El VI Congreso de Salud Mental y Derechos Humanos se realizó entre el 15 y el 18 de noviembre de 2007. En dicho contexto se realizó el Seminario Las máscaras del poder coordinado por Enrique Carpintero y Alejandro Vainer. Este seminario constó de dos clases. En la primera se trabajó “El poder y el delirio. Por qué continúan los manicomios”. En la segunda se abordó la cuestión de “El poder y la política. Las máscaras del sometimiento”. Enrique Carpintero y Alejandro Vainer se ocuparon de cómo funciona el sometimiento en la subjetividad y para cerrar León Rozitchner eligió abordar la cuestión de las máscaras del terror. La importancia de las ideas que atraviesan la subjetividad, el psicoanálisis y la política nos lleva a brindarlo a los lectores.
El título de esta mesa era Las máscaras del sometimiento. Ustedes ya han desarrollado algunos aspectos de esas máscaras, yo voy a hablar de las máscaras de aquello que oculta el sometimiento, voy a hablar de las máscaras del terror. Creo que algún sentido tiene, estando sobre todo en este ámbito, en la Universidad de las Madres. No es extraño que justamente sea en este recinto, en este ámbito abierto por las Madres en la lucha contra el terror, que fue el último nivel donde la verdad del terror encontró la resistencia y al mismo tiempo su capacidad de desciframiento. Y esto lo digo comparando el distinto lugar que tiene, -y vamos a verlo enseguida las teorías psicoanalíticas también-, ¿qué pasa con las madres? ¿Qué pasa no ya con las Madres de Plaza de Mayo que son unos íconos y al mismo tiempo una realidad que el símbolo expresa, de la resistencia, de los cuerpos materno-femeninos, qué pasa frente a estos cuerpos materno-femeninos en una cultura donde domina el terror? Es decir, ¿no tendrá que ver el terror, justamente, con acallar y volver a marcar nuevamente los cuerpos allí donde la castración no fue suficiente para impedir que empuje lo materno que está presente en cada cuerpo, y sobre todo también en cada cuerpo del hombre pueda aparecer como un producto de resistencia?
Creo que es fácil decir que la evidencia se muestra claramente: mientras que en los cuarteles, donde estaban justamente aquellos que torturaban los cuerpos femeninos y masculinos, secuestraban, mataban a los embriones, a los nonatos, a los niños, madres y mujeres; en esos cuarteles imperaba una concepción de madre, una cierta existencia imaginaria de madre, que era la Virgen María. La Virgen María es la patrona del ejército. Entonces podríamos tratar de comprender qué tipo de madre es aquella en la cual se apoya el terror para imponer, en última instancia, a aquellas madres que no son como la Virgen, sino que son las madres en las cuales podemos reconocer el cuerpo gestador, viviente, el cuerpo placentero, el cuerpo de placer entero, y que es aquél que vamos a ver en la cultura occidental y cristiana a la cual nosotros pertenecemos. Esa cultura se ha dedicado ferozmente a encubrir como ninguna otra lo ha hecho el lugar de lo materno y de lo femenino.
Daría dos o tres ejemplos para traer el problema sobre las máscaras del terror. Las máscaras del terror también existen en el campo psicoanalítico, esas teorías que ustedes estudian. También ahí tienen algo que ver las madres, y algo que ver también los hombres que hacen las teorías sobre las madres. Y habría que preguntarse en cada caso cuál es el origen -hay que hacer también en última instancia, por qué no, el psicoanálisis (aunque sea imaginariamente todos lo hacemos) desde la estructura personal de aquél que hace psicoanálisis-. Quién no habrá en algún momento pensado, en función de los pocos datos de la biografía, pocos o muchos los tenemos de Freud mismo, qué es lo que le lleva a él a concebir su propio Edipo. Y de la misma manera podemos, más allá de toda resistencia que lo simbólico nos oponga como un látigo, pensar también qué pudo haberle pasado a quien formula una teoría. Parecería que todas las teorías que elabora son fondo de un puro campo de concepto, donde el sujeto que lo elabora no tendría -en este caso justamente que trata de este tema, cómo la teoría tiene que ver con el sujeto-, justamente en el caso de la teoría psicoanalítica, no se aplica esa concepción. Porque es necesario comprender necesariamente, y esto formaría parte como supuesto inescindible de toda teoría psicoanalítica, incluir el psicoanálisis o los elementos necesarios para que el sujeto que elaboró la teoría esté presente en la misma.
