Hay numerosos “olvidos” en la historia reciente de la Salud Mental en Argentina. Uno de ellos es la particular relación entre algunos psicoanalistas y la nueva psicofarmacología, a fines de la década del ’50 y principios de la década del ’60.
Las jóvenes generaciones imaginan que siempre hubo oposición y competencia entre el psicoanálisis y la psicofarmacología. En ese sentido los psicofármacos son vistos como el instrumento de la psiquiatría más biologicista, (diferente en su posición de la psiquiatría biológica). Como si pudieran rivalizar herramientas de trabajo que en la pertinencia y eventual combinación garantizan su efectividad.
La historia nos permite enfrentar problemas. Recuperar algo de este pasado nos puede dejar mejor situados para el nuevo milenio, rescatando memorias para los desafíos de la clínica actual.
Hasta 1950 los tratamientos psiquiátricos de las patologías predominantes en los manicomios de nuestro país eran el electroshock, la psicocirugía, y la la insulinoterapia. Para la impotencia terapéutica estaba la internación de por vida. “El pavoroso aspecto de la locura en la Argentina”, era el título de un trabajo del director del Hospicio de Hombres, Gonzalo Bosch. Tímidamente se proponían en los hospitales algunas clases de psicoterapia, en especial el psicoanálisis, y fundamentalmente a partir de la experiencia de Enrique Pichón Rivière.
A partir de los descubrimientos de la los primeros psicofármacos (antipsicóticos, tranquilizantes y antidepresivos), se abrieron potenciales terapéuticas impensadas hasta la época. La combinación de las nuevas drogas con la entrada franca del psicoanálisis en los dispositivos asistenciales cambiaron el panorama mundial de los abordajes clínicos en las instituciones públicas y privadas.
¿Qué pasó con los psicoanalistas?
Algunos de ellos continuaron encerrados en sus consultorios y sus teorías, mientras que otros encabezaron investigaciones y formas de abordajes originales. Veamos algunos ejemplos:
1-El propio Pichon Rivière llevó adelante la investigación del Tofranil (imipramina) en combinación con tratamientos psicoanalíticos individuales y grupales. Presentó sus resultados en el 1er. Coloquio Internacional de Estados Depresivos (Bs. As., 1960). En su trabajo intentó verificar los logros de la administración de la nueva droga en combinación con el tratamiento. Según su experiencia el Tofranil disminuía el monto de agresión, ansiedad y culpa, permitiendo de esta manera el trabajo analítico. En algunos casos lo administraba a todo el grupo familiar (siguiendo su idea de que el cuadro patológico siempre es grupal, y el enfermo su depositario). Observando un descenso del estado de tensión grupal y de la estereotipia que implicaba un depositario de la ansiedad. “La droga favorece la ruptura del estereotipo y, por la acción del esclarecimiento psicoterápico, el grupo se integra tomando ahora la característica de una estructura funcional” Para Pichon la droga era un medio para mejorar el trabajo analítico.
2-Algunos psicoanalistas que trabajaban en el Servicio de Psicopatología del Policlínico de Lanús, que dirigía Mauricio Goldenberg no se quedaron atrás en este sentido, iniciando la primera Sala de Internación de pacientes agudos en un Hospital General. Desconocer los aportes de la nueva psicofarmacología hubiera sido tan impensable como dejar de lado al psicoanálisis. Estos nuevos Servicios de internación fueron posibles a partir de tener la disponibilidad de un variado arsenal terapéutico. La lucha era contra la internación y deterioro creciente de por vida de los sujetos. Particularmente contra el uso del “chaleco de fuerza”, y otras medidas agresivas de la época. De esta manera realizaron investigaciones acerca de las nuevas drogas, combinándolas con aportes de diferentes terapéuticas, predominantemente el psicoanálisis, y publicando estos resultados. Corría el año 1960, y advertían contra el abuso posible de los médicos en las prescripciones de psicofármacos, y de la interferencia de la propaganda “inadecuada y poco seria, que perturba el criterio del médico o lleva en ocasiones a automedicaciones”. Sostenían esencialmente el trabajo conjunto: la medicación, la psicoterapia individual y grupal, la terapia ocupacional, y la acción en el medio social.
3-Produjo más olvidos la efímera y única experiencia con ácido lisérgico en combinación con el psicoanálisis. Se desarrolló al mismo tiempo que se investigaban los nuevos psicofármacos. En ese momento el desarrollo del uso de drogas “psicotóxicas”, o “estimulantes” formaban parte de las investigaciones farmacológicas. Algunos psicoanalistas se ocuparon especialmente de esta tarea: Luisa Alvarez de Toledo, que fue la iniciadora, junto con Alberto Fontana y Francisco Pérez Morales. Desde 1956 comenzaron a experimentar esta “terapéutica combinada” de análisis con una sesión mensual prolongada (de entre 3 y 6 horas) con uso de LSD 25. Al poco tiempo comenzaron a emplearla no solamente en tratamientos individuales, sino en tratamientos grupales, con niños y adolescentes. La hipótesis era que el ácido lisérgico, al disminuir la represión, le permitía al terapeuta un acercamiento más directo a las defensas fundamentales del sujeto. Al ser vivenciadas e interpretadas, podían modificarse. Desaconsejaban su uso como medicación fuera de alguna clase de psicoterapia. Publicaron numerosos resultados alentadores de esta nueva práctica.
Dentro de la APA encontraron gran resistencia. Por un lado, los resquemores morales, teóricos y prácticos. Y por el otro, un problema político: que se le diera un uso indiscriminado no terapéutico, punible por ley. Esto produjo la exclusión de lugares de poder de Alvarez de Toledo (que había sido presidenta de APA), y las renuncias de Pérez Morales y Fontana.
A fines de los ’60, las sustancias empleadas se declararon ilegales en la Argentina, siguiendo a otros países en el mundo, y las experiencias quedaron interrumpidas. Y estos estimulantes fuera de la clasificación misma de psicofármacos.
Rescatemos cierto espíritu pionero de búsqueda en la especificidad de lo que aporta el psicoanálisis. Sus potencialidades en los clásicos “tratamientos mixtos o combinados” (no solamente con la psicofarmacología). Para ello deberemos reconocer límites. Posibilidades e imposibilidades. No tomar un solo abordaje terapéutico como un elixir contra todos los males de este mundo. Y de esa forma proponer armas que se venden como únicas en un Mercado.
Ante la complejidad de cada cura anteponer oposiciones donde hay una praxis pobre y empobrecedora, no alienta al desarrollo. Por el contrario, en las guerras sólo ganan los grandes grupos que venden las armas.
Es nuestra tarea recorrer la historia rescatando las enseñanzas de aquellos que se animaron a buscar nuevas formas de enfrentar lo desconocido de la clínica.
Alejandro Vainer
(El presente trabajo está basado en una investigación sobre la salud mental en la década del ’60 y ’70 que estamos realizando desde hace dos años junto con Enrique Carpintero)