Diana J. Torres (Madrid, 1981) es una integrante activa del movimiento posporno de Barcelona, colaborando con un gran número de artistas queer/posporno locales e internacionales. En 2011, fue publicado su primer libro Pornoterrorismo por la editorial Txalaparta.
Pornoterrorismo es un concepto político-artístico creado por la autora en 2001 junto al artista Pablo Raijenstein y desarrollado por Torres a partir de 2006.
Tiene diversas maneras de representarse, aunque la acción directa a través de la performance es la más representativa. Hace una crítica corporal radical que apunta a señalar la persistencia de la doble moral en todos los niveles del entramado social e intenta poner de relieve el poder disruptivo de un cuerpo desnudo -podríamos agregar- deseante y voluptuoso. Se autodefine como contra-arte, como arma de acción directa, como máquina de guerra contra el aparato de captura de la norma social heterosexista y así destruir los dispositivos de fabricación de los géneros. Publicamos este Pequeño manual de acción pornoterrorista a modo de adelanto del debate que plantea el libro compilado por Carlos Alberto Barzani: Actualidad de Erotismo y Pornografía de Editorial Topía
“Human beings must have
action; and they will make it if
they cannot find it”
Albert Einstein[1]
“Thought and theory must
precede all action; yet action is
nobler in itself than either
thought or theory”
Virginia Woolf[2]
CUALQUIERA QUE SE LO PROPONGA puede ser pornoterrorista. En realidad no tiene nada de especial, no es un don, porque el pornoterrorismo se puede proyectar también en las cosas sencillas y cotidianas. No lo digo por quitarle mérito al asunto porque que lo pueda hacer cualquiera no significa que no requiera un esfuerzo o que no haya que currárselo. Sencillamente no es necesario ser excesivamente perversx ni tampoco tener predisposiciones especiales para el exhibicionismo, la transgresión, el sexo, o la combatividad. Es más, diría sin miedo a equivocarme que puede desarrollarse y aprenderse, como cualquier otro tipo de pensamiento, estrategia o incluso lenguaje. Solo hay una cosa indispensable: el inconformismo. Ni siquiera es necesaria la rabia, un acto pornoterrorista puede estar cargado de humor y ser bastante lúdico. Así que si alguna vez has sentido que el mundo que te rodea es una puta basura, pero no sabes cómo canalizar ese sentimiento tan terrible, lánzate a la calle a decirlo, no te quedes guardándolo en tu cabeza, evita las ulceras y los ardores estomacales y desplaza tu queja al exterior. Si, para ser más concreta, lo que te toca las narices tiene algo que ver con las imposiciones morales, sociales y legales que el Estado, la Iglesia y en general la gente aplican sobre tu cuerpo y tu sexualidad, entonces, de la múltiple variedad de intervenciones en el espacio público que se pueden hacer, la acción pornoterrorista es la que más se ajusta a tus propósitos.
Lo más sencillo y lo primero es buscar de qué forma la ley o la moral reprimen nuestra sexualidad en el lugar donde vivimos y atacar por ahí. Esto siempre es un campo muy nutricio porque vivimos en lugares donde, en lo que respecta al sexo, casi todo es pecado, delito o no deseado por la mayoría. Hay leyes tan absurdas sobre esto que os harían morir de risa, aunque también es muy triste ver hasta qué punto nuestros cuerpos y nuestros coños y pollas y anos les pertenecen.
La primera intervención urbana pornoterrorista no la realicé en España, sino en Atenas. En Grecia hay una ley específica que escribe normas sobre los pechos de las mujeres. Ley que mi amiga Kikí Grevia se encargó de relatarme de principio a fin. Una de las cosas que me resultó más grave fue el hecho de que ni siquiera en las playas una mujer pudiera despojarse de su camiseta o bikini, lo vi como un claro atentado a la comodidad de las personas. Al día siguiente de nuestra conversación, paseando por la calle vi un espectáculo digno de un musical gay: un andamio lleno de fornidos hombretones desnudos de cintura para arriba que parecían más atentos a las faldas de abajo que a su labor de restauración de la fachada.
