“En estos tiempos de oquedad a perpetuidad,
De imbecilidad tan programada….
Tanta soledad, todos conectados,
Niños de pantalla,
Bienvenidos al mercado.”
Fragmento de la canción “Vamos a bailar” de Ciro y los Persas
La odisea del siglo XXI cierne sobre nosotros y se ha hecho presente de una manera contundente y brutal. La era digital ha llegado, se ha instalado, ha desplegado sus efectos y no estamos exentos de interrogantes.
Satisfechos y a la vez abrumados con tanta tecnología, no dejamos de vislumbrar qué será de nosotros si éste crecimiento desmesurado del mundo cibernético no tiene un límite.
Freud avizoraba allá por 1930 lo que plasmó en “El malestar de la cultura”:
“El hombre ha llegado a ser, por así decirlo un Dios con prótesis: bastante magnífico cuando se coloca todos sus artefactos. Pero éstos no crecen de su cuerpo y a veces aún le procuran sinsabores.”1
Sin duda son muchos los sinsabores. Ahora bien, ¿nos alcanzamos a dar cuenta de ello? ¿Vislumbramos acaso, la incidencia de este mundo capitalista cibernético y virtual en el Sujeto, sus vínculos, sus amores y sus deseos? ¿Cuál será el devenir de todos estos destellos luminosos que nos fascinan, nos encandilan y no nos dejan ver? Vaya paradoja: en un mundo signado por la imagen y las pantallas no podemos ver; la mirada se escabulle ante tanta parafernalia mediática.
La simultaneidad y la instantaneidad son recorridos temporales de esta época. La velocidad es maravillosa; el tiempo, se torna fastidioso.
El mundo postmoderno con sus artefactos ha generado profundas y estructurales modificaciones a nivel del Sujeto, la cultura y la sociedad que no han pasado desapercibidas en el ámbito de nuestra clínica diaria. Asistimos a signos y síntomas epocales que no dejan de sorprendernos y que implican desde nuestro lugar de analistas una revisión de nuestra posición y nuestro trabajo diario. Es necesario instalar una pregunta, no para encontrar una guía de acción inmediatamente, sino justamente preguntarnos para hacer ver, para armar una perspectiva e introducir una fisura en tanta contundencia del discurso mediático.
Google, YouTube, Apple, e-books, smartphones, android, tablets, i-pods, cámaras, mp3, mp5, iPhone, dispositivos diminutos para registrar cualquier modificación o cambio en el Sujeto, escáner; redes sociales: Facebook, Instragram, Twitter, WeChat, shots of me, BBM, wsp; comunidades virtuales que nuclean desde fanáticos del paddle (retospadel), religiosos (cross.tv), amantes de los libros (lectorati) hasta redes sociales que ayudan a las madres actuales en dudas y necesidades día a día (miximoms), the dash: auriculares inteligentes que además de utilizarlos para escuchar música, miden la presión arterial, ritmo cardíaco, etc. Cuántos signos del progreso. Un Dios que todo lo ve y todo lo sabe fabricado por la ciencia y la técnica. Cuánto para ver cuánto vouyerismo digital.
La retórica audiovisual parece no tener límites y somete al Sujeto a discurrir en su lógica temporal: el zapping; todos estos adminículos duran poco, no permanecen, son inútiles, hay que cambiarlos ya, con la promesa de uno mucho mejor. La simultaneidad y la instantaneidad son recorridos temporales de esta época. La velocidad es maravillosa; el tiempo, se torna fastidioso. Todos apurados para anular la duración, anticipar el final y así perder el sentido.
La historia de la humanidad ha estado atravesada por diferentes discursos, lo que ha dejado su marca en el hombre y su subjetividad. Los discursos actuales se encuentran alterados por la tecnología y la ciencia produciendo una hegemonía y subversión a un funcionamiento capitalista signado por una plétora de consumidores que consumen consumiéndose.
Quizás sea éste, el mayor éxito del capitalismo: los objetos no nos dejan satisfechos y eso nos impulsa a quedar subyugados por ellos, convirtiéndose el Sujeto en un objeto de consumo más. El discurso imperante apela a jugar con la falta estructural que nos atraviesa; su voz diría: “sigamos consumiendo que no es este objeto, es otro, mucho mejor y que seguramente va a dejarnos plenos...” y así el Sujeto cree este discurso falaz continuando la búsqueda imperiosa de “el objeto” que colme su falta estructural. Sin darse cuenta muchas veces que se arroja, de este modo, a una vorágine cargada de violencia y contradicciones que parece no poder detenerse, quedando sumido en un estado de felicidad cínica, un hartazgo hambriento, atiborrado, pero vacío.
