La urgencia de un hospital es una frontera entre la vida y la muerte, entre la internación y el alta, entre la desesperación del síntoma y su alivio, entre la salud y la enfermedad. La palabra urgencia viene del latín urgentia y hace referencia a la cualidad de urgente, o sea, aquello que urge de atención. Según la Organización Mundial de la Salud (O.M.S.) (1) la definición de urgencia es:
"la aparición fortuita (imprevisto o inesperado) en cualquier lugar o actividad de un problema de causa diversa y gravedad variable que genera la conciencia de una necesidad inminente de atención por parte del sujeto que lo sufre o de su familia".
El ámbito físico de un hospital destinado a los casos urgentes se constituye como el lugar en donde se establece un sistema de evaluación o triage, determinándose criterios de gravedad o peligro de muerte. La evaluación está centrada en el cuerpo del individuo, cuerpo integrado por un conjunto de órganos y sistemas funcionando al unísono, el cual intenta mantener un equilibrio (homeostasis). Es sabido que la urgencia es un espacio en donde todas las edades están incluidas en la atención, debiendo estar preparada para recibir desde un dolor de garganta, hasta un infarto de miocardio, o, desde una raspadura hasta un politraumatismo.
La urgencia, entonces, es definida por el tiempo, un tiempo que está marcado por la severidad de la dolencia. Ésta misma dolencia vamos a ubicarla en una extensión intensiva llamada subjetividad de la persona afectada. Y así como la praxis sobre el cuerpo está sujeta al tiempo en el diagnóstico y tratamiento, el dolor tiene sus momentos en el espacio emocional, un espacio que se ubica y se filtra en cada rincón de lo humano. Este dolor se puede desplazar por cualquier parte y, como consecuencia: generar una reacción de sufrimiento. Si hay una medida que se intenta con prioridad en una urgencia es calmar ese sufrimiento, esto está ligado a la identificación de la enfermedad/es, infección/es, herida/s o cualquier otra alteración que se presente. Los métodos para identificar estos malestares van desde la clínica hasta la utilización de aparatos para controlar los signos vitales, o escuchar los pulmones, o bien, la misma toma de sangre para la pesquisa de análisis. Se debe decir que la técnica ha progresado en detalle para la profundización del estudio del cuerpo, de esto se desprende la hiper-especialización de la medicina, ya no sólo en el ámbito de la urgencia, sino como producto de un medio de especificidad y sensibilidad acrecentada de información tanto en la elaboración del diagnóstico, como en los tratamientos posibles.
Ya han pasado siglos desde que la Peste Negra, la Viruela, o infecciones hasta entonces desconocidas mataran a millones de personas. Las enfermedades empezaron a ser pensadas como un mal proveniente de los dioses, un castigo por el mal comportamiento, una condena al martirio para pagar los males ejercidos. La mitología griega expresa que Apolo mató a una cobra venenosa, símbolo de enfermedad. Por este hecho, Apolo fue conocido como el dios de la salud, pero también, él era portador de pestilencias con las que castigaba a los mortales. Apolo transmitió los secretos de la cura al centauro Quirón, quien luego instruyó a Asclepio y Esculapio (2). Pero, no fue hasta la aparición de Hipócrates que se dejó de creer místicamente en la atribución de la enfermedad a un castigo divino. Hipócrates perteneció a la Escuela de Cós, cuyo predecesor era el filósofo Pitágoras. Hipócrates, también considerado el padre de la medicina, construyó el Corpus Hipocrático, o sea, una serie de libros que planteaba la teoría de los humores, dándole un importante énfasis a los fluidos corporales como base para las diferencias estructurales entre lo sano y lo enfermo, haciéndolo sobre una base o una metodología de racionalidad.
Ya avanzando en el tiempo, otra figura importante que vino a surcar el imaginario popular con la idea del “hombre sanador”, fue Jesús, o, “Aquél que cura”. El imperio romano sufrió la transformación de la medicina al darle el poder a la Iglesia Católica, padre y médico se reunían en una sola persona. Galeno, nacido en 129 d.C., vendría a unirse a esta serie de figuras emblemáticas, realizando estudios avanzados en Anatomía y Fisiología, y sobre todo, al integrar la cadena causal de la enfermedad en el contexto bio-psico-social, destacándose como Hipócrates por la estructura de racionalidad y cientificidad.
