Pascale Molinier es profesora de psicología social en el Departamento de Psicología de la Universidad de Paris 13 Villetaneuse, Directora del Laboratorio de Psicologia de la UTRPP, y directora adjunta del GIS-CNRS Instituto de Género. Es Co-responsable del Master « Travail et consultations psychosociales »; Miembro del grupo de prevención de riesgos psicosociales en la Universidad de Paris 13, Directora de la publicación Cahiers du genre
En Francia, en los años 1970-1980, el movimiento social de sensibilización para la mejora de las condiciones laborales influyó, entre otras cosas, en el desarrollo de dos corrientes de las ciencias del trabajo estrechamente relacionadas: la ergonomía de lengua francesa y la psicodinámica del trabajo.
Los ergónomos han deconstruido el paradigma de la creación versus ejecución revelando la inteligencia de los operarios sin la cual la producción no sería posible, incluso en una cadena de montaje (Travailler, 2005). Asimismo, han destacado la unidad del trabajador y « las huellas del trabajo » en el ámbito no laboral. (Teiger, 1980; Dessors, 2009).
La psicodinámica del trabajo ha completado estos conocimientos con una definición de la inteligencia en situación de trabajo, el ingenio, que incluye la corporeidad y la subjetividad en una teoría fenomenológica. Los trabajadores son considerados como sujetos, en el sentido psicoanalítico del término[1], lo que permite dar un nuevo sentido a unos comportamientos que hasta entonces se habían considerado irracionales e inadaptados, al tiempo que se actualiza su racionalidad defensiva. (Dejours, 1980). La llamada tesis de la «centralidad del trabajo» teoriza este último como la experiencia social que, cuando resulta exitosa, permite en la mayoría de los casos, dar sentido a la vida de uno superando cualquier vicisitud. Este éxito está supeditado a las condiciones del reconocimiento de la belleza y de la utilidad del trabajo realizado. A lo colectivo, con sus normas profesionales y sus estrategias colectivas de defensa, se le atribuye una función fundamental para la preservación de la salud mental, mientras que su inexistencia o su desaparición representan por el contrario el riesgo de desestabilización de ésta. En los años 1990, se hace evidente que el desempleo y la precariedad resultan un obstáculo a la realización del individuo, incluso a pesar de que las olas de reestructuración, especialmente en las empresas públicas, ya apuntan que los asalariados del núcleo duro también están encontrando cada vez mayores dificultades (Molinier et al, 1996 ).
En el CNAM[2], un lugar universitario atípico dedicado a la formación de los adultos, se inventa un medio, una cultura común donde la cuestión del sufrimiento en el trabajo se convierte en inevitable. En 1998, el éxito del libro de Christophe Dejours, Souffrance en France, contribuye a ampliar esta comunidad de sensibilidad más allá del medio de los especialistas del trabajo (enlaces sindicales, médicos del trabajo, trabajadores sociales o psicólogos.).
Las teorías y los conceptos luchan por hacerse oir en un campo de batalla que no es únicamente científico sino también ideológico y político. Evidentemente es así en lo que respecta a los que permiten pensar las relaciones entre salud mental y trabajo en la medida en que se supone que los conocimientos que se construyen en este ámbito tienen una traducción en términos de prevención de los riesgos, reconocimiento de los perjuicios causados por el trabajo y su reparación, es decir un coste económico y social para las empresas o para el Estado. La psicodinámica del trabajo desempeña una función fundamental y está reconocida como tal en la especificidad de la sensibilidad francesa con respecto a las relaciones entre el trabajo y la salud mental. La ANACT[3], que se ha posicionado recientemente como uno de los actores de la concertación paritaria sobre los riesgos psicosociales, incluye el sufrimiento (junto al estrés, las adicciones, el acoso y la violencia), porque no se puede « ignorar la demanda social que se expresa en estos términos y con respecto a los trabajos de Dejours » (Sahler et al., 2007). Así, los investigadores de la psicodinámica del trabajo también tienen una responsabilidad con respecto a los destinos sociales del discurso sobre el sufrimiento en el trabajo y, especialmente ahora, pienso, en lo que se refiere a la aparición de una nueva categoría psicopatológica más problemática: la de los suicidios relacionados con el trabajo.