Entonces, cómo hago yo sabiendo que Jacques Lacan perteneció a una familia católica de rancia estirpe y que al mismo tiempo el hermano también pertenecía a la orden, y que él en un momento también pensó entrar dentro de ella. Qué pensar del hecho de que Georges Bataille, este personaje maravilloso que puso de relieve el erotismo y el carácter sagrado del erotismo, y llegaba a descripciones rozando lo que el “vulgo” llamaría pornografía. Por ejemplo ver aparecer en el fondo de la vagina de la mujer un ojo que espía, bueno, es una metáfora sorprendente y al mismo tiempo maravillosa. Y quisiera pensar, a quién no le pasó algo parecido, de encontrarse en el momento de la máxima intimidad vigilado por alguien que de pronto emergía en el fondo de lo más querido. Pero en fin, todo el mundo piensa qué habrá pasado con Lacan que hizo suya, por decirlo de alguna manera, a la mujer que fue de Bataille, qué secretos escondidos de Bataille encontró Lacan (risas)... yo no sé, evidentemente no me interesa, pero pienso que la teoría tendría que contener necesariamente algo referido al sujeto que la elabora.
¿Por qué Lacan dice que Freud tiene un aspecto de pensamiento materno? ¿Y él qué? Habría que pensar, ¿no será que está en él presente lo materno, aunque no lo confiese, es decir, que haya una contradicción entre ambos y que el fundamento de esta contradicción, insisto, esté dado por el problema del terror? El problema de cómo encubrir al terror con diversas máscaras.
El cristianismo existió hace dos mil años, en ese día aciago de la muerte, de la condena, del martirio de Cristo, y continúa hasta nuestros días. Esta cultura cristiana evidentemente no deja de estar en el capitalismo, que existe sobre el fondo de su huella. Tanto es así que no podemos concebir, y es una hipótesis, que no es extraño que en este momento del terror que amenaza al mundo, del terror no solamente que está en las relaciones de producción, sino en el modo en que se sigue reproduciendo el mundo, lo terrenal, la naturaleza, los hombres, y aún el aspecto físico de la tierra, que está siendo violentamente destruido hasta niveles nunca concebidos, y estas dos formas de pensamiento, una religiosa y otra conceptual, sean justamente aquéllas que coinciden, y que terminan, por decirlo de alguna manera, triunfando juntas en ese momento; el cristianismo del Imperio “bushiano” y de Europa. El cristianismo en sus dos vertientes, católica y capital. Lo estamos viendo en la televisión, en ese lenguaje fétido hablando de Cristo todos los días, y de alguna manera contrarrestar y compensar un poco la estupidez hormonal de los católicos que no se animan a enfrentar el cuerpo que los protestantes de alguna manera ponen en juego en el dolor vivo.
El problema al que quería referirme es el siguiente. Tomemos dos momentos de la teoría, tanto lacaniana como freudiana. Me parecería, insisto, que allí el terror no tiene nada que ver. Éste, el de las madres, al que las madres le vinieron a poner un límite, al que enfrentaron ante las amenazas de muerte y enfrentaron algunas de ellas la muerte, pero apareció un límite, el de las madres, el límite no en los cuarteles sino en las calles, en la plaza. Creo que hay que volver a encontrar ese tema no como algo exterior y perteneciente al campo de la política, sino al de la teoría. Sino terminamos sin poder unificarnos, y pensar solidariamente en nosotros mismos como una unidad de vida, de pensamiento imaginario, afectivo y racional. Vayamos al complejo de Edipo. El complejo de Edipo de Freud es un Edipo judío, porque a pesar que él lo llama griego, tomando la figura de la tragedia griega, sin embargo tiene características que no coinciden exactamente con lo griego. En el complejo de Edipo de la tragedia griega no hay que preguntarse solamente qué hace Edipo con la madre y con el padre, hay que ver primeramente la tragedia, no solamente aquello en lo cual culmina sino en el origen que se pasa habitualmente en silencio. ¿Quién mandó al muere al hijo? Y ahí no es el padre el que lo manda al muere, es la madre