Las pestes, epidemias y enfermedades a pesar de la emergencia de estos hombres dedicados al progreso y ayuda para con el otro, no desaparecieron, más bien cambiaron de forma, siendo claros ejemplos: el SIDA, los problemas cardiovasculares y el cáncer. Todas esas expresiones se acercan al segundo principio de la termodinámica, o también llamado de entropía, o sea, el grado de desorden de un sistema termodinámico, y dicho de otra forma, el trabajo disipándose en calor; un ejemplo de esto es un hielo derritiéndose en un vaso de agua, y ya llevándolo al cuerpo humano, el cáncer carcomiendo los tejidos, el SIDA tragándose al sistema inmunológico o las enfermedades cardiovasculares reventando al sujeto. Es cierto que los avances de la farmacología frenan estos procesos de entropía, e inclusive consiguen pararlos en el caso de las infecciones, pero la misma farmacología sufrió los efectos de la adaptación de los microorganismos, quienes se tornaron resistentes a los antibióticos y hasta pudieron burlarse de ellos. Por lo tanto, el espacio de urgencia ha variado en la logística de abordaje para el diagnóstico, y en la implementación de tratamientos, fundamentándose por la llamada medicina basada en la evidencia; la cual se sostiene en la experiencia clínica y en el esfuerzo de investigación traducidos a funciones estadísticas.
El reconocido neurólogo portugués Antonio Damásio divide a las emociones en tres tipos, y son: las emociones primarias en la que se incluyen el miedo, el enojo, la sorpresa, la tristeza y la felicidad; las emociones sociales, como la simpatía, la compasión, la vergüenza, la culpa, el orgullo, los celos, la envidia, la gratificación, la indignación y el desprecio; y por último, propone una nueva categoría, las emociones de fondo, que a diferencia del humor que se mantiene a lo largo del tiempo, son manifestaciones regulatorias para eventos internos o externos, expresándose de forma sutil como puede ser en los movimientos de los miembros o del cuerpo entero (3). Desde el momento que la persona entra a la urgencia de un hospital, las emociones también entran en movimiento, la emoción de fondo se convierte en emoción de frente, emergiendo por los poros de cada centímetro de piel, el miedo cobra un valor categórico como emoción primaria, ya sea para el doliente, como para el que tiene que trabajar desde el lado de la salud, ambos operarán sobre este miedo para que no invada a la experiencia consciente. En tanto que, al mismo tiempo, deben entrar en escena las emociones sociales, y éstas serán para el equipo de salud: la simpatía -en su debida magnitud-, y la compasión; ya para los enfermos, la indignación, la culpa, y quizá la vergüenza, se pondrán de manifiesto. Está claro que muchas de estas variables van a depender del integrante del equipo de salud, ya sea enfermero, técnico, o médico. No es raro que en un ambiente en donde el tiempo corre y corre, el enojo por la no atención puede aparecer como una manifestación prototípica en casos donde la urgencia está poblada de enfermos y no alcanzan los minutos para una atención adecuada. También acontecen y, ya desde el otro extremo, los momentos de felicidad y gratificación por el alivio de los síntomas. Pero, las emociones sufren procesos de aceleración y desaceleración, siendo la urgencia de un hospital el área indicada en donde la desesperación se torna partícipe principal, más allá de los controles técnicos o protocolares, dichos controles reducen los síntomas, calmando las emociones desordenadas, pero no evitando la cosificación del sujeto. Aquí nos encontramos con una paradoja, ya que estos métodos, los cuales nos conectan a máquinas, y al mismo tiempo nos convierten subjetivamente en otras máquinas: brindan una posibilidad de alivio y remoción de los malestares. Por lo tanto, este texto no trata de posicionarse sobre determinado tipo emociones, sino de analizar las variantes y fenómenos que se presentan en este espacio social que, en repetidas ocasiones no se reflexiona sobre los aspectos de la subjetividad humana, pero sí en cambio, se progresa en la técnica y los protocolos.
