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De la moral de un moderno poder: el examen

 

“sabiendo que no queremos ser partícipes de esas ceremonias funestas de fijación de términos ni de la clausura de los sentidos”

La intención de este apretado ensayo apunta a una práctica históricamente enquistada y actualmente insistida en el sistema educativo en general y en particular en la universidad. Refiere sobre un moderno invento que en su transcurrir entre los cuerpos los trama en reacciones afectivas por donde quedan enlazado la relación con el saber. Dicho de otra forma, conforma, el invento moderno, un proceder que no solo subjetiva a los cuerpos en una determinada forma de estar entre sí sino también con lo que se puede decir desde la práctica del estudio a partir de un libro y su escritura. Ensaya una crítica sobre la moderna forma de encontrarse entre docente, estudiante y el saber. Encuentro (quizás no sea la palabra que mejor lo nombre), que se establece cuando se intenta considerar qué sabe el estudiante. Se refiere entonces este escrito al examen.

El examen y su proceder, que afectos tan llenos de pesantes que hace del saber su inminente mutilación.

Ensayar una crítica sobre la misma no abona a un posicionamiento abolicionista hacia el sistema educativo (escuela-universidad), ni se deja de estar advertido de des enmarcarse desde la academia de un modo de funcionamiento Estatal e institucional que hoy parece todo inundar: la lógica empresarial. Lógica que sitúa en el sujeto toda su única posibilidad de adaptación en un mundo cada vez más infame y que exige en cada individualidad su posibilidad de adecuarse al presente y el porvenir.

Examinar como invento

“el zoológico de los que cometen errores y las jaurías de los que están al acecho para la corrección”

Ensaya una crítica sobre la moderna forma de encontrarse entre docente, estudiante y el saber. Encuentro (quizás no sea la palabra que mejor lo nombre), que se establece cuando se intenta considerar qué sabe el estudiante. Se refiere entonces este escrito al examen.

Que invento más febril para el evaluado estudiantil ha sido y es la tan repetida y padecida práctica del examen. Que proceder tan aferrado y enquistado en el suelo universitario (y en el sistema educativo), a punto tal que parecería imposible desplazarla o desterrarla de la territorialidad académica.

Pregunta: ¿la academia -entre otras dinámicas- funciona como territorialidad de establecimiento de prácticas cuya naturalización vuelve imposible transfórmalas? ¿La academia como suelo que impide que lo establecido (en particular el examen) se quite o saque lo que en ella y por ella se hace carne?

El examen y su proceder, que afectos tan llenos de pesantes que hace del saber su inminente mutilación. Que jauría insistida y vuelta a repetir, que proceder de sometidos y aferrados y vueltos a padecer.

Examen. Libro. Lectura

El examinado no tendrá lugar o no será relevante en su enunciación discurrir fugas y lecturas inquietantes o que se desplace por fuera o por los costados de lo que el examinador quiere escuchar: su pedestal unidad. O la unidad que el examen busca no desterrar. Refiero a la unidad de la asignatura y con ella la unidad de una lógica: la que se establece desde la jerarquía, la asimetría y en la dicotómica relación con el saber. En este sentido -es necesario decirlo ahora y sin disfraz- el examen funciona para que -en su sitio y dinámica- el lenguaje juzgador pueda desplegar todo su carácter aterrador, cercenador. Lenguaje que se opone a que nuevas e inéditas expresiones que el saber de un texto y de un libro en sí mismo puede inquietar e incluso apasionar y darse lugar.

El libro queda cerrado a lo que el examinador circunscribe como unidad pertinente que se tiene que si o si saber. Gesto de encierro, de estreches o de liquidación a todo lo que un libro con sus inciertas oraciones puede generar en cada lectura y sus indagaciones, imaginaciones, ilusiones y posibles e inéditas errantes lecturas.

El examen y su proceder, que afectos tan llenos de pesantes que hace del saber su inminente mutilación. Que jauría insistida y vuelta a repetir, que proceder de sometidos y aferrados y vueltos a padecer

El examen, por su organización y su proclamada unificación todo lo ordena y todo lo clasifica. El discurrir del examinado queda entrampado en la perpetua castración del orden sancionador y codificador de tal práctica.

