michel Tort, Silvia Tubert, Sergio Rodriguez- Ricardo Estacolchic, Ernesto Sinatra, Silvia Bleichmar, Juan Carlos Volnovich, Mabel Burin e Irene Meler.
[6] Como se observará, esta aseveración, es al menos controversial y forma parte de los desarrollos feministas que articulan con la escuela lacaniana de psicoanálisis. Desde mi perspectiva, aquí podemos ubicar precisamente uno de los desarrollos que necesitan mayor trabajo y debate para que no nos encontremos encorsetados/as en conceptos fraguados en el marco del paradigma heteronormativo a la hora de pensar los desafíos que la diversidad sexual le plantea al psicoanálisis. Pues, como destacamos, algunos desarrollos que nos permiten pensar las prácticas heterosexuales, podrían estar obstaculizando el pensar lo diverso, sin patologizarlo. ¿Cómo pensar las prácticas que exceden lo “normado”? ¿Y cómo ir pensando las nuevas prácticas y modos deseantes que vayan constituyéndose a medida de que el mundo deje de ser “tan rosa y celeste”?
[7] Como ejemplo, refiero el título de una serie de seminarios de una institución psicoanalítica de nuestro medio: “La diferencia sexual en tiempos de perversión generalizada” (sic).
[8] Es revelador de esta forma de pensar como esta idea se filtra en el debate actual acerca de la visualización de la alta incidencia de abuso sexual en la iglesia. En este caso El Papa plantea como una d de las soluciones la incorporación de psicólogos para la detección de candidatos homosexuales. No examinando, como lo plantean algunos sacerdotes más de avanzada, el impacto del dispositivo de celibato y de la educación de niños/as en manos de estos célibes en la proliferación de este tipo de prácticas.
[9] Véase los casos de los famosos Ricky Martin y Ricardo Fort.
[10] Hay un caso paradigmático que vale la pena destacar en el análisis que apareció profusamente en los medios de comunicación. El de un cordobés residente en España de aproximadamente 40 años sacó un aviso en Internet buscando un alquiler de vientre de una mujer argentina. Una mujer más joven y pobre que él aceptó y fue elegida con dicho fin. Refieren que al conocerse se “enamoraron” y decidieron tener el hijo en pareja. En la actualidad, dos años después, se separaron. Ella quedó en España sin papeles, el dice que ella es una “mala madre” por razones de “juventud” y además carece de recursos económicos y legales para criar al niño. Por lo cual se arroga el derecho de que la crianza y tenencia la realice él. Una primera reflexión sobre la situación nos ubica en que tenemos que creerle a alguien cuando dice que quiere tener un hijo solo/a mas allá del ropaje que esta situación asuma. Denegarlo en aras del altar del amor romántico nos inhibe de visualizar los efectos que estas elecciones tendrán con posteridad.
[11] Entre los/as cuales mencionamos a Diana Mafia y Mauro Cabral