Evidentemente estamos ante un fin de época.
Un fin de época es, ante todo, una transformación en la manera en que los seres humanos ven el mundo y se sitúan en él.
Las creencias colectivas predominantes en una época son variadas, pero todas se mantienen sobre el supuesto de ciertas creencias y actitudes básicas, que no se ponen en cuestión. Se trata de creencias ontológicas acerca de lo que se considera razonable admitir como existente en el mundo, de supuestos epistémicos, acerca de lo que debe valer como razón para justificar cualquier proposición, de adhesiones valorativas sobre lo que debe considerarse como altamente valioso. Las concepciones religiosas, filosóficas, políticas o artísticas más diversas se contraponen en una misma época, pero esa contraposición no sería posible sin el supuesto de un consenso sobre lo que puede aceptarse como razones y valores válidos. De lo contrario, toda argumentación sería imposible. Ese acuerdo está implícito en cualquier controversia y permanece inexpresado a través de las diversas expresiones de ideas contrapuestas. Las creencias básicas, comunes a una época, determinan la manera como, en un lapso histórico, el mundo se configura ante el ser humano. Un fin de época es, ante todo, una transformación en la manera en que los hombres ven el mundo y se sitúan en él; cuando las creencias básicas y los consensos tienden a desaparecer.
Vivimos en un mundo desconfigurado, un mundo que lo sentimos atravesado por la tragedia y que ha llevado a la sensación de vulnerabilidad y de vacío cuyos efectos son producir un traumatismo que toma dimensión colectiva
El problema en este fin de época, que está a la sombra de las contrarrevoluciones del siglo XX, es que podemos ver lo que termina, pero no vislumbramos que sigue. Su resultado es una crisis social y económica inusitadamente larga cuyos efectos dan cuenta de procesos de corposubjetivación atravesados por la incertidumbre y la angustia que son aprovechados por partidos neofascistas para subir al poder.
En este sentido, es necesario recordar la definición de crisis que da Gramsci; una definición muy simple y general, pero que, desde el punto de vista metodológico, resulta muy operativa:
“Si la clase dominante ha perdido el consenso, entonces no es más “dirigente”, sino únicamente dominante, detentadora de la pura fuerza coercitiva, lo que significa que las clases dominantes se han separado de las ideologías tradicionales, no creen más en lo que creían antes. La crisis consiste justamente en que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer, y en este terreno se verifican los fenómenos morbosos más diversos.”
Sin adentrarnos en la complejidad de su definición, Gramsci fija algunos elementos fundamentales de su teoría que llama “crisis orgánica”.
Con este concepto Gramsci identifica una fase histórica compleja, de larga duración y de carácter mundial, y no uno o más acontecimientos que sean las manifestaciones particulares de ella. El concepto de crisis define aquello que habitualmente se denomina “período de transición”, es decir, un proceso crucial en el cual se manifiestan las contradicciones entre la racionalidad histórico-política dominante y el surgimiento de nuevas formas científicas, técnicas, políticas, ecológicas y culturales portadoras de inéditos comportamientos colectivos.
Como decimos en otros artículos, vivimos en un mundo desconfigurado, un mundo que lo sentimos atravesado por la tragedia y que ha llevado a la sensación de vulnerabilidad y de vacío cuyos efectos son producir un traumatismo que toma dimensión colectiva.
Esta perspectiva nos lleva a que los claroscuros en la actualidad de nuestra cultura generan nuevas formas de procesar la pulsión de muerte que no han sido analizadas en la época de Freud. Es decir, nuevas formas de corposubjetivación cuya consecuencia son los procesos de desligazón de la pulsión de muerte que conduce tanto a la violencia destructiva y autodestructiva como a la dificultad de simbolizar el desvalimiento originario propio de la muerte como pulsión que construye un sujeto en la vivencia del desamparo. De allí las características propias del sujeto en la violencia destructiva y autodestructiva. Esta situación ha llevado al vaciamiento de la subjetividad que deviene en un imaginario social en el que sólo existe la libertad de tener y el poder de dominar.