De inmediato recordé la ley de la que hablamos la noche anterior e imaginé que sucedería si en lugar de albañiles fueran albañilas, todas ahí en tetas, con los monos remangados hasta las caderas, los gruesos guantes de trabajo, meneando los rodillos de arriba a abajo, gritando cerdadas a la gente. Esta fantasía, además de ponerme terriblemente caliente, me suscitó el deseo de hacer algún tipo de intervención para protestar por lo injusta que me parecía esa ley que convertía mi fantasía en algo técnica y legalmente irrealizable. Lo realmente molesto no era que ellos pudieran enseñar sus tetas (que también las tienen, ahí, pequeñas y discretas) sino que nosotras no pudiéramos hacerlo, precisamente en Atenas, cuna de la democracia, culpable determinante de que ir vestidos sea una imposición y no una cuestión utilitaria. ¿Tan peligrosas son unas tetas? Parece ser que sí, que son granadas de mano, poderosas armas para desestabilizar cualquier estructura. La ley decía que toda mujer que mostrase sus pechos en público podía ser detenida y sancionada.
Y nosotras decidimos hacer unos stencils[3] con dos imágenes: un albañil desnudo de cintura para arriba y una albañila en la misma tesitura. Debajo de sus cuerpos podía leerse “eleftherwste ta byzia” (“liberad las tetas”). Llenamos la calle Hipokratus con este simpático dibujito que no debió gustar mucho porque a los dos o tres días ya estaba fuera (y no era precisamente porque las paredes de la calle estuvieran impolutas, dejaron el resto de pintadas, haciendo un borrado selectivo). También se nos ocurrió la genial idea de salir corriendo por la calle en tetas, pero desistimos porque yo cogía un avión de vuelta al día siguiente y nos enteramos que por esto te pueden tener en el calabozo hasta tres días. Es lo primero que haré en cuanto tenga la posibilidad de volver a Grecia.
En Barcelona, por el contrario, la legislación es más discreta y dan una apariencia de no discriminación, que en la práctica no sirve de nada; lo llaman “atentado contra la convivencia y el respeto a los otros” aunque en la Ordenanza del Civismo de Barcelona[4] no diga por ningún lado que no se pueda pasear en pelotas o en tetas. La gente está acostumbrada a ver hombres enseñando sus tetas, pero nosotras no podemos hacerlo porque alteramos el orden público. Qué bien, no sabía que algo tan tonto como estas dos protuberancias tuvieran el mágico poder de alterar el orden, ahora me ponen más cachonda que antes. Por poner un ejemplo de cómo está la situación en la ciudad-botiga, en la ciudad-marca registrada, recientemente el juez Emili Soler (Juzgado N° 27) condenó a un hombre que paseaba desnudo a una multa de ochenta euros diciendo que aquello era un atentado a la sanidad, a la estética y al derecho a “no ver” de lxs ciudadanxs de bien.
¿Derecho a no ver? Joder, dejar ciega a una persona es un delito, malditos cabronazos. Y, ¿qué pasa con el derecho a ver?
Así, aunque no haya leyes específicas que prohíban el desnudo si las hay morales y como los jueces de esta ciudad (de todas, parece) son ante todo y antes que jueces, personas de férreos principios, no son capaces de ceñirse a lo que dice la ley y son mucho más fieles a sus propios pareceres, le dan la vuelta a otras leyes (la de la convivencia y el respeto a los otros puede servir lo mismo para un roto que para un descosido) para condenar igualmente lo que a ellos no les parece cívico.
Esta ley es tan estúpida que ha reducido nuestros derechos a poco menos que los derechos de un perro. Si alguien ha de reencarnarse en Barcelona mejor que lo haga en forma de perro o de rata, así podrá pasear su cuerpo desnudo por la ciudad, mear y cagar donde le pillen las ganas y gritar todo lo alto que quiera.
Con el tema de ir sin camiseta o sin bikini la cosa ha traspasado las fronteras de lo moral para meterse de lleno en las leyes, para darle un poco de coherencia a las sentencias dictadas por la mojigatería judicial imperante.
