Es necesario reconocer que nosotros estamos muy disminuidos por causa de los jaguares. En casa, en la calle Blomet, hay jaguares en todos los rincones. No parece, porque rara vez los vemos pues es precisamente su forma de estar allí e infiltrarse. Créame, a la mañana los encuentra hasta en la manteca
Julio Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos
En este contexto de confinamiento y de temor en relación al coronavirus, con una hermosa insolencia, el humor abunda en las redes sociales o incluso en la vida social ordinaria. Se intercambian bromas, las frases ingeniosas tienen gran éxito, se filma a la familia en situaciones hilarantes. Por las redes sociales o entre amigos se mandan videos humorísticos, historias divertidas traen a escena el virus o las restricciones del aislamiento, los conflictos que nacen de la promiscuidad o de la imposibilidad de tener un lugar para uno. En este momento singular donde están suspendidas la mayor parte de las actividades sociales, prohibidas las relaciones familiares o de vecindad, e incluso los desplazamientos propios de los paseos, la risa es aquello de lo que no se puede ser despojado. Es una réplica mordaz y alegre a la virulencia de la situación. Es un escape fuera de la angustia, un rechazo a ver que nuestra conducta esté dictada por circunstancias externas. Tomar del confinamiento y de las amenazas del coronavirus la parte de la risa es afirmarse en la vida. Es un “déjame reír” opuesto a la gravedad de las circunstancias. El sentido del humor manifiesta una negativa a ponerse en víctima, opone resistencia a la situación. Recuerda la solidaridad, la connivencia que une al grupo contra la adversidad o la fuerza interior de un individuo que no se deja abatir. Mantiene las cosas a raya. Rechaza cualquier resignación y sostiene una actitud de desafío. Por un instante se libera el cerrojo y nos aflojamos para recuperar el aliento. Lo que era doloroso finalmente se vuelve una fuente de placer. En todo caso es un consuelo.
Tomar del confinamiento y de las amenazas del coronavirus la parte de la
risa es afirmarse en la vida. Es un “déjame reír” opuesto a la gravedad de
las circunstancias.
La risa autoriza una toma de control simbólica sobre el evento. Quiebra la propensión del coronavirus para imponer su punto de vista, se burla de eso, aunque no cambie necesariamente el curso de los hechos, por lo menos modifica la mirada. Cambia la significación para volverlo tolerable. Enseña a mantenerlo a raya. Sobre todo, restituye la iniciativa al individuo. Protege a quienes no tienen otros recursos. De este modo redefine la relación con la situación. Recuerda la posibilidad de otro mundo. Ya no es el virus el que dicta cómo comportarse en la vida cotidiana, nos burlamos de su gravedad para desactivar su arrogancia. El humor es una parodia contra la violencia inherente a la situación, una herramienta para recuperar el lugar en el lazo social. Reír juntos restaura una complicidad que rompe por un instante el aislamiento al que estamos asignados. Recuerda la solidaridad en común frente a las amenazas y a los inconvenientes del confinamiento. Afirma simultáneamente la alegría de estar todavía vivos. Burlarse de circunstancias, que en principio se perciben como difíciles o peligrosas, contribuye a no tomarlas tan en serio, a no dejarse atrapar por su apariencia. Freud lo dijo a su manera: “Mira, aquí está entonces el mundo que se ve tan peligroso. Un juego de niños, así que lo mejor es bromear”[1]. Se trata de ponerse a pensar, de abrir capas inesperadas de significaciones para no ver el evento desde un solo ángulo. Es una templanza frente a las puntas demasiado erizadas de lo real, muestra el asombro porque las cosas sean de esta manera y no de otra y por lo tanto no se engaña sobre su pretensión de querer imponer su punto de vista.
El humor es una parodia contra la violencia inherente a la situación, una
herramienta para recuperar el lugar en el lazo social.
Por supuesto, en este momento el humor encarna una leve cortesía de la desesperanza, una elegancia ante los golpes del azar. Se brinda como un antídoto frente a la muerte o la angustia. El humor, como una cortesía de la desesperación y la preservación, es el arma de los pobres cuya energía entera se destina a la invención de rasgos humorísticos, no para reír, sino para no ser destruidos, es “la armada blanca de los hombres desarmados”.[2] La risa es una transmutación alquímica de la fragilidad o del horror vigente, lo libera del sentido y vuelve a la situación menos opaca. El júbilo se sostiene, según Freud, “en el triunfo del narcisismo, en la invulnerabilidad del yo que se afirma victoriosamente”[3]. Cuando el yo integra en su orden de significación un posible inconveniente, erosiona las puntas aceradas y lo convierte en victoria. El humor es un remedio contra la resignación, un último desafío, una manera de mantener la frente alta. Penetra en la angustia para desactivar su virulencia, la despoja de los aspectos mortíferos. Se esfuerza en mantener la dignidad personal cuando las condiciones sociales pretenden burlarse de ella. La autocrítica es el arma de los desposeídos que no tienen otros medios simbólicos de hacerse escuchar. El sentido del humor es entonces una parodia de la adversidad, una negativa a hundirse en la tristeza o la lamentación, transforma la amargura en placer, y nos reímos de él para mantenerlo a distancia. El individuo no se deja alcanzar por las puntas venenosas. Se ríe de sí mismo para testimoniar que apenas lo toma en serio y que todavía no está abatido por las circunstancias. Las explosiones de risa son explosiones de vida. Lejos de estar marcada por un intento de desestabilización, la risa hace un desvío hacia una ocasión de autoafirmación.
