A mediados del año 2013 la porteña Editorial Topía publicó un libro de mi autoría cuyo título es “¿Porqué dios? La necesidad del ateísmo”. Sin embargo, en el mismo se me quedaron algunas ideas en el teclado del procesador, esto obedeció –posiblemente- a la senilidad que me aqueja y, en la presente nota, trataré de completarlos refiriéndome en particular a la pederastia de sacerdotes.
De algún modo ya quedó aclarada –en el primer capítulo- la polémica acerca de si ¿dios creó al hombre? tal como nos viene enseñando la tradición judeocristiana occidental, o bien si ¿el hombre creó a dios? Esto último es así tal como lo venimos planteando desde el ateísmo.
Las religiones -y en especial sus sacerdotes que operan como voceros de dios- nos han enseñado que “de la nada no surge nada”, como una forma de justificar sus embates contra las certeras teorías evolucionistas y materialistas. Sin embargo, si se observa con detenimiento, desde aquella misma afirmación se está negando la existencia de dios. La contradicción explícita de la afirmación señalada es más que evidente, salvo para aquellos que se han enceguecido con “el opio de los pueblos”. Si nada surge de la nada entonces dios ha surgido de la nada, vale decir, dios es nada y, en consecuencia, no puede existir porque ha salido de la nada: es una negación.
Hay que tener presente que todas las religiones comparten la misma concepción del mundo y de la vida, tal particular forma de interpretar a ambos hace que tanto uno como la otra sean el producto de una creación divina, es decir, la teoría -más vale llamarla doctrina de fe- y es la que dio lugar al “creacionismo”; con lo cual se destruyen todos los avances de la ciencia que demuestran algo totalmente contrario a la creación por una mano que controla al Universo.
Lo cual es un disparate intelectual por la contradicción que ello implica, tal como hemos desarrollado en el párrafo anterior.
De manera tal que dios es como un cuento de hadas. Y bien sabemos -con la ayuda de la ciencia- que los cuentos no son realidad, son fantasías para entretener a los que no tienen algo mejor en que pensar. Estos cuentos de hadas no son otra cosa que la antinomia de la ciencia, la que nos enseña que la materia se basta y sobra por sí misma y que es eterna. A la vez con la ciencia podemos comprender a la generación espontánea y a la evolución, tema este último que tiene a mal traer a los sacerdotes que tratan de engañarnos con el cuento de la divinidad creadora y que llegó a punto tal a que se prohibiese su enseñanza en el Estado de Luisiana de los EE.UU. Se trata de un Estado del sureste -que integra el “Cinturón de la Biblia”- donde los evangelistas son mayoría.
Ellos propiciaron que en el 2008 se apruebe una ley para que los profesores rechacen ante su alumnado a la teoría de la evolución propuesta por C. Darwin y que -en su lugar- en los colegios se enseñase únicamente el creacionismo. El dislate llegó al extremo de negar y tergiversar la documentación científica de la evolución biológica y llegaron a enseñar que los dinosaurios y los humanos fueron creados por dios simultáneamente en el tiempo.
Más este no es el tema que deseo profundizar en este escrito, sino que pretendo dar un poco de luz crítica en relación a algo que es por demás conocido, cual es la pedofilia y el maltrato a menores por parte de quienes dicen ser la voz de dios en la tierra.
Antes de continuar adelante vale aclarar que tanto a los términos pedofilia como pederastia los trataremos como sinónimos, pese a que si profundiza en ambas etimologías es posible encontrar mínimas diferencias entre ellas. La mayoría de los pedófilos son personas con una personalidad inmadura, con problemas para relacionarse con otras personas, lo que los convierte en reservados y hasta solitarios. Suelen estar fijados en períodos de su infancia a la que consideran idílica, lo que no los deja hallar a su objeto de deseo en una figura par de ellos y, entonces, escogen a alguien que en sus fantasías es semejante a ellos y que al ser un menor -y lo tienen a su cargo- lo pueden dominar.