que entrega al hijo a la muerte y lo deposita en brazos del esclavo, porque esta era también una decisión política: los augurios habían señalado que ese hijo iba a matar al padre que era el poder político, el tirano en Tebas. Entonces ¿qué hace? Es para preservar el poder político que el hijo va al muere. Ese aspecto de la tragedia de Edipo está dejado de lado porque lo que se acentúa no es el lugar de la madre gestadora, es el lugar de la madre real, la madre existente, con la cual el hijo va a convivir como nosotros sabemos. Lo que podemos llamar el Complejo de Edipo griego, es diferente a lo que podemos llamar con la misma concepción el complejo parental judío. Éste es el que creo aparece en Freud en su propio complejo de Edipo. Porque él habla claramente y señala tres aspectos del triángulo. Una parte es la madre. Por otra el padre que está elevado al poder supremo, ustedes recuerdan como Freud señala que Dios no es más que una figura del padre, y esto también aparece en el Antiguo Testamento, tiene un carácter antropomórfico. Y por otra está el hijo que tiene que enfrentar la represión del padre frente al deseo que lo liga a la madre, y seguramente a la madre también con el hijo. Porque siempre es preferible una figura nueva a una figura antigua, ya gastada como es la del padre. En fin, en última instancia vemos acá otro aspecto de la cuestión: la madre está conservada como madre genitora, la madre es una madre que quiere tener al hijo y de alguna manera imponer algo sobre él a lo cual el padre se opone. Nosotros pensamos en la figura habitualmente llamada erótica, la posesión sexual de la madre, esto va, creo, incluso más allá; toda posesión implica un acompañamiento, que también podríamos calificar de simbólico. La madre en su lenguaje sensual, sensible, también significa cosa, a pesar de que el lenguaje paterno no las contenga ni las atrape. Pero esto vamos a verlo un poco después si podemos.
Lo que vemos en el Edipo griego, tal como vimos antes, sería una madre que manda al muere al hijo, el padre que es político, y en última instancia el hijo que va a retornar porque conserva, conscientes, -por decirlo de alguna manera- estas marcas de una madre destructiva pero a la cual al mismo tiempo quiere. Vemos que la solución de este Edipo es muy particular porque corresponde a la cultura griega. Tanto es así que las interpretaciones sobre el Edipo griego llenan volúmenes, hay múltiples variantes del mito de Edipo griego. Hay autores como Vladimir Propp, un lingüista ruso, que ha analizado y considerado las múltiples variantes de este mito de Edipo, una de cuyas variantes toma Freud para ejemplificar la neurosis. Entonces, vemos que hay un Edipo que corresponde a la cultura griega, y vemos el Edipo de Freud, y nos preguntamos si este Edipo de Freud corresponde a la cultura cristiana.
Porque si vamos a la cultura cristiana y analizamos el mito que funda la cultura cristiana, que difiere del mito que funda la cultura judía, encontramos que los personajes de la madre, el padre y del hijo, son radicalmente heterogéneos con aquellos que aparecen tanto en el mito de Edipo como en el mito judío. En el mito judío, al que Freud recurre, que es el mito histórico de Moisés, la madre salva al hijo de la muerte que el poder político del faraón quería imponerle. Y recurre a una estratagema que la narración describe, en el cual la hija del faraón recibe la cestilla que la madre para salvar al hijo había preparado y bajado al río. Ella retira del agua, se queda con el niño, y la sierva de la hija del faraón le sugiere encontrar un ama de leche que lo nutra, y a quién va a buscar, justamente, a la madre de Moisés que había arrojado al niño al cestillo, y se constituye en una trinidad femenino-materna, en la cual las tres mujeres, están al servicio de la salvación del niño. Y acá no aparece ninguna figura masculina salvo la del faraón, que es la figura amenazante. Este es el mito judío. La madre tiene una predominancia fundamental en este mito abarcando los tres extremos de un triángulo imaginario.
