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Psicoanálisis, contexto cultural y narcisismo

 
UN EXAMEN CRÍTICO

Si el psicoanálisis mantiene su vigencia en la sociedad actual, es por haber logrado establecer un sitio, un baluarte donde las ansiedades propias de la condición humana pueden expresarse, allí rige la más absoluta libertad de palabra.
La soledad, el desamor, el miedo a la muerte, la incompletud, encuentran en el diálogo psicoanalítico un espacio para decirse y elaborarse.
Estos temas (los que he denominado “los propios de la condición humana”) son tan esenciales a la reflexión psicoanalítica como lo son las vicisitudes de las pulsiones erótica y agresiva. Ambas (las pulsiones y las ansiedades propias de la existencia) deben estar en el centro de una reflexión psicoanalítica que se precie y que se proponga profundizar en la naturaleza humana.
Dos son las experiencias fundantes del psiquismo humano y de la vida toda: la experiencia de satisfacción y la de indefensión. Ambas fueron descriptas por Freud y están en la base misma del pensamiento psicoanalítico, pero Freud le dio prioridad a la primera, deslumbrado como estaba por lo que consideraba su descubrimiento princeps, la sexualidad infantil, y no le reconoció a la segunda toda la importancia que a mi juicio esta merece.
No es sólo la libido y la búsqueda de descarga pulsional lo que impulsa el acercamiento del sujeto hacia el objeto; también lo es el desamparo y el miedo a la soledad. Hacernos querer, sentirnos amados, es garantía de que no estamos solos, de que no se nos abandonará; y es el miedo a la soledad, al desamor, tanto como la angustia de castración lo que hacen educable al ser humano. Esto es reconocido por Freud en Inhibición. Síntoma y angustia.
La vida es inseguridad radical. Ortega decía que el hombre nada en el mar sin fondo de la existencia y que para encubrir la falta de rumbo, el desconocimiento del rumbo, lo hace vigorosamente, intentando de ese modo autoengañarse y convertir la radical y fundante inseguridad en seguridad y firmeza pero que para mantenerse a flote es necesario crear algún valor, alguna creencia, alguna ilusión.
La vida es inseguridad radical, y frente a la incertidumbre el humano no puede no sentirse abrumado por sentimientos de desamparo, soledad, indefensión y a la búsqueda de remedios que lo rescaten y alivien de esta situación.
Remedios que pueden tener efectos benéficos unas veces y otras, efectos secundarios calamitosos ¡Quién no conoce el poder del amor, la solidaridad, la amistad, el arte, el humor, la creatividad frente a los males de la vida! Winnicott dixit.
La cultura moderna globalizada desalienta los remedios de este tipo (amor, solidaridad, creatividad), y desconfía del psicoanálisis por estar comprometido con estos valores; lo considera obsoleto y de baja productividad. En cambio promueve ciertas actitudes narcisísticas que conllevan la pérdida de valores, que degradan la vida, socavan el diálogo, el entendimiento, la amistad, la solidaridad; estimulan la competencia despiadada entre las personas, generan ganadores y perdedores, califican a los individuos en mejores y peores; jerarquizan el “éxito”, de mercado y de medios de comunicación, fomentan la prosecución desenfrenada de poder y de figuración sin reparar en los costos ni en los medios. Promueven que personas busquen la acumulación de dinero en cantidades tales que no podrían ser gastadas en varias vidas, políticos que pretenden perpetuarse en el poder de cualquier manera. Desatan epidemias reeleccionistas (al menos en es lo que sucede en Latinoamérica).
Cómo podemos entender estas actitudes, tan exacerbadas en la sociedad actual, sino como la búsqueda omnipotente de seguridad. No hay nada que el dinero no pueda; ser poderoso o inmensamente rico permite negar la incertidumbre del devenir, es ser como Dios, estar a salvo de toda eventualidad, incluso tal vez de la muerte.
Nuestra cultura hipervalora lo que considera “éxito”, ser exitoso significa ser el mejor y por lo tanto el más valioso y merecerlo todo.
La presión de la cultura y de la ideología es tan poderosa que los supuestos peores y perdedores se la creen, se someten al veredicto de la sociedad y se marginan, se sienten fracasados, excluidos... y deprimidos.
La creencia en la propia excepcionalidad, sirve también para aplacar los fuertes sentimientos de culpa producidos por las tremendas desigualdades sociales; si se tiene mucho más, es porque se merece mucho más. Esto también vale para justificar procedimientos éticamente inescrupulosos o irregulares, o la corrupción: tienen derecho a ser impunes, para eso tuvieron logros excepcionales y son los mejores.
