Elisabeth Roudinesco es una importante psicoanalista francesa; es historiadora del psicoanálisis y biógrafa de Jacques Lacan. En el texto que publicamos a continuación, Roudinesco denuncia la utilización de los tratamientos de salud mental como una herramienta de represión y "la transformación de los profesionales de la psiquis en agentes de seguridad".
Desde hace tres décadas, los estados democráticos se apoyan en la ciencia para gobernar a los pueblos. Si bien esta política permitió prevenir, cuidar y curar exitosamente las enfermedades orgánicas, y mejoró magníficamente nuestra vida cotidiana, no obtuvo resultados tan contundentes en el campo del sufrimiento psíquico.
Ni el estudio de los genes ni el de la plasticidad cerebral lograron aún alumbrar tratamientos eficaces para las enfermedades mentales y tampoco permitieron acabar con esas "enfermedades existenciales" como las neurosis, depresiones, angustias, pasiones, adicciones, voluntad autodestructiva, etc. A lo sumo se ajustaron medicamentos para el espíritu (o psicotrópicos), que contribuyeron a que los sicóticos puedan vivir en el seno de su familia y, sobre todo, han aportado tranquilidad a aquéllos que podían ser peligrosos para sí mismos, para su entorno y para sus empleadores.
Pero esta empresa tiene un precio. La gestión de las poblaciones por medio de la medicina y la biología ha favorecido la eclosión de una ideología de la seguridad, consistente en reducir a cada ciudadano a un miserable montoncito de neuronas sometido a todo tipo de evaluaciones. El sujeto político, heredero de Las Luces, ha sido sustituido por el hombre comportamental, cuantificado, cosificado, sometido a una norma tiránica y al cual se otorga una identidad religiosa o étnica, mientras se burlan de los compromisos universalistas juzgados peligrosos, como el Mayo del '68: querer cambiar el mundo o luchar contra las desigualdades.
Así se oponen dos concepciones del hombre. Una, frecuente en la filosofía anglosajona, preconiza que el sujeto sea "naturalizado" para volver al mundo de la animalidad: el fin de la excepción humana. Y para ese sujeto, que no debe ya pensar sino obedecer, sólo son indicados, si sufre, tratamientos rápidos, evaluados por expertos y que actúan por adiestramiento sobre comportamientos visibles. Nada de siquismo, el sujeto naturalizado sólo tiene derecho a medicamentos, por un lado, y a terapias cognitivo-comportamentales (TCC), por el otro.
La otra concepción, salida de la tradición europea continental- fenomenología y psicoanálisis-, considera por el contrario que para tratar el sufrimiento del alma, los acercamientos llamados "dinámicos" o "relacionales" más prolongados, son necesarios para acompañar o no los tratamientos químicos, en tanto la palabra aleja al hombre del animal.
La adhesión de los Estados a la ideología de los peritos, vehiculizada hoy por distintos organismos de salud (Instituto Nacional de Salud y de investigaciones médicas o Inserm, agencias de evaluación, comités de examen médico preventivo, etcétera) explica los conflictos acaecidos en los últimos años en Francia.
Los medios les dieron el nombre de "guerra de los psis": abarcan entre 5 y 8 millones de personas, tratadas tanto con medicamentos como por diversas terapias.
La primera crisis tuvo lugar en octubre de 2003, cuando Bernard Accoyer, aunque defensor del psicoanálisis -y actual presidente de la Asamblea Nacional- logró hacer votar, en nombre de la "seguridad" de los usuarios, una enmienda a una ley de salud pública que reservaba el ejercicio de psicoterapia a los diplomados en medicina o psicología, lo que autorizaba a un ortopedista a curar las angustias, es decir a un panadero a ser cerrajero. (...)
Después de la remoción de tres ministros de Salud (...) un cuarto ministro, Roselyne Bachelot, no sabe aún si va a lograr escribir los decretos, cuando ella misma sostiene un plan de rastreo (o diagnóstico precoz) que posibilita el aumento del consumo de psicotrópicos, haciéndole creer a cada sujeto en estado de tristeza que es un enfermo mental.
En septiembre de 2005 fue la aparición de un ‘Libro negro del psicoanálisis', despliegue de odio contra Freud, seguido inmediatamente por el anuncio de un nuevo peritaje del Iserm que provocó la justificada ira de los psiquiatras infantiles. Privilegiando un modelo genético, este estudio veía en el nerviosismo excesivo de los bebés los signos precoces de la delincuencia social. Es decir que se le pedía a cada padre que fuera el detector de su progenitura. El petitorio "Ningún cero en conducta para niños de tres años", lanzado por Pierre Délion, reunió 200.000 firmas.
Después estuvieron los propósitos, por lo menos desubicados, de Nicolás Sarkozy, sobre el carácter genético-hormonal del suicidio y de las desviaciones sexuales. Y finalmente hubo, en mayo de 2007, la voluntad del poder estatal de utilizar los test de ADN para controlar a los inmigrantes, despreciando así los derechos humanos. A esto se agregó, como frutilla del postre, la propuesta hecha por la ministra de Justicia de juzgar a los locos criminales, incapaces sin embargo de comprender el significado de sus actos.
Si la ideología de la seguridad se desplegó en el campo de los ministerios de Salud y Justicia, se propaga también en las filas de los funcionarios de la educación nacional.
Desde hace cuarenta años se enseñan en los departamentos de Psicología formaciones clínicas que se reclaman del psicoanálisis y que están amenazadas ahora por peritos salidos de la psicología experimental o cognitiva. Una vez más se les pide a los especialistas opinar sobre lo que desconocen: un panadero juzga a un cerrajero. De allí, el conflicto de intereses, ya que estos peritos adhieren a una concepción de la subjetividad contraria a la de la clínica.
Frente a este avance de la manía evaluadora, los docentes involucrados lanzaron, en junio de 2007, un petitorio "Salvemos a la clínica", que recogió más de 10.000 firmas. Iban en el mismo sentido que Jacques Alain Miller, organizador de los foros destinados a luchar contra los daños provocados por los peritajes. (...) las autoridades del Estado deben pronunciarse claramente sobre esta cuestión civilizatoria. ¿Va a continuar el sometimiento de los investigadores a peritajes inoperantes y la transformación de los profesionales de la psiquis en agentes de seguridad?
¿Se va a continuar con una política que nos aleja de la tradición humanista de Europa? ¿Se va a erradicar a Freud de los departamentos de Psicología en un país que, sin embargo, vio nacer a algunos de sus más brillantes intérpretes, reconocidos en el mundo entero? El debate está abierto.
* Elizabeth Roudinesco es directora de investigaciones en el Departamento de Historia de la Universidad París-VII. Publicado en Le Monde, 19 de enero de 2008.