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La familia en-red-ada 1

 

 

Elena se encuentra frente a la caja haciendo el pago de la tarjeta, disgustada por la deuda que queda pendiente. Gastos generosos de fin de año y el receso del verano a la vista; se pregunta cómo enfrentarán el próximo pago.

Suena el celular, su hija, Gabriela la de quince. Registra la llamada pero no la atiende, termina el trámite y sale rápidamente del banco, para responderle.

El negocio de venta y reparación de sistemas de alarma, y la vivienda de la familia están unidas. Después de dos robos en el barrio, en el curso del año, reforzaron las medidas de seguridad. Ellos no son de los que “en casa de herrero cuchillo de palo”, entonces extendieron el sistema de alarmas y los respectivos censores y detectores a todos los ambientes de negocio y casa.

Gabriela traía desde la escuela a su hermanita y antes de abrir la puerta de casa escuchó algunos ruidos que provenían, a su criterio, del interior, si bien no sonaba la alarma. El negocio había cerrado, no debería haber nadie en el interior. El padre había viajado por dos días. Situación dudosa.

Los cuatro, padres e hijas, cuentan con celulares conectados en red. Sistema ponderado por el alto uso posible a un costo conveniente. La consigna adoptada en la familia para cuando uno de ellos entra en la casa, es conectarse con otro por celular e irle describiendo el recorrido paso por paso y las observaciones y escuchas que le surgen. Del otro lado de la línea quien escucha está preparado para llamar a la policía, en caso de riesgo de robo o irregularidades sospechosas.

Entre Gabriela, su hermanita y la mamá cumplieron el recorrido y el control telefónico. Otro detalle, un celular más que Elena reservaba en su cartera, sirvió para que desde el primer instante tuviese marcado el número de la policía (novecientos once), para no demorar el llamado en caso de necesidad.

El clima de suspenso fue creciendo, paso a paso, habitación tras habitación. Las niñas describían unos golpes cada vez más agudos, que llegaban del fondo. Elena despachó la llamada a la policía, inmediatamente irían al domicilio.

Cuando las niñas llegaron a la cocina, descubrieron que el gato estaba lidiando a golpes con unos papeles metálicos que había encontrado, aburrido de su encierro. Se habían olvidado de dejarlo en el patio del fondo, que es su espacio de juego durante el día. Ruidos inocentes y escuchas muy sensibles.

La policía llegó antes. Sirena, timbres insistentes, corridas de las hermanas, la mayor a los gritos y la menor gimiendo. Elena desesperada, porque ya no se mantenía la conexión telefónica.

Cuando llegó a casa, en unos quince minutos, ya se había retirado la policía. Las niñas se habían avalanzado hacia la heladera, allí estaba su gaseosa preferida, Elena las encontró sorbiéndola con desesperación. Las llenó de besos y abrazos, así empezó a aflojar la tensión.

Casi de inmediato, se puso a pensar cómo asegurar que de ninguna manera se corte la conexión telefónica dentro del próximo operativo.

Susana Ragatke

susana.ragatke [at] topia.com.ar

 

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Articulo publicado en
Octubre / 2009