El señor Jordi Clos,[5] presidente del gremio hotelero de Barcelona (sanguijuelas sin escrúpulos, vaya), decidió que ir sin camiseta por la calle era poco europeo y (palabras textuales) “la imagen de la gente en banador -si no llevan camiseta- no contribuye a reforzar la imagen que Barcelona ha consolidado como marca”. Afortunadamente cuando se le ocurrió esta genial idea, su Caín particular no estaba ya en el cargo y le mandaron a freír espárragos, pero volvió a intentarlo hasta conseguirlo finalmente, porque a nadie más que a él le conviene convertir esta ciudad en una “marca” de lujo, en un parque temático para gente de bien (las habitaciones de sus hoteles tienen precios de entre 130 y 500 euros la noche) y en una tienda de alto standing.
Volviendo a lo del “derecho a no ver" me gustaría saber qué piensan los que mandan del derecho a no ser visto (vigilado) cuando llenan la ciudad de cámaras. Para esto hay una acción pornoterrorista muy buena y sencilla de realizar. Se localizan dónde están situadas estas cámaras (no será difícil, están por todas partes: metro, calles, parques...) y aprovechando la cobertura y la tecnología se realiza una peli porno en vivo ante ellas. Importante que las caras no sean reconocibles. Para esto se pueden usar pelucas, toneladas de maquillaje o directamente máscaras. Luego todo es empezar a follar y ya. Así la persona que esté al otro lado del hilo no tendrá que cambiar de pantalla cuando su jefe venga por detrás: todas ellas tendrán pornografía. Esta acción implica recientemente un riesgo porque follar en la calle está castigado con multa de 500 euros.
Pero a no ser que el apretón no os permita organizar mucho, sería ideal que hubiera otras personas en la acción, encargadas de vigilar la presencia de “agentes de la ley”.
Cuidado también con lxs transeúntes, lo mismo les podría dar por animarse y participar (cosa muy improbable) que por escandalizarse y ponerse violentxs.
Otra buena acción pornoterrorista en el espacio público es la masturbación colectiva. La idea surgió hace mucho tiempo, cuando estaba en Arizona, y la intención básica era trasladar un espacio o momento íntimos a la calle. Por varias razones.
La más importante es la visibilización de la masturbación como algo natural y que hacemos todxs. También todxs cagamos y meamos y no por ello nos salimos a la calle para protestar por hacerlo visible, pero la diferencia es que sobre la masturbación pesan un millón de tabúes que no pesan sobre nuestras otras necesidades fisiológicas.
Especialmente cuando se trata de la masturbación femenina, que más que una práctica parece un fantasma que pasa de largo por los cuartos de las niñas, creo que es sumamente importante tratar de incluirla en los mismos ámbitos en los que la masturbación masculina está, o en otros que tengan la misma visibilidad. La paja femenina no está avalada, a diferencia de la masculina, por una serie de conductas socialmente aceptadas como normales y que forman parte del proceso de aprendizaje del propio cuerpo.
Es sobradamente sabido que los chavales se juntan desde muy pequeños para pajearse, ya sea en torno a una revista porno, a la ventana de la vecina indiscreta o frente a la tele. Que la primera práctica homosexual que sucede en la vida de un hombre sea la masturbación mutua no es fortuito. El cine y la novela lo representan, está dentro del imaginario colectivo. Parece como si las mujeres o las niñas no se hicieran pajas. Y probablemente muchas no lo harán (causa directa de esa carencia de referencias) pero la gran mayoría sí, aunque nadie parezca querer saberlo.
También porque considero que uno de los derechos fundamentales de toda persona es el descubrimiento de su sexualidad de forma progresiva y no cuando finalmente se llega al matrimonio o se conoce a una persona con la que interactuar sexualmente. Uno de los mayores males que ha ocasionado la Iglesia a la Humanidad ha sido penalizar la masturbación y calificarla como acto impuro. El sexo es una necesidad básica humana, de modo que la ausencia del mismo puede ocasionar graves trastornos.