Los tiempos actuales han borrado de manera contundente la línea divisoria entre lo público y lo privado, convirtiéndonos en una real sociedad del espectáculo; los hechos privados que signaron históricamente la vida del hombre a modo casi de ritual personal, íntimo y secreto: el nacimiento, la muerte, el sufrimiento psíquico y físico, el cuerpo, la sexualidad hoy aparecen mediatizados por una cámara y una pantalla que todo lo ve y todo, absolutamente todo, lo muestra. El director Alex de la Iglesia ha sabido plasmar de manera muy precisa en su última película “La chispa de la vida” esta propensión descabellada del Sujeto posmoderno a dejar entrever, mostrar, impactar al otro, con su vida privada. Por supuesto que una vorágine tan descarnada de imágenes sucesivas y simultáneas, vacían de sentido y el derecho al secreto parece perdido.
El mayor éxito del capitalismo: los objetos no nos dejan satisfechos y eso nos impulsa a quedar subyugados por ellos, convirtiéndose el Sujeto en un objeto de consumo más.
El imperio de la imagen nos deja inmersos en un profundo estado de angustia, que intentamos soslayar estando todos conectados. “Conexión sin límites ilimitado” dice una publicidad. ¿Es posible? ¿No será necesario que algo empiece a quedar afuera? ¿No es acaso, imperiosa la necesidad de una fisura que demuela tanta solidez? ¿Será necesario que se despliegue un enigma? Quizás... para no perdernos en tanta obscenidad.
Las distintas épocas dejaron sus huellas en el cuerpo, este cuerpo atravesado por el significante metaforiza distintos momentos de una sociedad con sus debilidades y fragilidades. Hoy asistimos a un cuerpo fragmentado, escindido, lleno de prótesis que hablan por él. Por sí solo no puede emitir palabra; la escena del cuerpo ha cambiado: pareciera no pasar por el campo de la representación y el Discurso. No es un cuerpo tomado por la palabra. Es un cuerpo silencioso, no mediatizado por la mirada. Por el contrario, se ha transformado en un objeto más de consumo, una mercancía a atiborrar y a controlar; expuesto y en evidencia. El cuerpo hoy parece no pasar por el Otro. En su lugar está la máquina.
Así el hombre de nuestra época, imbuido de lazos virtuales, funciona como un paralítico físico y mental. Dirá Jean Baudillard: “El Otro no es buscado en la travesía de la pantalla.”2
El hombre de hoy ha perdido su sombra, eso sí, está iluminado por todos lados entregado a una asepsia total. El cuerpo es un cuerpo vacío, anoréxico-bulímico: atiborrado de nada, fragmentado, dopado por la Ciencia y la Tecnología. El Otro es el que permite no repetirnos hasta el infinito, mediando la singularidad y particularidad de cada quien; creando un Sujeto único e irrepetible. Hoy pareciéramos ser clones de nosotros mismos. Visualizamos la repetición a flor de piel, con un goce que pareciera no pasar por el Otro. Pura satisfacción autoerótica en constante desencuentro con el semejante a los fines de evitar encontrarse justamente con lo traumático y vital del vínculo humano: el Otro. Entre el ver y el ser visto hay un tiempo que se escapa que es el verse. Así oscilamos entre ver al otro y ser visto, encontrándonos en una soledad sin imagen.
Este breve recorrido posibilita pensar que las determinaciones de cada época penetran en los reductos más íntimos de la subjetividad. ¿Qué Sujeto recibimos hoy en nuestro consultorio y en nuestras instituciones? ¿Qué padecimientos se despliegan y son puestos en palabras por los Sujetos que nos invocan en un Supuesto Saber? La agitación postmoderna ha traído hasta nuestra puerta de las prácticas diarias, nuevas patologías, nuevos padecimientos, otros dispositivos, otros Sujetos.
Hacemos pasar puertas adentro a un Sujeto que no sabemos si se va a quedar, ¿podremos alojarlo?, ¿estará dispuesto a permanecer en un tiempo de despliegue de la palabra o estará rápidamente impelido a la acción y a lo efímero?
El imperio de la imagen nos deja inmersos en un profundo estado de angustia, que intentamos soslayar estando todos conectados.
Recibimos en la actualidad pacientes atravesados por el vacío, el aburrimiento, la desorientación; individuos recluidos detrás de una pantalla para aplacar el vértigo que produce el paso del tiempo. Sujetos huérfanos de identificaciones simbólicas. No sólo tendremos que pensar la función del tóxico, sino también el lugar que ocupa, por ejemplo, Candy Crush o el Flappy Bird ¿nos rescatan del vacío y el tedio? Sujetos fragmentados y segregados en los que, muchas veces, toda su transferencia está puesta en un objeto que otorga sentido. Si esto es así, ¿qué lugar cede ese objeto para suponer un saber en Otro y que se instale así la transferencia? Abundan las patologías al límite, patologías del acto: bulimia, anorexia, adicciones, hoy denominadas patologías de consumo problemático. Yo me pregunto: ¿problemático para quién? Si hoy asistimos a pacientes que, escasas veces, asisten instalados en una pregunta y en un padecer. Más bien tenemos enfrente un Sujeto consistente en su goce autoerótico, impregnados de una ficción otorgada por la ciencia. Recibimos en los servicios asistenciales los nativos digitales: generación de niños navegantes, con escasísimas horas de juego y esparcimiento, horas que han sido usurpadas por una pantalla, pasando de una imagen a la otra, aislados sin mediar palabra.
