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Un adolescente con conductas sexuales abusivas hacia una niña pequeña

 
Intervenciones clínicas

El presente trabajo es un intento de pensar las intervenciones en clínica psicoanalítica con niños y adolescentes que muchas veces son traídos por sus padres pero no quieren venir, ni hablar, ni iniciar un tratamiento.

 

La consulta

 

Willy, de 14 años, fue traído a la consulta en el Servicio de Adolescencia del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez de Buenos Aires por su madre. Willy entró a la admisión interdisciplinaria (con pediatra y psicóloga) acompañado por su mamá, quien nos relató bastante preocupada aunque no angustiada, a ambos profesionales, que traía a su hijo porque había intentado 2 veces ponerle el pito en la cola a su sobrinita, de 5 años, hija de Alicia, la hermana mayor de Willy. La madre de la niña lo habría encontrado en esa situación, y eso había desatado una crisis familiar ya que ésta lo habría acusado de abuso sexual, y habría roto el vínculo con él y con la madre.

Mientras la madre relataba el motivo de la consulta, Willy se encontraba silencioso, escuchando, con la mirada baja y sin hablar, aun cuando se le había preguntado si quería decir algo.

Se realizó una primera entrevista psicológica con la mamá sola, y luego otra con Willy. La mamá relató que ella estaba separada del papá desde hacía 9 años. El trabajaba como chofer de un camión y había empezado a tomar mucho alcohol. Nunca había sido cariñoso ni expresivo. Era severo, aunque nunca le había pegado. Tenían 8 hijos, de los cuales Willy era el séptimo. Se fue cuando Willy  tenía 5 años, a los 6 volvió por unos días, y luego volvió a irse sin mandar nunca ni un peso, ni una carta, ni un llamado telefónico. Había perdido el trabajo y la familia pero nunca había dejado el alcohol. Cada tanto volvía, se quedaba un día, tenían relaciones sexuales, y se iba.

Willy con su madre y hermana menor viven en una pensión tomada por un grupo de familias. La mamá limpia la pensión, por lo cual recibe algún dinero. Habían vivido en una casa cuando el papá estaba con ellos y trabajaba.

A pesar de que se trataba de una historia de pérdidas importantes, los relatos de la mamá eran poco afectivizados.

Con respecto a lo sucedido, motivo de la consulta en el hospital, la mamá relató que Willy dijo: “Ella me pidió que le hiciera el pitito como le hace Leo (el hermano de la niña, que tiene 9 años)”.

Al contarle la mamá a uno de los hermanos mayores de Willy éste le habría dicho que a él también había intentado bajarle los pantalones.

Alicia pidió que Willy no pisara más su casa y le dijo a otra hermana: “Alejate de mamá porque te va a arruinar la vida”, responsabilizándola a ella también.

La nena dijo que él le tapó la boca para que no gritara y se lo hizo. La nena lloró porque le dolía la cola, la mamá fue a verla y así lo descubrió.

Willy tiene pocos amigos en la escuela, tiene dificultades para aprender. Repitió dos grados. En una evaluación psicopedagógica se vio que tiene un vocabulario pobre, con desarrollo del lenguaje y del pensamiento descendido en relación a un ambiente con poca estimulación.

Caminó a los 14 meses, tardó mucho en hablar. Siempre fue de no defenderse cuando lo atacaban, según relato de la mamá.

En una entrevista posterior con uno de los hermanos mayores de Willy éste me relató que Willy sentía mucha bronca en relación a que la mamá tenía preferencia por su hermana de 12.

 

Primera entrevista con Willy

 

Al encontrarme sola con Willy le pregunto qué dice él acerca de por qué vino al hospital. No responde nada. Permanece mudo. Ni gesticula, ni se angustia, ni habla, ni hace gestos.