Las actitudes exhibicionistas están estimuladas; el éxito es para ser mostrado; ser admirado significa ser valioso. Ser, es “ser alguien”.
El proyecto del psicoanálisis es ayudarle al sujeto a obtener una cierta autonomía, para lo que no se puede excluir de la reflexión crítica las circunstancias socioculturales que mantienen al individuo sujetado, ni dejar de lado el análisis de las creencias y valores que rigen en una determinada cultura. Ha sido una limitación del psicoanálisis no haber tenido más en cuenta el contexto cultural.
El psicoanálisis ha descripto el complejo de Edipo como una estructura universal que regula las uniones sexuales permitidas y prohibidas en la cultura, ordena las reglas de parentesco, impone la Ley, normatiza al individuo, estructura su aparato psíquico. No se puede desconocer el valor explicativo y la utilidad teórica del concepto de Edipo. Sin embargo, se ha insistido demasiado en lo universal y se han descuidado las particularidades propias de cada cultura, las ideologías y los valores que rigen en cada una de ellas y cómo esto influye en las maneras de ser, de sentir, de pensar, y en las patologías.
Cada cultura intenta poner orden en el caos y en la incertidumbre, cada cultura tiene sus propias respuestas frente a los interrogantes del ser humano: de dónde venimos, a dónde vamos, qué es la muerte, etc. Inventa mitos, creencias, rituales que regulan las relaciones con la incertidumbre; el psicoanálisis es una reflexión crítica acerca de las apariencias que encubren la incertidumbre, las cuestiona, las interroga. Revierte las perspectivas para que los hechos se presenten bajo otra luz y se establezcan nuevos enlaces, un poco “menos falsos” o más funcionales. Freud cuestionó la conciencia, la consideró falsa conciencia, falsa certeza. Y a ciertas formas de razón las llamó “racionalizaciones”.
Mucho se ha hablado de las crisis ideológica en la sociedad actual, de la caída de los valores tradicionales, del fin de las ideologías; hemos recordado la bella frase de Ortega acerca de la cultura que orienta el movimiento natatorio del hombre sobre “el mar profundo de la existencia”, y cómo las creencias y los valores sirven de salvavidas frente a la incertidumbre, son un saber a que atenerse. Si caen los valores que nos sostienen nos aferramos de donde podemos. El poder y el dinero han servido a ese fin, dan cierta sensación de seguridad.
La modernidad, de la que somos herederos sostuvo durante siglos su fe en el progreso ilimitado de la humanidad y la creencia en que la RAZON podría resolver todos los males. Entender y controlar las fuerzas de la naturaleza, incluyendo las de la naturaleza humana, era el camino que conducía a las soluciones de todos los males de la civilización. Las tendencias violentas y destructivas podrían ser manejables (vía psicoanálisis, criminología, etología); el conocimiento de las leyes de la historia (marxismo) podría crear sociedades menos conflictivas y más justas; tendríamos los instrumentos para volvernos todos sabios, ricos y felices y vivir en paz.
Tal vez esta sea una de las utopías más amadas por nuestra generación y a la que más nos aferramos, y cuya pérdida, al menos parcial, más lamentamos.
En lo que va de este ensayo, hemos usado abundantemente el término narcisismo, que es fundamental para la comprensión de los temas tratados; pero su uso presenta una enorme dificultad: no es un término unívoco, ha sido utilizado de diferentes maneras por diferentes autores. En psicoanálisis se designa con este nombre a cosas muy diversas; por lo tanto, cuando decimos narcisismo es importante aclarar el uso y sentido que le damos a esta palabra.
Lo hemos aplicado a creencias, creencias que existen personas “mejores” que otras; hemos llamado narcisistas a ciertas defensas: negación y omnipotencia; hemos denominado narcisísticas a ciertas actitudes: la disminución de sentimientos y conductas solidarias en la sociedad actual.
En el próximo tópico, inspirados en el nominalismo, corriente filosófica que sostiene que las cosas no existen sino a través de los nombres con que se las conoce, nos proponemos efectuar una revisión crítica de algunos de los usos que del término narcisismo se han hecho en la literatura psicoanalítica. Naturalmente nos detendremos especialmente en las significaciones que Freud le atribuyó a dicho término. Luego propondremos nuestra propia comprensión del fenómeno narcisista y la definición del término que consideramos útil.