Por consiguiente, lo que voy a intentar en el presente escrito es poner sobre el tapete algo que apenas toqué de refilón -al citar el caso del cura Grassi- en el texto citado al principio, cual es la pedofilia por parte de sacerdotes, en particular los católicos. Hecho que durante los últimos años ha sacudido los cimientos de la Iglesia católica, gracias a la difusión periodística que han tenido los casos de pederastia por parte de sacerdotes católicos. Sin embargo debe anotarse que de estas prácticas perversas no quedan exentos los sacerdotes de otros cultos.
Para ello haré referencia a un escándalo diplomático de inauditas proporciones desatado durante febrero del 2014, cuando la ONU denunció a El Vaticano por continuar encubriendo casos de pederastia entre sus sacerdotes. Es decir, se le acusó a El Vaticano de violar la Convención de Derechos del Niño.
Al igual que otros firmantes de la Convención de la ONU de los Derechos del Niño -en 1989- el Estado Vaticano está sometido a la vigilancia del Comité sobre los Derechos del Niño. La del pasado mes de enero fue la primera comparecencia desde que estallaron los escándalos por abusos sexuales en numerosos países de Europa, de América Latina y en los impolutos Estados Unidos.
El Comité de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño se expresó -en un documento firmado en Ginebra- con suma energía indicando que la sede central de la iglesia católica “debe inmediatamente” pasar a retiro a aquellos curas que hayan cometido abusos sexuales contra menores y que, a los curas que estén sospechados de haber cometido tales prácticas, se los debe entregar a la justicia laica. Esto último igual que a los anteriores, ya que deben ser juzgados por tribunales ordinarios.
Tales demandas -insólitas para la historia de la Santa Sede- obedecen a que según el citado Comité de la ONU observó que hasta la fecha la curia vaticana ha recurrido a prácticas que en nada han contribuido a que no continúen los abusos sexuales contra millares de niños.
El Informe del Comité en cuestión fue dado a conocer luego de una audiencia -que tuvo lugar en Ginebra- en la cual un grupo de 18 expertos, de diversas partes del mundo, sometieron a un interrogatorio a una delegación de El Vaticano acerca de sus pobres políticas para luchar contra la pedofilia de muchos miembros de la curia.
Dicho Comité de las Naciones Unidas efectuó un análisis pormenorizado de los documentos presentados -como excusa- por El Vaticano referidos a casos de abusos sexuales en que sacerdotes sometieron a menores. Asimismo el Comité escuchó la intervención de quien representa al Estado Vaticano ante la ONU, el arzobispo Silvano Tomasi, el que tuvo oportunidad de hablar ante los miembros del Comité en enero de este año.
La presidenta del Comité, la jurista noruega Kirsten Sandberg, en una conferencia de prensa al ser consultada por la dureza del informe y las acusaciones que contiene contra El Vaticano, respondió lo siguiente: “La respuesta es sí, hasta ahora han violado la Convención porque no han hecho todo lo que debieran”. Vale decir, la Iglesia católica aún no ha hecho lo suficiente para erradicar de su seno a la pedofilia y a los pedófilos.
Asimismo el Informe señala textualmente que “El Comité está muy preocupado de que la Santa Sede no haya reconocido la amplitud de los crímenes cometidos, no haya tomado las medidas apropiadas para afrontar los casos de pedofilia para proteger a los niños y haya adoptado políticas y prácticas que han propiciado la continuación de los abusos y la impunidad de los autores”. Si todo esto fuese poco como para poner los pelos de punta a los clérigos, el Informe de la ONU hace notar su “profunda inquietud por los abusos sexuales cometidos contra niños por miembros de iglesias católicas que operan bajo la autoridad de la Santa Sede”, a lo que agregó que estos crímenes -cometidos por los clérigos de diferentes jerarquías- atañen a “decenas de miles de niños de todo el mundo”, tal como se reitera en múltiples denuncias que los implican.