Para la antropóloga Liuba Kogan (2010), el cuerpo es una condición para nuestra existencia, una base de operaciones desde la que actuamos en el mundo, pero que a la vez se encuentra colmado de significado (4). Y es en el estado colmado a donde el significado se desborda como los líquidos que surcan los entretejidos del individuo, un significado que en la urgencia debe ser develado, develado gracias a los procesos decodificadores de un saber científico-médico, el cual recodifica y actúa como sutura para cualquier falla que surja del cuerpo. Por otro lado, el filósofo Bernard Andrieu en su libro “A Nova Filosofía do corpo” (2004, p.45) (5) retoma el debate entre Georges Vigarello e Lucien Sfetz, este último refiere:
“Sí, usted tiene razón. El cuerpo se vació. El enemigo ya no está en el exterior, ya no es preciso combatirlo o civilizarlo. Ya no es salvaje, negro, amarillo, judío, proletario o burgués. El enemigo está en nosotros, en el reducto de la ciudad contaminada, en el barrio desmembrado, en las familias, en los cuerpos enfermos, en nuestros genes, en el agujero de ozono, en el efecto invernadero como en la droga o en el colesterol. El enemigo es interior, tanto el humano destruyendo el planeta como en los cromosomas. El otro, el malo del otro, está escondido en el fondo de cada uno de nosotros, y ese es el que hay que vencer. Él está escondido y la utopía detesta aquello que se esconde: todo debe ser transparente, legible, y descifrable… Ese otro que la tecnología pretende ahora capturar, educar y regular (Stetz, 1997, p. 54-55)”.
Y desde esta conceptualización del malestar contemporáneo, como aquello que está en las profundidades de cada ser humano, la urgencia no puede escaparse a esto y se convierte en un espacio de guerra, funcionando el enfermo o doliente como una ciudad invadida por el enemigo, y en donde el integrante de salud es el soldado que tendrá que combatir sin piedad contra los agentes encubiertos de esa ciudad que ahora es el cuerpo. En esa guerra caben las tecnologías de la escucha, con estetoscopios para detectar al más mínimo sonido sospechoso de ataque. O sistemas satelitales de imágenes, la ciudad va a ser desnudada hasta el rincón que no quiere dejar ver su inevitable materialidad, para esto: las ecografías, radiografías, tomografías o resonancias van a descubrir los secretos del cuerpo. Casi todo en esa ciudad de piel y órganos interconectados va a ser medido: el agua limpia y el agua sobrante, las corrientes eléctricas que dominan el pensar, la pasión sanguínea que mueve sus calles, la fuerza de los motores como el corazón, la capacidad de los recolectores en el caso de los órganos excretores, el metabolismo de gobierno con empleados de puro hígado, y el oxígeno mismo que se respira, tampoco se van a olvidar de los dulces para los niños (glucosa), o las ideas de ofensiva inesperada: todo va a ser medido por la medicina, en una guerra que se vive cuerpo a cuerpo, y con un tiempo que no acepta descuidos des-protocolizados, todo tiene que estar bajo control para ganar esa furiosa guerra contra la muerte y, sus íntimas expresiones. En el mismo plano, no se puede olvidar que estos fenómenos sociales tienen como objetivo la búsqueda de la purificación del cuerpo, o el ritual de purificación de la medicina, B. Andrieu (2004, p 37):
“Tornándose dependiente de hormonas, de tranquilizantes, y de otros excitantes, el sujeto se convirtió en un objeto de experimentación farmacéutica. La manutención de la forma, mito de los 80, ya no es suficiente: la genética, la inmunología y las neurociencias fortalecen a todos los individuos los mecanismos de acción para generar su cuerpo y el cuerpo de otro. La apariencia ya no alcanza para controlar el mirar de los otros sobre si. Cada uno espera determinarse actuando sobre las causas de la apariencia”.
