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Una posible creación

 

Poiésis es un colectivo autogestionado y autoconvocado, que trabaja en pos de la defensa de la salud mental comunitaria y en contra de las logicas manicomiales que gobiernan el espacio intra y extra muros. Realiza distintas actividades en la ciudad de La Plata, que tienden a fomentar la defensa de los derechos de las personas con padecimiento mental y la transformación de las prácticas vigentes en salud, para que éstas seas inclusivas, democráticas y horizontales, basadas en los principios de los derechos humanos.

El momento actual exige, en principio, una reflexión. Se respira un aire viciado. No está claro aún, pero las aguas se están agitando, lo podemos sentir. No nos permite mirar para otro costado.

En los últimos años hemos asistido a un proceso de confrontación social, la tan conocida “grieta”, que ha resultado tediosa e incómoda para muchos, mientras que otros la han entendido como el resultado de un proyecto político que conlleva en sus entrañas esta misma división. No hay construcción política sin oposición, dirán. Esta grieta ha sido protagonista de las últimas elecciones: aquellos que estaban cansados de la misma, se han volcado a la alternativa de los globos amarillos y su fingida algarabía. Desde la asunción de este nuevo gobierno, se ha producido una aceleración y radicalización de lo que ya se percibía en el “fin de ciclo” de la gestión anterior: aumento del desempleo (producto de masivos despidos), la baja en el consumo, escalada de precios, una considerable merma en los niveles de productividad, el aumento de la represión por parte de las fuerzas del Estado y la proliferación de políticas económicas que favorecen a las clases dominantes (como lo demuestra la quita de  retenciones al sector agropecuario y minero).

No todo tiempo pasado fue mejor:

El ordenamiento anterior no era muy distinto al actual: la ley nacional de salud mental estaba lejos de su real implementación. Párrafo aparte merece el tiempo que se tomó desde su sanción, en el año 2010, hasta su reglamentación -transcurrieron 3 años-  lo cual demuestra o bien la desidia del Estado en la aplicación de políticas públicas en general, o bien, la improvisación en este tema específico por parte de las autoridades. De una u otra forma, esto resulta inadmisible. Ayer y hoy. Solo basta darse una vuelta por cualquier hospital público, monovalente u hospital general de la provincia de Buenos Aires, para darse cuenta de que la ley lejos estaba de cumplirse: falta de insumos, recurso humano insuficiente, la precarización de los trabajadores, ausencia de servicios de salud mental en los hospitales generales -como la ley indica-, la falta de dispositivos comunitarios para la prevención y atención primaria, las deplorables condiciones edilicias de las instituciones, el cierre de guardias, las innumerables denuncias de vejámenes, torturas y violaciones de los derechos humanos en los monovalentes, por citar sólo algunos ejemplos.

El doble discurso de la gestión anterior, que pregonaba el “estamos haciendo cumplir la ley” cuando la realidad del territorio demostraba que esto era una cabal y vil mentira, y la sinceridad brutal de este nuevo gobierno que apunta a un avasallamiento deliberado de la misma, nos deja a pesar de estas variables, en la misma posición: la de la resistencia. De ahí la importancia de la organización y la lucha. En definitiva, de hacer comunidad, para defender lo conquistado e ir por todo lo que falta, que es mucho. Porque si bien no alcanza sólo con la letra muerta de las leyes, tampoco es sin eso. Se avanza a paso más firme si se tiene un marco simbólico que transforma lo que era legítimo, en algo legal. Lo instituyente del movimiento comunitario subvierte lo hasta ahora instituido, obliga a correrse de la mirada oficial y de los discursos vacíos, para pensar y accionar en el territorio, y no detrás de un escritorio.

Tiempo de búsqueda

En nuestro origen, estuvo el caos, y en el caos la necesidad de unirnos, de encontrarnos, de no sentirnos flotando en el limbo. Angustiados por la incertidumbre, necesitamos gestar algún atisbo de marco, una referencia; más allá de la institución que en acto daba muestra de su inconsistencia, su desmoronamiento. No por falta de amor, sino por falta de cuerpos.

¡¿Sabes lo pesadas que son esas paredes!?

Nos conocimos en un centro de externación, un ameno manicomio, dependiente del Hospital Alejandro Korn, “el romero” La convocatoria para la primera reunión de pasantes, auto convocada, tuvo como asunto conocernos. Reunión que se llevó a cabo por fuera del espacio de la institución, en la misma era una instancia abandonada. El centro venía de mudarse, pasar a otro barrio, a otro edificio, a otro viaje para llegar. Gente que se fue, gente que llegó, un lindo despiste. Ahí nosotros, los ahora Poiésis, en ese momento “pasantes” buscando objetivos de trabajo, buscando un eje, buscando coordinarnos, buscando transversalizar las duras determinaciones institucionales, buscando hacernos eco de un marco legal que propone arrasar con los manicomios, pero primero acompañarnos a encontrar/construir la puerta de salida. Buscando, buscando… Dimos con los que somos ahora, aunque no dejamos de seguir buscando.  Hay veces que hace falta colar mucho el rio para que llegue alguna pepita, otras veces no. Otras veces solo hay que ir, meterse, dar una chance.

Parece que fue hace mucho, estamos hablando del principio de 2015, marzo. En ese mes decidimos irnos; eso lo decimos hoy, en ese momento fue un despido. En resumen, un final. Cuesta hablar de los finales, lo cierto es que duelen y siempre traen la pregunta si podría haber sido de otra forma. Nunca se sabe hasta dónde fue un acierto; pero un convencimiento, una energía conjunta, la seguridad de que nos habíamos encontrado, hizo la decisión y nuestra actualidad como colectivo abocado a la salud mental comunitaria. Poiésis, un invento colectivo.