El examen vuelve al libro un cerrajón. Hace del libro una jaula, o mejor dicho enjaula su escritura y sus fisuras al orden. Hace que las otras lecturas o que las lecturas otras queden siempre mirando a lo que proclama el palco del yo ordenador-evaluador. El libro, su texto, su escritura como sitio inconcluso, pero también abierto a todas las más inquietantes posibilidades, pareceres, placeres, sospechas, afectos, multiplicidades, como territorio donde el escritor intentó trasmitir -en su balbuceo e incertidumbre- quede estrechado a lo que el saber del examinador dictamina. Como si en el estudio de un libro lo único relevante para el estudioso sea lo que ordena la unidad. Como así mismo, fuese el libro el fiel e inmutable reflejo de lo que se intentó trazar, marcar y transitar en el acto de la escritura. Como dice Garce “reconducir la lectura al libro sagrado (religioso, científico, político) monopolizado por su corte de intérpretes (sacerdotes, academias, partidos, organizaciones)”.

¿Es el examen y la evaluación un enquistado medio para que el leguaje juzgador adquiera toda su embrutecida y férrea potestad? ¿un modo para inyectar una determinada enfermedad? ¿un método enfermizo? ¿para que el evaluador históricamente evaluado o sometido a la evaluación se aferre en el vértice de la asimetría y de la recta línea de una lógica que hace de la altura-distancia y su vigilancia la implantación y la reproducción de ese sentimiento-sometimiento en el evaluado? ¿para que se reitere y repitan la jerarquía histórica y vetusta relación dicotómica con el saber? ¿como!! el saber sometido a una relación binaria entre quienes saben y quien no? Que invento tan mutilador con el saber que habría por lo menos no dejar de sospechar e inquietar.

Reiteremos la pregunta, ¿el saber del examinador y el poco saber, el saber pronto a ser erróneo, posiblemente ingenuo, estrecho del evaluado/a que dice o hace afectar en quienes diariamente tienen que reproducirlo, padecerlo?

La escena es visible con solo abrir los ojos y ponerse a escuchar. Afuera en el pasillo, un conjunto de estudiantes, doloridos, mal dormidos, inquietos, inseguros, con miedos, repiten y vuelven una y otra vez a leer lo que estuvieron semanas estudiando. De ese modo se asegurarán de que nada falte. Adentro, en un aula, dos o tres docentes separados con un escritorio se encuentra un estudiante que algo tembloroso e inseguro repite o reproduce lo estudiado. Los docentes escuchan o parecen hacerlo y pronto emitirán sus preguntas. Interrogatorio para saber que ha sabido el estudiante.

Ceremonia repetida y padecida por el estudiantado que tendrá que esperar su turno (quizás toda una mañana y una tarde) para ser interrogado y con las preguntas evaluado. Dinámica deslizada con el temor de que algo no se sepa, de que seguro algo no sabrá, de que pronto surgirá una pregunta que lo ubique en un no saber respecto a lo que se tiene que saber.

Si el examen -como advertía Foucault- conforma esas rudimentarias y modestas micro prácticas de disciplinamiento por cuya microfísica se diagrama el despliegue de una dinámica y una escena que hace sumisos y obediente a quienes empezarán a ser vistos, enunciados, visibilizados, capturados en una nota, en una trama de anotaciones, es tal práctica cuyos afectos reaccionarios la que puede ser aún hoy inquietada y zarandeada.

¿Para estudiar un libro, el sujeto, el estudiantado debe padecer insistido malestar, sufrimiento, temor que la práctica incita e incrementa? ¿Para generar pensamiento que potencie las capacidades de pensar y obrar el estudiantado tiene que padecer?