La Iglesia se ha dedicado casi desde sus inicios a convertir al pueblo en anoréxico sexual y eso es un crimen, no me cabe duda. Decirle a un niño pequeño que si se toca irá al infierno o asustar a una niña con las consecuencias de la pérdida de su pureza son actos criminales y ya que ninguna ley parece hacer nada para que no siga sucediendo, sacar nuestras pajas a la calle me parece una opción totalmente lícita.
Tras varios intentos fallidos, conseguí finalmente que sucediera en el ágora de la Universidad Politécnica de Valencia, durante las jornadas Interferencias Viscerales[6] organizadas por Video Arms Idea. Junto a ilustres perras como Itziar Ziga,[7] Majo Pulido, Francesco Macarone aka WarBear[8] y Elena/Urko Perez a la paja y tras las cámaras Mar Cejas, Macarena Moreno[9] y Julia Martinez. Acompañadas por Maro Díaz[10] como comentarista y un reducido público que se fue acercando tímidamente y otro público más abundante que nos observaba desde los ventanales de la biblioteca mientras nos grababan con los móviles y nos jaleaban. Como era de esperar, casi desde el principio, nos acompañaron también los seguratas, que no sabían muy bien a dónde mirar, ni qué hacer. No pudieron hacer mucho los pobres, teníamos el beneplácito de la organización de las jornadas. A las pocas semanas, el video que alguien subió a internet tenia acumuladas 10.000 visitas (llego a las 34.000) y una inmensa cantidad de comentarios de todo tipo invadió mi web.
Estos comentarios, y la reacción tan fructífera que desató el video, me llevaron a pensar que lo que habíamos hecho no era solo necesario sino urgente, que era una tocadura de pelotas suprema, que había levantado llagas. Me di cuenta de que el garrulismo español era mucho más grave de lo que yo pensaba, de lo ignorante que es la gente aunque tenga títulos universitarios, y de la rabia que producía en personas obtusas que unas perroflautas (no pudieron ver mas allá de nuestras crestas, pobres desgraciados) invadieran su espacio público para hacerse una paja. Y, entre exclamaciones de “Viva Franco” y “Os vamos a mandar a los de España 2000”, fuimos feas y monstruosas, seres por los que no querrían ni ser tocados, individuas vomitivas, indignas. El nivel de educación sexual en los “comentaristas” era tan penoso que muchos decían que con lo feas que somos no les extrañaba que tuviéramos que pajearnos, como si la masturbación fuera una práctica para suplir un polvo. La palabra “respeto” revoloteaba como si acabara de ser inventada y contrastaba abominablemente con alguna que otra amenaza de muerte que recibí en mi correo personal... Y el derecho a no ver y a proteger a lxs pobres niñxs, eso también abundó. Yo personalmente hacía mucho tiempo que no me sentía tan satisfecha con una acción y tome la determinación de sacarla a las calles (en Madrid hay un sitio ideal, la Plaza de la Paja) y de repetirla muchas veces más a lo largo de mi vida. Se lo merecen.
Hubo uno un poco más listo (bueno, al menos sabía poner acentos) que comparó
nuestra acción con la taxidermia. Dijo que hay cosas que no se pueden hacer en público, que qué me parecería a mí si un taxidermista se pusiera a destripar animales en plena calle ante las miradas inocentes de niños de seis anos, que sería profundamente desagradable. De inmediato pensé: ¿y los toros que son?
Lo bueno de hacerlo en universidades es que te aseguras de que no habrá “menores” y tienes la tranquilidad de que la policía no puede entrar a no ser que haya una orden de la rectoría o el decanato, lo cual es bastante improbable porque es una acción demasiado corta como para que dé tiempo a hacer llamadas y gestiones.
Pero, sin duda, una de las acciones “estrella” es el pornoasalto de edificios religiosos o gubernamentales. Me explico. Íbamos a viajar a Italia yo, las Video Arms y mi amiga Montse. Queríamos hacer alguna acción en Roma y Chiara Schiavon tuvo una iluminación divina (o satánica) y se le ocurrió una idea maravillosa: esconder grabadoras con gemidos y otros ruidos sexuales en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano. Desde el primer momento nos pareció una acción digna de guerrillerxs, un mazazo directo a la cabeza del enemigo, el golpe perfecto. Así que estudiamos bien como llevarla a cabo sin demasiados riesgos y elaboramos un plan muy sencillo.