En el mito cristiano la cuestión pasa de otro modo. En el mito cristiano aparece en el Nuevo Testamento, con la existencia de José enamorado de María. Ustedes recuerdan eso, todos lo sabemos. Y cuenta que María está preñada, y ahí aparece una disyuntiva, si tomarla o no a María como mujer. ¿Qué es lo más terrible que podía pasarle? Al dormir, Dios le revela, a través de los arcángeles que María no fue inseminada por ningún hombre; que en última instancia ese hijo es el hijo de Dios mismo. José acepta esto y se convierte por lo tanto en el padre putativo, digamos, simbólico, de un hijo que no es de su propio cuerpo. Vean ustedes en qué queda constituido el triángulo en el Edipo cristiano. La madre es una madre virgen, que por lo tanto excluyó de sí misma todos los caracteres sensuales, sensibles, acogedores, placenteros, húmedos, fragantes, olorosos de su cuerpo en relación con un hijo que primero fue concebido porque existió una relación carnal con un hombre que la penetró, en cuyo abrazo se fundieron y en una síntesis biológico-histórica aparece la nueva criatura. Entonces Edipo no es solamente el símbolo de la existencia de lo infinito-paterno, de lo divino. Es también la expresión inmediata del amor humano que está presente en los cuerpos como punto de partida. La madre ocupa ese lugar donde lo materno desaparece como materno sensual y corporal. El padre es un Dios padre que no tiene contenido ninguno, es un padre abstracto, es un Dios abstracto completamente, a diferencia del Dios judío, y mucho más de los griegos. Y el hijo es un niño, es un hombre, es un muchacho, un ser que para realizar este deseo que pusiera la madre en él, por decirlo de alguna manera. Va a enfrentar la muerte, va a poner en juego su propio cuerpo despreciado, ya en el acto mismo del enfrentamiento por la madre, para creerse, en tanto hijo de Dios, condenado a la eternidad. Y por lo tanto desaparece como hijo vivo. Ustedes conocen la circunstancia: la crucifixión tampoco es moco de pavo en el modo de desaparecer del mundo humano.
Podemos suponer que en el triángulo judío era neurótico, pero en este triángulo nuevo de la cultura cristiana encontramos un triángulo psicótico porque en lo absoluto no hay nada de carnal fundante que esté presente en los tres extremos. Ni en la madre, ni en el hijo que se cree hijo de Dios, ni del Dios padre que es un ser abstracto que no tiene ningún contenido y por lo tanto puede contener todas nuestras elaboraciones conceptuales para justificar cualquier acto. Vieron ustedes que cuando hablaba de las madres que el problema de las madres no está tan presente en el complejo de Edipo que el psicoanálisis analiza. El problema del terror sólo aparece en uno de ellos y no en el otro. Extrañamente, la máscara del terror está encubierta soberanamente en Lacan pero está presente en Freud. Cuando Freud habla del Edipo dice claramente la amenaza de castración, en la que el padre aparece imponiéndole, niñera mediante siempre en esas épocas, como una amenaza que lo despoja de lo que tiene de varón, por lo tanto es el primer desmembramiento que aparece como amenaza referida al cuerpo, y ahora hablaremos de los desmembramientos siguientes. A partir de este desmembramiento imaginario, al cual aparece sometido el niño por el padre, Freud dice lo siguiente: que el niño no se somete a la amenaza por más terrible y cruel que sea, sino que por el contrario, regresando de lo que llamaría la etapa fálica, en los tres años, actualizando en sí una experiencia previa primera, la experiencia feliz con la madre, por lo tanto en la etapa oral, en la cual ambos estaban confundidos en la simbiosis. Esto permite en última instancia que el otro esté dentro de uno y uno pueda gozar o destruirlo al otro. El niño, acudiendo a esta estrategia de guerra, en la etapa oral, le hace al padre lo que el padre quería hacerle a él. Claro, es la disimetría que aparece entre el poder real del padre y el poder imaginario del niño para vencerlo. De lo cual resulta que en Freud está la resistencia del niño. En Freud está la amenaza de muerte pero está también la resistencia contra la amenaza de muerte y la astucia que el niño alcanza a construir para enfrentarla. Pero también el amor al padre lleva a que, dice Freud en este caso, después de darle muerte, el hijo, también recurriendo al mismo poder omnipotente de la oralidad, le vuelve a dar vida al padre muerto dentro de sí mismo. Se cagó para siempre. Porque a partir de allí él podrá retener la sumisión al padre, y acá aparece una nueva conciencia, y esta nueva conciencia no está señalada por la teoría lacaniana. Porque Freud a partir de aquí dice, acá aparece una nueva conciencia, no es la conciencia anterior. Por lo tanto, si existía conciencia anterior existía unidad sentida, vivida, elementalmente en el niño. Acá, dice Freud, aparece una nueva conciencia que es la conciencia determinada por el orden del superyó paterno, la ley, por lo tanto, y en última instancia también lo que aparece allí es la conciencia moral, donde los mandamientos de la ley del padre imponen no solamente un modo de ser con el otro, sino también un modo de pensamiento. Por eso Freud dice que esta conciencia que emerge del complejo de Edipo, es esa conciencia que está cercada por tres angustias. La angustia ante el superyó, que es la ley del padre en este caso. La amenaza del terror, la amenaza de muerte que siente aparecer el niño cuando emergen las pulsiones que de alguna manera tienen su empuje y nos llevan a querer satisfacerlas. Y por otro lado también la amenaza que aparece ante la realidad exterior, donde todo el poder político, económico, etc., también tiene y presenta a la amenaza de muerte, al terror como un límite.