Por ello en el presente el proceso de mundialización capitalista lleva a que estallen las identidades individuales y colectivas características de gran parte del siglo XX. La reorganización de la esfera estatal y económica que comienza a mediados de los setenta y se desarrolla, particularmente en la Argentina, durante la dictadura militar para afianzarse en los noventa, realizó un inmenso trabajo político tendiente a ejecutar un programa de destrucción metódica de los colectivos sociales capaces de cuestionar la lógica del mercado. El individuo solo, aislado y sin poder, debe encontrar la forma de sobrevivir. Este vaciamiento de la subjetividad ha generado una sociedad fragmentada desde el punto de vista de sus modos de vida y su sociabilidad.
Una corposubjetividad atravesada por el miedo constituye un factor importante para que estas ideas sean atractivas: el miedo al inmigrante pobre, al trabajador desocupado que corta la calle, a la inseguridad o simplemente que si no se siguen sus propuestas se va a estar peor
Es en esta situación donde, ante el fracaso de las perspectivas progresistas y una izquierda todavía golpeada por la catástrofe imaginaria y simbólica que significó la caída de la burocracia estalinista con el fin del “Muro de Berlín”, triunfan en el mundo fuerzas políticas neofascistas que refuerzan la ilusión -entre otras cuestiones- de que es posible una salida individual; una salida basada en los emprendedores que deben ganarse la vida todos los días acorde con el darwinismo social. Es así como refuerzan la idea de que no existen sectores explotadores ni marginados: solo hay emprendedores que con esfuerzo pueden cumplir sus sueños.
Cuando hablamos de neofascismo nos referimos a grupos que no tienen una ideología definida; aunque utilizan la democracia para imponer ideas totalitarias para defender a los sectores más ricos de la sociedad basadas en el neoliberalismo. Sus enemigos son los inmigrantes pobres, los desocupados que cortan las calles e interrumpen el tránsito, el feminismo, los grupos LGTBI, cualquier forma de socialismo. Es así como encontramos grupos de la derecha neofascista muy diferentes adaptados a la característica de cada país: Vox en España, Le Pen en Francia, Bolsonaro en Brasil, Giorgia Meloni en Italia, Alternativa para Alemania (AFD) de Tino Charupalla, Verdaderos Finlandeses de Rikka Pura, los conservadores de Donald Trump en EEUU, etc.
Y, de pronto, en nuestro país, apareció Milei.
Mucho se ha escrito en estos últimos meses sobre Milei y los sectores de ultraderecha que lo rodean.
Veamos algunas cuestiones.
Las nuevas formas de la derecha neofascista han surgido en el mundo como reacción a la decadencia social del neoliberalismo. En nuestro país, como sostienen algunos economistas, el problema de la crisis que padecemos no es fiscal ni financiero. Ésta deviene desde los inicios de la actual democracia, donde ningún sector del poder logró desarrollar las fuerzas productivas (que hoy involucra no solo el desarrollo industrial, sino de tecnología) para generar más empleo; todavía dependemos de las cosechas como a principios del siglo XX (en este tiempo el producto bruto interno promedio en la Argentina fue del 2,5%; mientras que el promedio mundial llega al 5%). Si el macrismo hipotecó el futuro al contraer una importante deuda externa, los gobiernos “nacionales y populares” no pudieron empoderar a una supuesta “burguesía nacional” para desarrollar el mercado interno. Su consecuencia fue tapar agujeros a través de subsidios y planes sociales para los sectores carenciados; mientras se llegó, gracias al esfuerzo de Milei en estos últimos meses, a que el 60% de la población viva en la pobreza con trabajos no registrados y sueldos muy por debajo de la media.
Esta situación condujo a una crisis social y económica donde, en la última elección, las diferentes coaliciones políticas ofrecían más de lo mismo. En cambio, Milei basó su campaña sobre un sentimiento que se da en procesos de desindustrialización y de caída de las clases medias y de grandes sectores populares donde el sentimiento de frustración está centrado en un reproche a los políticos: “estoy pasando el peor momento de mi vida”, “esto no da para más”, “los culpables son todos los políticos”, es decir “la casta”. Milei, por fuera de la política tradicional, con una propuesta -mezcla de la derecha española Vox y de Bolsonaro en Brasil- mesiánica ofrece la ilusión a través de supuestas ideas salvadoras, como la dolarización, de fundar una nueva república; una república donde después de 45 años -debemos reconocer que luego redujo a 15 años- de grandes sacrificios podríamos vivir con el desarrollo de un país del primer mundo. Mientras tanto, todos debemos estar callados, quietos, sin protestar, aceptando plenamente sus propuestas; donde, como dejó en claro en la reunión de Davos, con el antisocialismo cuestiona cualquier proyecto medianamente reformista o distributivo. El antisocialismo implica atacar la educación pública, la salud pública, el asistencialismo, el feminismo, la ecología, los derechos humanos, laborales, sociales y sexuales, etc.