Grabamos en dos grabadoras de cinta (de bajo coste, unos diez euros, de segunda mano) gemidos, cachetes y a nosotras mismas mientras echábamos un polvo. Dejamos al comienzo de la cinta unos cinco minutos de silencio, muy importantes para que la grabadora no nos sonara en la mano justo en el momento de ponerla, para cubrirnos las espaldas y que nos diera tiempo a escapar. Chiara la colocó en el altar de la Virgen del Santo Socorro y yo en la tumba de Pío XII. El resto de las chicas se quedaron para grabar la escena. Y lo que sucedió fue que el altar se puso a gemir, sin más. Cuando la gente empezaba a arremolinarse a su alrededor (quizás pensaban que iban a ser testigos de un milagro) un señor vestido de negro (podría ser cualquier católico, ellxs son todos policías de su fe) que parecía estar trabajando, encontró la grabadora, la paró y se la llevó. La de Pío XII, con los nervios, no sonó, pero la pudimos recuperar y a la semana siguiente la pusimos en la sede de Mondadori (editorial propiedad de Berlusconi) en Venecia, escondida entre las guías turísticas. Esta fue la primera acción de pornoasalto acústico que hicimos, pero la idea en sí se puede desarrollar mucho, se puede realizar en cualquier sitio, no hace falta irse hasta al Vaticano, los cabrones están por todas partes.
Aunque he de reconocer que fue un auténtico honor hacerlo allí. De la guarida de los padres de la represión sexual empezaron a surgir gritos de placer, que para mí tenían un simbolismo muy preciso: todos los gritos que no pudieron ser por su culpa, todas esas almas condenadas hablando desde el infierno al que las relegaron donde se la pasan follando, teniendo orgasmos escandalosos, disfrutando del sexo que les fue negado por salirse de la norma eclesiástica. Las gargantas cercenadas, los cuerpos quemados y torturados, como en una procesión de almas, liberando su obscena venganza. Un auténtico subidón, la verdad.
Para realizar esta acción… es importante estudiar bien el lugar y si es posible meter la grabadora en un sitio de donde no sea fácil sacarla, para que pueda sonar un buen rato. Por ejemplo, en las iglesias, los altares de algunas vírgenes o santos están al otro lado de una reja. Colocarla ahí dentro da un margen de tiempo considerable, ya que entre que van a por la llave, abren y la encuentran, puede sonar hasta un polvo completo. Solo hay que darle al play y lanzarla. Salir por patas es lo siguiente, pero está bien saber cómo se ha desarrollado la acción así que si alguna mano “inocente” puede grabar el desarrollo, mejor que mejor.
Ahí dejo la idea, que me encantaría que se expandiese. Gente a la que la Iglesia le ha arruinado su vida sexual (entre otras cosas) la hay a patadas, a ver si se anima alguien.
Por lo demás, teniendo claro lo que es el pornoterrorismo y lo que pretende, acciones de este tipo las puede maquinar cualquiera. No está de más, eso sí, saber un poco de legislación para poder atenernos a las posibles consecuencias de nuestras acciones. Dicho esto, me veo en la obligación de añadir una precaución basada en mi propia experiencia y que será de utilidad para quien quiera lanzarse a la lucha pornoterrorista, porque hay algunos problemas que se derivan de ella.
El más importante es no saber sobrellevar la precariedad inherente al pornoterrorismo. Antes de nada debes saber que ni lo que haces ni lo que harás te dará jamás de comer. Servirá como mucho para pagarte los vicios y para que un círculo reducido de personas te conozcan, te admiren, te detesten, quieran follarte o matarte, te digan que lo que haces es importantísimo o una puta mierda. Si buscas fama y dinero, mejor no te dediques a sacarte el chocho a la mínima ocasión, ni a andar por ahí con un pasamontañas diciendo que eres artista. No funcionará.
