“La inmortalidad de la que habla Goethe no tiene, por supuesto, nada que ver con la fe religiosa en la inmortalidad del alma. Se trata de otra inmortalidad distinta, completamente terrenal, de la de quienes permanecerán tras su muerte en la memoria de la posteridad. Cualquiera puede alcanzar una inmortalidad mayor o menor, más corta o más larga, y desde muy joven le da vueltas al asunto en sus pensamientos.
Claro que ante la inmortalidad no hay igualdad entre las personas. Tenemos que diferenciar la denominada pequeña inmortalidad, el recuerdo del hombre en la mente de quienes lo conocieron, de la gran inmortalidad, que significa el recuerdo del hombre en la mente de aquellos a quienes no conoció personalmente...”
Milan Kundera
La Inmortalidad*
El concepto de que los pueblos que no tienen memoria están condenados a repetir su historia ya es hoy un lugar común, pero con tanta reiteración ha llegado a vaciarse de sentido. Y es aquí donde se nos presenta el problema que es motivo de este escrito: Memoria-Olvido-Transmisión. Partiendo de la postura de varios autores de que la transmisión tiene una legalidad independiente de la memoria; trataré de analizar desde varias perspectivas qué papel juega cada una de ellas en la dinámica de lo colectivo.
Cada sujeto porta en su memoria, como un bagaje valioso, un saber sobre sus antepasados y su presente. Es “la novela familiar del neurótico” (Freud) con la que los psicoanalistas trabajamos todos los días y que, además, reconocemos en las manifestaciones en la subjetividad de acontecimientos cuyo despliegue tiene su centro en la escena pública-política de la sociedad de nuestro tiempo. Estos hechos inciden profundamente en la vida anímica de los sujetos y de la comunidad, y nos obligan a entenderlos más allá de las explicaciones racionales –que no pueden dar cuenta de la dimensión de lo psíquico en la que se articulan las historias individuales con la historia colectiva-.
Si tomamos nuestro pasado reciente (últimos 30 años) nos encontramos con secuelas que se manifiestan, por ejemplo, en que la palabra desaparecido se ha convertido, en la Argentina y sus países limítrofes, en un significante que busca significación en la verdad. Producto de la metodología del terrorismo de Estado de ocultar a sus víctimas a fin de que no surja la verdad desde el “cuerpo del delito”, esta palabra se inscribe en el imaginario colectivo como aquello que fue cometido fuera de la ley. Es analizador de un momento histórico de estas latitudes, que denuncia lo ocurrido pero que necesita de un acto político para que surja un antes y un después de la verdad que nos ayude a terminar con el efecto de lo siniestro que hoy pesa sobre nosotros.
Durante la última dictadura militar (1976-1983), el efecto de lo siniestro obligó a demasiados argentinos a un esfuerzo defensivo de renegación o desmentida, bajo las fórmulas de “desconocer” los acontecimientos (el “a mí no me va a pasar” o el “algo habrá hecho”, de triste recuerdo). A quienes no renegamos nos impuso el dolor, el miedo y la impotencia, llevando a muchos al exilio exterior o interior(1). Con el advenimiento de la democracia, el mantener viva la memoria sobre lo acontecido se convirtió en una posición de lucha política en busca de justicia, aunque la dictadura, ya desarticulada, desde su autoritarismo decretó el olvido, y desde muchos sectores políticos se pregonó que éste permitiría la reconciliación entre los argentinos.
No nos cabe ninguna duda, en este contexto, de que el olvido garantiza la impunidad. La memoria posibilitará, desde mi punto de vista, hacer justicia, que se imponga la ley frente a la impunidad, reconstruir un pasado reciente que, por traumático, dejó huellas que afectan aún tanto a lo individual como al tejido social; la memoria, sostengo, permitiría la elaboración de dicha situación.
Ahora bien, como decía anteriormente, hay autores que afirman que ese pasado se transmite independientemente de la memoria, y el psicoanálisis nos ha enseñado que la transmisión va mucho más allá del contar memorioso de los acontecimientos. La transmisión de la subjetividad de una época implica que los receptores pueden asumir la herencia de aquellos que los preceden.
En Totem y Tabú y en Moisés y la religión monoteísta y, por otro lado, en Psicología de las masas y análisis del Yo, Freud expuso los fundamentos de una concepción psicoanalítica de la historia. Los factores que determinan el curso de la misma se dan en una secuencia de transformaciones de la estructura con enlaces fantasmáticos recíprocos, secuencia que obedece a una lógica interna. En la primera de las obras citadas, la génesis de la cultura; en la segunda, el nacimiento de la cultura moderna, y en la última la estructura de un grupo determinado.
Para Freud el proceso histórico colectivo se va a dar en una legalidad que es la que rige en la dimensión de la intersubjetividad. Instaurada la “estructura libidinosa” (Psicología de las masas...) se dará comienzo a una serie de transformaciones, donde el primer movimiento será un equivalente del “parricidio originario” (Totem y tabú), que dará empuje al colectivo hacia su primer desenlace. (La “alianza fraterna” o la guerra fratricida). Y esta primera forma de convergencia libidinosa hará permanentemente presión para reinstaurarse.