 

Distintos usos del término narcisismo en psicoanálisis y un intento de armar el propio esquema.
Algunas consideraciones previas que explicitan la ideología o el “marco teórico” que sustenta esta presentación.
En primer lugar nos referiremos al narcisismo primario.
Es en relación con la vivencia de desamparo infantil como creemos poder entender mejor el problema del narcisismo.
Las experiencias fundantes del psiquismo, dijimos al comienzo, son dos: la experiencia de satisfacción y la de indefensión. Como sabemos, Freud denominó “experiencia de satisfacción” al mítico momento del encuentro de la pulsión sexual con el objeto que la satisface, es decir, el que posibilita la descarga pulsional. Y define “deseo” como el anhelo de reencuentro con el objeto perdido de la primera experiencia de satisfacción y el cumplimiento imaginario de dicho anhelo.
La vida es toda un intento por recuperar lo perdido y en esa búsqueda se encuentran otras cosas (en esto Freud coincide con Proust). Freud sobreestimó la importancia de la experiencia de satisfacción y no le reconoció a la hilkflosigkeit toda la importancia que esta merece.
Desde el comienzo la vida es “inseguridad radical”. El recién nacido, abrumado por sentimientos de desamparo, busca desesperadamente el contacto con el otro, con el salvavidas1 que lo rescate; su vivencia de desamparo es tal que se aferra al objeto, lo traga (en la fantasía) para no separarse, lo incorpora dentro de sí. Ahora, él es el objeto, identificación primaria, fusión imaginaria, situación que al mismo tiempo desencadena mecanismos identificatorios que culminan con la estructuración del aparato psíquico.
El rudimentario psiquismo del bebé (regido por el proceso primario y la identidad de percepción) no le queda sino recurrir a fantasías omnipotentes para controlar su perturbadora realidad psíquica (desamparo y dependencia).
Las fantasías de tragarlo, incorporarlo, fusionarse con el objeto, son intentos de negar la otredad; desconocer la existencia independiente del otro. Reemplaza la aterrorizante soledad por la “ilusión”2 de la presencia incondicional del otro dentro de sí.
Este es el punto central de la tesis aquí sostenida: narcisismo primario es una forma de funcionamiento del aparato mental, rudimentaria y primitiva, cuyo rasgo esencial es la negación de la existencia independiente del objeto, desmentida, como resguardo frente a la soledad y el desamparo.
Para negar algo primero hay que reconocer su existencia, nos enseña Freud, la negación de algo implica el previo reconocimiento de que eso existe; para negar la dependencia, hay que haberla padecido; para afirmar que yo y el otro estamos unidos, primero hubo de percibir la ausencia del objeto, la separación, y haberla padecido y haber anhelado intensamente la presencia. Se impone nuevamente la paradoja winnicottiana, la coexistencia de la capacidad de conocer la realidad (realidad de la indefensión, de la dependencia) y no querer (o poder) aceptarla afirmando a lo Luis XIV “el objeto soy yo”.
Recapitulando: el narcisismo no es anobjetal, es una forma especial de relación con el objeto; es la particular manera en que la rudimentaria mente del bebé trata al otro en su fantasía, lo niega como existiendo fuera de sí, procede como si el objeto fuera una parte de él mismo. Es lo que constituye el Yo Ideal, un ser omnipotente, completo y autosuficiente3.
Esta precariedad de funcionamiento mental en que la negación de la realidad predomina sobre los hechos, implica postular la existencia de un principio de realidad endeble que permite que esto suceda. Pero por endeble que sea no puede no estar funcionando desde el comienzo en coexistencia y/o alternancia con el pensamiento mágico.
Cuando el sujeto ya no puede seguir negando la existencia independiente del objeto, cuando la realidad se hace evidente, se impone un cambio de estrategia, el recurso es el amor.
Frente al miedo a la soledad y al abandono el único recurso que garantiza la presencia del otro es contar con su amor; tratar de serlo todo para el otro, adquirir los dones y valores que lo hagan querible y deseable para el otro, y valioso, es decir, construir el Ideal del Yo, internalizar los valores del medio.
El amor es garantía de que el otro no lo abandonará; es el miedo a no ser querido (forma de ostracismo moral) tanto como el complejo a la castración lo que hace educable al ser humano.