No te darán subvenciones. Ningún gobierno o entidad, por muy liberal que sea, subvencionará que organices, por ejemplo, una masturbación pública colectiva, un taller de eyaculación femenina o de fisting vaginal, ni una performance (por muy poética y artística que sea) en la que haya sexo en vivo, aunque sea mucho más interesante y necesario que subvencionar un torneo de petanca o un estudio sobre cómo afecta el cambio climático a la reproducción de las ardillas voladoras.
Tus actividades político-artísticas se verán limitadas en cuanto a espacios, porque en ellos no podrá haber menores de edad, ni “incapaces”, ni personas desprevenidas.
Tratarán de censurarte incluso en los espacios más “alternativos” como haya de por medio aunque sea solo un poco de dinero estatal, patrocinadores, becas, etc. Nadie pondrá en riesgo su culo para que tú muestres el tuyo.
Nada que contenga las palabras porno o terrorismo podrá ser jamás un producto mediático, cultural o político (al menos dentro de la política y la cultura “correctas”, es decir, las que pueden dar pasta y renombre mundial).
Hace poco, un conocido que trabaja elaborando la programación “picante” de un renombrado programa del corazón (no digo el nombre porque de veras no lo recuerdo, no sé si era ¿Dónde estás corazón? o Salsa Rosa, en el fondo lo mismo da, son todos iguales) me propuso participar. Es uno de estos programas en los que famosxs y pseudoperiodistas se despiezan mutuamente en la primera parte y en la segunda (ya a altas horas de la madrugada) incluyen una sección en la que, obviamente, el tema principal a tratar es el sexo. ¿Para qué si no iba a quedarse alguien en su casa viendo esa bazofia hasta esas horas si no fuera porque el visionado de un buen par de tetas y
algunos culos está garantizado? A mí me parece el plato mediático perfecto: primero un
poco de satisfacción para el morbo cotilla que despiertan las historias de la gente
famosa, posiblemente con masacre emocional incluida; y, de segundo, un poco del otro
morbo, el de lo prohibido, el de la guarrada, el de lo sucio. Así, Manolo y Maruja se van a
la cama con una plenitud incierta en el estomago, una, y en la entrepierna, el otro. Una
cuestión de zombi-audiencia, vaya. El catetismo español a veces me seduce.
El caso es que mi conocido es el encargado de programar la parte de “tres rombos” y tenía preparado un especial dedicado a la adicción sexual. Su intención era sentar juntas a diferentes personas que se autodeclarasen maniacas sexuales y ponerlas a relatar sus diversas peripecias, que contaran como son sus vidas degeneradas y perversas, con un moderador o conductor para que la cosa no se saliera de madre y pudiera el espectador comprender algo de lo que sucedía.
El pensó en mi como una de las invitadas (más que nada para que me sacara algo de pasta a cambio de un poco de escándalo) y yo vi en esto una oportunidad perfecta para darle la vuelta a la tortilla y meterle un buen palo en la jeta a la puta sociedad, en la televisión pública y en directo, con millones de marujas, machirulos, pijxs, fachas, quien sabe si curas y demás seres que yo imagino que permanecen un viernes noche al otro lado de la pantalla viendo estas cosas. A los pocos días de su proposición me llamo una de las redactoras del programa para hacerme una breve entrevista que acabó durando como una hora.
Fui idiota, demasiado sincera, mis respuestas demasiado “pensadas”, mi lenguaje demasiado poco chabacano (debí haber ensayado un poco antes con algún video de Belén Esteban), y mi tono demasiado insurrecto. Cuando la redactora (una mujer de voz inteligente y deliciosa) me preguntó si alguna vez había pedido ayuda psiquiátrica para superar mi “adicción al sexo” le contesté que aquí la terapeuta era yo, porque me considero una persona mentalmente muy sana (en tanto que lo que tengo dentro de la cabeza no me hace sufrir sino todo lo contrario) y lxs enfermos son lxs demás, las personas que no viven sus sexualidades de una forma plena y divertida, que las supeditan a cuestiones morales, religiosas, casi protocolarias. Y aquí se acabo la charla. Me dijo que el programa sería en un par de semanas y que me avisarían con antelación para el tema de los billetes a Madrid. Ella quedo fascinada, lo sé, tuvimos una conversación muy interesante, pero quizás aquel día le hice odiar su trabajo cuando se vio obligada a decidir que algo como yo no podría de ningún modo entrar en directo en un programa de ese formato (y de ninguno en realidad) porque su medio de subsistencia correría grave peligro.