1. Hay personas que mueren: el trabajo en el banquillo de los acusados
«Le travail en accusation» (El trabajo en el banquillo de los acusados) es el título impactante del reportaje de la revista Santé Travail (Salud y Trabajo) publicado en 2007 tras una serie de suicidios muy mediatizados entre los empleados de grandes empresas francesas (DF, Renault, Peugeot, Sodexho, EDF…). « El trabajo es la gran desesperación que ha llevado a estos empleados a acabar con sus vidas », escribe François Desriaux en el editorial. Es el peso de las palabras pero también de las imágenes: en la portada del número de Santé Travail aparece el busto de un hombre con traje, con una soga en lugar de con una corbata. Esta representación sobrecogedora excluye a los obreros y a las mujeres. Todas las ilustraciones del reportaje representan únicamente a los hombres (y blancos). Un nuevo imaginario social se dibuja, el que asocia el acmé del sufrimiento en el trabajo con la representación masculina de un cuello blanco. Podemos pensar que lo que ha convertido a « la ola de suicidios » en un « tema de sociedad », lo que ha conmocionado a la opinión pública y lo que ha obligado incluso a intervenir al Ministro de Trabajo[4] es el hecho de que las víctimas fueran hombres más bien jóvenes y muy cualificados que trabajaban en grandes empresas francesas. Es el tema descrito en la serie de televisión Seule (Sola), de Fabrice Cazeneuve, que cuenta la historia de una mujer cuyo marido se ha tirado desde la ventana del despacho, bajo un mismo patrón: hombre, joven, blanco, muy cualificado. Los que se suicidan en el trabajo o por motivos relacionados con éste pertenecerían de este modo a la categoría de los que no deberían sufrir. Aquellos para quienes el sufrimiento puede considerarse como significativo de una escalada en la degradación del trabajo. Máxime teniendo en cuenta que se trata de un sufrimiento masculino, por tanto más creíble en su relación con el trabajo, a sabiendas de que las mujeres no son precisamente las mejoras candidatas para representar a la categoría de los que se suicidan por motivos laborales, aunque también pertenezcan a esta categoría (Dejours, 2005). En efecto, existen demasiados estereotipos que las asocian a la fragilidad, al ámbito privado y a la psicología individual. El sufrimiento de las mujeres se trivializa fácilmente (Molinier, 2003). Pero al identificar prioritariamente los suicidios en el trabajo con la población masculina altamente cualificada, se corre el riesgo de orientar insidiosamente las formas de análisis del sufrimiento en el trabajo y lo que no se puede decir. Por ejemplo, que el índice de suicidios es mucho mayor en los obreros que en los ejecutivos o que hay más hombres que mujeres entre los ejecutivos de las grandes empresas; de hecho, las mujeres ejecutivas no ocupan en general los mismos puestos. El aumento de la preocupación por los suicidios también puede leerse como lo que tiende a sustituir a la precariedad en el orden de las prioridades. Vista la urgencia existente para abordarlo, el desempleo y la precariedad son temas que corren el riesgo de verse relegados a un segundo plano, temas ya tratados (por no decir superados u horteras), lo que denota y acentúa la trivialización de la precariedad dentro de la sociedad francesa.
2. Una lucha ideológica con el empresariado
Y es que ¡el suicidio de los jóvenes ejecutivos de las grandes empresas mancha la reputación de las grandes empresas neoliberales! De ahí que se utilice como arma política… Varios colegas, médicos laboralistas o sociólogos, y muchos de mis estudiantes del Conservatorio me han hecho ver que desde luego todos los trabajadores que afrontan presiones similares no se suicidan pero que, en el contexto actual, resultaba mucho más eficaz culpar al trabajo como determinación « directa » y « fundamental » de los suicidios relacionados con el trabajo que entrar a analizar una serie de detalles que, según ellos, no harían sino debilitar las críticas contra el sistema neoliberal. Unas tesis sobre las que se admite que son en parte falsas pueden servir mejor a unas causas políticas que otras tesis más justas pero menos « expresivas » desde un punto de vista militante. No comparto la opinión que liquida la psicología y el psicoanálisis, es decir, todos los esfuerzos realizados a lo largo de estos últimos 30 años para mantener la cuestión de la psicodinámica del trabajo, su economía psíquica, su deseo, sus fantasmas, sus defensas y su ambivalencia en el ámbito de las ciencias del trabajo. Sin embargo, a partir de estos debates y tomas de posición, concluyo que, les guste o no, los médicos del trabajo están implicados en una lucha ideológica con la definición concurrente que de los suicidios ha realizado el MEDEF (la patronal francesa) que los ha definido como algo de “orden personal”[5]. Una perspectiva patronal que excluye el cuestionamiento del trabajo y que traslada las dificultades al ámbito de las fragilidades individuales. «Consideramos que la organización es algo intangible, se trata de conseguir que los asalariados se adapten y sean más resistentes » —señala Jean Claude Delgennes, director de un gabinete asesor de las CHSCT[6] (cabe señalar que esto no es nuevo).