Entonces en Freud claramente el terror es el fundamento de la cultura psíquica. Y cuando hablamos del terror, evidentemente también para vencerlo, para hacer posible la vida, porque sólo es posible hacer posible la vida si previamente se ha mostrado claramente el obstáculo. Un obstáculo desde el cual las formas que nos impusieron una modalidad de ser donde existe luego la apariencia de ser alguien cercenada en su fundamento porque está presente allí la marca del terror que impuso un límite a todo el desarrollo de nuestra corporeidad y por lo tanto de nuestro aspecto y nuestro pensamiento. Esto que les digo define claramente la teoría freudiana. Aunque Freud después se ponga del lado del padre, del lado de la ley, Freud es taxativo; no hay ley sin violencia, dice él. La violencia es el fundamento de la ley.
Por lo tanto, lo que luego va a tomar Lacan como ley simbólica, esa ley no tiene fundamento en el terror; el único fundamento que tiene es que se desliga del fundamento materno para ser como puro significante desde el vacío, que es la madre alejada, a la madre negada. En Lacan lo que aparece es el padre como un ser apaciguador, un ser que le permite al niño introducirse en la cultura sin mayores contrariedades y apoya la posibilidad de que se incluya como un ser que va a estar determinado por el acatamiento a la ley, y por eso es fundamental la castración en Lacan de una manera distinta que es fundamental en el caso de Freud. En Lacan, la castración es diferente. Es como si los lacanianos se volvieran locos y dijeran, “cástrenlos por favor, porque si no los castran perdemos esto poco que tenemos conquistado como hombres en el mundo en el cual nosotros nos movemos”. Y lo extraño es que hasta las mujeres hablan de castración. Hablan de castrarse a sí mismas, es horrible, porque la castración no es moco de pavo, no es joda; es evidentemente la presencia del terror del cuerpo. Entre los judíos, en el antiguo testamento, no existía la castración, existía la circuncisión, que era una forma de señalar, a través de cortarle al niño el prepucio a los ocho días, como un acto que solamente contenía la presencia de los hombres, las mujeres miraban desde arriba qué hacían con su propio hijo, y de alguna manera le decían: con la madre no, pero quedaban disponibles, como vemos en el antiguo testamento, todas las otras mujeres. No se olviden que los reyes y los profetas tenían también mujeres y hasta hijos con sacerdotisas del templo. Antes, cuando las mujeres estaban presentes también como diosas para los judíos, de las cuales poco a poco se fueron desprendiendo. En el cristianismo esto ha desaparecido radicalmente. Porque donde aparece la castración, aquella castración a la que se refiere Lacan, esa es la castración del corazón, que es lo que dice San Agustín. Cuando San Agustín habla de castrar, ya no se refiere a la piel fibrosa de un pene que hay que recortar en su punta extrema sin dañarlo, liberándolo para su vida futura. En el caso del cristianismo, en San Pablo, lo que aparece es la castración del corazón y por eso se ven las imágenes de Cristo con el corazón ardiendo, y Cristo tiene al mismo tiempo una corona de espinas que ciñe el corazón. Y el corazón es lo materno que tiene el hombre, es el fundamento femenino, materno de nuestra propia carnalidad como hombres. Fíjense en la profundidad en la cual se penetra la concepción de la castración. Y esto lo podemos ver en algo fundamental; en el estadio del espejo, la diferencia que hay entre el caso de Lacan y el caso de Freud. En el caso de Lacan el estadio del espejo penetró como una especie de teoría salvadora sobre la infancia. Para muchas psicoanalistas, lo han tomado como una expresión de “por fin entendemos algo”. Claro, entendemos algo, ya vamos a ver por qué se entiende algo allí. Porque Lacan, en ese estadio del espejo, proyecta el despedazamiento corpóreo, la falta de unidad del cuerpo como fundamento de lo que luego va a ser el lugar donde lo simbólico se inserta a partir de la unificación que aparece dada por este espejo de este estadio, es decir por la figura que despierta la alegría del niño al verse como una unidad entera. Pero miren ustedes el desfasamiento