Dado que él y yo sabíamos el motivo de consulta ya que ambos habíamos escuchado lo que había dicho la mamá en la admisión, le digo que el hospital no es un tribunal, ni nosotros jueces; que él se encuentra en un servicio de Adolescencia y que estamos para entender porqué él le hizo a otro algo que seguramente no le hubiera gustado que le hicieran, y que nosotros entendemos que si un chico hace algo que pueda hacerle daño a otro es porque tal vez está sufriendo y no encuentra otro modo de expresarlo, y necesita ayuda. También le hablé del secreto profesional.

Siguió en silencio.

 

Entrevistas con Willy y su mamá

 

Cuando terminó la entrevista pensé que sería importante que la mamá pudiera contarnos, a él y a mí, la historia de la vida de Willy. La idea fue escuchar juntos él y yo lo que la mamá contaba, e ir significando algunas cosas. Trajeron una foto en la cual Willy tendría 2 años y estaba sentado en la falda de su papá. Realizamos 4 entrevistas en las cuales fui proponiendo sentidos, sobre todo acerca de lo que podría haber sentido frente al abandono de su papá, con quien parecía, por la foto, haber tenido una relación importante. El escuchaba atentamente pero nunca intervenía. También hablamos de qué difícil habría sido para él compartir con tantos hermanos a la mamá, sobre todo cuando se agregó su hermana menor y él era aún muy pequeño.

Cuando Winnicott hablaba de deprivación[1] se refería a la pérdida de un ambiente que significó un buen marco que luego se desbarató. Daba la impresión de que la familia había tenido una etapa de convivencia, en una casa, en condiciones que luego se fueron desorganizando, a partir de que el papá empezó a viajar y a alejarse de la casa. Después de dichas entrevistas vinculares propuse inaugurar un espacio individual con Willy.

 

Algunas hipótesis para pensar lo que sucede

 

Antes de comenzar las primeras sesiones individuales construyo algunas hipótesis. Si bien no aparecen en el relato que nos hace la mamá situaciones de abuso sexual en la historia de Willy, la repetición de una intrusión en el cuerpo del hermano y la sobrina, el hecho de haberle tapado la boca para que no gritara a la niña, parecían indicadores de algo del orden de una intrusión vivida pasivamente, con efectos traumáticos, que se repetía ahora activamente  para lograr algún tipo de procesamiento. Esa experiencia intrusiva podría haber tenido que ver tal vez con la exposición de sexualidad por parte de los padres cuando el papá venía por un día y tenía relaciones con la mamá. Ellos vivían en un ambiente muy pequeño, en una pensión. ¿Se trataría de “hacer el pitito” como su papá le hacía a su mamá? Hasta el hecho de taparle la boca para que no gritara podría hacer referencia a una situación vista y oída, que lo excedía, en relación a la sexualidad de sus padres.

Parto de la idea de que todo niño tiene dos tipos de necesidades: las del Yo y las del Ello. Con respecto al Yo, estamos frente a un yo constituido que no pudo controlar sus impulsos. Parecería haber una disociación, con un aspecto regresivo que somete al objeto. ¿Podríamos pensar que como no hubo un objeto que tolerara “dejarse someter” por su omnipotencia en etapas tempranas, aparece en él este aspecto regresivo, disociado, que somete a otro en una búsqueda de vivir una experiencia de omnipotencia ahogada en su origen?

Quisiera aclarar que trabajo con la idea de que un adolescente que realizó una intrusión sexual no puede ser catalogado de “abusador”. Sería una denominación que lo coagularía en una identidad siendo que aún está en un tiempo de constitución psíquica. Por eso preferiría mencionar a Willy como alguien que “tuvo conductas” abusivas o intrusivas y no como alguien que “es” un abusador.

 

Sesiones con Willy

La experiencia de omnipotencia como peldaño imprescindible

 

Le pregunto a Willy qué le gusta hacer. Cuando le pregunto si le gusta dibujar me dice que no con la cabeza. Le pregunto si le gusta jugar. Me dice que sí. Al preguntarle qué juego prefiere, dice, por primera vez, Chinchón. Le respondo que ese es mi juego preferido en las cartas. Le propongo traer yo un mazo de cartas para jugar en la próxima sesión.