Defino la ideología con Stuart Hall (2007), como el lugar en que se lucha por el sentido: se enfrentan significados que luchan entre sí por el poder mediante una lucha social para controlar el discurso y la definición de “lo real». Según Michel Lallier, ex-secretario del CHSCT de la central nuclear de Chinon, « cuando las grandes empresas manifiestan al unísono “no somos los responsables!”, las familias acaban por convencerse de que si no está relacionado con el curro, pues seguramente ellas son las responsables. Pero limitarse a ayudar a las familias de las personas que se han suicidado sería complicado puesto que el suicidio no es sino la punta visible del iceberg. Detrás del paso al acto, está efectivamente todo el sufrimiento psíquico relacionado con el trabajo[7]. » ¿Está relacionado todo el sufrimiento con el trabajo? ¿O todo el sufrimiento es más bien de tipo personal? No estoy convencida de que los enfrentamientos binarios, escamoteando la complejidad de las situaciones reales puedan llevar todo lo lejos que desearíamos. Ciertamente no se juega con la ideología, ésta tiene efectos concretos en la realidad, en términos de categorizaciones, de prevención, de cuidados, de apoyo a las familias, etc. El hecho de perder la batalla ideológica no es un problema menor que el hecho de tener que defender un concepto psicopatológico creíble del suicidio. Pero bajo este punto de vista el problema es el siguiente: la problemática psicológica individual de la persona suicidada no puede reducirse a su sufrimiento considerado únicamente desde el punto de vista del trabajo, lo que no impide que el trabajo tenga algo que ver, considerando el reto que representa para cada sujeto. La psicología, ciertamente, ¡lo complica todo!
3. Los que se suicidan, ¿son realmente “los mejores”?
La función de las ciencias humanas y sociales es la de producir nuevas representaciones de « lo real » adelantándose a la percepción que la gente tiene de ello, pero para esto es preciso que éstas sean creíbles y propongan normas fiables para actuar. Demasiado adelantados con respecto al sentido común, los conocimientos científicos tienen pocos efectos y corren el riesgo de pasar al olvido o de ser recibidos con mucho retraso. Trabajar a favor de la credibilidad y la fiabilidad de nuevas representaciones implica combinarlas con un universo simbólico y con unas prácticas previamente existentes en las que se implantan, se arraigan, reconfigurando el campo de los significados al tiempo que son reconfigurados por éste. Resulta difícil hacerse entender sin ser en parte cautivo del discurso imperante.
Según Christophe Dejours, «los que se suicidan en el trabajo son los hombres y las mujeres que se han implicado más en el trabajo, los que figuran entre los mejores »[8]. ¿Por qué la afirmación de que los mejores son los que se suicidan produce un determinado « efecto de reconocimiento? » ¿Por qué se valora como una verdad evidente y sobre todo, ¿por parte de quién? Esta idea de que existen unos que son « mejores » no tiene sentido inmediato, natural, lógico, en psicodinámica del trabajo laboral. Se puede citar, en particular, el análisis del juego de scrabble de Christophe Dejours y Dominique Dessors (Dessors, 2009), o el texto de Damien Cru sobre los talladores de piedra que « hacen el vago », es decir, que para un observador externo sería como si no estuvieran haciendo nada o estuviesen de cháchara, fueran los más vagos entre los vagos, y cuyos paseos revelan ser, una vez analizados, el modo más apropiado de relación colectiva con la temporalidad con respecto a su tarea, el que les permite adelantarse a las dificultades futuras. (Cru, 1988). Pero parece claro que esta afirmación – los hay que son mejores (por consiguiente existen peores) – tiene valor verdadero como sentido común para numerosos trabajadores y sobre todo para las lógicas actuales de gestión empresarial que valoran el rendimiento y la puesta en competencia. Dejours retoma aquí la definición que reciben determinados trabajadores dentro de una cierta lógica de gestión empresarial, precisamente aquella cuya responsabilidad se cuestiona en la imputación de los suicidios en el trabajo. « Un asalariado que no obtiene resultados es « “malo” » dice un representante de la CGT (Confederación General de los Trabajadores) en el informe de Santé-Travail. En este contexto, hablar de los « mejores » es algo que a la gente le dice algo. Esta palabra cuenta con numerosas posibilidades de hacer mella pero…la afirmación que los que se suicidan en el trabajo son los asalariados «que están más implicados, que cumplen con más celo con su cometido » es una crítica de la adesión a las reglas del neoliberalismo que denuncia una nueva forma de alienación en «el trabajo que mata». Esto podría reformularse de la siguiente forma: el trabajo mata fundamentalemente a los que respetan escrupulosamente las reglas del juego neoliberal. «Tengo la impresión de que los más afectados son los que tenían una conciencia profesional muy exacerbada », —señala Sylvie Sanguiol de Sud Renault[9]. A pesar de la connotación crítica contenida en el término celo[10], uno se pregunta si ésta no queda desactivada cuando la cateogoría de «los más implicados » corre el riesgo de reforzar también el paradigma del management de los buenos y los malos elementos, un paradigma que la psicodinámica del trabajo se encarga por otra parte de deconstruir. Asociar los suicidios relacionados con el trabajo al perfil de los « mejores » y de los más « implicados » podría sugerir en efecto, de forma tendenciosa, que los otros (aquellos que no se suicidan) son “menos buenos”, “están menos implicados”, haciendo de la implicación el criterio de un perfil de excepción.[11]
¿Son los « mejores », los que se suicidan, o aquellos cuya economía de los impulsos se implica –y se agota- en la ideología exaltante de los resultados y de la competencia? ¿Son aquellos que no pueden adoptar las estrategias colectivas de defensa porque son demasiado diferentes de los demás debido a su personalidad, su género, su ética, su cultura de origen o el lugar que ocupan en la organización? ¿O bien se trata de aquellos a los que les cuesta más atreverse a ser más flexibles con respecto a las normas? Lo que al mismo tiempo traslada la cuestión a las condiciones colectivas que autorizan esta implicación o esta flexibilidad – volviendo a centrarse en las patologías del aislamiento analizadas por Christophe Dejours – así como en las configuraciones psicosociológicas individuales.
4. Investigación sobre un suicidio en el trabajo: retrato de un joven con múltiples facetas
En una investigación sobre psicodinámica del trabajo que realizamos en 2008 con Fabienne Benetti, tras el suicidio de un joven médico en su lugar de trabajo[12], preguntando a los equipos con los que trabajaba, cada uno tiene, en función de su grado de proximidad en el trabajo, de su relación jerárquica o como subalterno, su propia versión de la implicación del difunto con respecto a su trabajo, las dificultades que en él encontraba o no, si hacía o no padecer a los demás. Todos interpretan a su manera las razones que le han llevado a volver al lugar de trabajo para acabar con su vida. Para unos, es el signo de que sufría en el trabajo. Son aquellos que sienten que ellos mismos están encontrando cada vez mayores dificultades en el desempeño de su trabajo; el gesto suicidario se hace eco de su propio sufrimiento. Otros lo interpretan como el signo de una ambivalencia, de un suicidio en el modo « llamada de socorro », con un hospital que se les representa como un lugar poblado y competente, donde uno puede esperar que le salven, a diferencia del bosque vecino. Por consiguiente, se preguntan más bien cuál es el motivo que ha impedido llegar a los equipos de emergencia. Es entonces cuando les parece que lo que falla es el propio colectivo. Todos consideran a este joven como una persona « brillante », pero algunos consideran que sus conocimientos son demasiado librescos con respecto a las normas demasiado rígidas, mientras que otros piensan que actuaba con un rigor protector contra algunas derivas. Algunos lo describen como poco abierto al diálogo, zanjando las discusiones con su autoridad jerárquica y otros piensan todo lo contrario. Algunos le ven seguro de sí mismo, mientras que otros le atribuyen un sentimiento de inseguridad que comparten con él o que temen haberle hecho compartir. Como tenía que hacerse cargo próximamente de uno de los servicios de quirófanos, le enseñaron en efecto todo lo que no funcionaba bien o que podía funcionar mal. Este retrato con múltiples caras muestra claramente que la opinión sobre el trabajo, su calidad, el grado de compromiso que implica, es variable en función de los diferentes puntos de vista.
El ingenio, esta metis, implica una determinada flexibilidad psíquica, implica el hecho de poder renunciar a unos conceptos idealizados del trabajo y de uno mismo, implica una cierta relación con la realidad y con el fracaso. Cualquier tipo de chapuza y de modestia frente a las tareas que en este servicio hospitalario eran especialmente difíciles para la dirección, debido a la existencia de un conjunto de obligaciones en una actividad de riesgo, que cuestionaba directamente su responsabilidad penal en caso de surgir algún marrón, y por la defensa a ultranza de los enfermeros anestesistas, cualificados de « rebeldes », nunca dispuestos a ceder y frente a los cuales había que conseguir imponerse. Las enfermeras, en cambio, podían permitirse suavizar las cosas aunque ello les costara un cierto desprecio por parte de los otros que consideraban que quedaban eclipsadas, sometidas a la jerarquía, resultando menos directamente indispensables[13]. En el estudio aparecerán, según sus propios términos, como los « cascos azules » que tratan de mostrarse conciliadores y de reducir los enfrentamientos entre las diferentes lógicas profesionales. Una función mediadora y pacificadora de la que no pueden liberarse por el trabajo que desempeñan: un trabajo de coordinación y de apoyo técnico al servicio del trabajo de los demás que implica para que esté bien hecho (y para salir cuando toca) que puedan ponerse en su lugar. No es casualidad que sean ellas también las que den la descripción más relajada del difunto, « un tipo guay que se tomaba su café tranquilamente », como tampoco lo es que haya sido una de ellas la que vio con más exactitud un estado anormal de excitación la víspera de su fallecimiento. Y después de este drama, si hay algo que pueda reorganizarse mediante el debate sobre el trabajo, ello no se hará sin implicar a la tenacidad de los enfermeros anestesistas, eso sí, teniendo en cuenta el trabajo de care de las enfermeras cuidadoras, un trabajo de atención a los demás que ya se da por sentado, pero que se confunde con la sumisión. O para decirlo de otra forma: Esto no se va a realizar sin la modificación de las representaciones de las que son las « mejores » y las «menos buenas » (o “buenos”). El informe que hemos entregado tiene en cuenta esta modificación.
El fallecido tenía « antecedentes » familiares (suicidio de un antepasado), hecho que todos conocen en este hospital en el que todo el mundo se conoce más o menos de cerca. La carta que ha dejado está destinada conjuntamente a su familia y a sus colegas. En la misma se acusa de su « incompetencia personal y profesional ». Aunque no podamos saber lo que esta frase significaba para él, comprobamos que no existe distinción entre lo que era un problema personal y lo que sería más bien un problema profesional. Aunque el fallecido sea varón, joven, blanco y muy cualificado, sus antecedentes familiares y la interrelación entre los ámbitos privado y profesional ¿pueden suponer que no sea una buena muestra a la hora de representar a la categoría de los suicidados por culpa del trabajo? ¿Habría que omitir mencionar la fragilidad estructural en la etiología del suicidio de este joven médico? El conocimiento que sus colegas tenían de la fragilidad estructural de este joven (sus « antecedentes») no les ha impedido realizar acciones de identificación, en algunos casos más bien desde el punto de vista laboral, en otros desde el punto de vista de la vida personal, especialmente para varios de ellos que habían tenido casos de suicidio en sus familias, a veces ambos. Numerosos son los que han pensado en ello: mañana podría tocarme a mí, podría ser yo, mi hermano, mis hijos.
Hablar de « fragilidad estructural » conllevaría, sin embargo, el riesgo de alimentar algunas prácticas de « formación de la línea jerárquica con vistas a la localización de las personas “frágiles”, un tema que PSA tiene en cuenta » y con el que se corre el riesgo de realizar la selección de los individuos en función de su salud »[14]. Para evitar la dificultad, los « expertos » se ven obligados a ser extremadamente prudentes, utilizando determinados eufemismos, como en el caso de Christophe Dejours: « en el proceso que conduce (al suicidio), no es necesario que exista previamente un fallo psicopatológico. En numerosos casos, a medida que avanza, el proceso revela un fallo preexistente que se descompensa precozmente desembocando en el suicidio, aunque a veces también desemboca en violencia que se vuelve contra el otro.[15] ». El término fallo es suficientemente confuso como para poner la mosca en la oreja a los psicopatólogos y no exponerse a la recuperación de los directivos. También es posible echar balones fuera, como hace Philippe Davezies, dejando de lado la « cuestión delicada » de la etiología de los suicidios para concentrarse en la respuesta que conviene dar al desconcierto de los colegas. Resulta deontológica y metodológicamente procedente. Como subraya Philippe Davezies, si estamos de acuerdo con la tesis de la centralidad del trabajo con respecto al funcionamiento mental, « tras un suicidio » resulta cuanto menos legítimo plantearse la cuestión de que « la actividad profesional y las relaciones laborales no han cumplido su función de protección de la salud »[16].
A su manera, es también lo que se preguntaban los que participaron en nuestro estudio y sus comanditarios: ¿No se habían equivocado en algo? Hasta el mismo momento fatal, cuando estaban trabajando, como de costumbre, cerca del despacho del médico sin darse cuenta del drama que se estaba produciendo ahí.
5. Un fantasma que da forma a la precarización del trabajo
Nos han pedido que intervengamos, a petición de los equipos, para ayudarles a salir de un estado de pasmo que llevaba a un alto directivo a decir: « Desde entonces, todo sigue adelante, pero es como si todo se hubiera detenido ». Esta misma persona deseaba que se diera buena cuenta de los « rumores » que empañaban la memoria del fallecido, según ésta. El estudio demostró que la palabra « rumores » abarcaba un trabajo de simbolización, utilizando todos los recursos disponibles, para dar sentido a un acto incomprensible y que causaba terror. Un mes después de los hechos, el fantasma del fallecido continuaba planeando sobre las instalaciones técnicas, varios miembros de los equipos « sintieron su presencia », creyeron oirle o verle pasar al fondo del pasillo. El trabajo que hemos realizado ha consistido primero en acoger, socializar esta experiencia dolorosa, estas visiones y estas sensaciones « irracionales » (según el término utilizado por uno de ellos) que les paralizaba mientras efectuaban su cometido. A algunas enfermeras cuidadoras les había afectado el hecho de que otras hicieran especulaciones aventuradas sobre el tiempo que hubieran necesitado para intervenir y salvar al joven sin que tuviera daños cerebrales. A estas conjeturas matemáticas se apuntaron sobre todo los hombres, médicos o enfermeros. Cuando se da un caso de muerte violenta o inesperada siempre se produce un trabajo de racionalización defensiva, de una forma u otra; las personas cercanas, la familia y/o los colegas deben vivir con la culpabilidad de no haber podido impedirlo y con la incomodidad de no poder aportar todas las respuestas al enigma que encierra una desaparición de este tipo. La expresión de angustia y el sentimiento de inseguridad que genera en ocasiones el trabajo se ha unido a los rumores, a las « extrañas » sensaciones percibidas y a unos cálculos incongruentes, los equipos no podían disociar el impacto del suicidio con las obligaciones de tipo organizativo que deben afrontar, la sensación que tienen de ir demasiado deprisa, de hacer demasiadas cosas al mismo tiempo, de forma demasiado aislada y sin arbitrajes. Este fantasma, estas visiones fugaces – «no puedo ir a buscar un veneno en la nevera… cuando preparo una bandeja, pienso: él se la preparó él mismo» han hecho que pongamos palabras para describir una angustia de fondo: la que genera la precarización del trabajo en un contexto de intensificación del trabajo. La utilización con fines letales de los productos que habitualmente sirven para dormir a los pacientes ha desestabilizado las defensas que permiten, en la rutina diaria, « olvidar » que la anestesia es una actividad que comporta riesgos para los pacientes y que ha hecho más insoportable el que a menudo sean los enfermeros anestesistas los que tengan que tomar solos la responsabilidad de dormir a los pacientes (los médicos se pasan mucho tiempo de un lado para otro). Por razones de anonimato de los datos, resulta difícil ir más lejos en la descripción e la situación de trabajo. Sin embargo, es probable que esta situación de intensificación del trabajo, que obliga a los equipos al activismo con el colofón de la falta de tiempo para tomar distancia, individual y colectivamente, no se dé únicamente en los hospitales franceses. De hecho en este hospital no ha habido problemas graves de seguridad relacionados con los cuidados médicos. Hasta el momento en que se ha producido este drama los equipos han afrontado los gajes de la actividad con rigor y competencia. La situación de crisis inducida por el suicidio ha revelado más bien un sentimiento de inseguridad y una ansiedad latente con respecto a «lo que podría suceder».
6. Una etiología «mixta» que interrelaciona trabajo e historia singular
Lo que se ha podido hacer en este estudio –reconocer su propia vulnerabilidad, la de los demás, y construir juntos una visión compleja de la realidad que no eluda ni la centralidad del trabajo, ni las diferencias entre los sujetos – ¿sería actualmente demasiado complicado de hacer por lo que respecta al debate sobre salud mental y trabajo? No siempre ha sido éste el caso. En Phénoménologie du travail, un texto publicado en 1957, Claude Veil presenta el caso Paul:
«Este joven apuesto de 28 años que viene a revelarnos su inquietud porque desde hace algunas semanas está obsesionado con la idea de matar a su mujer. Es la vuelta de las vacaciones y reconoce que ha alimentado un amor platónico por una joven que conoció en el hotel. Trabaja como pulidor de coches, gana 88.000 francos mensuales, y fuerza el ritmo para comprarse un Simca Aronde. Le recetan tres cosas: vitaminas, neurolépticos, trabajar menos. Dos meses después le volvemos a ver, curado, y ha venido con un simple 4cv de segunda mano» (Veil, 1957).
El trabajo tiene una función en la descompensación de Paul, y por excepción esta función está reconocida en su interrelación con la problemática amorosa. Todos los pulidores con exceso de trabajo no están obsesionados con la idea de matar a sus mujeres. Se entiende que el psiquiatra no haya considerado supérfluos a los neurolépticos. El caso Paul aborda sin embargo la crítica de los ritmos desde un punto de vista psicopatológico[17]. Como subraya Claude Veil, la etiología de la descompensación es “mixta”.
Claude Veil ha conocido a Paul en la consulta. No hemos hablado con el joven médico. Este estudio no nos ha enseñado nada de lo que en su trabajo había podido suponer algo en su suicidio sin invalidar nada por el hecho de que esta función haya podido resultar decisiva con respecto a lo que sabemos de la centralidad del trabajo en la salud mental. El trabajo, en cualquier caso, no le ha permitido conjurar la desgracia. El hecho de explicitar un estudio en psicodinámica del trabajo obliga a adoptar una actitud modesta que hace que estemos expuestos al riesgo de ser descualificados desde el punto de vista de la acción. Porque los modos de intervención y de conocimiento no escapan a la confrontación ideológica trabajo versus individuo. Los actores sociales, sindicalistas y médicos del trabajo, que pelean en primera línea para afrontar situaciones concretas de desamparo, no son psicólogos o psiquiatras. Y los victimólogos, desconocedores del mundo laboral, no les resultan de ninguna ayuda, como tampoco los observatorios, los números telefónicos de ayuda y otros dispositivos de gestión del estrés que reenvían a los asalariados a su propia capacidad individual para afrontar los problemas. Se entiende que los médicos del trabajo estén cada vez más exasperados. El posicionamiento mercantil de determinados gabinetes de psicólogos que se han puesto de moda ante el beneplácito de la patronal no hace sino exacerbar la desconfianza ante la psicología y el conjunto de psicólogos que « no sirven para nada » o que sirven ante todo a la parte adversa, cuando no lo complican todo, inclusive desde el punto de vista de la acción. Efectivamente, nos resulta difícil analizar los resultados de nuestros estudios desde el punto de vista de la acción (Cru et al, 2009). No podemos demostrar que esto «funciona ». Somos los que estamos en la peor situación para hacerlo porque, para que la acción tenga éxito, es preciso que ésta se nos escape y que la gente nos olvide. El trabajo, cuando está bien hecho, es algo que no se ve. Esta característica incierta de la acción concierne de hecho a todos los médicos especialistas. « Yo no digo que haya curado a la mujer de la que he hablado, dice Jean Oury, director de la Clínica de La Borde (Oury, 2008). La eficacia sigue siendo un misterio». Jean Oury hace estas declaraciones después de más de sesenta años de teoría y práctica de la psiquiatría.
7. Una vulnerabilidad genérica
El éxito social de la tesis del « trabajo que mata » sugiere que el trabajo, a los ojos de la opinión pública como de los expertos, se ha precarizado en sus funciones estructurantes para la salud mental y que se percibe globalmente como una amenaza más que como un recurso. ¿Cuál es la realidad? Actualmente disponemos de pocos estudios sobre los suicidios ya cometidos. En el mencionado estudio, el suicidio del joven médico ha venido a desestabilizar brutalmente las estrategias colectivas de defensas (defensas a ultranza y activismo) de los equipos. La angustia generada por el sentimiento de precarización del trabajo (de su calidad, de su seguridad, de su sentido) ha tomado entonces la forma dramática de las apariciones fantasmagóricas del suicidado. La angustia y la consternación han obligado a los equipos a detenerse en su huida hacia adelante para « ocuparse de ellos », « tomarse las cosas con más tranquilidad » y «hacer juntos el balance de la situación». Evidentemente que hubiera sido preferible, y los participantes lo han comentado ampliamente, que el trabajo de recuperación del colectivo se hubiera hecho sin esperar a que ocurriera un drama.
La categoría de los suicidados en el trabajo se construye como en la parte opuesta a la de los trabajadores precarios, acordando sobre todo la primacía a los hombres (sobre todo) y a las mujeres (a veces) que responden al modelo hegemónico del “ejecutivo dinámico”. Asimismo, constituida como respuesta a la ideología patronal de la « fragilidad », borra, eufemiza u oculta la dimensión personal o estructural de las descompensaciones relacionadas con el trabajo. La categoría de los suicidados en el trabjo corre el riesgo de construirse junto a la psicopatología clásica (la que privilegia las interpretaciones en términos de estructuras) y bajo la forma defensiva de una nosografía « de lucha » ante todo guiada por la preocupación de que sea fácilmente traducible en derecho. La categoría de « depresión profesional reactiva », por ejemplo, no toma en consideración la dimensión endógena de las depresiones[18]. A sabiendas de que existen pocos psiquiatras y psicoterapeutas formados actualmente para entender la centralidad del trabajo en el funcionamiento psíquico (para todos, los trabajadores, los parados o los trabajadores en situación precaria), esta nosografía de lucha –así como su rusticidad evidente- corre el riesgo de poner trabas a la posibilidad que un número más elevado de ellos tome en serio la función de la salud mental en el trabajo, contribuyendo así a aislar todavía más a los especialistas en medicina del trabajo. La polémica surgida en 2009, tras los suicidios producidos en France Télécom (24 en 19 meses) y en torno a la confidencialidad de las « autopsias psicológicas » practicadas por algunos psiquiatras[19], no es sino un desastroso capítulo más en esta lucha ideológica que trata de diferenciar lo profesional de lo personal, cuando, por el contrario, se debería aprender a considerarlos como un conjunto en el análisis de toda descompensación, independientemente de que ésta esté relacionada o no con el trabajo.
Lo que convendría no es abandonar la categoría de la fragilidad en la patronal, sino recualificarla como una vulnerabilidad genérica que implica a todos los seres humanos, no solamente los precarios, las mujeres, los niños, los viejos o los enfermos mentales, sino también los ejecutivos que rinden, los hombres blancos dominantes. La psicodinámica del trabajo reconoce la resistencia de lo real y la vulnerabilidad de los seres humanos. La ideología empresarial del rendimiento no tolera las fragilidades. Las estudios que se están llevando a cabo sobre y con los directivos ¿cambiarán esta situación? (Dejours, 2009) Es demasiado pronto para decirlo. Articular la precariedad del empleo y la precarización del trabajo en un único y mismo problema –sin excluir a aquellos cuyo trabajo o cuyas desgracias no ocupan las portadas –continúa siendo actualmente y en cualquier caso un reto científico.
Bibliografía
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[1] La psicodinámica del trabajo no es la única que ha introducido al sujeto en un enfoque psicopatológico del trabajo, es también el caso de Paul Sivadon y su psicopatología del trabajador (Torrente, 2004), de Claude Veil y su fenomenología del trabajo (1957), o de Jean-Jacques Moscowitz en la investigación que realizó con los ferroviarios (1971). Sin embargo, la psicodinámica del trabajo es la única que se ha constituido como corriente disciplinar reconocida como tal.
[2] Conservatoire National des Arts et Métiers, en París.
