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Pensar a Freud en el Siglo XXI

 
Entrevista con Fernando Ulloa

Para los 150 años del nacimiento de Freud decidimos hacerle una entrevista a Fernando Ulloa, quien desde hace tiempo trabaja en distintas situaciones clínicas y con la numerosidad social. Varias preguntas hicimos y otras quedaron en el camino tratando de pensar cómo el psicoanálisis, en vez de repetirse pueda recordar y elaborar para estar a la altura de las demandas que nos plantea la actualidad de nuestra cultura.

 

T.: ¿Por qué el psicoanálisis en el Siglo XXI?
F.U.: El factor central para mí en cualquier análisis es eso que llamo “el acontecer freudiano”. El acontecer freudiano comienza por el talento de Freud, el contexto de la época, la muerte del padre y todo lo que alude al autoanálisis del propio Freud. Allí converge el contexto cultural de entonces, y el hecho determinante seguramente fue la muerte del padre, con los sueños que Freud tuvo, así como las lecturas de Sófocles, que le dieron “restos diurnos” para construir un andamiaje que le permitió ir organizando los primeros ladrillos metapsicológicos.
Hasta entonces se hablaba de “lo inconsciente”. Cuando Freud empieza a cavilar sobre sus sueños, a partir de los restos diurnos que le podría haber dado la tragedia de Edipo, descubre hasta donde puede llegar. Recuerda a su padre en aquel episodio en el que agraviado se levanta a recoger una gorra que le había tirado un grupo antisemita acusándolo de judío. Cuando a Freud le gritan también ‘¡judío!’, muchos años después, está con su hija Anna de vacaciones, y la emprende a bastonazos con ese mismo bastón del padre.
Freud resolvió esa situación cuando muere el padre, sueña y empieza a descubrir la realidad psíquica. Y así descubre lo inconsciente, que analizado desde la perspectiva del autoanálisis, va produciendo uno de los fundamentos del psicoanálisis, que es el complejo de Edipo.
Es lo inconciente lo que empieza a producir psicoanálisis. Pero, en la medida en que el efecto, o a partir de esos primeros ladrillos, Freud empieza a escarbar en el inconsciente, inquietud milenaria de dramaturgos, filósofos y poetas y se transforma en el inconsciente. Yo no diría “el inconsciente freudiano”. Pero es a partir de la muerte del padre, sueños mediante, del análisis de esos sueños, esa producción de los primeros avances metapsicológicos, la vuelta de este campo metapsicológico como reflejo de lo inconsciente, va transformándolo en el inconciente.
Esto no es poco. Podría decir que el psicoanálisis no es una técnica alternativa, el psicoanálisis empieza a formar parte de la cultura, sobre todo, se transforma en un oficio de la palabra. El psicoanálisis, en sus ciento y pico de años, junto con la política y la economía, se ubica entre la filosofía y la tecnología. Entre los oficios de la palabra hay estilos. Y hay estilos más místicos, hay estilos más poéticos, hay estilos más filosóficos dentro de todos los oficios de la palabra dentro y fuera del psicoanálisis.
El acontecer freudiano no es tanto el producto de una tecnología, o una alternativa más de tecnología como método terapéutico, sino que forma parte de la condición humana.
En este sentido no sé como se llamará dentro de 30 años el psicoanálisis, pero la ciencia del inconciente ya forma parte de la condición humana.

 

T.: El inconsciente forma parte de la cultura, pero ¿cómo pensás como oficio el psicoanálisis?
F.U.: Yo me aparté bastante de las instituciones psicoanalíticas. Yo hablo de mi condición no de ser “psicoanalista”, sino de la posibilidad de “estar” psicoanalista de acuerdo a lo que demande la situación. Yo no llego a decir lo que dice Emilio Rodrigué que es psicoanalista hasta en un Hotel Alojamiento. Pero dejé de ser un psicoanalista sólo en el consultorio. Si el oficio fuera sólo la puesta a punto de un dispositivo legítimo, diván-sillón, creo que su alcance quedaría reducido. Cuando uno pasa a trabajar como psicoanalista con la numerosidad social, permite salir de lo bicorporal en la medida que van agregándose sujetos. Lo que hago con la numerosidad social forma parte de mi “estar” psicoanalista, hasta en este mismo reportaje.
En la numerosidad social cuentan tantos sujetos como sujetos cuentan. Es una forma poética de decirlo. El primer “cuentan” dice de la cantidad y el segundo “cuentan” alude a la condición hablante del sujeto. Esto posibilita que circule la palabra dicha y la palabra escuchada. Se dan fenómenos interesantes. Por ejemplo, yo hace 9 años trabajo con la Residencia Integrada de Berisso y hace 7 con la conducción integrada en Oliveros. Esos son dos de mis “bancos de prueba” en los que trabajo la salud mental del equipo de salud. Entonces, la palabra mirada, es una puesta en escena donde todos son actores y son el público. Pero por otra parte, el hecho de que sea factible la mirada recorta el dispositivo en función del espacio y la cantidad de personas. Este acto de habla mirado provoca un efecto dramatúrgico. No en el sentido de la “multiplicación dramática” de Pavlovsky y Kesselman. El efecto dramatúrgico es aquél por el cual un cuadro vale por mil palabras. A esto lo llamo efecto per: intensidad emotiva sostenida en el tiempo. Sería casi una definición de dramaturgia. El efecto per fragmenta la transferencia intertópica, ésa cuyo fórmula aforística es “repetir para no recordar”. La eficacia de esta fragmentación, de lo que Freud llama la “memoria perelaborativa”, en estos grupos, tiene que ver con la modificación que produce la dramaturgia. Algo parecido de lo que pasaba en esos grupos que se armaban junto al fogón en el campo. Allí, clásicamente se sucedían intervenciones de los participantes. Siempre había alguien que interrumpía el relato y decía otra cosa “a propósito de”. Y en este encadenamiento se iba mostrando que algo había ocurrido en los participantes. En los grupos con los que trabajo, se van forjando la producción de inteligencia y de pensamiento crítico. En estos grupos algo toca esas primerísimas experiencias de las que hablaba Freud, esa atemporalidad inconciente que no tiene memoria y que provoca la manera de ser de alguien, sus rasgos de carácter. En la medida que algo hace serie y conmueve esa situación, lo que hace es “tocar el alma”. Cuando uno habla de la memoria y sus vicisitudes, se van creando ciertas temporalidades del inconciente, una situación transferencial en la que cada uno se pone a hablar. Y todos se ponen a hablar. Y aparece no sólo un relato, sino un estado de ánimo. Aquello que estaba en la atemporalidad de la pulsión primaria, también se hace estado de ánimo cuando pasa a la conciencia y construye pensamiento.