Milei propone una esperanza mesiánica, con el apoyo de las fuerzas del cielo y la mediación de un espíritu canino, que ha transformado en la ilusión de que si se acepta su propuesta autoritaria de “refundar el país” vamos a estar mejor
Es así como encontramos una convergencia entre los sectores de poder en un programa de ajuste feroz para modular al país en función de sus intereses; pero simultáneamente aparece una contradicción entre los que defienden sus intereses a partir de las instituciones republicanas y el gobierno apoyado en grupos de derecha que sostiene propuestas autoritarias. Propuestas que se ofrecen como libertarias, pero que sirven para condicionar y limitar a los pobres ya que su proyecto libertario es la libertad de Mercado que solo beneficia a los ricos; los pobres solo pueden elegir en qué condiciones sobreviven.
Vamos a desarrollar tres aspectos de su política: 1°) la política del marketing; 2°) el darwinismo libertario y 3°) el interés de generar miedo.
Como sabemos, el marketing es importante para los políticos, en especial para la ultraderecha que quiere imponer la figura de una persona con poderes que puede lograr grandes transformaciones.
Veamos.
El peinado -tanto en el hombre como en la mujer- pertenece al orden del fetiche. El fulgor de la cabellera es una atracción erótica, ya que produce efectos de encantamiento. Se denomina “faneros” a las estructuras visibles de la piel: pelos, uñas, plumas, etc. Los “faneros” -palabra que proviene del griego y que se puede traducir como “lo aparente”- conforman lo más externo y distintivo del cuerpo. En el ser humano el “fanero” por excelencia es el pelo; el cabello protege del sol, pero forma parte de la autoestima del sujeto al querer agradar al otro, por ello dedicamos tiempo para peinarlo, cortarlo, fijarlo con fijador o dejarlo suelto. En las ciudades de la antigüedad se le asignaba una atención desmesurada; en Atenas se creó un tribunal que multaba a quienes lo llevaran descuidado. Las estatuas de esa época son una muestra de cabelleras onduladas que poseen un movimiento serpenteante y sensual.
El mito de Sansón y Dalila reafirma su importancia.
Recordemos.
Sansón desde que nació tenía una misión encomendada por Dios: luchar contra los enemigos del pueblo de Israel, los filisteos. Triunfó en todas las luchas que emprendió, pero su carácter impulsivo lo llevó a que sus pasiones chocaran con el propósito que Dios le había encomendado en su vida. Se dejaba llevar por la debilidad que sentía por las mujeres cometiendo numerosas imprudencias. Como líder y Juez del pueblo de Israel necesitaba ser prudente y sabio; pero no era así. Sin embargo, Dios le seguía dando fuerzas. Los filisteos que sabían de su debilidad, le encomendaron a Dalila que enamorara a Sansón y averiguara el secreto de su tremenda fuerza y cómo vencerlo. Dalila consiguió su objetivo y comenzó a preguntarle sobre el origen de su fuerza; Sansón le dio versiones distintas. Finalmente, ante la insistencia de Dalila, le reveló la verdad: nunca le habían cortado el pelo porque era un nazareno consagrado a Dios: si le afeitaban la cabeza perdía su fuerza. Cuando Dalila le cortó el pelo, los filisteos capturaron a Sansón, le sacaron los ojos y lo encerraron. Pero, luego de un tiempo, el cabello de Sansón comenzó a crecer. Los príncipes filisteos, para divertirse, lo ataron a dos columnas que sostenían un edificio delante de miles de personas. En ese momento Sansón le rezó a Dios para que le diera su fuerza. Así pudo derribar ambas columnas y cumplir con el propósito de vengarse, aunque perdiera su vida.