 

Otras definiciones o acepciones del término narcisismo
La definición propuesta, por supuesto, difiere considerablemente de la que Freud le diera en su célebre artículo del 14.
La intención de Freud cuando “introduce el narcisismo”, y lo hace en el marco de la teoría de la libido, es ampliar esta teoría de manera de habilitarla para que quepan dentro de ella la comprensión de las psicosis.
Según Freud, narcisismo primario es un momento evolutivo de la sexualidad infantil ubicado entre autoerotismo y la elección narcisística de objeto. Su particularidad consiste en ser un momento en que las pulsiones sexuales toman al yo como su objeto, lo “catectizan”. A continuación describe al “narcisismo secundario” como un movimiento en que las cargas de objeto los abandonan (a los objetos) y vuelven al yo. Esta especulación metapsicológica intenta explicar dos resultados: el aislamiento en que está sumido el individuo psicótico: su pérdida de interés en el mundo se explica como una consecuencia del desinvestimiento de los objetos. Es un intento (el narcisismo secundario) de explicar la megalomanía: este proceso según Freud es la consecuencia de la inundación libidinosa sufrida por el yo, la libido vuelve a este luego de abandonar a los objetos, y este, frente a semejante inundación libidinal, se infla, se vuelve megalómano, se cree Napoleón.
¿Pero la inflación yoica no podría ser asimilable a la inflación que estudia la economía? La moneda de los países que la padecen crece en su denominación, se le aumentan los ceros. Pero esto lo que encubre es una devaluación.
La megalomanía, más bien, es un proceso defensivo, el yo intenta encubrir su sentimiento de insignificancia, su devaluación, su falta de amor por sí mismo (lo contrario de sentirse inundado de libido).
La megalomanía pareciera un esfuerzo desesperado por seguir siendo, seguir existiendo, adoptar una identidad grandiosa frente al peligro de dejar de ser, es un fenómeno restitutivo.
Otro uso del término narcisismo a examinar es en “Neurosis Narcisísticas”. Como sabemos, la denominación ideada por Freud para designar a las psicosis, las opuso a las neurosis de transferencia. Supuso que en las primeras no habría transferencia dada la indisponibilidad de libido objetal para investir al objeto analista. Neurosis narcisística es la vertiente clínica (las psicosis) de lo que metapsicológicamente se llama narcisismo secundario, de manera que son los dos aspectos del mismo fenómeno, el teórico y el clínico, las dos caras de la misma moneda.
Explicar las psicosis como inundación libidinal es contradictorio. La observación más elemental de pacientes psicóticos muestra que estos se quieren muy poco; en ellos predomina la desvalorización, la falta de cuidado por sí mismos, el sentimiento de insignificancia (esta observación pertenece a Angel Garma). No podemos utilizar la misma palabra para nombrar el amor a sí mismo (narcisismo) y al mismo tiempo a patologías en las que predomina el desamor por sí, la desvalorización. Una inundación de amor, de libido en el yo (sí mismo), haría previsible otro resultado.
