El colorado Norma B. López
Tiene el pelo ensortijado, pelirrojo y la cara salpicada, como si gotas de chocolate travieso, se le hubiesen prendido de las mejillas y la pequeña nariz.
Bajito, morrudo, no tiene más de ocho años el Colorado, pero la mirada, las manitos ajadas, lastimadas, su andar cansado, sin sueños, le dan la apariencia de un hombre mayor.
Es como una sombra entre las sombras del atardecer, mientras arrastra un desvencijado changuito, forrado con una tela color azafrán, acompañando a su familia por el empedrado de las calles de San Pedro Telmo.
El padre delgado, gastado y aparentando más años de los que posiblemente tiene, arrastra sudoroso un enorme carro del que asoman unas sillas, un colchón con el forro roto y sospechosas manchas, cartones y todo aquello que cual si fuese un tesoro, ha ido recogiendo a lo largo del recorrido.
La madre callada, con el vientre hinchado de siete lunas, carga dos bolsas que contienen ropa y comida, mientras su hija menor, duerme entre los objetos que contiene el carretón.
Mezclado entre los turistas que asombrados miran los viejos edificios coloniales, y se agrupan en torno de las antigüedades exhibidas por doquier, el Colorado y su familia, como un souvenir más, es fotografiado por cámaras indiscretas, que violan su pobreza, el pudor de los que menos tienen.
Y así avanza revolviendo la basura ajena, que en bolsas negras, lo esperan formando fila en la vereda. Y entre botellas, cartones, residuos de comida, trapos viejos, fotos rotas, fragmentos de cartas, fluidos, va armando historias extrañas y la suya propia sin saberlo.
Un perro de juguete con cuerpo de trapo, es descubierto asomando su hocico entre envases de yogures frutados, y el Colorado rápido lo aprieta junto a su pecho, como uniendo soledades, ilusiones traspapeladas.
San Telmo va quedando atrás y la escena se sigue repitiendo cuadra tras cuadra, en silencio, con las manos que cada vez se le ponen más sucias, con la piel raspada por latas traidoras que lo atacan sin piedad, camufladas entre envases de cartón y pañales descartables.
No hay quejas, ni llanto. El Colorado sigue adelante con sus escasos ocho años, creándose una historia desde el descarte de lo ajeno, desde la indiferencia o el enojo de algunos, desde el dolor y la impotencia de otros.
Es tarde, noche.
Agotado se acuesta en su casilla, sobre ese colchón que su papá celosamente ha traído para él. El sueño lo envuelve. Llega su caballito de trapo para llevarlo lejos, con un trote ligero lleno de ilusiones, lo aleja del olor a la basura, del humo que le hace lagrimear los ojos y de la vida, armada con requechos.