A partir de la sesión siguiente comienza un juego de chinchón, hasta 100 puntos, que duraría 2 meses. La idea de prolongar el mismo partido de sesión a sesión me pareció una forma de armar una continuidad con un joven cuya historia me anunciaba muchas rupturas y fragilidades.

Comienza el juego. Al rato yo corto con una carta grande y él me dice que no se puede, dejando ver que va a controlar el cumplimiento del reglamento. Cada vez que corto levanta la carta para ver si lo hice dentro de las reglas. La omnipotencia es aquí un control sobre la realidad y sobre mí. No quiere perder y quiere controlarme.

Veo que Willy empieza a venir con ganas, se lo ve sonreír, se lo ve entusiasmado.

La ubicación que tomó Willy como controlador de que las reglas del juego se cumplieran me dio la pauta de que la necesidad de hacer una experiencia de omnipotencia estaba en juego. Partía yo de la hipótesis de que en sus vínculos primarios no había podido tener el suficiente despliegue su experiencia de “crear al objeto”, con un papá y una mamá que hubieran podido ser soportes para ello, y que algo de ese camino no recorrido debería poder transitarse en el análisis conmigo. A esta altura de los acontecimientos me encontraba yo bastante satisfecha por haber realizado algunas operaciones que a mi juicio habían permitido iniciar ese camino: soportar sus silencios sin resultar intrusiva, y preguntarle a él qué le gustaba hacer poniéndome yo a su disposición eran las precondiciones para que algo genuino de él se hubiera asomado rompiendo las barreras del negativismo inicial.

“La madre suficientemente buena da satisfacción a la omnipotencia del infante, y en alguna medida también le da sentido… Empieza a tener vida el self verdadero gracias a la fuerza que le cede al yo débil del infante la instrumentación por la madre de las expresiones omnipotentes de este último. La madre que no es suficientemente buena no es capaz de instrumentar la omnipotencia del infante, de modo que repetidamente falla en dar satisfacción al gesto de la criatura. En lugar de ello lo reemplaza por su propio gesto, que adquirirá sentido por la sumisión del infante”[2].

 

En uno de los juegos yo hago chinchón con cartas que van del 5 en adelante y él me dice que el reglamento no lo permite, que tiene que ser con cartas hasta 7.Yo le digo que no conocía bien el reglamento y que no sabía que yo había hecho algo prohibido. Le digo que a veces uno puede estar confuso acerca de lo que se puede y no se puede ya que nadie se lo transmitió.

Llegamos con Willy a un momento del partido en que él estaba por pasar los 100 puntos fijados como tope, o sea, estaba él por perder el partido. Me anuncia que vamos a correr el tope de 100 a 120 puntos. Yo acepto su decisión.

Estando luego yo a punto de perder el partido, teniendo 115 puntos, hago chinchón con cartas del 1 al 7 (condiciones para ganar el partido según el reglamento). Me dice que si hice chinchón puedo descontarme, en vez de 10 puntos, 20. O sea, desconoce que yo le haya ganado definitivamente el partido.

Aunque lo sabe, hace como si esa prohibición de seguir el partido no existiese.

Mientras acepto los cambios que propone pienso que cualquier interpretación verbal de todo esto hubiera roto la magia de ese encuentro en que él diseñaba y llevaba adelante el proyecto anhelado: ser el creador y director de ese mundo transicional que se había creado entre nosotros.

Se nota que él no acepta perder, y que hace cosas para evitarlo. Allí se da una situación interesante con respecto a las intervenciones psicoanalíticas. El va cambiando las reglas, aún inventando algunas. Entiendo que es muy importante que él tenga el monitoreo del partido, y que yo acepte las modificaciones del reglamento que propone. Mi función como analista estaría en marcar los bordes de la realidad en los horarios, el momento de entrar y salir de la sesión, en garantizar que esté disponible el mazo de cartas cada semana. Pero para que la experiencia de omnipotencia se despliegue yo tengo que ser soporte del juego que él propone: que él sea el diseñador  de todas las reglas y que yo acepte que él sea el que sabe.