Si bien, esto es evidente en muchos de los pacientes que asisten a la urgencia y, por ende, a la búsqueda de alivio para la ansiedad o retoque estético -ya más fuera del ámbito de urgencia. Por lo contrario, en casos graves donde la vida pende de un hilo, el papel de los medicamentos no se puede reducir a una visión negativa de las empresas farmacéuticas, el poder de los antibióticos, de fármacos para problemas cardiovasculares, e inclusive, algunos de los psicotrópicos disponibles, o inclusive, aquellos que se utilizan para algunas neoplasias, van más allá de la mero uso mercantilista, permitiendo la prolongación de la vida y, también, el aumento de la esperanza del sujeto enfermo y de su familia. Es cierto que éstas armas farmacológicas, en ciertas ocasiones, son utilizadas de forma desmedida, el llamado escarnecimiento terapéutico es un ejemplo, o sea, aquellas medidas de pura ilusión que atraviesan la razón y las circunstancias en pro de una salvación. La creación de comités de bioética emergen de estas zonas de difícil delimitación para intentar dar respuesta a estos problemas.
Es evidente que en el espacio de la urgencia hospitalaria la razón actúa como el principal instrumento para controlar a la enfermedad y sus siniestros destinos. En este caso, la razón tiene otra connotación de la utilizada en hechos maquiavélicos como lo sucedido en la segunda guerra mundial. En esta etapa la razón perseguía fines destructivos para la preservación de una categoría o una determinada clase. En cambio, en la urgencia, la razón ya no tiene que ver con niveles de jerarquía, sino con movilidades, o sea, la razón como cuerpo operando sobre el cuerpo de la razón; y es la misma movilidad del cuerpo en donde el mercado se articula con facilidad, dice B. Andrieu (2010, p. 146):
“En el mundo siempre más actual del movimiento y de la acción, la micro-movilidad de cualquier parte del cuerpo es un signo invisible de una dinámica subjetiva insuficientemente considerada fuera del trabajo corporal. La gestión hiper-económica del tiempo en la sociedad de comunicación precipita al individuo en una velocidad extra-corporal, próxima a aquello que Paul Virilo llamó la velocidad de liberación. El hábito de andar más a prisa que su propio cuerpo y hacer varias cosas al mismo tiempo somete al cuerpo y al espíritu a los ritmos y técnicas, definiendo coordenadas espacio-temporales del orden de un espacio mente-virtual. La actualidad del cuerpo ya no es vivida. El cuerpo es atravesado por el ciberespacio de los otros, a la temporalidad satélite de su existencia. Donde están el silencio y el andar… Se pregunta David Le Breton (2000, p.11).” (5)
En esta razón móvil, las emociones se prenden y se expresan según los acontecimientos que afecten al cuerpo. Es claro el hecho que ante el dolor, la emoción sacude a la razón, desestabilizándola de su lugar de control. Y es ese mismo lugar de control de los movimientos emocionales en donde la urgencia, con su razón instrumental va a intentar ordenar. La urgencia se transforma en el espacio de privatización de la ambivalencia, si el dolor trae confusión, caos y más ambivalencia, la urgencia con su articulación de especialidades médicas va a anular cualquier indeterminación. Zygmunt Bauman (2007, p. 207) (6) es preciso en este aspecto, y en su libro “Modernidade y Ambivalência” lo expresa:
“El especialista es una persona capaz, simultáneamente, de interrogar el fondo de la confiabilidad y el conocimiento supra-personal y de entender los pensamientos y ansias de otra persona. Como intérprete y mediador, el especialista abarca los mundos, de otro modo distante, de lo objetivo y lo subjetivo. Él es el puente sobre el abismo que existe entre las garantías de estar en el lado cierto (lo que sólo puede ser social) y hacer las opciones que alguien desea (el que sólo puede ser personal). En la ambivalencia de sus talentos, el maneja, por así decir, la condición ambivalente de su cliente”.
En esta operacionalidad racional, el especialista es el agente de cambio, yendo más allá del carácter comercial del cuerpo para, como un mecánico, compensar esa máquina averiada que es el cuerpo humano. Aunque hay un problema a saldar, y es que la medicina intenta ser racional, pero el hombre es un gran ejemplo de la irracionalidad, Jean-Charles Sournia (1985, p. 360) percibe esto y dice:
“La medicina científica se esfuerza por una cierta racionalidad, pero los médicos son también irracionales, dado que son humanos. El individuo y la sociedad asocian sus comportamientos racionales y afectivos; nada permite decir que estos componentes se alteran a través de los siglos, ni que las dudas sobre la eficacia de la ciencia y la medicina sean más marcadas hoy de que antes. Hay una medicina que se esfuerza por la precisión, por la lógica experimental, oponiéndose siempre a prácticas sacadas del fondo de los tiempos, que mesclaban iluminismo, religiosidad, ingenuidad y charlatanería. El cáncer, el SIDA provocan reacciones emocionales, los “fervientes” de las medicinas “paralelas” son tan numerosos como en el tiempo de Hipócrates, el racionalizador. Y, con todo esto, las innovaciones de la medicina científica no abarcará nunca, porque tendrá que luchar contras las enfermedades milenarias y contra las que surgirán en el futuro, quizá favorecidas por otras innovaciones humanas” (7).
