En calidad de mujer –feminista y filósofa– no puedo dejar de asombrarme y hasta de sonreír ante esta suerte de «literatura angelical», que pretende descubrir en la mujer el paradigma de la pureza inmaculada y en la maternidad el emblema de la redención universal. Como lo sugiere en su artículo Jorge Majfud, este tipo de feminismo corre el riesgo de convertirse en una nueva religión secular, condenada al mismo fracaso al cual han sido condenados los grandes relatos modernos: positivistas, marxistas y capitalistas. Debemos ser sensatos, existe una sola y misma humanidad, sometida en todos los casos a su propia atrocidad y a su propia grandeza. Y no es función ni de la filosofía ni de ninguna ciencia prometer superhombres o paraísos perdidos, sino analizar sobriamente lo que el hombre es y puede ser, en el contexto de las estructuras de las cuales ha sido siempre –paradójicamente– dominador y dominado.
Jorge Majfud tiene –al menos en parte– razón. Las mujeres somos tan malas, tan salvajes y perversas como los hombres, pero debemos ir más lejos. Los hombres son tan buenos, tan sensibles y tan tiernos como las mujeres. Con lo cual no hacemos sino confirmar la inconsistencia de un imaginario colectivo, que ha inventado y sostenido por siglos el «eterno femenino» y el «eterno masculino» como destino esencial de los sexos.
En lugar de deconstruir y denunciar el mito patriarcal y falocéntrico que ha identificado a la mujer con la pureza de la maternidad y la inocencia de la niñez, gran parte de las feministas actuales se dedica a ratificar el mito heredado. Más aun, en lugar de promover en la mujer el desarrollo libre de todas sus potencialidades y fortalezas, muchas feministas se preocupan por su defensa, como si se tratara de defender a los débiles, los minusválidos y las víctimas.
La vigencia del modelo patriarcal –en lugar de su abolición– ha inducido a defender, por ejemplo, el aborto en los términos de una libertad exclusiva de la mujer –la víctima– cuando en todo caso debería ser un derecho tanto de la mujer como del hombre y de la sociedad entera. Esta misma vigencia del modelo patriarcal pretende hacernos creer que son las mujeres quienes deben elegir entre la maternidad y el éxito profesional, cuando deberían ser los hombres quienes, hoy por hoy, comenzaran a preocuparse por el modo de compatibilizar su trabajo con la paternidad y la atención del hogar.
Ciertamente, y coincido en esto con Jorge Majfud, no hay nada de malo en que muchas mujeres renuncien a la maternidad para abrazar otras áreas y modos de su desarrollo personal. Lo malo comienza cuando ellas lo hacen porque hay otros tantos hombres que no han asumido las funciones que les competen, fuera del modelo patriarcal y bajo una nueva identidad masculina. Si muchas mujeres deciden hoy renunciar a la maternidad o defienden el aborto como liberación personal, es porque muchos hombres no han asimilado el 50% de la responsabilidad y del trabajo que los compromete en el asunto. Y aquí reside el verdadero problema, que no tiene nada que ver con las demandas globales del mercado, sino más bien con un nuevo desempeño social del cual el sexo masculino parece no haber tomado conciencia.
Hay un feminismo de la «diferencia», que sigue creyendo en la inmaculada concepción y en la pureza de la feminidad. Y hay otro feminismo de la «igualdad», llamado a abolir los paradigmas establecidos por conveniencia y derecho patriarcal. Siguiendo a Judith Butler podemos decir que, si los sexos son biológicamente dos, los géneros no tienen por qué serlo, a menos que se quiera continuar con el relato. Hoy más que nunca, cuando la filosofía ha denunciado la inmovilidad abstracta de las ideas y le ha descubierto al hombre el dinamismo esencial de su libertad, tenemos la chance de deconstruir el mito de los eternos paradigmas, a fin de construir tantos géneros cuantos queramos, cuantos individuos existan o cuantos tipos de hombre elijamos ser.
La auténtica topía feminista no pretende emular el exitismo de una sociedad masculinizada. Esta falsa opción parece ser el cómodo artilugio con el cual Majfud pide disculpas por las imposiciones del sistema, mientras prefiere omitir un problema que lo llevaría a cuestionar su propia identidad. Después de Simone de Beauvoir, ha quedado muy claro que el feminismo no busca el falso éxito impuesto por el mercado –y representado por las modelos y empresarias que Majfud mira en la televisión– sino el libre desarrollo personal, reprimido por un simbolismo patriarcal, que ha reducido el destino de la mujer a la maternidad y a la educación de la prole.
Sin embargo, la auténtica topía feminista no pretende tampoco abandonar la dicha de la maternidad, el cuidado de los hijos y las tareas del hogar. Todo lo contrario, lo que ella quiere es que esta dicha sea también la de los hombres. Las feministas quieren ver hombres con licencias por paternidad, hombres atendiendo la casa y educando a los hijos. Si nadie –o al menos nadie más que una barata ideología de clase– le ha dicho a las mujeres que cambiar pañales sea menos libre que pasarse diez horas en una oficina o presidir un país, nadie se lo ha dicho tampoco a los hombres. Y yo personalmente, en la misma medida en la que adoro a mi padre, lamento que ni una sola vez él me haya cambiado los pañales. En este sentido, quizás nadie mejor que un padre para desear la topía feminista.
Mas allá de las teorías y volviendo a los hechos, debemos reconocer que el modelo patriarcal esta agotado. Hoy son los hombres quienes compran cremas para la cara y tinturas para el pelo, mientras las mujeres salen a trabajar por la mañana. Dentro de algunos años, los úteros artificiales habrán acabado con el mito del sagrado alumbramiento, y la fuerza del espíritu y de la razón –que no conoce de géneros– habrá superado una vez más los límites de la naturaleza. Entonces todos los hombres y los homosexuales y las lesbianas podrán dar amor y vida en abundancia, porque no es este el privilegio de un sexo sino la misión de todo ser humano. Frente a la contundencia de los hechos, lo que le urge a la sociedad es un nuevo «machismo», capaz de desenmascarar el paradigma falocéntrico para edificar una nueva conciencia masculina, a la altura del desafío presente y futuro.
Aunque falta mucho por andar, la topía feminista ha comenzado a realizarse. El futuro del mundo está en la mujer, no por el derrocamiento del enemigo sino por una suerte de compensación histórica llamada a concluir y a resarcir, de ciclo en ciclo, la injusticia de la separación. Sin embargo, y mucho más importante que el ocaso de la cultura patriarcal, importa pensar juntos la nueva humanidad que queremos ser.
*La autora es doctora en Filosofía por la Universidad de Navarra (España), actual becaria post-doctoral de Conicet (Argentina) y de la Hong Kierkegaard Library (USA). Sus investigaciones se centran en el pensamiento de S. Kierkegaard, con especial referencia al idealismo alemán y a la filosofía francesa contemporánea. Ha publicado El poder de la libertad. Introducción a Kierkegaard (Ciafic Ediciones, Buenos Aires 2006) y La posibilidad necesaria de la libertad. Un análisis del pensamiento de Søren Kierkegaard (Cuadernos de Anuario Filosófico - Serie Universitaria 177, Pamplona 2005), además de diversos artículos en revistas internacionales.