A partir del revelado de una foto tomada con mi modesta y fiel cámara, que me acompaña en mis viajes, surgió una revelación sorprendente
Hace muchos años, en los comienzos del 1972, en la cautivante provincia de La Rioja, tuve una repentina visión conmovedora.
Esto ocurrió cuando regresábamos hacia la ciudad, a media tarde, después de visitar el Valle de la Luna, recorrido que atravesaba un panorama desértico con espinillos secos e inclinados por los vientos.
Ante tanta desolación buscaba con la mirada detalles diferentes. Y apareció a la vera de la angosta ruta un conjunto de seis ó siete cruces de madera , algunos ramilletes de flores rojas de plástico oscurecidas por el polvo, y detrás de ellas una estructura tubular, oxidada, de unos dos metros de altura apenas alejada del camino.
Buscando vida nos topamos con un cementerio . Pensamos en el saldo de un accidente en la ruta, pero no, el conductor de la excursión nos conectó con otra realidad de la provincia y los hechos que generaron este cementerio.
En esos terrenos había riqueza mineral que sigue existiendo por supuesto, riqueza cubierta de pobreza. Y hacía unos años, en una etapa de extracción de uranio, explotada por una empresa extranjera, fueron enfermando la mayoría de los trabajadores. Enfermaron de leucemia por la radiactividad recibida, ellos trabajaban sin protección alguna. Eran nativos, de la provincia, en las inmediaciones se había desarrollado un poblado pequeño donde pernoctaban. Murieron varios, otros se alejaron y el poblado desapareció. No se encontraron datos de ninguna intervención de instituciones de la provincia que denunciaran las condiciones en que fueron explotados estos trabajadores.
Fue un verdadero genocidio.
Este modesto cementerio es el recuerdo y testimonio que plantaron los familiares y vecinos, antes de retirarse.
Bajamos del vehículo acongojados, en esa actitud respetuosa que inspiran las tumbas, ante las que permanecimos unos minutos. Al retirarnos me llevé una foto en mi cámara y el sonido más intenso del viento del atardecer, en mis oídos.
El viaje continuó en silencio, no cabía esperar información alguna que explique esta masacre.
Al entrar en la ciudad, con sus luces y sonidos nos animamos un poco.
Yo opté por tomar algunas fotografías más, estando en la plaza central rodeada de los grandes edificios históricos, ya que se aproximaba el final de mi visita a la provincia.
Al revelar este rollo días después, apareció una foto confusa de descifrarla. Era una composición surrealista, entre la luz del día y de la noche. Era una realidad o una fantasía mía? Dudé sobre mi apreciación. Busqué otra opinión. Confirmamos con mis compañeras de viaje que había captado el cementerio de la ruta y la cúpula de la catedral de La Rioja, superpuestas y entrecruzadas.
Cruces precarias, deslucidas, a ras del suelo polvoriento y una cruz ostentosa sostenida por por la cúpula de una catedral magnífica
Imágenes que dijeron más que muchas palabras.
La modesta cámara de fotos, como en un acto mágico de extensión de interrogantes, quizá denunció el silencio cómplice de los poderosos.
fin
Susana Ragatke
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