El humor, como una cortesía de la desesperación y la preservación, es el arma de los pobres cuya energía entera se destina a la invención de rasgos humorísticos, no para reír, sino para no ser destruidos, es “la armada blanca de los hombres desarmados”.
Conocemos esas formas del humor propias de ciertas categorías profesionales: el humor de los estudiantes de medicina, el de los que trabajan en las morgues, etc. Envuelven y desactivan los temores inherentes a una profesión o en este caso, a una situación generalizada. Para los cuidadores que en este momento reciben incontables pacientes en los servicios de urgencia, un stock de chistes prefabricados o captados en vivo, disipa las tensiones, aleja la confusión o lo intolerable. Las historias mórbidas con connotación humorística vienen a desarmar el filo de las situaciones apelando a la banalidad de la crueldad o del horror para quienes están confrontados cotidianamente a ellos. El humor es un arma para aguantar el golpe y purificar los eventos macabros u horribles de su potencial poder espantoso burlándose y así obligar al diablo a volver a su botella. Es una goma que borra la dureza de las circunstancias y alberga un segundo aliento. Protege contra el desconcierto y el temor, última elegancia del sentido para no ceder a la gravedad del evento y mantener la conciencia despierta. Contraría lo trágico de la existencia.
En el contexto del confinamiento, para muchas familias o parejas con dificultades para soportarse a lo largo del día, la risa o los toques de humor son técnicas para reubicarse frente a una situación difícil. Esas salidas incluso desactivan las peores situaciones. La risa es un disolvente de la agresividad, rompe la gravedad aparente de la situación pretendiendo que no hay que tomársela en serio. Da un momento de distancia crítica. La risa se opone a la violencia como una forma inesperada de desarmar al adversario poniendo las risas de su lado. También es una forma de protección, un intento de salvar la piel o de escapar al desprecio. Ritualiza los anudamientos de la relación social. Relaja la atmósfera, generando un clima tranquilo, quien lanza una palabra ingeniosa o una réplica chistosa en un contexto conflictivo o amenazante disuelve la gravedad del momento e induce así la marcha atrás para poder retomar la discusión de una forma más calmada. El humor erige un escudo de significado contra el cual choca la virulencia de los eventos o las rispideces de una relación. Se trata de “quedar bien parado” y salir de la cuestión cambiando de personaje, devolviendo así de rebote la violencia contra el agresor que pierde un poco de su soberbia. Crea las condiciones de un pacto de no agresión. La risa o los toques de humor son técnicas para reencuadrarse frente a una situación difícil. Hacer reír a los demás con uno o de uno se vuelve un principio para morigerar o neutralizar su agresividad. Es difícil atacar a un chistoso o a alguien que ríe y se rehúsa a participar del contexto social de la agresividad, que no juega el juego y parece vivir en otro mundo social. Esta risa que desarma ablanda la situación y a veces lleva al otro a reírse a su vez. Lejos de ser un signo de debilidad, transmite una fuerza interior, una igualdad de espíritu frente a la adversidad y la conciencia aguda de la relatividad de las cosas.
Si bien el estallido de las risas no mata el coronavirus, contribuye a su
manera a aligerar el fardo.
Este humor ocasional específico del coronavirus rara vez es carcajada, en ese sentido está más cerca de la sonrisa. La línea humorística revela una característica inesperada de la realidad por medio de un desvío, dice las cosas guiñando un ojo, con un tenue velo porque no podría traducirlas de otra manera. Toma al mundo en diagonal y revela las disposiciones ocultas o las posibilidades futuras. Nada en ese momento es tan grave como para que, a pesar de todo, la risa pueda desarmar el filo de la cuestión. Ejercicio de lucidez, desmantela el orden significante del mundo, levanta la máscara y afirma que las cosas no son tan serias como parecen.
El humor es un ejercicio de atención, una intención de poner en duda la crisis sanitaria y los peligros que no son exactamente lo que pretenden ser. Devela lo no dicho, la formulación improbable de una verdad o de un juicio bajo una máscara más, de manera reconocible. La risa aporta una palabra que de otro modo sería imposible. Si bien el estallido de las risas no mata el coronavirus, contribuye a su manera a aligerar el fardo. Restablece siempre una forma elemental de contacto, es aglutinante. Recuerda que no estamos ni solos ni desprovistos frente a los peligros ambientales. Aun siendo frágil, restaura el vínculo social amenazado. Da testimonio de la lucidez de ser uno mismo y de no poder tomarse completamente en serio.
David Le Breton
Profesor de Sociología de la Universidad de Estrasburgo. Miembro del Instituto Universitario de Francia. Autor de Rire. Une anthropologie du rieur (Métailié). En español, entre otros: Desaparecer de Sí. Una tentación contemporánea (Siruela); El cuerpo herido. Identidades estalladas contemporáneas (Topía). Conductas de riesgo. De los juegos de la muerte a los juegos de vivir (Topía). Rostros. Ensayo de antropología (Letra Viva). El sabor del mundo. Una antropología de los sentidos (Nueva Visión). La piel y la marca. Acerca de las autolesiones (Topía).
Traducción: Carlos Trosman
Notas: