La aparición de la actriz española Ana Obregón con una bebé le dio mayor visibilidad a un tema que es controversial, de acuerdo al abordaje desde dónde se lo enfoque. Obregón subrogó un vientre y de esa gestación nació una niña, su nieta, fecundada con espermatozoides congelados de su hijo, un joven que había fallecido un tiempo atrás. “Gestación subrogada”; “alquiler de vientres”, “subrogación de vientres” son algunos de los nombres con los que se denomina a esta práctica que, desde hace un tiempo, ha tomado protagonismo entre los posibles accesos económicos a los que puede aspirar una pareja o una familia.
Es evidente la intención de un sector interesado al asociar la subrogación con el altruismo, la bondad, la solidaridad y dejando por fuera la discusión de la transacción económica. En este punto es dónde muchos y muchas se confunden
En la república Argentina, la subrogación de vientres, fue reconocida a partir del año 2013 como una técnica de reproducción humana asistida (TRHA). Se encuentra en una zona gris respecto de sus permisos y prohibiciones porque, al no encontrarse legislada, no termina de ser lo necesariamente clara.
La ley 26.862 establece que toda persona que es mayor de edad, de cualquier orientación sexual, tenga obra social, prepaga o se atienda desde el sistema público de salud, puede acceder de forma gratuita e igualitaria a las técnicas de procedimientos realizados con asistencia médica para lograr el embarazo.
Algunos países como Alemania, Portugal, España, Irlanda, Francia, Dinamarca la prohíben expresamente, y otros como Reino Unido, Australia, Bélgica e incluso los Estados Unidos la consideran una práctica legal. En una entrevista realizada por la CNN al doctor Fernando Akerman – médico especialista, director asociado del “Fertility and IVF center of Miami” – fundado en 1992, cuenta que la mayoría de sus pacientes le preguntan por la elección del color de ojos de los bebés que nacerán. Responde que aún no pueden satisfacer esa elección, sin embargo, esos futuros padres, sí pueden elegir o modificar otras cosas como por ejemplo el número de cromosomas para evitar síndromes posibles e incluso, elegir el sexo del bebé.
La agencia de subrogación “Circle surrogancy and egg donation” con sede en los Estados Unidos, explica que llegan parejas al centro, consultan por el alquiler de vientres y a través de un proceso que consta de entrevistas y averiguaciones de antecedentes, pueden acceder a los servicios que la empresa tiene para ofrecer. Primero eligen en un catálogo a una mujer que les proporcione el alquiler de un vientre, alguien que cumpla con los criterios estéticos, de inteligencia, incluso hay datos sobre capacidad artística y atlética de cada una de las mujeres oferentes. Luego se realizan exámenes médicos y de trabajo social: antecedentes penales para, finalmente, proceder al embarazo de la mujer que gestará. Es un proceso que dura entre 15 a 18 meses y que tiene un costo de 140 mil U$S por el trabajo que realiza el centro, 30 mil U$S más por la donación del óvulo, y unos 30 mil U$S por la fertilización de dichos óvulos.
En la Argentina, el manejo –todavía- es un tanto diferente: Los casos que se han judicializado en favor del pedido de la gestación subrogada han tenido dictámenes judiciales que avalaron cada uno de ellos. “la gestante no debe enriquecerse a partir de éste, pero tampoco empobrecerse y en ese sentido sí se la puede compensar por gastos de embarazo, por los estudios médicos, la ropa necesaria durante la gestación, el pago de la obra social y sobre todo si durante los nueve meses tiene que dejar de trabajar para poder gestar”.
Es evidente la intención de un sector interesado al asociar la subrogación con el altruismo, la bondad, la solidaridad y dejando por fuera la discusión de la transacción económica. En este punto es dónde muchos y muchas se confunden.
En la república argentina existe un proyecto de ley presentado por la diputada Gabriela Estévez, que pretende legislar que el acceso a un hijo es un derecho, y busca la evitación de los privilegios al legalizar la subrogación de vientres.
¿Podrá una legislación del Estado evitar que prospere el negocio del alquiler de vientres en Argentina, con antecedente en otros lugares del mundo?
