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Habemus Nanosegundo

 

No había nada excesivamente extraño en oír que el Conejo se decía a sí mismo: “¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío! ¡Llegaré demasiado tarde!” (…) pero cuando el Conejo realmente sacó un reloj del bolsillo de su chaleco, miró la hora y apuró la carrera, Alicia se levantó de un salto…” (1)

El calendario y el poder

 

“¡Que reloj gracioso! -dijo Alicia- dice el día y no la hora” (2).

Julio Cortázar, en su cuento “Instrucciones para dar cuerda a un reloj”, muestra las dificultades que se le plantean a quién recibe de regalo un reloj pulsera. Dirá que, al ajustarlo a su muñeca, el regalado es uno y no el reloj. El cuento no ha perdido vigencia pese a que el reloj pulsera es un objeto en caída libre. Las nuevas generaciones miran la hora en el celular o en la notebook. Esta obsolescencia del reloj pulsera nos da indicios de los cambios que hay con relación al tiempo. Hoy el despertador es el celular, la placenta mediática (3) desde el ciberespacio, es la encargada de sacudirnos la modorra. Podemos afirmar que existe una estrecha relación entre los cambios en las máquinas de medir el tiempo y nuestra vida. Trataremos de desentrañar el llamado tiempo real, producto de los  avances tecnológicos, fundamentalmente, por el dominio  del nanosegundo.

La sociedad del capitalismo financiero globalizado ha modificado nuestras vidas, nuevos e imperiosos ritmos de vida nos envuelven, diferentes objetos, cada vez más minúsculos, borran los anteriores y son parte de la revolución del tiempo que impone la tecnología del nanosegundo. Desde su advenimiento hay una enorme aceleración del tiempo, observa pertinentemente Enrique Carpintero: “Pareciera que no alcanza para medir el tiempo con las horas y los segundos. Debemos medirlo en nanosegundos. Todo debe ser ya y cuando llegó es tarde” (4).

Todo esto es la consecuencia del interés del capitalismo por partir el tiempo en unidades cada vez más pequeñas con objetivos claros: ponerlo al servicio del capital financiero, la gran industria y de las máquinas de comunicar. El nanosegundo -en la sociedad del espectáculo en que vivimos- es la superautopista temporal por la que el capitalismo expande sus intereses y negocios.

Esta superautopista, que aumentó la capacidad de transmisión y expansión de todo tipo de comunicación, contiene dentro de sí la producción de mercancías, la especulación financiera y el entretenimiento. Además promueve el acrecentamiento, por un mayor y más veloz tráfico de las comunicaciones, de la hiperconectividad dado que apega a las personas, las veinticuatro horas del día, a la conectividad por vía tecnológica (5). Así el ocio y el trabajo se aúnan en esa autopista que va transformando las relaciones sociales, laborales y de entretenimiento. Parece una panacea si olvidamos que el tiempo es una variable del poder, por ello es importante saber por qué y para qué se fracciona el tiempo. Retrocedamos un poco.

Siempre han existido intereses en cómo y por qué fechar el tiempo. No hay más que observar cómo judíos y chinos viven en años diferentes al occidental y cristiano (no olvidar: antes de Cristo – después de Cristo), que hubo épocas en la historia que quedaron marcadas como parte de la dinastía tal o cual. Conclusión: no siempre el tiempo se midió igual, por ello el proceso de modificar el calendario y fraccionar las horas tiene una larga y rica historia. Veamos un ejemplo: en el año 1582, por iniciativa del papa Gregorio XIII, se corrigieron las distorsiones que el calendario juliano producía, dado que acumulaba siete días de más cada mil años. Esto hacía notorio el desfasaje del calendario humano con, por ejemplo, solsticios y equinoccios, lo que traía problemas cotidianos y eclesiásticos.

Gregorio, en el año 1578,  le encomienda a Christoph Clavius que confeccione un calendario que se adaptara mejor  a las pruebas incontrastables que la astronomía indicaba. Luego de cuatro años de estudios se eliminan diez días, se pasa del 4 de de octubre al 15 de octubre. De acuerdo con la tecnología de la época la naturaleza y el mundo humano sintonizaron mejor.

 

Plustiempo para conseguir más plusvalía

 

“¿Por qué abría de hacerlo? -murmuró el Sombrerero. ¿Acaso tu reloj te dice el año? (6)

L. Carroll relata cómo Alicia, aburrida, comienza a seguir a un Conejo apurado por un reloj -la reina puede cortarle la cabeza por el atraso. Carroll, agudo, nos muestra que la niña ociosa y el Conejo asustado están subordinados al tiempo que pergeñan los que mandan. Es que la humanidad es sujetada por las máquinas del tiempo que pergeña el poder y este orden está centrado en el trabajo, pero se extiende a todo el mundo cultural y social. Trataremos de observar cómo, desde la gran producción industrial, se domina todo el tiempo humano.

La burguesía tiene una fórmula sencilla y clara: el tiempo es oro, acelerarlo, como integrante imprescindible de la producción económica, es oro a la n. Por eso se aboca a modificar el tiempo en unidades más pequeñas: se trata de dominar esas fracciones, difíciles de imaginar, para que  produzcan mayor ganancia. Ese tiempo automatizado e industrial, cada vez más veloz, donde el obrero sólo abastece a la máquina, ha tomado -aunque nos cueste creerlo- bajo su dominio el tiempo de ocio. Cada vez más somos conejos asustados por la velocidad que el poder le imprime al tiempo, no hay más que observar la imperiosidad con que se atiende un celular en cualquier lugar que comience a sonar.

Afirmamos aquí que dominar el tiempo, imponerlo de tal o cual manera, es atrapar la vida y que ésta es una cuestión de máximo interés para el poder. Por lo tanto el tiempo no sólo es parte de nuestro estar en el mundo, de nuestra psicopatología, sino que es la expresión clara de cómo la subjetividad queda atada al tiempo que rige la producción de bienes, más allá de cuántos individuos trabajen y cuántos no.

 

Dominar el tiempo, dominar los hombres

 

“-Si conocieras  el tiempo tan bien como yo -dijo el Sombrerero-, no hablarías de perderlo. Él es él”. (7)

El cristianismo tuvo sumo interés en datar el tiempo hacia adelante, trató de darle una fecha de inicio y un lugar de llegada final. La flecha del tiempo era parte de la profecía de la resurrección, ilusión que establecía que Cristo volvería a los mil años. Para el cristianismo es el momento del juicio final, donde los muertos resucitarán y comparecerán ante Cristo para fundar una Nueva Jerusalén con los justos renacidos.

La flecha del tiempo cristiana tiene objetivos claros: hacer desaparecer la muerte y con ella la historia humana. La resurrección de Jesús crea esta quimera de cómo y para qué, a los mil años, los elegidos (los buenos cristianos) volverán. Con la resurrección el tiempo humano se acabará y será la utópica eternidad la que mande. Esta fue una de las ilusiones básicas para el triunfo del cristianismo. La propuesta tiene como conclusión el fin de la historia, dado que llegado el momento no será la acción de los hombres la que construirá su destino. Será el fin de los tiempos y el advenimiento de la gloria eterna.

 

Tiempo y trabajo

 

“-Él no soporta que lo marquen. Si estuvieras en buenos términos con el tiempo, harías lo que quisieses con la hora-, dijo el Sombrerero”. (8)

El hombre necesita trabajar para proveerse el sustento. Por ello las tareas humanas requieren de tiempo -recordar que el trabajo se mide siempre en unidades de tiempo- y de periodizaciones del mismo. Desde que el hombre comenzó a pescar y navegar necesitó conocer las mareas, es decir precisó comprender las regularidades lunares y su relación con sus actividades de subsistencia. Tenemos así un calendario lunar. Los giros de la tierra alrededor del sol traen las estaciones, el año. Otro calendario predecible de la naturaleza, el hombre lo usó para dominar la agricultura.

Se observa así cómo la relación entre tiempo y trabajo estuvo atada a los ciclos de la naturaleza, podemos agregar: el día y la noche que dividió la actividad humana en tiempo de tareas y de descanso. En la actualidad este período, de luz y sombra de la naturaleza, es el que más notoriamente se ha roto en mil pedazos. Es que la hiperconectividad promueve, obliga en realidad, a no desconectarse nunca. Como consecuencia el tiempo de descanso ha desaparecido y predomina la conexión al trabajo las veinticuatro horas por la comunicación en tiempo real, no hay más que observar a las personas en el medio de un espectáculo, cenando en un restaurante, etc., respondiendo con urgencia mensajes de texto, volveremos sobre el tema más adelante.

Retengamos esto: la forma en que el hombre se relaciona con la medición del tiempo tiene que ver con la producción de bienes, hay un entramado entre la producción capitalista y el incesante fraccionamiento del tiempo a su servicio. Nos encontramos con una unidad producción-tiempo que es dominada por quienes son los dueños de los medios de producción. Por si no queda claro lo reiteramos: el tiempo es trabajo y, por ello, es la variable por dónde se hace clara la explotación de los trabajadores. Bajo estas condiciones no existe mucha posibilidad de lo propuesto por el Sombrerero a Alicia, muy pocas personas pueden hacer lo que quieren con la hora.

 

Capitalismo en la época del nanosegundo

 

-¡Me atrevo a decir que ni siquiera hablaste con el Tiempo! -dijo el Sombrerero, sacudiendo desdeñosamente la cabeza. (9)

La producción en serie convirtió al operario en un apéndice de la máquina, estuvo obligado a acoplarse al ritmo de la misma. En la evolución del capitalismo se hizo cada vez más imperioso aumentar la cantidad de mercancías dada la tendencia decreciente de la tasa de ganancia -hipótesis de K. Marx- es necesario producirlas en el menor tiempo posible. Para ello se atrapó el nanosegundo, que es el sustrato de toda la tecnología comunicativa y productiva actual. Poder partir y atrapar, para dominarlo y hacerlo producir, al nanosegundo ha constituido una brutal aceleración de los ritmos humanos. Esta unidad -milmillonésima parte de un segundo- ha perfeccionado:

A) La velocidad de las máquinas de producción.

B) La movilidad del capital financiero globalizado que produce enormes ganancias.

C) Ha permitido multiplicar, por medio de la placenta mediática, la oferta de imágenes y sonidos de la sociedad del espectáculo. Esta potencialidad comunicativa, que enlaza en los mismos objetos -celular, notebook, etc.- trabajo y ocio ha roto el dique, por vía de las máquinas de comunicar, entre trabajo y no trabajo. La publicidad de Motorola es muy clara, se muestran dos smartphone con la siguiente leyenda: “El equilibrio justo entre trabajo y entretenimiento”.

Así se realiza un sueño, largamente acariciado por la burguesía, para extraer más plusvalía del trabajo asalariado. Veamos cómo lo logra: el nanosegundo impone vivir en el denominado tiempo real -la comunicación global instantánea- un tiempo donde no hay espera y que pone a las comunicaciones humanas en el instante. El tiempo real es el dominio del instante, la vía regia de la cultura globalizada, que tiene en el canal de ofertas televisivas un ejemplo claro: ¡Llame ya! (10). Estamos en presencia de la ruptura más radical de la unidad espacio – tiempo de la humanidad, lo que pone de relieve que el eje más importante de ese par, hoy, es el tiempo.   

Así el tiempo real del nanosegundo implementa el sueño burgués: que la relación  laboral no se corte nunca y que obligue a los trabajadores a estar siempre en relación a la producción. Por la constitución de este tiempo real se produce una atadura permanente al trabajo, una especie de esclavitud disfrazada de beneficio.

Veamos cómo: Luis duerme con la computadora y celular prendidos, se despierta a las dos de la mañana por el sonido de un mail que llega -trabaja para una multinacional resolviendo problemas de empresas del sudeste asiático- rápidamente se levanta y responde a los requerimientos laborales. Sus jefes están en Estados Unidos y Argentina. La empresa le da “el beneficio” de trabajar desde su casa -está contento por esto- pero le exige soluciones urgentes en cualquier momento. Su ritmo nocturno es dormir un rato, resolver problemas laborales de Vietnam, chatear un rato con amigos, baja alguna película de internet, realiza escarceos amorosos con una chica de Brasil, mientras espera que se aprueben las correcciones propuestas, luego vuelve a dormirse por un par de horas si todo anda bien. No tiene horario de entrada al trabajo, lo que ve como un beneficio. Lo que no percibe es que, en realidad, no tiene horario de salida. Suena extraño, disonante, escucharlo decir que así tiene más tiempo para él.

En síntesis el nanosegundo es la unidad imprescindible que necesitaba la sociedad del espectáculo para seguir expandiéndose, la condición de esa expansión -en la era del mercado global, del predominio del capital financiero que produce ganancias enormes- no es otra que una aceleración del tiempo al servicio de la obtención de plusvalía, la que siempre será establecida en unidades de tiempo.

Sostenemos que ese tiempo acelerado es condición central de la producción económica de punta, que viene edulcorada por vía de las potencialidades comunicacionales y de entretenimiento que la placenta mediática promueve en beneficio de las personas. Dado que las máquinas de la época actual: computadoras, teléfonos, tabletas y sus sucedáneos, son herramientas de ambas direcciones: a) para ampliar la producción en forma incesante, y b) promover el entretenimiento.

Será, entonces, por vía de la imagen cómo la sociedad del espectáculo hace circular la globalización capitalista como la panacea de la democracia por vía de internet y las redes virtuales. Intenta ilusionarnos con que este desarrollo tecnológico producirá una expansión democrática y social de límites inimaginables. Como todo asunto que promueve una verdad parcial oscurece lo central, lo que no se debe comprender en toda su dimensión. Ya no es el momento de alargar la jornada de trabajo, tampoco de implementar turnos nocturnos (estos proyectos siempre son parte del modelo burgués de producción) sino que el asunto es que el trabajo ocupe todo el tiempo humano: el de trabajo y el de ocio. De esta manera la gran industria se ha expandido hacia la casa del trabajador y, como un ejército invisible de invasión, la ha ocupado. Ya no hay lugar o tiempo dónde el trabajador no pueda ser explotado por la patronal.

Las máquinas de comunicar imponen el estar conectado al trabajo por vía computadora, celular, etc., dado que la empresa de esta etapa de producción automatizada a conseguido, por vía tecnológica, que sus trabajadores pueden responder o actuar en cualquier instante de la noche o el día. Lo más engañoso del asunto es que el mismo celular que permite filmar a su hija o escuchar música al trabajador, es el aparato que permitirá el reclamo, o la consulta, de la empresa para que resuelva -por internet o teléfono celular- la dificultad que presente la producción a cualquier hora.

El empleado, al creer en la comodidad del trabajo en casa, no se da cuenta o niega que este proyecto vaya estableciendo sobre él un control absoluto por parte de la patronal. Estas condiciones de apoderamiento de la vida, en la etapa actual del capitalismo, demuestra una constante de la burguesía: su voracidad para apoderarse, conjuntamente, de todos los bienes -materiales y simbólicos- y de la vida de quienes los producen. Pese a este dominio la queja patronal no disminuye: “Los empleados en la oficina se distraen chateando, trabajan poco”. Como se ve siempre van por más.

En este presente capitalista, en momentos en que sus crisis son más aceleradas y profundas, entre las múltiples tareas que tienen quienes, radicalmente, buscan otros modos diferentes de vivir habrá que agudizar las capacidades para reinventar un tiempo, subjetivamente y socialmente, más humano.

 

cesar.hazaki [at] topia.com.ar (subject: Habemus%20Nanosegundo)

Notas

(1), (2), (6), (7), (8), (9): Carroll, Lewis: Alicia en el país de las maravillas, Ed. Corregidor.

(4), (10): Carpintero, Enrique: La era del nanosegundo, en www.topia.com.ar

(3), (5): Hazaki, César: El cuerpo mediático, Ed. Topía, Bs. As., 2010.

 
Articulo publicado en
Abril / 2012