Al decir de Foucault, el examen dio lugar a un desbloque epistemológico. Permitió o posibilitó un desbloqueo tal que -en su trama relacional del poder- con sus anotaciones, registros y numeraciones generó las condiciones para el surgimiento de las ciencias humanas. Las ciencias humanas se conformarán a la misma vez entonces con la formación de una subjetividad ordenada, dócil y sumisa. Como así también, se subjetivarán cuerpos y encuentros donde se proliferarán o por donde se dinamizarán sensibilidades reaccionarias o reactivas. Miedo, temor, inseguridad, sufrimiento, vergüenza, culpa, malestar. En fin, cuerpos que tuvieron y tienen que cargar con todo ese peso de las costumbres encarnadas.

Refiero a la unidad de la asignatura y con ella la unidad de una lógica: la que se establece desde la jerarquía, la asimetría y en la dicotómica relación con el saber.

Con el saber, el estudiante estará en situación de un singular sufrimiento. Como así también, con una mutilación de aperturas del libro al marguen o des enmarcado de la unidad que tiene que reproducir y no dejar de saber. ¿Es el examen -en este sentido- una práctica que hace del estudiantado un animal de carga, de cargar lo que dictamina el saber que se tiene que saber desde el “rugir” del yo unificador del evaluador?

Conjetura

El examen, en función de lo que se ha escrito, es entonces una dinámica propia de un diagrama político o micro político del moderno disciplinamiento. Disciplinamiento que dicotomiza a quienes se tiene que someter al él. Ante el saber, se estará aprobado o desaprobado. Se dinamizará en una división, estarán quienes son los grandes sabios y los novatos aprendices que a lo largo y a lo ancho de Occidente la misma no deja de dictaminar. El examen recorrerá a lo largo del sistema educativo y reproducirá el endurecido bloque entre quienes saben y quienes no, o quienes están para examinar, anotar, y sancionar. Quienes cerrarán el examen en una cerrada nota (docentes, señores, dueños de la unidad) y quienes estarán y están dócilmente en posición de ser evaluados: niñeces, jóvenes o estudiantes.

Como procedimiento que se desliza y se ha enquistado en el suelo de la academia insiste en repetir y reproducir la moderna práctica de una relación de poder disciplinar de orden, clasificación, codificación y numeración.

Ahora bien, cómo proceder moderno inaugura -quizás- en el aprendizaje y su estudio, o en el sistema educativo, el despliegue insidioso del poder del sacerdote. El sacerdote y su poder establece sobre su proceder que el estudiante rebaño sienta que él es el deudor y la causa de su padecer.

¿Cómo es que un poder tal aún inste en las modernas casas de los altos estudios? ¿Los altos estudios del poder académicos con sus productivas ciencias modernas dan lugar a que el sacerdote dinamice procedimientos, trace sus territorios, entrame a sus integrantes?

El poder del sacerdote, al decir de Deleuze, es el descubrimiento o el invento que Nietzsche advierte del pueblo judíos. Se trata de un poder que genera para su despliegue que el sujeto se sienta en deuda, hace del “rebaño” un deudor con el que los gobierna. Por la deuda se sentirá en falta y por la falta se responderá, se someterá, y sentirá en sí el causante de estarlo. De ser el pecador y con él la mala conciencia, la frustración, el dolor en su interior. Su vivir es tal por tener que considerarse en deuda consigo y con otro. “Serás quien padecerá y en tu profundo interior habrá lugar para el despliegue de los afectos reaccionarios. Estarás en deuda y desde allí vivirás”. Reza el sacerdote y su poder.

De tal deuda el sumiso, obediente y moderno sujeto y obligado a ser examinado se sujetará siempre y prontamente a sentir en sí mismo que algo no sabrá, que su saber estará prontamente en falta, de que en él se encuentra la causa de la falla y la falta, de que las preguntas que surgen del lado del examinador completo de saber se lo hacen sentir. Más allá de que acierte en su respuesta, siempre por ser estudiante, novato y algo ingenuo, la maquinaria moderna del examen lo sitúa en falta y en deuda con el saber.

¿Qué otro modo de encuentro que no sea la tan mencionada palabra 'el examen final'? ¿Qué puede el saber en el encuentro despojado de la jerarquía, la asimetría y la captura numérica?