[3] Agence Nationale pour l’Amélioration des Conditions de Travail (Agencia Nacional para la Mejora de las Condiciones Laborales).
[4] Xavier Bertrand, entonces Ministro de Trabajo, Relaciones Sociales y Solidaridad, encargó a Philippe Nasse y a Patrick Légeron el Rapport sur la détermination, la mesure et le suivi des risques psychosociaux au travail, que fue entregado el 12 de marzo de 2008.
[5] Cabe señalar que en noviembre de 2009, tras la mediatización de la «ola de suicidios » de France Télécom, la UMP, el partido mayoritario de derecha, cambió claramente de estrategia creando, bajo el liderazgo de Jean-François Coppé, un grupo para abordar el sufrimiento en el trabajo: http://www.lasouffranceautravail.fr/. À nouveau, il est essentiellement question de la souffrance des cadres.
[6] Recogido en el artículo « Des outils psy à l’efficacité douteuse » del informe Santé Travail, pág. 35.
[7] « Le salarié n’est pas le maillon faible », entrevista con Michel Lallier, pág. 41 del informe Santé Travail.
[8] Christophe Dejours, « Une nouvelle forme d’aliénation qui tue », págs. 2 a 28 del informe Santé Travail.
[9] Pág. 40 del artículo de Joelle Maraschin, « Mortelle omerta chez Renault », en el informe Santé Travail.
[10] El celo expresa dinamismo, diligencia, ver un fervor en la tarea que puede llevar a realizarla de forma irreflexiva y a « extralimitarse ». Es decir, no sólo a hacer más de lo que le piden a uno, lo que es lo propio del trabajo real, como lo han demostrado los ergónomos (cuyo extremo opuesto es la huelga de celo), sino a realizar por propia iniciativa, sin estar obligado explícitamente a ello por un sistema de amenaza o de intimidación unas acciones que perjudican a los demás. (Dejours, 1998; Gaignard 2007). El celo implica así una connotación peyorativa. «Algunos detentores de la autoridad pública habían hecho gala de un celo odioso al servicio de los invasores». De Gaulle, Mémoires de Guerre, 1959.
[11] Cabe señalar que los estadistas en salud laboral vienen testando desde hace unos 15 años un ítem que al comienzo trataba de medir la intensidad temporal del trabajo: « A veces trata demasiado deprisa una operación que requeriría más cuidados (siempre, a menudo, raramente, nunca)”. Este ítem no prejuzga que exista un perfil determinado sino la importancia que la mayoría de nosotros otorgamos a producir un trabajo de calidad; está ampliamente relacionado con los indicadores de degradación de la salud mental (Molinié, Volkoff, 2000). En este contexto, sin embargo, la percepción de lo que hace que un trabajo sea de calidad (la atención que se le dispensa) es la del trabajador y no la de la dirección.
[12] Para la metodología, ver los trabajos de C. Dejours (1980, 2008) y D. Dessors (2009). Durante dos medias jornadas en un grupo han participado en dos grupos distintos: por una parte 14 enfermeros y enfermeras anestesistas y una enfermera asistente del servicio de anestesia; en el segundo grupo: 7 enfermeros y enfermeras cuidadores, 1 comadrona. La metodología implica el voluntariado (sólo se puede hablar de la experiencia en el trabajo en nombre propio y sin estar obligado a ello).
[13] Los enfermeros anestesistas [en Francia] deben legalmente poseer un título, cualificación relativamente poco frecuente, lo que no es el caso de las enfermeras que cuidan a los pacientes, puesto para el que se pueden contratar enfermeras tituladas por el Estado. Los primeros tienen por consiguiente un poder en la relación de fuerzas con la jerarquía. Cabe señalar que existen mujeres entre los enfermeros anestesistas (el equipo es mixto) y al menos un hombre por lo que respecta a las enfermeras que dispensan los cuidados. La mayoría de las mujeres (aunque no todas) del equipo de enfermeras anestesistas comparten la defensa a ultranza de sus colegas, y el enfermero cuidador despliega las mismas competencias de cuidados a los demás que las enfermeras cuidadoras.
[14] Página 33 del informe Santé Travail.
[15] Página 28 del informe Santé Travail
[16] Philippe Davezies, « De mauvaises réponses à une vraie question », en el informe Santé Travail páginas 29 a 31.
[17] Como me ha hecho ver Anne Flottes, esta viñeta clínica también sugiere que la curación pasa por una renuncia al ideal de resultados, una renuncia al Simca Aronde (que podemos suponer que se fabrica en la fábrica donde trabaja Paul, si no es que él mismo interviene directamente en su producción).
[18] Dominique Huez, « Que peuvent faire les acteurs de prévention ? », páginas 36 y 37 del informe Santé Travail.
[19] Ver, por ejemplo, el artículo de Cécile Azzaro, Suicides au travail: « l’autopsie psychologique », une méthode controversée, Le Point, 27 de noviembre de 2009.