de los miembros separados, todo lo que Lacan pone, lo trae de la psicosis y de la neurosis, pero sobre todo de la histeria y también de los delirios de los pacientes adultos. Y se lo enchufa al niño. Es decir, va a buscar los resultados en las psicosis adultas para hacer que esos resultados, producto evidentemente del desarrollo de la infancia en una cultura determinada apoyada por la presencia de la castración como amenaza, incluye esto en la infancia misma del niño. Por eso deja de lado el mito de Edipo y dice “el mito de Edipo es “el mito de Freud”. Nosotros vamos a referirnos al enfrentamiento entre discordia y la armonía del filósofo de Éfeso. Claro, está hablando de Heráclito. Dos figuras metafísicas; la discordia y la armonía fue el fundamento con el cual explicar el fundamento del hombre a la vida. Este retorno a la fantasía griega en su expresión metafísica le va a permitir a Lacan destruir algo fundamental que Freud plantea, que es el hecho de dónde viene el poder que hace que el hombre dominado en sí mismo. Y Freud dice, a partir del superyó, como el hombre ya no se anima a dirigir la fuerza hacia afuera, la violencia la dirige hacia sí mismo. Es decir el poder utiliza nuestra propia resistencia, para doblegarnos a nosotros mismos. Esto está claramente señalado por Lacan como despreciable en su artículo sobre la agresión.
En Freud encontramos el despedazamiento no al comienzo, donde aparece el narcisismo, la simbiosis con la madre, ahí no hay despedazamiento, la locura no existe en ese sentido en la infancia. Freud tiene muy claro, dice que hay que tener cuidado de no proyectar sobre esa etapa de la infancia los propios delirios teóricos. Porque ningún niño puede desdecirlo, y parece que todo puede ser aceptado. Hay que andar con sumo cuidado. Cuidado que evidentemente no tuvo Lacan en proyectar la locura adulta, la psicosis adulta sobre la primera infancia del niño. Eso es cristianismo también. Porque esas pulsiones maternas, desorganizadoras según piensan, son pulsiones también de muerte, es necesario después, a través de la castración reorganizarlas por medio de la racionalidad cristiana.
Entonces, que pasa con Freud. Recuerdan que tiene un trabajo que se llama “Lo deshogareño” que normalmente está traducido horriblemente como “Lo ominoso”, que no tiene un carajo que ver con lo deshogareño que es claramente la palabra alemana. Y que la traducción más próxima es “Lo siniestro”, calificando un aspecto de esa experiencia de “deshogareñamiento”. Freud ubica esta experiencia donde vuelven a aparecer los miembros dislocados, separados del cuerpo, que aparecen cuando en el seno de lo hogareño ya adulto vuelve a aparecer algo que lo niega, que niega lo hogareño. ¿Qué es lo que aparece negando lo hogareño materno? Es justamente el terror, que despedaza. Este terror que despedaza no antes del Edipo, sino posteriormente al Edipo. Lo pone formando parte de una experiencia social adulta. Y es ahí donde aparece el despedazamiento. El lacanismo se impone simbólicamente para ocultar la presencia real de la amenaza del terror que en Freud aparece muy claramente expresada: el despedazamiento viene del poder político, del poder social, del poder histórico. En la madre, en lo familiar, en lo hogareño, en lo materno, ahí no había posibilidad de poder pensar el desmembramiento de los cuerpos tal como lo pone Lacan en sus comienzos.
Yo creo que esto es fundamental para ir descubriendo que las teorías, -que aparecen racionales, perfectas, con gran acopio de citas, de ventas de ejemplares, de cofradías nuevas que se organizan, de un lenguaje de secta,- deben ser analizadas nuevamente. Por lo cual tendríamos que volver a preguntarnos qué carajo pasa con el terror cuando estamos en la Casa de las Madres de Plaza de Mayo para tratar de comprender lo que se planteó en la mesa hoy, ¿Cómo es posible que los dominados acepten la dominación? La aceptan porque siempre van a aparecer teorías, otra vez máscaras, que encubren el terror que está en el fundamento del sistema, y en este retorno aparece otra vez la teoría de la ratificación tenebrosa de las máscaras del cristianismo presentes en el psicoanálisis mismo.
León Rozitchner