Una excusa ante la acusación del Comité de la ONU, que podría ser generosamente calificada como ingenua, fue propuesta por el ya citado Cardenal Tomasi, quien reconoció que existen sacerdotes que han cometido -y cometen- abusos sexuales. El prelado señaló que “también en otras profesiones hay pederastas” y, como este fuese un insuficiente disparate añadió que El Vaticano solamente posee capacidad para perseguir a aquellos delitos en su pequeño territorio enclavado en Roma; por lo que es de competencia de las iglesias de cada diócesis denunciar a la Justicia a los sacerdotes que abusen de menores, como así también le corresponde a las autoridades civiles de cada Estado hacerse responsables que tales “crímenes atroces” sean “juzgados y castigados como es debido”. Lo cual, dicho en buen romance, significa que el prelado se lavó las manos.
Asimismo Tomasi indicó que, en los últimos años, la Santa Sede había resuelto poner en marcha medidas políticas y procedimientos especialmente diseñados para intentar eliminar esos abusos en el ámbito eclesiástico; como así también para comenzar a colaborar con las autoridades judiciales de cada Estado en la lucha contra la pederastia por parte de miembros de la Iglesia.
Más -para el Comité de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño- hasta ahora esas políticas no han sido suficientes y El Vaticano todavía no adoptó los medios necesarios como para que no se repitan los casos de pederastia. A la vez que el Informe insistía en que los sacerdotes culpables de tal perversión no son juzgados, sobre lo cual agrega que: “A través de un código de silencio impuesto a todos los miembros del clero bajo pena de excomunión, los casos de abusos sexuales difícilmente han sido denunciados a las autoridades judiciales en los países donde se han cometido esos delitos”.
A continuación el organismo de las Naciones Unidas se preocupó porque “El Vaticano debería entregar toda la información que tiene sobre sacerdotes pederastas a las autoridades civiles” para que así los responsables del abuso sexual a menores sean sancionados penalmente, como así también que “quienes han encubierto sus crímenes puedan ser juzgados” por tribunales no eclesiásticos. Y el Informe continúa diciendo: “La Comisión está profundamente preocupada por el hecho de que la Santa Sede no haya reconocido la importancia de los crímenes cometidos” y que tampoco fue capaz de tomar las medidas necesarias para adoptar “políticas y prácticas que han llevado a la continuación de los abusos y a la impunidad de los culpables”. Concluyendo que la Santa Sede no cumple con el respeto por los derechos fundamentales de los menores.
Ahora bien -o, mejor dicho, mal- saliendo del texto del Informe al que hemos atendido hasta ahora, es de hacer notar que el ya citado Monseñor Silvano Tomasi, en septiembre de 2009, ante el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas declaró que según estadísticas internas del Vaticano entre el 1,5 y el 5% de su clero estaba involucrado en abusos sexuales a menores. Piénsese que actualmente se calculan unos 440.000 miembros del clero en todo el mundo, incluyendo entre ellos a curas, presbíteros, diáconos, obispos y cardenales. Entonces, de acuerdo a este cálculo, se pueden estimar entre seis y veinte mil sacerdotes que serían pederastas.
A su vez Monseñor Ch. Scicluna, un ex promotor de Justicia de la Congregación de la Doctrina de la Fe, el equivalente a un Ministerio de Justicia, quien entre 2002 y 2012 se ocupó de encarar a los sacerdotes pederastas bajo la supuesta política de “tolerancia cero” del renunciante Papa “Natzinger”. Él consideraba que aquellas cifras no coincidían con los datos que poseía El Vaticano en base a las denuncias recibidas. Según este Monseñor las denuncias que llegaron a la Congregación para la Doctrina de la Fe fueron solamente tres mil, es decir, nada más que el 0,66% de los miembros de la Iglesia. Hay que hacer notar que la política de “tolerancia cero” no fue acompañada de las medidas suficientes como para finalizar con el problema que aqueja la imagen de la Iglesia.