Imaginarse una sociedad sin un espacio médico de urgencia nos pondría en serios aprietos. ¿Cómo sobreviviríamos sin la medicina? ¿Qué haríamos para sustituir sus métodos, y sus terapias? ¿Volveríamos a los rituales chamánicos y por lo tanto acudiríamos a un curandero? ¿Por qué la medicina se propuso, o en todo caso el hombre inventó la ciencia de curar? ¿Hasta qué punto el hombre evolucionó tratando de tener una vida controlada y saludable? Según el filósofo francés Michel Onfray (2006), la medicina se opone a la naturaleza y permite que todos sobrevivan, no respetando los devenires que a cada uno le toca:
“La superación de la naturaleza crea lo humano. Rechazar el sufrimiento físico o el psíquico, inventar una conjuro a partir de cocciones, plantas molidas, de la combinación de polvos, hierbas, jugos, mezclar bebidas con encantamientos e innovaciones al pensamiento mágico, tocar, ritualizar gestos, interiorizar y no dejar que a naturaleza opere, imponer al deseo humano, aún en sus primeros momentos, en sus balbuceos, esa es la esencia de la medicina: una anti-naturaleza. (8)
Este post-humano del que Onfray habla, el de la constante búsqueda artificial de cambiar las fallas que aparezcan, lleva al hombre por el inevitable camino del perfeccionamiento, del camino que tomó Pigmalión cuando, día a día, veía a su estatua perder lo opaco de la imperfección. Nuestra época está marcada, no sólo por las “marcas”, sino por el hecho de poder actuar a “libre elección” sobre el cuerpo: borrar las huellas que el tiempo dejó, aumentar el tamaño de tejidos, sustituir órganos, extraer tumores, modificar los mecanismos fisiopatológicos que deterioran el funcionamiento normal. En este sentido, la urgencia del hospital no está muy lejos de esto, moldear lo que fue dañado o perturbado es la misión del equipo de salud. Es difícil pensar en lo antinatural cuando el propio cuerpo necesita de lo exterior para regular su organismo, ya, el mismo mono que hemos sido tuvo sus artilugios para poder conseguir su banana y luego cuando bajó del árbol: para crear el fuego. En consecuencia, cuando uno está enfermo o agobiado por el dolor, no basta con la resignación, debe hacer algo, y eso lo sabemos muy bien cuando lo sufrimos en carne propia. Desde hace siglos se ha discutido sobre la rivalidad tecnología-naturalidad, y podríamos decir ya sin ir hacia una dialéctica sin rumbo que, el ser humano en su complejidad es simple, o sea, busca zacear sus apetitos y evitar el peligro, para esto elabora un sistema de estrategias para conseguirlo. Pero, aquel que se ubica desde la salud para ayudar a los otros, evidentemente tiene que dejar una cuota de egoísmo para brindarse al otro. Y en este punto de darse a los demás, más allá de los deseos encubiertos (reconocimiento, fama, orgullo, prestigio, etc.), el enfermero, el técnico o el médico deben hacer el esfuerzo para con el otro, y es en este sentido en que nos salimos de la categoría abstracta de la medicina para ir a los interiores del sujeto, dicho de otra forma, el hombre en su sociabilidad, y para lograr una red de relaciones con las demás personas debe entregar parte de si y resignar otro tanto, y eso mismo es lo que hace el integrante del equipo de salud. Por lo tanto, y siguiendo la misma dirección, el hombre va a favor de su naturaleza –aunque muchas veces se encarga de boicotearse-, y para ello se convierte en un animal social, en contrapartida a la propuesta de Onfray, hoy es casi más natural que la naturaleza, y de esto se desprende la constante búsqueda de productos naturales. Sin embargo, Onfray se sostiene del Epicureísmo, y cree en la posibilidad de generar un mundo (¿hedonista?) acorde a nosotros:
“En cualquier lugar donde nos encontremos, debemos producir o mundo al cual aspiremos y así evitaremos lo que nos daña”. (8)