Este mito, que nos habla de la fuerza que emana del cabello, podemos observarlo en el atuendo, que en otras épocas usaban los jueces, donde el pelo a través de una peluca ocupaba un lugar preferencial. En la Edad Media los magistrados se vestían con pieles y trajes de seda; gracias a la teatralidad de la ceremonia del juicio los jueces aumentaban su credibilidad al transformar a los individuos en personajes. Aquí la peluca se convierte en un emblema del poder.
Con su frondosa melena, el “León” Milei hace de su pelo un distintivo de su fuerza para luchar con su motosierra contra lo que llama “la casta”; también de su campera que la usa en días de 40 grados de calor. Pero esta es una característica de la derecha neofascista. En el mundo Geert Wilders el líder del partido Por la Libertad que ganó la mayoría de los votos en las elecciones generales en Los Países Bajos con una propuesta de la ultraderecha neoliberal y profundamente antinmigrante se destaca por su abundante cabellera. Boris Johnson un conservador de derecha que fue primer ministro de Gran Bretaña y propuso el Brexit hizo que su pelo, parecido a un techo de paja todo revuelto, se convirtiera en un símbolo de una mentalidad independiente. Donald Trump convirtió su peinado en una marca; un peinado que siempre está de la misma forma con un régimen de cepillado y sujeción con spray.
Como vimos anteriormente el cabello es un fetiche que, en los hombres se transforma en un símbolo de virilidad. Por ello los líderes de la derecha neofascista les interesa fomentar la idea que sus referentes son personas excepcionales con un cabello excepcional que pueden transformar con la fuerza de su personalidad una democracia manejada por una “casta” de corruptos. Hasta ahora no lo han conseguido.
Milei es un reconocido partidario de la escuela austríaca. Sus propuestas llamadas libertarias se apoyan en el economista Von Mieses que, a pesar de su condición de judío y, reconociendo en los años treinta del siglo pasado, que los fascismos eran contrarios a sus ideas liberales no dudaba en considerarlos necesarios y reivindicables para enfrentar el socialismo y el bolcheviquismo.
En 1933, Mises apoyó el régimen austro-fascista de Engelberg Dolfuss. Este gobierno basado en el fascismo italiano no impidió a Mises ser economista de la Cámara de Comercio de Austria y consejero del gobierno de Dolfuss. Luego del fracaso del gobierno austro-fascista tuvo que escapar por su condición de judío, pero esta situación no le llevó a evitar seguir revindicando su posición frente al fascismo.
Por ello para oponerse al miedo en la política implica generar una esperanza activa que rechace el mesianismo, el absolutismo y la razón de Estado
En 1970, más cerca de nuestra época, Friederichk Hayek se convirtió en el representante más importante de la escuela austríaca, por lo que recibió el premio Nobel. A partir de este reconocimiento internacional Hayeck se transformó en el principal defensor del gobierno de Pinochet en Chile, de la Sudáfrica del apartheid y el racismo y de la dictadura de Salazar en Portugal. Las ideas conservadoras y reaccionarias de Hayek -de las cuales Milei es un gran admirador- sostiene que la democracia debe ser limitada y subordinada al buen funcionamiento del mercado y del sistema capitalista.
Pero el que encabeza el ranking de sus preferencias es Murray Newton Rothbard ideólogo del anarcocapitalismo y fundador en los años ´70 del Partido Libertario en EEUU. Su postulado básico sostiene que ningún hombre ni grupo de hombres puede cometer una agresión contra la persona y la propiedad, afirmando que a lo largo de la historia el Estado fue el agresor y el violador principal de los derechos del hombre. Según su perspectiva, en el mundo occidental el capitalismo estatal sufre una gran crisis ya que los crecientes impuestos debilitan la industria, mientras la creación de nuevo dinero genera inflación. Crítico de las tesis monetaristas de Milton Friedman de la Escuela de Chicago, en su libro Hacia una nueva libertad. El manifiesto libertario, sostiene que “para ocuparse del descontento que aflige a la gran mayoría del pueblo de EEUU se debe terminar con el aumento de los impuestos, la inflación, la congestión urbana, la delincuencia y los escándalos del asistencialismo.” Y continua, “a los pequeños propietarios podemos presentarles un mundo donde la empresa sea libre y despojada de los privilegios monopólicos de cárteles y subsidios ideados por el Estado y el Establishment.” Como podemos leer, calcado de lo expresado por Milei.