 

T.: ¿Qué efectos produce concretamente?
F.U.: Por ejemplo, vos tenés al “hinchapelotas” o al “regañón”, que después de un tiempo de trabajo van cambiando sus actitudes. Porque cuando pasan a la temporalidad conciente se producen cambios. Hay una cura transferencial, pero no de la neurosis de transferencia clásica del uno a uno, sino de otra forma. La conciencia entra en una especie de alianza con el inconciente en la tarea que vuelve permeable a cambiar de perspectiva. El hecho es que la gente cambia por este efecto per en las numerosidades sociales. Se notan los efectos en el trabajo: más soltura, más inteligencia. Y también se produce una construcción colectiva de la funcionalidad intelectual pública trabajando en condiciones adversas como en Berisso, con médicos generalistas, trabajadores sociales y psicólogos. Quienes pasaron por esta experiencia tienen otra forma de trabajar en la comunidad y con los pacientes.

 

T.: Vos rompés con el clásico psicoanalista de diván-sillón, construyendo el trabajo con distintas numerosidades sociales, distintos dispositivos psicoanalíticos pertinentes a cada situación.
F.U.: Y algo más todavía. Hubo un momento en que por el problema de los encuadres comenzamos a pensar en dispositivos. Ya es un avance. Para mí, lo importante es la disposición, la manera en que uno se predispone, lo que a uno le da una agilidad para trabajar.

 

T.: Pero esta situación no se da solamente en la numerosidad social. Con lo que denominamos “Nuevos Dispositivos Psicoanalíticos”, rompemos con el dispositivo “clásico” diván-sillón en función de demandas diferentes, que no solamente implican la numerosidad social, sino también una situación de crisis, por ejemplo, donde se da cuenta también de la transferencia.
F.U.: Por supuesto. En este consultorio atiendo pacientes. Algunos usan el diván, otros se sientan donde eligen y hasta hay algunos que se pueden sentar en mi sillón. Quizá en eso hay algo de esa actitud de Pichon Rivière, que cuando me senté en su sillón dijo “todavía no”.

 

T.: Desde esta perspectiva, ¿cómo pensarías la formación hoy de un psicoanalista?
F.U.: La formación psicoanalítica la empezaría por el trabajo con la numerosidad social. Como era la Residencia Interdisciplinaria en Salud Mental o la Residencia Integrada de Berisso. Empezar con eso, con el trabajo en la numerosidad social, en la comunidad. Y recién después iría al trabajo en consultorio.

 

T.: Con lo que decís rompés el famoso trípode (análisis didáctico, supervisión y lectura de textos)
F.U.: Yo tengo tantas instituciones como trabajos. Y sigo pensando en lo que llamé “institución virtual” del psicoanálisis: analizarse y supervisar con quien uno elija y fatigar la lectura de textos en grupos. Y esto se da de distintas maneras de acuerdo a la singularidad, por ejemplo con el grupo clínico “Fragmentos” con el que trabajamos actualmente. En dicho grupo tomamos un fragmento teórico o clínico que el que quiere presenta. La lógica del trabajo con los fragmentos se inicia al tomar un fragmento propio y te sacó de la posición psicoanalítica. Uno se pregunta por lo que pasó ahí y se puede conectar a partir de los fragmentos que surjan. Una demanda o una pregunta. Cualquier fragmento provoca y convoca la memoria y convoca también a los estados de ánimo. Y eso transforma.

Enrique Carpintero y Alejandro Vainer
 

 
Articulo publicado en
Agosto / 2006