Es en los últimos capítulos de Moisés y la religión monoteísta donde Freud une los conceptos de Psicología de las masas y de Totem y Tabú y alude a la transmisión: “La religión de Moisés no ha ejercido sus efectos de una manera inmediata, sino asombrosamente indirecta...”, con lo que se refiere a que fue abandonada y luego retomada siglos después. Pero, ¿cuál fue la motivación que hizo que se instalara?: “Los creyentes saben llenar con suficiencia esta manifiesta laguna en la motivación. Dicen: la idea de un dios único ha ejercido un efecto tan avasallador sobre los hombres por ser un fragmento de verdad eterna que, largo tiempo oculto, salía por fin y entonces no pudo menos que arrastrar a todos consigo”.(2) Ese fragmento de verdad se había mantenido reprimido durante siglos, pero éste no es material sino que es una verdad histórico vivencial: “No creemos que haya existido una única persona que entonces debió de aparecer hipergrande, y que luego ha retornado en el recuerdo de los seres humanos enaltecida a la condición divina”.(3)
Cuando Moisés aportó al pueblo la idea de un dios único, no era éste un concepto nuevo, sino que significaba la reanimación de una vivencia de la época primordial, desaparecida desde largo tiempo de la memoria consciente de los hombres. “...Estas vivenvias dejaron huellas duraderas... comparables a la tradición...”.(4)
Para Freud, lo que retorna en el monoteísmo es la estructura libidinosa del totemismo. “...Se inició un lento retorno de lo reprimido. Aquí usamos lo reprimido, lo esforzado, a desalojo en el sentido no genuino. Se trata de algo pasado, desaparecido, vencido en la vida anímica de los pueblos, que nosotros osamos equiparar a lo reprimido en la vida anímica del individuo...”.(5)
Y, como todo retorno a lo reprimido, tiene un carácter compulsivo: “Una idea así tiene carácter compulsivo, es forzoso que halle creencia. Hasta donde alcanza su desfiguración es lícito llamarla delirio, y en la medida que trae el retorno del pasado es lícito llamarla verdad...”.(6)
En síntesis, Freud plantea que hay una “historia conjetural”, aquella que da cuenta de lo acontecido, y que hay una “historia vivencial” (Geschichte); que es el acontecimiento histórico vivido, real, proveniente de otro “acontecimiento primordial” (Urgeschichte) que al estilo del “parricidio originario” marcó a un grupo o a una cultura, y que reaparece en cierto momento relatado como una grandiosa ficción, como si no hubiera ocurrido, negando que se haya producido realmente con anterioridad. Para Freud, los pueblos pueden conservar latente el recuerdo de hechos que reaparecerán en un determinado tiempo como un delirio psicótico, es decir, con la fuerza de lo irreductible, y con el carácter de retorno de lo reprimido. A este fenómeno lo llama “retorno de verdad” (Geschichtliche), y tendrá la forma de una argumentación religiosa, ética o moral.
A esa altura, Freud ya había demostrado que, en el plano de lo familiar, se transmite la estructura edípica sin que haya memoria de ello (ya que es inconsciente) y desde la misma, además de la sexualidad, los sujetos incorporan los valores y tradiciones de su época y de sus antepasados, de su clase o grupo social (aun para oponérseles). En este sentido, para este autor la transmisión está en la eficacia simbólica de la historia a través de las estructuras, y no depende de la memoria.
Una mirada del tema desde otro ángulo es la del semiólogo Regis Debray para quien transmitir se diferencia de comunicar. Mediante la comunicación se hace conocer, se hace saber. En cuanto a transmisión, éste es un término regulador y ordenador en razón de su triple enlace: material (se transmiten bienes, herencias, linajes, creencias); diacrónico (la comunicación es transporte en el espacio, transmitir es un transporte en el tiempo que establece un vínculo entre el pasado y hoy, los muertos y los vivos, es una trama más un drama, la mayoría de las veces con los emisores en ausencia; una transmisión ordena lo efectivo y lo virtual) y político (la transmisión es carga, misión, obligación, es decir cultura, y tiene métodos colegiados, además es un tema de civilización, opera en cuerpos –como maestros, catequistas, hechiceros– para hacer que pase de ayer a hoy el corpus de conocimientos, valores y tradiciones que sostienen la identidad de un grupo estable).
La transmisión, no tiene una existencia autónoma y pura. Las vías y los medios de la eficacia simbólica intersubjetiva están determinados por lugares de poder, con la forma de líder-militante, hechicero-enfermo, presidente-ciudadano, padre-hijo. El mediador transforma lo transmitido, pues lo somete a su ley (Tradutore Traditore). El carácter sustancial de la mediación es el que hace representar la transmisión como trasuntación, transmutación dinámica y reproducción mecánica que agrega tanto como quita. Vale decir que no está por un lado la memoria y por el otro el olvido, sino que “la pérdida está ligada al acto mismo de la rememoración, la alteración es la otra cara de la conservación”.(7)
Y otra perspectiva sobre el tema que nos ocupa es la de los historiadores enrolados en la Oral History Society, fundada en Londres recién en 1971, pero que comienza inspirada por los trabajos de un grupo de científicos que, en 1946, se reunían alrededor de Edward Thompson y de otros notables en la revista Past and Present. En plena Guerra Fría, la convocatoria de la Oral History... fue para historiadores marxistas y no marxistas preocupados por la formación social inglesa, para una práctica historiográfica colectiva.
