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Carmela y Carmelo

 

Carmelo hace años está enamorado de Carmela, ella le parece atractiva, seductora, apetecible, suele decir en un lenguaje llano, sencillo y barrial. Ella, es un tipo de mujer que lo seduce y erotiza: un poco arisca, seria y formal en el contacto social. El sueño del pibe -suele decir Carmelo- y agrega eufórico: ¡la mina que se saca los anteojos, se suelta el pelo y te hace descubrir un mundo maravilloso!

Carmela, efectivamente, es recatada y pudorosa, tiene un toque obsesivo, que muchos de sus hombres confundieron con histeria. Nada de eso, son dudas recurrentes, sus circularidades del deseo, el instante del suspenso que la envuelve por momentos y la deja, allí, flotando, etérea no por la histeria sino por la duda y sus condimentos. Tanto es así que Carmela tardó años en decidirse por Carmelo. Mientras él la cortejaba con insistencia ella dudaba de su presencia, de su posición económica, de su extracción de clase, en fin dudaba porque no podía hacer otra cosa que dudar. Como todo buen (o buena, en este caso), obsesivo una vez que aceptó, que atravesó el mar de la duda y dijo sí se dedicó de lleno a amarlo.

Claro que las condiciones de sus recurrentes obsesiones ponían palos a la rueda del erotismo. Carmela no lo decía pero sólo podía hacer el amor en su casa o en hoteles alojamientos fastuosos, mirando o escuchando películas pornográficas. Carmela necesitaba comer una rica torta de lemon pie o de cheese con frutillas, si la relación la había hecho gozar mucho.

Carmelo, por su parte, necesitaba que ella le contara historias de amor y sexo, donde Carmela fuera la protagonista y sus partenaires los otros hombres que había conocido. Mientras estas cosas ocurrían la cama los unía fuertemente. A veces ocurrían traspiés, dificultades, por ejemplo, que Carmelo no se metiera en la cama todo lo limpio y bañado que Carmela quería. O que algún ajo hubiera hecho de las suyas en el aliento de Carmelo. Como el premio era siempre mayor a la renuncia, Carmelo aprendió que el ajo debía ser olvidado, que la ducha y el perfume antes de dormir abría enormes apetitos sexuales en Carmela.

Las desgracias mayores del erotismo ocurrían cuando la obsesividad de Carmela caían como un rayo en el lecho conyugal. Por ejemplo Carmela exigía, para tener relaciones sexuales los días de su menstruación, que Carmelo usara preservativo, algo infrecuente entre ellos, pero no siempre esto aparecía como un aspecto más de la relación sexual, a veces Carmela con urgencias sexuales de varios días y desde la puerta decía: -hoy usamos un forro- luego cerraba la puerta y se introducía en la cama. Claro que Carmelo escuchaba desde su infancia y sus terrores, por consiguiente recordaba las torturas infantiles que le habían producido las distintas maestras que abrían la puerta del aula y decían severas: “¡Alumnos, sacan una hoja!” Allí el deseo de Carmela quedaba frustro, él no podía tener relaciones así. Carmelo veía aparecer todas las figuras castratorias de su historia y trataba de huir de la cama, por suerte pocas veces ocurría esto.

Lo habitual era que ella, Carmela, se soltara como la heroína de las mil y una noches y fuera una descontrolada y apasionada mujer. El despertado por esos fragores no se quedaba atrás en propuestas y entusiasmo. Lo interesante del asunto es que una vez terminados los devaneos amorosos, ambos volvían rápidamente a sus territorios, él se separaba de ella creyendo que ella no soportaba más tiempo con él arriba, giraba sobre sí y casi inmediatamente se dormía roncando, Carmela, por el contrario, necesitaba urgentemente lavarse y revisar si en la cama habían quedado restos o secuelas de la relación amorosa. Una vez confirmado y quitada toda posible prueba o indicio de la misma, se calzaba los anteojos y leía algún tratado hasta altas horas de la noche.

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Articulo publicado en
Septiembre / 2009