Decir que el psicoanálisis es la ciencia de la “cura a través de la palabra”, ¿significa decir que el psicoanálisis es la ciencia de la interpretación? Seguramente acordaremos en considerar que se trata de una hermenéutica , pero cuando hablamos de la cura a través de la palabra, no hablamos solamente de la palabra del analista, quizás hablemos fundamentalmente de la palabra del paciente. La disposición interpretativa hace a la función del analista, ya que éste fundamentalmente interpreta el texto del paciente, el sentido de sus afectos, de sus silencios, de sus actos. Pero se trata justamente de estar disponible, y no de restringirse a la interpretación en el sentido técnico como única herramienta de trabajo. Confundir y equiparar psicoanálisis con interpretación limita al analista y le imposibilita acceder a otro tipo de intervención válida y necesaria.
Por supuesto que la interpretación es la herramienta por excelencia de la que disponemos , pero el uso indiscriminado de ella y también el uso excesivamente críptico de la misma han colaborado con la denominada crisis de la que se viene hablando en los últimos años.
Esta posición a mi entender corresponde a toda práctica analítica, sea cual sea el ámbito en el que se desarrolle. Se hace psicoanálisis, si se sostiene la disposición interpretativa a la que me refería más arriba.
Hace muchos años viví un anécdota muy cotidiana , si se quiere, y que también puede ser muy actual. Era yo un muy joven psicólogo, recién recibido que había entrado a trabajar en un hospital con una doble motivación: adquirir una práctica, y también desarrollar a través de la práctica hospitalaria un ideario social de los años setenta. Estaba escuchando a una joven paciente de 13 años cuando en un momento me habla de su vínculo con su novio y me cuenta que estaba teniendo relaciones sexuales. No recuerdo exactamente qué trabajamos en esa sesión, pero lo que sí recuerdo es que hablamos acerca de métodos anticonceptivos.
Ahora mi recuerdo se traslada al momento de la supervisión y tengo presente la frase lapidaria y taxativa del supervisor: “Esto no es psicoanálisis”. Y tenía razón .
A partir de ahí supe qué clase de Psicoanálisis no quería practicar .
Aquel pulcro, limpio, circunscripto al terreno exclusivo del momento mágico de la interpretación . Sabía que no sólo no quería practicarlo sino que no hubiera podido. Con la interpretación no alcanzaba y esa era mi convicción.
Ya sabemos que no se trata de confundir al psicoanálisis con una práctica pedagógica, pero no hagamos de esta definición una caricatura iatrogénica y obsoleta.
Es que la llegada de un paciente a un servicio hospitalario es muchas veces la única ocasión para recibir una atención clínica , social o preventiva, y es responsabilidad del profesional que esta oportunidad no sea desaprovechada .
Si pensamos que queremos “cuidar” más al método que al paciente, posiblemente se nos escapen estas tareas de las que un agente de salud no puede desentenderse.
Trabajar en favor de la salud de un paciente es crear el campo propicio para la tarea analítica. Cuando la palabra no está, es tarea del analista hacer que la palabra advenga. Muchas veces perdemos de vista la importancia privilegiada de la escucha analítica y perdemos de vista los efectos en la clínica de la misma.
Cuando el profesional es interlocutor frente a temas tales como desocupación, marginación, aislamiento social , es trabajo analítico ayudar a abordar lo inabordable desde el discurso social. Lo es también “prestar” el aparato psíquico para formular preguntas que no se han formulado, ensayar intentos de anticipación sobre los propios actos, legitimar sensaciones y percepciones, o mostrar qué condiciones estables generan un plus de angustia, actuar en lo concreto de una indicación para evitar la perpetuación de un síntoma, un sufrimiento. También existe información que a veces por falta de acceso, a veces por prejuicios, el paciente no posee, y que en un servicio hospitalario, y en un ámbito de intimidad, puede recibir.
El psicoanálisis nació con su fuerza cuestionadora en un contexto determinado y bien vale la pena continuar con esta fuerza en nuestros días más que nunca .
No se trata solamente de pensar en las nuevas patologías, sino de que el Psicoanálisis y los analistas provoquen nuevos cuestionamientos.
Nuestro material sigue siendo la escucha, la palabra, el silencio, el arte consiste en combinar estos elementos, cuestión nada sencilla. Pero circunscribir estos elementos al servicio de la interpretación es amordazar y limitar la acción del analista.
El analista, por otra parte, no va al hospital a decirles a sus pacientes cómo es la vida. Entre uno y otro polo bascula la posición del analista, es decir, no es sólo un decodificador del inconciente del otro. No interviene sólo para acceder al inconciente, sino para producir otros sentidos, que no necesariamente son el sinsentido, o el sentido común. Estos otros sentidos, quizás del orden del preconciente, hacen también a la cura.
No deberían transformarse interpretación e intervención en falsas opciones; ambas son necesarias al proceso analítico y ambas son solidarias entre sí.
Me interesa acentuar la idea de que un analista que concurre a un servicio de Psicopatología de un hospital general es un agente de salud, y no pierde el lugar de psicoanalista si es que se interna en temáticas que no comprenden solamente el inconciente del otro.
No comprenderíamos, de lo contrario, cuál podría ser la tarea de un analista en un servicio hospitalario que trabaje en interdisciplina, donde necesariamente hay que desprenderse de cierto narcisismo anquilosante, para escuchar qué le pasa al otro que tengo frente a mí.
Hay muchos profesionales psi que siguen demasiado atentos y aferrados a sus teorías y a sus maestros. Esto contribuye según mi criterio a atemorizar y a quitar espacios de libre pensamiento en los jóvenes profesionales. La enseñanza y transmisión dogmática del psicoanálisis han creado varias generaciones de repetidores de la teoría y de una técnica mal entendida, achatando perspectivas, y perdiendo cierta flexibilidad que hasta el mismo Freud poseía (ver por ejemplo, los análisis de Smiley Blanton o Abraham Kardiner).
Se crea así una brecha entre analista y analizante, que en los hospitales se agranda si es que el psicoanalista no está dispuesto a entender el mundo social y cultural del paciente que debido a las profundización de la crisis económica, ha ido cambiando su perfil. Privilegiar al paciente y no al método significa también ocuparse en conocer el perfil del paciente que consulta.
El psicoanálisis perdurará siempre y cuando se anime a avanzar más allá de lo establecido.
D. Winnicott, en una carta dirigida a M. Klein, y que data de noviembre de 1952, refiriéndose al lenguaje en el que “habla” el psicoanálisis, escribe:
“...personalmente pienso que es muy importante que la obra suya sea reenunciada por personas que hagan los descubrimientos a su manera y que presenten lo que descubren en su propio lenguaje. Sólo de este modo se mantendrá vivo el lenguaje. Si Usted estipula que en el futuro sólo su propio lenguaje debe ser utilizado para la enunciación de los descubrimientos de otra gente, el lenguaje se convertirá en un lenguaje muerto....”.
Daniel Slucki
Psicoanalista. Miembro del Equipo de Psicopatología de Adolescencia del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez.
slucki [at] cvtci.com.ar