Evidentemente, no era algo como yo lo que buscaban. Porque buscaban víctimas
o verdugos, alguien que se dejase “conducir” mansamente, una retrasada mental, algo
monstruoso sí, pero inteligente no. Nadie con un mínimo poder de convicción, alguien sin argumentos que se pudiera rápidamente amoldar a la casilla de “enfermx mental” o “delincuente” y supongo que lo que esperaba es que yo dijera: “sí, soy una histérica ninfómana enferma deficiente, me hago pajas en público, me meto hormigas en la raja cuando me sacan al parque, me follo a cualquiera que se tercie y podréis manipularme todo lo que os venga en gana, podréis incluso hacerme sentir culpable frente a millones de espectadores que se frotarán las manos y se morirán de gusto cuando me eche a llorar arrepentida por todos mis pecados, conseguiréis incluso que alguien llame diciendo que me paga el tratamiento”. Soy muy mala estratega, mi plan se fue al carajo y no me volvieron a llamar. Yo creo incluso que me deben haber metido en una base de datos para que a ningún programa de televisión se le ocurra llamarme jamás.
Soy consciente de que si solo me dedicara a esto viviría siempre en la precariedad, que también tiene su atractivo bohemio, pero que no me seduce como plan de vida. Porque la precariedad, aunque haya por ahí imbéciles que digan que es fashion, es un castigo. Es el castigo que nos dan por no adaptarnos al sistema; castigos para lxs disidentes, premios para las ovejas.
La acción y la performance pornoterroristas le dan de alguna forma sentido y significado a mi vida, son un buen remedio para mitigar mis instintos asesinos y el mejor modo que he encontrado de decir lo que pienso. Pero como soy consciente de que no puedo vivir solo de ello, trabajo también de camarera (he sido cartera, teleoperadora, repartidora de publicidad, etc.), doy talleres y trato de vender mis libros.
Otro de los consejos que no puedo omitir para cualquiera que quiera adentrarse en el mundo del pornoterrorismo (y de la performance política en general) es que tenga cuidado con lxs farsantes. Están por todas partes y pueden estar camufladxs de cualquier cosa. A algunxs se les ve el plumero a la legua, otrxs en cambio se dicen a sí mismxs anarquistas, luchadorxs sociales, antisistema, activistas... Cuidado con la gente que va de guay, son lxs que meten las puñaladas traperas más profundas.
No es que yo haya perdido toda mi fe en la Humanidad, pero algunos palos me han enseñado a desconfiar de quien te halaga demasiado y también de quien se te pega como parásito para absorber de ti todo lo que necesita para llenar los huecos de sus carencias creativas o emocionales.
Por desgracia las ideas en cuanto a la performance están muy precariamente protegidas, quizás por la usual precariedad del género y sus desarrolladorxs. En todo caso, asume que tu trabajo podrá ser utilizado por cualquier crápula que te vea en un escenario y crea ingenuamente que podría hacer lo mismo en un lugar donde nadie te conozca para quedar como gran artista, artista canerx, genial.
Yo no creo en la privatización de las ideas ni en su mercantilización, creo firmemente que deben fluir, mezclarse, profanarse, evolucionar. Pero este ejercicio deben hacerlo personas con un mínimo de imaginación o personas carentes de ella, pero con una ética mínima para nombrar sus influencias, si no, no hay desarrollo ninguno, es pura cita sin referente, es básicamente plagio.
También creo en el respeto hacia las personas que desarrollaron y llevaron a cabo buenas ideas. ¿Qué tipo de red estaríamos creando si en lugar de influenciarnos unxs a otrxs, si en lugar de compartir, nos dedicáramos a atribuirnos las ideas de otrxs sin siquiera mencionar su nombre? Para mí, como artista y performer, es muy bello nombrar mis referentes e influencias, lo hago constantemente, a través de mi expresión escénica, a través de mi web.