En este proyecto epicureista caben los cuestionamientos a lo que se impone socialmente, en este caso, lo limitaremos al espacio de urgencia. Es en ésta urgencia, como ya habíamos dicho anteriormente, donde un grupo de personas luchan como en una guerra contra los síntomas: a los ahogamientos se los combate sacando el líquido, en la destrucción de los órganos se implementa la apertura o la reconstrucción o el trasplante, a la muerte se la electrocuta o se la envenena para que ella misma muera (una muerte que muere). Estas serían algunas de las maneras para producir el mundo al cual aspiramos en el espacio de urgencia, siendo una versión modificada del mito pigmaliónico. La medicina se regenera como una estatua moldeándose a sí misma. En un momento histórico en donde cada uno es casi su propio médico, no le queda más remedio a la medicina que ser ella misma su propia médica, modelarse bajo los regímenes de lo cotidiano, convertirse en una artista de sí misma. Pero, es en este sitio en donde Nietzsche se interroga:
¡Pero entonces! ¿Será el objetivo supremo de la ciencia dar al hombre la mayor cantidad de placer y la menor cantidad de displacer posible? (9)
Parece que hace un poco más de cien años era una pregunta acorde a la situación social, pero hoy ya la pregunta la podríamos reformular: ¿Cuáles son los límites de la ciencia? Y aún más: ¿Habrá un momento en que la ciencia deje de preocuparse por darle más placer al hombre o menos displacer? Sin lugar a dudas vivimos sin la capacidad de tolerar el dolor, somos frágiles y vulnerables, y la ciencia se comporta como la gran prótesis de la humanidad: ¿De una humanidad en estado vegetativo sostenida por una ciencia que la oxigena?
Cuando el individuo enfermo entra a un hospital, ya sea a la urgencia o cualquier otra área, su seguridad imaginaria, su esperanza, su saber y su ignorancia es depositada en lo que Lacan llamaba el “sujeto supuesto saber”, en este caso el médico. Aquí aparece un hecho subjetivo, en donde el enfermo se transforma en una “cosa” que hay que reparar, pero esa cosa dañada puede volver a ser persona una vez recompuesta su integridad. Una situación homóloga es relatada por el sociólogo y psicoanalista Slavoj Žižek (2002), el cual trata de desenmascarar los mecanismos imaginarios de una cultura de consumo, de una cultura de la cosa, y para esto, analiza una propaganda de cerveza inglesa, una propaganda desenvuelta como en un cuento de hadas. En la primera parte de esta propaganda, una joven camina por el costado de un río, después de unos instantes encuentra un sapo, llevándoselo al pecho para luego besarlo. El feo sapo se convierte en un joven hermoso. Pero la historia continúa, el joven le lanza una mirada seductora, la atrae, y entonces consigue besarla, pero cuando esto acontece la joven se transforma en una cerveza. Terrible secuencias de pasajes entre cosas y personas, entre lo imaginario y los deseos, entre la posibilidad de ser persona y de dejar de serlo. ¿Cómo articular los formatos de funcionamiento social con el espacio de urgencia? ¿Se cumplen estos fenómenos de mercantilización, ahí, en esa frontera entre la vida y la muerte? ¿Es posible pensar estas “cosas” cuando el método sólo conoce al supuesto saber médico? ¿Se puede, o, se debe salir de esta caja de soluciones (¿caja de pandora?) cuando la vida pende de un hilo? Desde el inicio de nuestras vidas estamos descentrados para con el Otro, para aquello que nos da el saber, el orden social y simbólico. El hospital, de forma análoga, funciona como nuestros padres cuando necesitábamos comida o protección. ¿Será el espacio de urgencia un entrar en la ineterpasividad propuesta por Žižek? ¿Cuál interpasividad? Es precisamente Žižek que nos da unos ejemplos de interpasividad de nuestra época, o sea, ser pasivo a través del otro, la virtualidad no brinda un ejemplo, cuando millones de personas esperan que los Otros nos den ese plus de goce:
