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La libertad de un encierro

 
Desde Atenas, Grecia.

Al parecer, eso que afecta verdaderamente en este momento a la mayoría de la gente no es el coronavirus como amenaza efectiva -la cual en muchos de los casos se experimenta como algo impreciso- sino las consecuencias de un recién estrenado régimen de convivencia cotidiano. Este régimen viene a subvertir las bases del lazo social. Un lazo social que entraba cada vez más en crisis en la misma medida que lo hacía el capitalismo de la sociedad posmoderna. Las personas habían sustituido necesidades básicas de convivencia por necesidades alienadas; ilusión de una supuesta posibilidad de absoluta satisfacción.

Se vive el duelo de la pérdida de libertad y autodeterminación que supuestamente son garantizados por un régimen neoliberal o, en general, por los logros de un modelo occidental de democracia.

En el momento actual y ante las nuevas condiciones de limitación de las relaciones personales, el contacto inmediato con los otros adquiere de repente un nuevo valor. No se trata de cualquier valor; es un valor validado a su vez por la privación: privación de libertad, privación de goce, la cual experimenta el ser humano con extrema intensidad, con la misma extrema intensidad con que aspira a ellas.

Hoy podemos leer una abundante producción de publicaciones en las cuales predomina la preocupación en relación a la posibilidad de control que favorece semejante régimen de disciplina social con el fin de establecer garantías para la salud pública. Se vive el duelo de la pérdida de libertad y autodeterminación que supuestamente son garantizados por un régimen neoliberal o, en general, por los logros de un modelo occidental de democracia. Allí donde parece inevitable reconocer la eficacia de una estrategia centrada en el control del estado para evitar la propagación del virus, con todos sus matices totalitaristas, nos preguntamos si debemos sacrificar las conquistas de los derechos humanos reivindicados por más de doscientos años tras la revolución francesa. Esta preocupación llega a alcanzar dimensiones paranoides, por otra parte, siempre emergentes, cuando se trata de la sospecha de la amenaza de un Otro que goza y se aprovecha de nosotros.

Desde otro punto de vista, quizás más escaso, aparece la preocupación por una tendencia que promueve la responsabilidad personal en el enfrentamiento de la pandemia. Según ella, la sociedad civil se lava las manos como Poncio Pilatos y considera que la responsabilidad social deviene el vehículo ideal del individualismo, el cual promueve una conducta tan hostil hacia los otros, en tanto potencial amenaza, como culpabilizante hacia su propia dificultad en manejar la responsabilidad propia.

​En la mayor parte de las sociedades actuales la idea de que podemos lograrlo todo y de que tenemos derecho a tenerlo todo, es fomentada y animada por aproximaciones psicosociales que sustentan un modelo de hombre que no reconoce límites en su aspiración a un ideal.

Es decir, no aceptamos la imposición de regulaciones y límites a nuestro libre albedrío, pero tampoco estamos dispuestos a hacernos cargo completamente del grado de responsabilidad que implica la participación de cada uno en la sociedad.

En la mayor parte de las sociedades actuales la idea de que podemos lograrlo todo y de que tenemos derecho a tenerlo todo, es fomentada y animada por aproximaciones psicosociales que sustentan un modelo de hombre que no reconoce límites en su aspiración a un ideal. Ya se trate del exitoso hombre de negocios del libre mercado, ya de la promesa del hombre nuevo de una izquierda anquilosada, o aún incluso, de aquella otra pureza Zen de forma de vida oriental, el sujeto sigue aspirando a una supuesta libertad a la medida de un ideal que el Ego impone.

El ser humano habitualmente no puede sostenerse como sujeto ante lo siniestro de la muerte o el aislamiento. Se reduce allí a una posición de objeto. El psicoanálisis, el cual no es ni filosofía ni cosmovisión, se coloca frente a esta nueva realidad ofreciendo la posibilidad de una percepción diferente de la privación como algo esencial al ser humano. En este sentido, le ofrece probablemente la posibilidad de preguntarse cuál es su lugar como sujeto. No propone recetas preestablecidas para conseguir que lo pasemos bien en el confinamiento, simplemente porque no hay receta común para todos. No promete una solución única y concreta, ya que solución es sólo aquella que puede encontrar cada uno para sí mismo. Esta otra percepción puede permitirle -si está dispuesto a ello- transformar el miedo que de repente hoy lo hace disciplinarse, en una aceptación de los límites que le revelan otra manera –determinada por sí mismo y no por el Otro- de ser libre en la medida de lo posible.

Ese silencio ensordecedor que trae consigo esta nueva manera de vivir podría permitir escuchar los verdaderos sonidos de la vida, los pasos más lentos y la respiración de un modo de vida que no tiene nada que perseguir. Podría uno descubrir que es posible vivir de manera diferente, que puede haber sitio para todos cuando las cosas, los espacios, adquieren su verdadero valor si se entiende finalmente que todo lo demás estaba de sobra.

Madelyn Ruiz
madersj [at] yahoo.com
Psicóloga psicoanalista, Atenas, Grecia
Miembro de la Asociación Psicoanalítica Freud – Lacan, Atenas. Ejerce como psicóloga clínica en el Centro de Día Omonoia de la ONG Klimaka, Atenas, Grecia.

 
Articulo publicado en
Mayo / 2020