No creo en el copyright, pero si en las licencias libres y todx pornoterrorista que se precie debería siempre utilizarlas. Tampoco creo en el copyleft,[11] me parece una cuestión que se puede volver en tu contra en cualquier momento. Nuestro trabajo no puede ser vulnerable a cualquier idiota que quiera usarlo para hacer sus idioteces, enriquecerse con él o atribuírselo sin darnos nuestra parte de mérito. Tenemos que protegerlo de eso.
Así que cuidado con quienes se pegan a vuestro culo con gran devoción.
Posiblemente algunas de estas personas lo harán de corazón, pero la gran mayoría querrán managearte, chulearte o sencillamente chuparte la sangre.
Y otra cosita: que una persona tenga coño, sea (o diga ser) queer, anarquista, feminista, polisexual, putón o antisistema no garantiza su honradez en ninguno de los casos. El o la activista pornoterrorista no debería perder este consejo de vista nunca.
Dicho esto, muestro aquí mi utópica voluntad de que el mundo se llene de pornoterroristas, adelante disconformes, guerrillerxs de la desobediencia sexual, el pornoterrorismo es nuestro.
Sobre toda la extensión de nuestra piel y sus sucesivas capas, está escrita (o tatuada) la jurisprudencia y la moralina del sistema, para borrarla sería ideal empezar por hacerle ver a la sociedad que no tiene derecho a intervenir en ella. El pornoterrorismo puede ser una buena forma de hacerlo, así que a lxs que estéis dispuestxs a tomar este camino os doy la bienvenida, mis piernas siempre estarán abiertas a vosotrxs.
Notas
* Extraído del libro Torres, Diana (2011), Pornoterrorismo, Tafalla, Txsalaparta, edición digital en http://pornoterrorismo.com, 2014.
[1] “Los seres humanos han de tener acción, y la crearán si no pueden encontrarla.”
[2] “El pensamiento y la teoría deben preceder toda acción, sin embargo, la acción es más noble por sí misma que cualquier pensamiento o teoría.”
[3] El stencil o estarcido es una técnica de pintura consistente en utilizar una plantilla recortada a través de la cual queda impresa la imagen cuando se aplica pintura sobre ella. Utilizada frecuentemente por artistas que intervienen en el espacio público porque la rapidez se ha convertido en un elemento indispensable.
[4] La ordenanza se puede descargar aquí (en catalán, no la encontré en castellano o inglés, que curioso, no?): http://w110.bcn.cat/fitxers/ajuntament/consolidadescat/convivencia.429.pdf
[5] ¿De qué me suena a mí este apellido? Pues mira tú por dónde, este señor es el hermano de nuestro maravilloso ex alcalde, Joan Clos, ahora "fugado" a Turquía y Azerbaiyán como supuesto embajador de España con todos los millones que sacó de la ciudad en nueve terribles años de especulación inmobiliaria desmedida. Jordi Clos, presidente del Gremio de Hoteleros de Barcelona posee ahora, entre otras muchas propiedades hoteleras, un bonito hotel en el 22@, plan desarrollado por el ex alcalde para acabar con la vida alternativa de Poble Nou y de lugares tan importantes para la ciudad como La Escocesa y la Makabra. Barrer para casa puede ser tan noble y tan ruin...
[7] Itziar Ziga es escritora y perra terrorista. Ha publicado Devenir Perra, Melusina, Barcelona, 2009; Un zulo propio, Melusina, Barcelona, 2009; también Sexual Herria, Txalaparta, Tafalla, 2011 y Malditas, Txalaparta, Tafalla, 2014. A menudo vierte sus ideas en un blog: http://hastalalimusinasiempre.blogspot.com/
[8] Francesco Macarone Palmieri es ensayista, DJ, productor, organizador, performer, filosofo... (y muchas cosas más). Mas información en: http://warbear.org/
[11] Entiendo como copyleft una cesión absoluta de los derechos de una obra.