“«El Otro goza en vez de yo, en mi lugar», para «Yo mismo gozar a través del Otro».” (10)
Y este Otro lo seguimos encontrando, como ya habíamos dicho, en lo mercantil, en la cosificación del sujeto a través de lo virtual o de los fenómenos televisivos cómicos, en donde las risas reemplazan nuestras risas. Es áspero y chirriante intentar trasladar esto al ámbito de salud ¿El médico gozando a través del enfermo? O, ¿el enfermo gozando a través del médico? Si descontextualizamos la objetividad del encuentro médico-paciente, ¿qué sucede entre ambos en una urgencia? ¿Cómo es el vínculo subjetivo que une su objetividad? ¿Es posible plantearse un transubjetivo? O sea, ¿un dinamismo que va mudando a medida que los segundos pasan y en donde los flujos emocionales ligados a la razón se des-territorializan para luego crear nuevos territorios de acontecimientos? Preguntas que abren lo urgente del pensar, pero no un pensar desligado de la emoción al modo Descartes. Las transiciones son un ícono en la inmediatez de vivir, y es impropio generar dicotomías de estas experiencias. Entonces, discurriremos por las fronteras, ya que los estados de las cosas o de las personas no pueden estar fijos por mucho tiempo, y, cuando precisamos del Otro para organizarnos: es porque estamos vivos, es porque nos ligamos a lo intrincado de un ser emocional.
La urgencia de un hospital se constituye como un espacio de investigación y tratamiento del cuerpo. Un cuerpo por donde se filtra el dolor, los fluidos, las enfermedades, las infecciones, los accidentes y una vivencia que lo lleva al ser humano hasta los límites entre la vida y la muerte. Estar en este ámbito hospitalario, ya sea como enfermo o como integrante de salud genera un movimiento subjetivo que se liga a procesos de aceleración y desaceleración emocional. La palabra “urgencia” ya es un motivo de velocidad o tiempo, el tiempo que no espera, el tiempo de un destino incierto, en donde el cuerpo es el centro de una preocupación. Un cuerpo que se articula con los ritmos de una ciudad inquieta. Un eje social que gira en torno a velocidades de mercado y supervivencia, no escapando a los desmoronamientos del cuerpo. Pensar y repensar este espacio de “urgencias” es una vía para salir de los automatismos, y, de la cosificación del sujeto; al mismo tiempo, se constituye como un medio para reflexionar sobre las paradojas que no paran de emerger.
Referencias bibliográficas:
(1)http://www.who.int/es/, página oficial de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
(2) Frederic F. Cartwright e Michael Biddis (2003) As Doenças e a Historia. (Edição e traducção Portuguea de P.E.A)
(3) Damásio Antonio . (2003). Ao Encontro de Espinosa. As Emoções Sociais e a Neurologia do Sentir. (Edição e traducção portuguesa P.E.A) pp. 61-62.
(4) Liuba Kogan (2010). Sensibilidades en juego: Miradas múltiples desde los estudios sociales de los cuerpos y las emociones. Edición de Centro de Estudios avanzados-Unidad ejecutora de CONICET. pp. 102.
(5) Bernard Andrieu (2004). A nova Filosofía do Corpo. Instituto Piaget Editora.
(6) Zygmunt Bauman (2007). Modernidade e Ambivalência. Relogio D’Agua Editores. Traducción. Marcus Penchel de Modernity and Ambivalence (1991).
(7) Jean-Charles Sournia (1985). As Doenças têm historia. Terramar Editores.
(8) Michel Onfray (2006). A potencia de existir. Manifesto hedonista. Campo de Comunicação Editores. (p. 177-221).
(9) Nietzsche F. (1977) Gaia Ciencia. Guimarães & C. ª Editores. (p.47)
(10) Žižek Slavoj (2006) A subjetividade por vir.Relogio D’Àgua Editores. (p.37)
*El autor es médico psiquiatra, post-graduado en Emergencias en Portugal. Traductor de las referencias bibliográficas de este artículo. Trabaja actualmente en el Hospital de Las Grutas, Rio Negro.