Sin embargo, estas propuestas no han funcionado en ningún lugar del mundo. Las causas son obvias, sin una regulación, los más fuertes triunfan sobre los más débiles; este darwinismo social lleva al hambre y la miseria de grandes sectores de la población. De allí que una corposubjetividad atravesada por el miedo constituye un factor importante para que estas ideas sean atractivas: el miedo al inmigrante pobre, al trabajador desocupado que corta la calle, a la inseguridad o simplemente que si no se siguen sus propuestas se va a estar peor.
La esperanza es algo por lo que hay que luchar.
Pero se llega a un punto en que se convierte en ilusión;
eso puede ser muy peligroso.
Todo se reduce a cómo se interpretan los hechos.
Lea Ypi, Libre. El desafío de crecer en el fin de la historia
El miedo es uno de los elementos más fuertes que constituyen las relaciones sociales y los procesos de producción de corposubjetivación.
La búsqueda de certidumbre como solución a los miedos que padecen los sujetos no es ajeno a los dispositivos de los poderes hegemónicos. El miedo no es un fantasma que circula alrededor del sujeto y externo a las relaciones sociales, por lo contrario, afecta el cuerpo y constituye su corposubjetividad ya que se produce y atraviesa en el acontecimiento mismo del ejercicio del poder. La sensación de que nada es seguro ha llevado a que dejó de funcionar fluidamente el pacto hobbesiano de obediencia al poder a cambio de protección. Milei propone una esperanza mesiánica, con el apoyo de las fuerzas del cielo y la mediación de un espíritu canino, que ha transformado en la ilusión de que si se acepta su propuesta autoritaria de “refundar el país” vamos a estar mejor.
De allí que todos los días no pierde la oportunidad de mencionar que si no se siguen sus ideas sobreviene la catástrofe. Esto nos lleva a dar cuenta del grado de desesperación de grandes sectores sociales que, ante la falta de propuestas alternativas, quieren seguir creyendo en el Mesías.
Aclaremos: no todos, cada vez menos y, no por mucho tiempo.
Si recordamos la filosofía de Spinoza el miedo y la esperanza son dos pasiones tristes: el miedo es enemigo de la razón; la esperanza participa de la espera (de la cual etimológicamente proviene la palabra “esperanza” de un salvador y lleva a la resignación y la obediencia). Se tratan de dos polos pensantes que hacen que nuestros actos tomen posición por uno o por otro: la esperanza por un bien mayor y el miedo por un mal mayor.
En este sentido, cuando el miedo y la esperanza dominan la imaginación la incertidumbre transforma al sujeto en un ser pasivo al servicio del poder hegemónico. Es así como Spinoza cuestiona, lo que denomino, la esperanza pasiva; aquella que hace de su salvador su razón de ser, es decir, esperar de un líder mesiánico que solucione sus problemas; es aquí donde la ilusión juega un factor importante.
Por ello para oponerse al miedo en la política implica generar una esperanza activa que rechace el mesianismo, el absolutismo y la razón de Estado. La obediencia debe ser reemplazada por la importancia de la potencia de ser dentro del colectivo social donde pasamos de un yo a un nosotros. Por ello, las incertidumbres no se distribuyen por igual, ni en cuanto al tipo ni en cuanto a la intensidad entre los diferentes grupos y clases sociales que componen nuestra sociedad. De allí que enfrentar socialmente la incertidumbre de la mayoría de la población hace necesario modificar las bases políticas y económicas a partir de una esperanza activa que genere comunidad; una esperanza activa que genere un nosotros que permita organizar una democracia participativa sobre bases sociales y económicas igualitarias. Este es el desafío. ◼
Bibliografía
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----- “La precarización del Yo”, revista Topía, noviembre de 2021.
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Enrique Carpintero, Psicoanalista
enrique.carpintero [at] topia.com.ar