En su análisis de los datos que posee El Vaticano sobre las tres mil denuncias este Monseñor resulta cómico, ya que señala que solamente un 10% de ellas serían casos de “auténtica pedofilia, es decir, atracción sexual por niños impúberes”. Un 30% corresponde a relaciones heterosexuales entre adultos, mientras que el 60% corresponden a lo que él define como efebofilia -o hebefilia- que es la atracción sexual que sienten las personas mayores hacia adolescentes del mismo sexo que ya han superado la pubertad. Lo que no dice es que según sus cálculos -y si fueran confiables- el 70% están entre lo que se define como pedofilia.
Retomando el tema del Informe de la ONU, el mismo más adelante no trepida en definir claramente como criminales a los sacerdotes pederastas diciendo que “La práctica de la movilidad de los criminales, que ha permitido a muchos sacerdotes permanecer en contacto con niños y seguir abusando de ellos, continúa exponiendo a niños de numerosos países a un alto riesgo de sufrir abusos sexuales”. Con eso el Informe hace referencia a la ya tradicional política del Vaticano de cambiar de parroquia a los sacerdotes pederastas, la cual es una práctica que procura encubrir los abusos sexuales de los curas y, a la vez, evitar su juzgamiento por los fueros penales ordinarios.
Esto obedece a que los casos de pederastia en el espacio de la Iglesia se trataron internamente por la Congregación para la Doctrina de la Fe. Añadiendo el Informe una fuerte queja por no recibir los datos de todos los casos de pederastia considerados por la Congregación, como tampoco sobre los castigos que recibieron los acusados. Y continuando con el tema el Informe denuncia el “código de silencio” -al mejor estilo mafioso- que impone El Vaticano al clero bajo la amenaza de excomulgar a quienes lo violen. Tal código de silencio apunta a proteger “a la gran mayoría de autores y a casi todos los que encubrieron abusos a niños escapar a la justicia de los países donde se cometieron esos crímenes”; ya que la política que se ha usado desde la cima de la curia es la de movilizar a otras parroquias -con sede en otros países- a los pederastas.
El Papa Francisco (Pancho para los íntimos) a poco de asumir el papado expresó que le daba vergüenza la pederastia en el seno de la Iglesia, por lo cual en diciembre puso en marcha una comisión encargada de investigar estos delitos, como así también poder prevenir su ocurrencia y atender a las necesidades de las víctimas, pero parece que tales medidas fueron meramente cosméticas. Y es por eso que el Comité de la ONU objetó que los archivos de la Iglesia no se habían abierto como para que sean sancionados los pedófilos y aquellos que fueron los cómplices en su protección.
¿Y cuál fue la reacción del Estado Vaticano al tomar conocimiento del Informe que venimos comentando? Obviamente, la que el lector está suponiendo: el ya nombrado Silvano M. Tomasi expresó su indignación, dado que para elaborar el Informe no se tuvo en cuenta a las explicaciones dadas por la Santa Sede y que le parecía: “como si estuviera ya preparado con antelación”. “La primera reacción es de sorpresa porque el aspecto negativo del documento que han realizado parece como si ya estuviera preparado antes del encuentro entre el comité y la delegación de la Santa Sede”, explicó ante la Radio Vaticano.
En otra declaración expresó que “Existen abusadores entre los miembros de las profesiones más respetadas del mundo” como si esto justificara en algo los abusos en el ámbito del clero. Sin embargo el prelado parece olvidar dos cosas: 1°) que cuando esos hechos cuando ocurren en cualquier país -y los descubren- son procesados por la justicia ordinaria, y 2°) que otros pederastas no cuentan con el encubrimiento de la corporación a la que pertenecen, como ocurre con el clero.