Asistimos a Sujetos que parecieran haber roto el enlace con el lenguaje, en los que hay un cortocircuito con el Otro, porque es una época donde el Otro no existe, más bien pareciera estar diseminado en mil pedazos.
Hoy las Instituciones han perdido su eficacia en pos de un relato mudo, las identificaciones que antaño servían como baluarte han caído. El Nombre del Padre ya no ejerce su función. Los ideales decayeron, la laxitud impera y pareciera que prima el sinsentido en un mundo de objetos que subyugan, dejándonos a merced de un yugo siniestro y cínico. ¿Cómo alojar? ¿Cómo crear un espacio de borde, de límite a un goce sin fronteras? ¿Será posible construir un reducto a la sombra, donde justamente se reconstruya el cuerpo, la historia y al propio Sujeto, alejados de las pantalla y la imagen voraz?
No sólo tendremos que pensar la función del tóxico, sino también el lugar que ocupa, por ejemplo, Candy Crush o el Flappy Bird
El psicoanálisis es la apuesta, para restituir el orden simbólico que por momentos impresiona frágil y endeble. Será nuestra propuesta apostar por un tiempo de pausa y no de la urgencia, en donde el Sujeto pueda aparecer. Es la apuesta a la palabra que podemos ofrecer desde nuestro lugar, apuntando a que el padecer del Sujeto pueda atravesar los caminos del Discurso y de esa manera, hacer vacilar lo macizo de su Ser, instalándose así, una pregunta, un enigma a develar, un velo a correr.
La práctica analítica nos convoca a encontrar en el caso por caso, las palabras que hacen que el deseo circule. Al decir de Eric Laurent: “El psicoanálisis no promete la cura absoluta del síntoma, pero ciertamente la reducción de los daños, su transformación en una cosa más soportable para el individuo.”3
Será cuestión, quizás, que vía la textura de la palabra se pueda encontrar un efecto de Sujeto. Apuntaremos desde nuestra práctica a ir un poco más allá, quizás bastante, de la solidez de la imagen y de las pantallas, para que dejemos de ver y podamos mirar en un encuentro con el Otro, los atajos posibles de tomar.
“Apuntaremos al psicoanálisis, contra la ideología de la transparencia actual, siendo la habitación cerrada, el lugar íntimo, de un encuentro real, un lugar libre donde se habla de la espuma del mundo y su burbuja, un lugar de sombra donde se hace la luz. Para saber y para que cada uno, de este modo, llegue a arreglarse un poco mejor con los desórdenes del mundo y del goce.”
Baudrillard, J., De la seducción, Ediciones Rei, Buenos Aires, 2001.
Barrionuevo, J., Clínica Psicoanalítica al Límite, Gabas Editorial, Bs. As., 2000.
Donghi, A., Gartland, C., Quevedo, S., Cuerpos y Subjetividad, Letra Viva, Buenos Aires, 2005.
Lóizaga, P., El imperio del cinismo, Emecé, Buenos Aires, 2000.
Kovadloff,S., El silencio primordial, Emecé, Buenos Aires, 2000.
Pharmakon 13 Publicación de grupo e instituciones de toxicomanía y alcoholismo del campo freudiano, Todos adictos en la agitación de lo real, Grama, Buenos Aires, 2013.
Rojas, M. C., Sternbach, S., Entre dos siglos. Una lectura psicoanalítica de la posmodernidad, Lugar, Buenos Aires, 1994.
Sarlo, B., Escenas de la vida posmoderna, Ariel, Buenos Aires,1994.
Sibila, P., La intimidad como espectáculo, Emecé, Buenos Aires, 2009.
Wajcman, G., El objeto del siglo, Amorrortu, Buenos Aires, 2001.
Wajcman, G., El ojo absoluto, Manantial, Buenos Aires, 2010.
1. Freud, Sigmund, “El malestar en la cultura” (1930), Obras completas, Tomo XXI, Amorrortu, Bs As.
2. Baudrillard, Jean, Cultura y Simulacro (1993), Kairós, Barcelona.
3. Laurent, E., “El tratamiento de las elecciones forzadas de la pulsión” Entrevista con Eric Laurent disponible en: http://jornadaebpmg.blogspot.com.ar/2012/05/ddito-2.html