Si contextualizáramos el estado de la Salud Pública a fin de siglo en la Argentina diríamos:
Según el Banco Mundial, más de 13 millones de personas no pueden acceder a una canasta básica de bienes y servicios, quedando excluidos de la dignidad humana.
Excluir es denigrar y deshumanizar. El que alguien no acceda a poder cuidar su salud no es un problema privativo de ese sujeto. Se trata de un problema del Estado, que al empujar a tantos sujetos a la desesperación es responsable de los efectos de la destrucción del tejido social: aumento de la delincuencia y violencia ligadas a la miseria. Sus consecuencias afectan no sólo a ese sujeto sino a todos; la desesperación de los excluidos es directamente proporcional al miedo de los “incluidos”. El Estado, en el sistema vigente, se responsabiliza poco de esto, haciéndonos creer que se trata de un problema del sujeto no tener trabajo o salud.
Si focalizamos en el tema de la Salud Mental, la responsabilidad del Estado de garantizar la salud se ha abandonado en gran parte, y se ha entregado en manos de empresas privadas multinacionales, que manipulan al paciente (hoy cliente) y al profesional (hoy empleado flexibilizado) según las leyes del mercado. Sin embargo en la Capital existe una estructura muy interesante de 33 hospitales públicos, y la mayoría de ellos poseen un Servicio de Psicopatología, además de los monovalentes dedicados totalmente a la Salud Mental. Hoy nos preguntamos: ¿cómo sobrevive el hospital público en un furor de privatizaciones, y en qué condiciones?
El Hospital Público perdura aún como una estructura de gran reconocimiento y prestigio social, a pesar del desmantelamiento presupuestario que ha sufrido, y el avance de la política de autogestión y privatización. Esta fue resistida en las luchas del Instituto Malbrán, del Larcade y del Hospital Gutierrez.
Respecto de las condiciones laborales del profesional de Salud Mental en los hospitales públicos, en los últimos años se ha institucionalizado la mano de obra gratuita, a través de la Concurrencia, a la que se ingresa por examen y en la cual se permanece durante 5 años. En los últimos años sucede que la mayoría no puede sostener tanto tiempo un trabajo no remunerado, y deserta. Hasta hace 10 años atrás los profesionales no rentados permanecían largos años en estas condiciones, ya que existía la ilusión de un nombramiento para ingresar al sistema. Hoy en día toda partida correspondiente a un profesional que se jubila, renuncia o se muere es anulada y no existen concursos para reemplazar a dichos profesionales. También se ha reducido el número de partidas para las Residencias. La Salud no es pensada como una inversión social sino como un gasto.
Respecto de la población que consulta al Hospital Público, esta se ha incrementado con sectores medios pauperizados. Es muy difícil realizar una derivación ya que todos los servicios están abarrotados. La red de Servicios de Salud Mental es casi formal. Hay grupos etáreos para los cuales existen muy pocos recursos. Por ejemplo, los adolescentes entre 12 y 17 años con patología grave que requieren internación u hospital de día, tienen un solo lugar público en toda la Capital.
Sin embargo, y a pesar de la “municipalización” de muchos profesionales, para quien lo desee, y mediando un gran esfuerzo personal, sigue siendo el hospital público un espacio de libertad para la investigación y el estudio de nuevas estrategias creativas de atención. Para ello se reúnen varias condiciones: la coexistencia de profesionales de distinto tiempo de formación que promueve que los más antiguos acompañen a los más jóvenes y que los segundos estimulen a los primeros; la gran casuística no fácilmente obtenible en ninguna otra institución; el alto nivel traumático de ciertas problemáticas clínicas que empuja a la necesidad de elaboración colectiva a través de discusiones en espacios de intercambio grupal, y la muy buena disposición de muchos profesionales de alto nivel de formación que no pertenecen al sector hospitalario para realizar docencia y supervisiones en los hospitales sintiéndolo como una actividad que los prestigia.
Todo esto ubica al Hospital Público en un lugar de “reserva”, de guarda, de custodia de ciertos valores que no han sido aún arrasados por las leyes del mercado, y que serían una buena cosa de llevar al siglo entrante, si aceptamos el desafío de no mediocratizarlo o entregarlo desestimando la posibilidad que ofrece para investigar y realizar proyectos.
Susana Toporosi
Psicóloga