Enrique Pichón Rivière era transgresor, espontáneo, paradojal, él señalaba los absurdos, rompía los clichés, incluía lo dramático en sus análisis de la realidad.
Por el contrario, el pensamiento que hoy circula de Pichón, es un Pichón formal, de frases ortodoxas, con clichés razonables, reaseguradores, su pensamiento perdió lo desconcertante, aquello que abre una perspectiva nueva, esa temática dramática que extraía de lo que estaba sucediendo y nos angustiaba en ese momento.
Tomando esto como un hecho, decimos: por algo será.
Pichón era el escándalo, era el que contradecía a todos, como en el cuento del emperador y su maravilloso traje invisible que no era visto por quienes eran bastardos. Pichón pateaba el tablero y decía: "el emperador está desnudo" (seguro hubiera dicho "en bolas"). En esta época todos ven el traje invisible, pero además lo describen con las mismas palabras, todos ven los mismos dibujos en el traje, para no quedar excluidos del festival del engaño.
Este momento histórico necesitó reprimir al Pichón‑Heavy y sustituirlo con un Pichón Light. Porque Enrique era como el Fernet (que también tomaba), al que hay que echarle soda porque es muy fuerte, pero si nos pasamos con la soda, ya no es más Fernet (es como una Coca ‑ Cola).
Estamos demasiado asustados en esta crisis que desestructura la realidad, no nos conviene mirar los abismos, lo profundo de la existencia, especialmente el tema de la muerte (paradigma de lo negado en el post modernismo), tema que al elaborar, se logra el verdadero sentido de estar vivo.
Tal vez en este momento social sea realmente funcional (sintomáticamente) reprimir todo pensamiento develador y por lo tanto, desconcertante. Tal vez al vernos hundidos hasta el cuello en este mar de mentiras, injusticia, violencia y corrupción, estemos tentados a decir la frase histórica... "no hagan olas" y por lo tanto tendría justificación piadosa convertir el pensamiento de Enrique en una papilla light posmoderna.
Pero ojo, una cosa es tapar algo durante la tormenta y otra es negar que negamos (los lacanianos dirían forcluir). Debemos concientizar que lo reprimimos, podemos darnos una tregua y jugar a las palabras inofensivas, para negar lo que nos rodea, pero debemos recordar que estamos "stand‑by", que nos da miedo revolver lo profundo porque hay tormenta. Pensar paradojalmente (Enrique decía a menudo: che... qué “parajoda”…) desafiar lo aceptado, las verdades tranquilizadoras, sería en este momento de apagón cultural, como "cambiar de caballo en la mitad del río", no conviene. Tal vez el consejo del general Perón “desensillar hasta que aclare”.
El uso del pensamiento académico, reasegurador, formado por frases clichés, es útil. Toda cultura desarrolla las verdades ortodoxas, con explicaciones y frases ya hechas, sólo es necesario elegirlas para hacer una clase o un artículo sobre cualquier tema (sin partir de la temida realidad). Todo esquema estabilizador permite controlar el continuo cambio del mundo real, el carácter caótico del devenir, pero empobrece la verdad. Pero tampoco conviene exagerar la estabilidad del pensamiento, pues recordemos que la vida es fundamentalmente transformación.
La creación lleva al desconcierto y Pichón era desconcertante, inesperado, con un humor irónico y tierno que hacía tambalear nuestras seguridades. Pero en este momento de descomposición social, lo absurdo, lo paradojal, está instituido como la norma. Esta que estamos viviendo, sufriendo, es una paradoja siniestra, no esclarecedora; el corrupto dice que hay que combatir la corrupción, los policías roban, la víctima es culpable y el que denuncia esto, es un delincuente. Lo que ocurre es definido por el poder como lo contrario (“la pobreza ha disminuido”, “garantizamos la paz”, y vendemos armas); de modo que son los mensajes esquizofrenizantes (descriptos por los sistémicos) porque es una paradoja que se niega, no como la de Pichón que mostraba la contradicción y la paradoja servía para el esclarecimiento.
Pichón acentuaba lo absurdo, para que lo absurdo quede develado y se pueda, luego, resolver. Además le gustaba el escándalo, tenía algo de duende jodón, su humor era encantador. Su pensamiento era estético, tenía raíces en el movimiento surrealista que trastocó el arte académico de la época.
Pichón era molesto para el poder, por eso lo echaron del manicomio y de la propia APA, (Asociación Psicoanalítica Argentina) que él había fundado, cuando los llamó "cafishios de la angustia".
Pichón te abría la cabeza, en realidad te la "partía en pedazos", para que vos luego armes tu rompecabezas con una nueva figura. Te hablaba de lo dramático en el sentido de llorar y reír, lo dramático como lo comprometido con la vida. Era muy seductor dando clases, era imposible aburrirse. El hacía referencia al aquí y ahora que estaba sucediendo, y usaba, desde un lenguaje sofisticado, hasta el lunfardo más rantifuso. Sentías que con la ciencia que él te explicaba, entendías tu vida.
Era travieso (Winnicottiano), proponía el juego como modo de aprendizaje. Parecía viajar por las edades, a veces tenía su edad, y otras veces parecía de seis años y se permitía travesuras; a veces tenía ochenta y seis y hablaba de la muerte.
Manejaba la espontaneidad en todos los órdenes, daba sorpresas. Todo desde un impecable y rigurosísimo método científico y un develador análisis de la realidad. Juntaba la ciencia y el arte, era el Pichón razonable, terapeuta organizador del caos.
Muy estudioso, profundo investigador, leía y conocía todas las corrientes. Su casa era un caos de libros. Tenía interés por todo, Pintura, Ecología, Cibernética, el pensamiento filosófico. Tenía una gran cultura literaria y artística, de una formación universal como he conocido pocos.
También podía ser un finísimo profesor francés (Ginebrino), un exquisito psicoanalista, y a la vez podía estar cómodo con un grupo de vagos en una cantina atorranta. Contenía todo lo humano.
Después de su muerte sentí que, para mí, no había más maestros. En su relación conmigo está presente ese estilo amoroso ‑irónico ‑ jodón; recuerdo que me decía, "vos sos mi hijo putativo" (y me dejaba pensando sobre las ventajas de la "putatividad maternal").
Para terminar este artículo (seguro que polémico), diremos que en esta época de desconcierto y confusión aceptamos sin culpa usar un Pichón‑light. El otro está reprimido, igual que otras cosas, como lo solidario, lo ético y el sentimiento de justicia social, pero recordemos que existe el otro Pichón y que cuando este país reencuentre su proyecto de destino y salgamos del pozo, vamos a necesitar en la psicoterapia, en la socioterapia, el pensamiento vigoroso, transgresor y creativo de Enrique Pichón Rivière.