Yo como analista defino que es parte del juego que él pueda cambiar el reglamento. Esto no es avalar la transgresión, porque lo enmarco para que la transgresión suceda dentro del juego, no en la realidad. En la realidad soy yo la que marco pautas que él tiene que aceptar.

“Cada niño debe ser capacitado para crear el mundo o, por el contrario éste carecerá de significado; la técnica adaptativa de la madre permite que el niño sienta esta creación como un hecho. Cada bebé debe tener una experiencia de omnipotencia suficiente, pues sólo así podrá adquirir la capacidad de ceder esa omnipotencia a la realidad externa” [3].

¿Cómo entra la resignación de la omnipotencia para aceptar la castración, el límite y la ley? Se me plantea un debate con un psicoanálisis clásico que podría pensar las intervenciones del analista no permitiendo que modifique el reglamento y marcando la realidad como si ésta pudiera ingresar en el aparato psíquico desde una instancia superyoica. Desde Winnicott entiendo que es al revés: a partir del despliegue de la omnipotencia se va fortaleciendo el yo y desde esa fortaleza podrá seguramente decidir no darle curso a un determinado impulso y cambiarlo por otro.  La función del analista estará en posibilitar y sostener el despliegue de esa experiencia para que luego pueda tolerar las renuncias que la realidad le exige al yo. Si él despliega esa experiencia, en algún momento comenzará él también a atenerse a las reglas y a soportar perder. 

 

Después de algunos meses de tratamiento comencé a recibir la información acerca que Willy había mejorado mucho su rendimiento escolar y sus vínculos sociales, realizando el viaje de egresados de 7º grado con mucha mejor integración a su grupo de compañeros.

 

Reflexiones finales

 

Lo que resultó fundamental para que este análisis se hubiera sostenido fue la continuidad de la madre en el compromiso de traerlo.

Este paciente nos interroga acerca de cuestiones respecto a la clínica con adolescentes. Al respecto, podríamos preguntarnos: ¿qué lo llevó a Willy a  realizar esos actos? En este caso parecería que en su experiencia temprana sus padres no fueron soportes para que Willy desplegara su omnipotencia infantil.

En la clínica con adolescentes que realizan actos que vulneran a otros nos encontramos muchas veces con un aparato psíquico que se ha constituido con un déficit, y un aspecto más regresivo y disociado intenta procesar en esos actos aquello que no pudo con sus objetos originarios. De esos actos nunca se habló en el transcurso del análisis.

¿Es imprescindible atravesar en el análisis con niños y adolescentes la instancia de hablar de lo que él hizo, sabiendo que muchas veces, como en este caso, su yo, por su propia debilidad, no soporta aún dicho relato? En algunos casos podrá arribarse a la palabra después de un prolongado tiempo y antes de que el análisis termine, y en otros, como en éste, tal vez no pueda llegar nunca el adolescente a referirse, en un relato verbal, a su protagonismo en dichos episodios.

 

 

*Este trabajo fue presentado en el XX Encuentro Latinoamericano sobre el Pensamiento de Winnicott en Montevideo, Uruguay, en noviembre 2011.

 

Susana Toporosi

Psicoanalista de niños y adolescentes

susana.toporosi [at] topia.com.ar

 

Bibliografía

 

Tagle, Alfredo, “La vivencia de realidad”, trabajo presentado en el Colegio de Psicoanalistas, Bs. As., 2010.

Carpintero, Enrique, “La transgresión cuestiona lo natural del orden de la cultura”, en Revista Topía N° 64, Bs. As., abril 2012.

 

Notas

 

[1] Winnicott D.W.  Deprivación y Delincuencia. “El niño deprivado y cómo compensarlo por la pérdida de una vida familiar”. Editorial Paidós. Buenos Aires. 1991.

[2] Winnicott D.W.  Los procesos de maduración y el ambiente facilitador. “La distorsión del yo en términos de self verdadero y falso”. Editorial Paidós. Buenos Aires, 1993.

[3] Winnicott D. W.  Deprivación y Delincuencia. Editorial Paidós. Buenos Aires. 1991.

 

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Articulo publicado en
Abril / 2012