Por su parte el Secretario de Estado Vaticano, Pietro Parolin -quien fuera Nuncio apostólico en Venezuela- también se mostró “sorprendido” por el Informe en cuestión ya que interfiere en la doctrina católica y que el mismo deberá ser estudiado con detenimiento para resolver si se lo responde. “Este informe necesita ser estudiado. La Santa Sede se reserva el derecho a responder tras haber tomado conciencia y haber profundizado en las observaciones que nos ha hecho”. A lo que añadió que El Vaticano tiene la intención de cumplir con sus obligaciones en cuanto a prevenir y castigar la pederastia en el ámbito del clero.
A su vez, el vocero del Vaticano -Federico Lombardi- se refirió a la repercusión internacional del Informe de la ONU diciendo que el Comité “no tuvo en cuenta las respuestas dadas por los representantes de la Santa Sede”, agregando que “Quien leyó y escuchó estas respuestas no encuentra reflejos proporcionados en el documento del comité, al punto de que hace pensar que fue prácticamente escrito antes de la audición”. Y denunció y que “se dio mucha mayor atención a ONG contrarias a la Iglesia católica que a las posiciones de la Santa Sede”.
Y, a su vez, El Vaticano insistió en que los procesos disciplinares que estudia y aplica internamente la Iglesia “no están abiertos al público”, esto es para proteger “a los testigos, al acusado y la integridad de la Iglesia”, aunque con ello no se pretende coartar a las víctimas en denunciar los casos de abuso sexual. Vale decir, se encubre al acusado para no dañar la imagen de la Iglesia en su integridad.
No ha de escapar al lector que no ha sido azarosa la presentación hecha por el Comité de las Naciones Unidas, sino que fue el producto de la trascendencia que han tenido en los últimos años las denuncias de hombres, mujeres y jóvenes que fueron víctimas del acoso sexual en colegios religiosos, “reformatorios” y hasta en confesionarios de templos. Muchas de estas personas -adultas cuando hacen sus denuncias- dejaron de tener temor a la vergüenza -y al escarnio de ex compañeros- de expresar públicamente que han sido violados por alguien que tenía a su cargo la guarda o su enseñanza intelectual y moral. Estos dos casos -guarda y/o enseñanza- agravan lo que según el Código Penal argentino se califica como corrupción de menores.
También últimamente los familiares de menores abusados han perdido los miedos a las autoridades eclesiásticas -locales o barriales- y, en consecuencia, han denunciado judicialmente a los curas pederastas violadores de sus hijos o ante el conocimiento que algo semejante hubiera ocurrido con otro niño.
Por todos estos hechos -y muchos más que no vienen al caso ser tratado aquí- es que la autoridad moral de la Iglesia Católica ha sido erosionada por los escándalos surgidos en los últimos años en relación a abusos sexuales perpetrados por sacerdotes en diversos países del mundo y que han intentado ser minimizados por la alta jerarquía católica. La que, sin dudas, es cómplice por encubrimiento de los delitos en cuestión y, en consecuencia, le caben las generales de la ley.
En conclusión, la Iglesia Católica, Apostólica y Romana a diario está perdiendo fichas entre sus clientes por hechos que son de una data tan antigua como que se remota a sus inicios. La diferencia estriba en que hasta hace no más de medio siglo eran silenciados por sus víctimas ya que algunos consideraban que se lo merecían debido a que algún cura pederasta había calificado como “mala conducta”, mientras que otras víctimas creían que era una “obligación” suya satisfacer las demandas perversas del sacerdote que le había tocado en “suerte” como docente o celador. Pero desde hace un corto tiempo se han conocido una mínima parte de las perversiones sexuales de los curas que no “curan” sino que enferman a quienes tienen que “padecer” sus perversiones.
Posiblemente -y esta es una aventura intelectual mía, cargada de ideología- la razón del “destape” de los hechos que venimos comentando obedezca al crecimiento de conocer -por parte de la población de las ideas marxistas -“la religión es el opio de los pueblos”- y del leninismo en su crítica a la cultura nacional a la que definió como una “cultura burguesa… ultrareaccionaria y clerical”.