Con relación a los “fallos del testimonio”, estos historiadores reflexionan que aceptar que la memoria es selectiva “no es nada más que mostrar que tienen una memoria, pues el olvido es constitutivo de la memoria”.(8) Para ellos, lo significativo es comparar el recuerdo espontáneo con el recuerdo solicitado y exhumado y con el silencio, ya que “la ausencia es tan significativa como la presencia”.(9) También, rescatan que “Las reconstituciones y las reconstrucciones requieren la restitución histórica del orden simbólico que las organiza. Para ser entendido el discurso conservado o perdido necesita transmitir un código como un libro de cuentas. Debe producir sus propias convenciones”.(10)
De acuerdo con estas conceptualizaciones la transmisión es independiente de la memoria. Hay un proceso de transmisión histórica. Las generaciones transmiten las creencias, los modos de vida, el lenguaje, las tradiciones, de acuerdo con las filiaciones en las cuales están inscriptas (estructuras libidinosas). Somos portadores de un lenguaje, de un nombre, de una singularidad que se estructurará en un país, una religión, una civilización. Somos depositarios y transmisores. Lo nuevo va a inscribirse como “progreso” o “cambio revolucionario” (resistido y/o admitido), lo que hará que cada generación se sienta distinta a la anterior, pero conteniendo su pasado. Esta dinámica estará regulada desde los lugares de poder institucionales (Estado, partidos políticos, religiones) o informales (líderes, militantes, artistas, etc.).
Sin embargo, mi criterio es que, en situaciones como las vividas en la Argentina, es necesario un proceso de reconstrucción del pasado reciente, a fin de que se instale la ley frente a la impunidad, de que se haga justicia y, además, se satisfaga el derecho a la verdad que todos tenemos. Aquí reivindicamos la memoria, porque es necesario operar sobre el presente en una acción política que permita la elaboración de los acontecimientos traumáticos vividos. La militancia por la memoria frente al olvido tiene un doble efecto: reconstruir la verdad (velada por el represor y renegada colectivamente y que permitiría hacer justicia) y mitigar los efectos sintomáticos (en lo individual y en lo colectivo) que provocaría esa “laguna histórica”.
Los organismos de Derechos Humanos se han convertido en pioneros en este trabajo y han conseguido esclarecer muchos puntos de ese oscuro pasado. Valgan, entre tantos otros, estos dos ejemplos: el trabajo paciente de Abuelas, que ha logrado restituir identidad a niños nacidos en cautiverio en un seguimiento caso por caso, y la investigación que se realiza en la Cámara Federal de la Plata. Sobre 1800 casos de desapariciones y torturas en un año, de los cuales –y a pesar de que por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final no se podrá condenar a nadie– se ha logrado esclarecer exhaustivamente 100, jerarquizando así, por encima de todo, el valor del conocimiento de la verdad.
Lo que transmitiremos de este período de nuestra historia se develará en el transcurso de la misma.
Alfredo Caeiro
Psicoanalista
* Kundera, Milán; La inmortalidad. Ed. Tusquets, 1990, Páginas 64-5.
Notas
1. Rodríguez Kaut, Angel, La Tolerancia, Ed. Topía, Buenos Aires, 1998.
2. Freud, Sigmund, Moisés y la religión monoteísta, Obras completas, Tomo XXIII. Ed. Amorrortu, pág. 120 a 132.
3. Ibid, Op. Cit.
4. Ibid, Op. Cit.
5. Ibid., Op. Cit.
6. Ibid., Op. Cit.
7. Debray, Régis, Transmitir, Ed. Manantial, Buenos Aires, 1997, pág. 46.
8,9,10. Joutard, Philippe, “El tratamiento del documento oral”, revista Debats, Nº 10, diciembre ’84, pág. 72. Institución Valenciana D’Estudis I Investigació.
Bibliografía
FREUD, Sigmund: Totem y Tabú. Obras Completas Biblioteca Nueva.
— Moisés y la Religión Monoteísta. Tomo XXIII. Edit. Amorrortu.
— El Malestar en la Cultura. Obras Completas Biblioteca Nueva.
DEBRAY, Régis: Transmitir. Ed. Manantial, Buenos Aires, 1997.
THOMPSON, Paul: “La Historia Oral y el Historiador”. Revista Debats, Nº 10, diciembre ’84.
SAMUEL, Ralph: “Desprofesionalizar la Historia”. Revista Debats, diciembre 1984.
JOUTARD, Philippe: “El Tratamiento del Documento Oral”. Revista Debats, diciembre 1984.
MALFE, Ricardo: Fantasmata. El vector imaginario de procesos e instituciones sociales. Ed. Amorrortu.
HASSOUN, Jacques: Los Contrabandistas de la Memoria. Ediciones de la Flor.