El discurrir a diario en tal proceder por parte del cuerpo docente lo hace ver y escuchar: “usted no entendió lo pertinente, eso no es lo relevante, flojito su examen, tampoco pudo decir esto otro,”. Del lado del examinado, prontamente su rostro y su postura dará cuenta de frustración, vergüenza, mala concierna, inseguridad, se sentirá quizás algo ingenuo e incompetente.

Por tanto, no solo sometimiento a saber la unidad del yo evaluador, sino también la relación con el saber desde el posible temor. Miedo de que esa falta de saber salga a la luz en las preguntas del examen. Falta de saber que -por introducirse en la dinámica del proceder moderno- el mismo deviene causa de padecer. Dice Deleuze:

“el sacerdote procede la interiorización del dolor” … “en sí mismo, estará la causa de su sufrimiento…que debe interpretar como un castigo”.

El deudor estudiante examinado no solo padece de temor por no saber, será en él, en su interioridad, donde debe encontrar la causa de su posible desaprobación. El poder del sacerdote-docente ubica en su privado mundo interno, el mal.

El examen en su trama afectiva y en su moderna dicotómica dinámica intrinca y enarbola en su jerarquía el poder disciplinario y ese antiguo poder del sacerdote. Allí se mueven culpa y sanción, frustración y desaprobación, aprobados y desaprobados, sometidos y obedientes, en falta… en fin, clasificación moderna y deuda con el saber.

Adjetivaciones y prácticas se empantanan en el examinado con afectos que tiran al cuerpo y su posible relación con el saber al suelo. Un suelo donde no es posible hacer de él la afirmación, el despliegue, la apertura del obrar, la potencia de afectar con afectos que se potencien hacia o para las aberturas y aperturas, que se dilaten inquietantes fugas. Por el contrario, un territorio capturado para someterse a la evaluación. Para ser -una vez más- un animal de carga, de incrustación de la incuestionable jerarquía y sus insistidas dicotomías. Modalidad que no ha dejado de proliferarse una vez que la misma se la inventó. “una horrible pesante se les vino encima” escribe Nietzsche. Es el oscuro poder del docente sacerdotal.

En el examen, preguntemos ¿el examinador reproduce su esclavitud sobre el estudiante y enquista sobre él la misma moral a reproducir? De ser así, ¿la enfermedad interiorizada y repetida harán de él el futuro mutilado profesional? Se trata entonces de sospechar de esta práctica encarnada. Se trata de que cada quien abra los ojos y limpie sus sucias orejas de sacerdote. ¿Por la práctica del examen, el evaluador docente-sacerdote enquista la enfermedad de una conciencia, esas que busca que el estudiante sea su propia mala conciencia?

Entre el examinador y el examinado, será el examinado el que estará pronto a estar en deuda, pronto no sabrá, y ese no saber lo someterá a ser evaluado y también quizás desaprobado. Tendrá que hacerse cargo de esa deuda. El poder del sacerdote los y nos hizo deudores, y la academia con sus modernas prácticas de examen, lo transita y tramita. Traza su reproducción y sus afectos, hace allí su moderna actualización. El examinado será un posible deudor que no sabe lo que se establece que se sepa. Y, por tanto, el futuro profesional será una mutilado que aprendió aceptar que tiene esa deuda. De que -desde esa falta- no solo temblará y padecerá preocupación y miedo sino también sometimiento al examinador.

Parece tratarse de un territorio que se traza desde la enquistada jerarquía que se organiza en torno al saber. Trazo que instala en cada quien una dura y recta línea a sentir y sentirse en su abyecta y aborrecida dureza.

Fui evaluado, fuimos evaluados, examinados, avergonzados, culpabilizados, interiorizados en el dolor, en la causa de tal vergüenza y frustración nos hemos subjetivados y de esa falta nos comportamos y desde allí nos formamos como profesionales.