Los grupos por fuera de ley:

El intentar consistir una existencia por fuera de un marco real o simbólico, es una dificultad que a priori marca el terreno de los colectivos que eligen una modalidad autogestiva. El límite indica lo que se puede hacer y lo que no, lo que queda por fuera. Por esta misma razón, el límite también organiza. El haber formado parte, en el pasado reciente, de una institución, daba una seguridad que se perdió desde el momento en que decidimos armar algo “por fuera”. Salir de los muros, alejarnos de las lógicas institucionales que se imponían, conllevó un desafío: atravesar, angustia y desconcierto mediante, el proceso de transformación de un estado anterior, seguro, a otro por inventar. De ahí la vida que nos dio nombre: Poiesis, término griego que significa “creación”, pasar de un no-ser a un ser. Pero lo que pasamos a ser, no tiene bordes palpables. No funciona como el cuerpo, que contiene y marca el hasta dónde, y el cómo, para que no duela. El agruparse por fuera de la “ley” demanda un enorme poder de creación, donde está todo por hacer, y también por perder. El temor a la inconsistencia, la frecuente incógnita de qué somos, hacia dónde vamos, es una parte constitutiva de los colectivos autogestionados. Y eso obliga a la reflexión o al naufragio. Los grupos que estamos atravesados por esta autonomía creativa tenemos la obligación de pensarnos permanentemente, la praxis nos devuelve una y otra vez al replanteo, a la refundación. Pero eso puede ser caótico también, desordena, hace flaquear. No hay estabilidad, sino un devenir constante. Entender el juego dialéctico de consistencia-inconsistencia, es aprender a convivir con otros, en los márgenes de la ley simbólica. Aquí no existen reglas, ni recetas, no hay una forma de hacer las cosas. Las hay múltiples, todas las que sus miembros se imaginen, inventen, produzcan. Y ese es un marco, por qué no, también simbólico: una suerte de oasis en medio del desierto donde poder respirar. El resultado es que allí se delimita un lugar, un topos, que si bien no es del orden de lo instituido, es un orden al fin, es el orden desordenado que nos pudimos inventar. Y tiembla, se sacude, oscila, para recordarnos que no hay garantías, pero justamente por eso, podemos elegir.

La praxis, una creación constante:

La actualidad, como ya planteamos, nos arroja a un nuevo caos, en el que no podemos escamotear creatividad ni energía para formar una comunidad que contenga, que nos contenga a los que somos y estamos en ella; por eso consideramos que lo curioso, y digno de un exhaustivo análisis, remite a la reacción del corpus social: ¿Cómo recibió este impacto? ¿Qué tipo de asimilación se produce?

Impávidos, sentados frente a la caja boba, por momentos horrorizados, en otros, indignados, hasta que empieza la novela de las nueve. Atontados por la inacción, la escucha pasiva y cómplice, la contemplación desimplicada del descalabro de todo lo que nos rodea. Cual animales domesticados, se observa al adiestrador mientras nos enseña el próximo truco. Para colmo, existe una creencia falaz que alimenta este statu quo: las grandes mesas de debate, donde en teoría se ejercita el pensamiento crítico, detrás del escritorio, o en una mesa de café, creyendo tener  una idea lúcida y comprometida con  la realidad actual. Y en su peor versión, la idea de  que las responsabilidades civiles terminan en una obra de beneficencia, un acto de caridad. Ahí sí, a dormir con la consciencia tranquila. Merecido el cielo y mucho más.

El gran error es pensar que todo lo que está sucediendo es ajeno a cada miembro del corpus. Que no nos toca. Que en todo caso “se lo merece” por chorro, por negro, por ñoqui, o por puta. El lazo social se deteriora ante nosotros, se deshilacha, hasta el límite de romperse. Y ahí estamos de nuevo, pero esta vez de una forma mucho más verdadera, en la grieta. Al borde del abismo. Ese que separa al excluido del que no lo está -aunque esté agarrado con alambres-, al residuo social del reciclable. Y ahí comienza la selección, que de natural tiene poco. La supervivencia no del más fuerte, sino del que mejor se adapta. Es decir, el que más apuntalamientos puede construirse en esta “selva”: tener un trabajo, poseer una casa, tener acceso a la educación y al sistema de salud, hacerse de vínculos afectivos como la  familia y amigos, etc. De ahí que se vuelva vital el encuentro con otros, que se produzca el glorioso acontecimiento de la co-operación. El lazo produce y construye, la comunidad nos salva. Y ésta lleva, implícita o explícitamente, la marca de la lucha. Porque “hacer comunidad” en estos tiempos ya es revolucionario. Es salir de la estoicidad contemplativa, dar por tierra con la indiferencia hacia el otro, volver visible lo invisible. La praxis es la única capaz de transformar la realidad y, de esta forma, nos transformamos nosotros mismos, creando nuevas condiciones de existencia.

En este contexto, nuestra apuesta es el encuentro, ese remanso mutuo. No podemos culpar eternamente a la institución. Ante la desidia y el desdén hacia el prójimo, esas formas de la misantropía, es nuestra responsabilidad civil cuidar, hilvanar, generar, sostener el lazo social. No es tiempo para ser cobardes, hay que tomar las riendas, ser responsables de la sociedad que creamos con cada acción, en cada día.

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Articulo publicado en
Julio / 2016