El amor es siempre una situación objetal: no hay oposición entre amor a sí mismo y amor a los demás y de los demás. El haber recibido amor de los otros es condición indispensable para quererse a sí mismo; la libido narcisista (entendida como amor a sí mismo), sentirse querido, querible, es un producto de importación para el yo del sujeto, proviene de los otros, del amor de estos. Para sentirse querido es necesario haberse sentido querido por los objetos primordiales.
Nos ocuparemos a continuación de lo que denominaremos “caracteres narcisísticos”. Nos referimos a ciertas maneras de ser o de conducirse de ciertas personas que hablan mucho de sí mismas, relatan permanentemente méritos reales o imaginarios, de lo inteligentes que son, de sus éxitos de todo orden; están a la permanente búsqueda de amor y admiración pero sin devolución, no pueden pensar en el otro, ni escuchar al otro, sólo se interesan en sí mismos como si fueran niños a quienes habría que halagar, estimular, reconocer permanentemente. Están a la permanente búsqueda de admiración y/o amor.
La estrategia que implementan estas personas (hablar muy bien de ellas todo el tiempo) es la de promover el aplauso del que tanto dependen y necesitan. Hablar de sí mismos funciona como la claqué del teatro; se aplauden para promover el aplauso de los demás.
De esta breve revisión de algunas situaciones psicopatológicas en las que el término narcisismo está implicado, deducimos que narcisismo no es exceso de carga en el yo, ni exceso de amor por sí mismo, ni exceso de amor de los otros, tampoco es anobjetalidad. Las personas con patologías narcisísticas, no habiendo recibido reconocimiento ni reaseguro de que no están solas, de que son aceptadas, queribles y valiosos, que no han logrado seguridad, ni autonomía, ni podido trascender a los primeros objetos, siguen manteniendo situaciones de dependencia infantil que los llevan a la permanente búsqueda de aprobación, aplauso y reconocimiento por parte de los otros. Su sentido de identidad también está en crisis en diferentes medidas por lo que necesitan permanente reconfirmación.
Insistimos: narcisismo no es exceso de amor (por sí mismo) ni exceso de carga yoica, ni exceso de cuidados por parte del otro. Es todo lo contrario: es déficit. Para que el sujeto acceda a su propia subjetividad, para que logre su autonomía es necesario que la madre permita y auspicie la ruptura de la díada narcisista y reconozca al niño como diferente de ella.
Pensamos que este modelo teórico puede ser útil para mejor comprender los procesos de culturización.
No se postula el abandono del modelo pulsional. Son complementarios. Se postula la existencia de dos desarrollos simultáneos, que explican diferentes aspectos de la misma situación.

Benjamín Resnicoff
Psicoanalista
Email: bresnicoff [at] intramed.net.ar

Notas
1.  Recordemos la cita de Ortega que habla de natación y naufragio.
2.  Recordemos que Winnicott utiliza este término (“ilusión”) que según él tiene que ver con la paradoja de reconocer la realidad y al mismo tiempo no aceptarla, lo que genera la ilusión de omnipotencia, y que esta es sólo posible si es aceptada y compartida por la madre.
3.  Las ideas sobre Narcisismo aquí desarrolladas, en parte fueron enunciadas anteriormente por Mauricio Abadi, en especial en un artículo “Yo me amo, porque me amas tú, a quien yo amo”, en Revista de Psicoanálisis Año 84 N.1
 

 
Articulo publicado en
Agosto / 2000