El placer del texto (como le gustaba a Barthes) queda mutilado o mejor dicho en la forma como luego será examinado nada del placer parece poder desplegarse. Por el diagrama-examen, el libro con sus diversas afectaciones, con sus inquietantes preguntas, con sus más diversas derivaciones, desvíos, desatinos, queda encerrado, ordenado, organizado y mutilado a la dicotómica relación inventada con el saber. En fin, disciplinado y generador de deuda.

Si con este balbuceante modesto y ensayo se busca alguna intención, es todo lo contrario a que los docentes saquen los escudos y se defiendan, sino más bien es un intento para que el deseo se mueva, que destierre otras modalidades, despeje los sentidos, afirme otras relaciones con él y los saberes. En fin, poblar nuevos desiertos. Martillar (lijar, serruchar, limar) las cómodas cavernas en las que se reproduce lo que hay que dejar de investir-repetir: afectos reaccionarios, sufrimientos, vergüenza y culpa.

Preguntas

Demos vuelta la página, dejemos caer o larguemos la crítica hacia su abismo, tracemos algunas inquietudes para dar-se lugar a posibles nuevas aperturas y abrirnos a preguntas. ¿Qué otro modo de encuentro que no sea la tan mencionada palabra “el examen final”? ¿Qué puede el saber en el encuentro despojado de la jerarquía, la asimetría y la captura numérica? ¿cómo o desde que preguntas trazar otros modos de encuentro con saberes y sus estudios? ¿Qué o cuales movimientos y afectos se están aconteciendo y darnos paso? ¿Como desarmarnos, deshacernos, despejarnos para dejarse abrir a las aperturas, a nuevas inocencias, sin miramiento? ¿Dónde buscar una posible salida, alguna ínfima, modesta y hospitalaria puerta trasera? ¿Como dejar de nombrar el saber y el estudio sin decir y repetir la palabra “final”, “mesa de examen” “carrera”, sino vocablos que deslicen sendas para encuentros, conversaciones entre lecturas y estudios?

“Los textos abiertos, manipulables”. Es cuestión de abrirlos, leerlos y volver a leer. Desde ahí todo o algunos devenires serán posibles. Trazar en él lo que conmueve y genera simpatía, complicidades. Cortar en él algunos fragmentos y estirarlo con otras esferas. Dibujar línea, líneas, diversas, múltiples para que desde algunas se deslicen y se continúen con otras afectaciones. Vibrar y no clasificar, desarmar y no ordenar, afectarse con algo del cuerpo y que eso forme un cuerpo con el cual luego encontrarse entre ideas, dudas, afecciones, sentires. Nada de cerrarlo, encerrarlo a un mandato o costumbres, al palco distante de una unidad sino por el contrario seguir sus líneas y bifurcaciones. Quizás allí alguna pregunta sobre el cuerpo y el texto, escritura y lectura se imbrican y conmueven, mueven a una conversación otra entre otros con el saber, entre diferentes.

Si es un estudioso con sus afectos y ´preguntas el que lee y estudia, la pregunta sobre esa relación -sin el miedo y el mandato de la evaluación- pueda quizás “darnos fuerza y que exime cualquier teleología…de hacer política desde la afectividad…para mirar con otras lentes todas las posibilidades que nos rodean”

Darnos y despojarnos, interrumpir lo dado. “justamente el laberinto de la travesía, la incapacidad de trazar líneas rectas o utilitarias… no saber el mundo de antemano…sentirse parte de una pieza irremediablemente descompuesta, mirar para la inmensidad como si nunca dejaríamos de ser niños en estado de infancia”

Matias Forlan
matias.forlani [at] hotmail.com

Bibliografía

Deleuze. Guattari. (2006). Mil mesetas. Pretexto. Valencia.

Foucault, M. Vigilar y castigar. (2002). Siglo XXI. Argentina.

Nietzsche, F. (2002) La genealogía de la moral. EDAF. Madrid.

Barthes, R. (2003) El placer del texto. Siglo XXI. Argentina.

Skliar, C. (2015). Desobedecer el lenguaje. Miño y Davida. Argentina

Garces. Un mundo común. (2013). Ballaterra. Barcelona.

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Articulo publicado en
Julio / 2024