La lógica de la globalización no queda por fuera: si no es posible acceder a ese beneficio en un país porque es un acto prohibido, es posible viajar a donde es legal y buscar por catálogo dónde invertir
Se puede googlear la oración “subrogación de vientres” y como resultado nos vamos a encontrar con publicidades patrocinadas que rezan “los precios más bajos en alquiler de vientres”. Hay competencias y competidores por un mercado que está en pleno crecimiento. Un “espacio” más del cual el sistema puede obtener rédito: un lugar más de consumo. Para las generaciones futuras, asociaciones de abrigo o resguardo como “volver a la seguridad del vientre materno” comienzan a quedar relacionadas a la lógica mercantilizada del sistema.
La lógica de la globalización no queda por fuera: si no es posible acceder a ese beneficio en un país porque es un acto prohibido, es posible viajar a donde es legal y buscar por catálogo dónde invertir.
Mientras investigaba sobre el tema en algunos títulos en la internet, el algoritmo de búsqueda de Google me llevó a un anuncio del diario español “De la Marina” del 3 de febrero de 1846, en el que se ofrecían en la misma columna de clasificados a “una negra de nación conga, como de 20 años, con su cría de 11 meses, sana y sin tachas, muy fiel y humilde”, junto a otro que anuncio de un niño “negro fortachón de buena madre, listo para el laboreo”. Si bien son distintos los fines – quizá – no podemos dejar de soslayar la lógica de la compra-venta - alquiler, y la posibilidad de elegir algo en esa transacción. Por algo, el algoritmo me ha llevado hasta allí.
Alquilar un vientre no es una técnica, es una transacción comercial en la que alguien que quiere, no puede, pero cuenta con dinero. Le paga a alguien que puede y necesita de ese dinero
¿Quienes compran, quienes venden, quienes alquilan? ¿Cuál es la relación que encontramos entre unos y otros? El periódico feminista “Mujeres en red” hace una campaña en contra de los vientres en alquiler y esgrime un decálogo de argumentos:
“el vientre de una mujer no se puede considerar como una técnica de reproducción asistida, las mujeres no son máquinas que fabrican hijos de interés de los criadores, es, por el contrario, un evidente ejemplo de violencia obstétrica extrema”.
Alquilar un vientre no es una técnica, es una transacción comercial en la que alguien que quiere, no puede, pero cuenta con dinero. Le paga a alguien que puede y necesita de ese dinero. ¿Si no para qué se pondría en tamaña empresa durante nueve meses? ¿Podemos pensar en algunos casos de solidaridad, de bondad? Claro que sí. Pero en este sistema despiadado en el cuál cada vez menos personas pueden comer y vivir dignamente, no faltará mucho tiempo para que se realicen – de manera totalmente normalizada – “tours solidarios” en los que parejas con deseo de maternidad y paternidad, sincronicen vacaciones, sol, playa y la elección de una gestante que encaje en su sistema de pretensiones. No faltará mucho.
El colectivo de mujeres feministas también es categórico en esto: “El <<altruismo y la generosidad>> de unas pocas no evita la mercantilización, el tráfico y las granjas de mujeres comprándose embarazos a la carta… lo cierto es que esa supuesta generosidad, altruismo y consentimiento de unas pocas, solo sirve de parapeto argumentativo para esconder el tráfico de úteros y la compra de bebés estandarizados según precio”.
El diputado – candidato a presidente – Javier Milei habla y se expresa favor de la venta de órganos. “¿Quién soy yo para decirle a una persona que no venda un riñón para darle de comer a un hijo? Mi cuerpo mi decisión…” se mofa. Va a ser dificultoso para el feminismo salir de ese berenjenal.
¿Podría ser este nuevo plan creado y sostenido desde una lógica de consumo, por el que se deben pagar altísimos precios, que solamente puede pagar un sector de la sociedad, mientras que el cuerpo es puesto por otro sector que no llega a satisfacer sus necesidades básicas?
Ser padres no es un derecho. Podemos pensar en la potencia del deseo de una maternidad o una paternidad, pero no se constituye como un derecho. Los derechos que existen mediante un precio son privilegios, dice “Podemos”. Además, luego de efectuada la transacción – te doy un hijo y me pagas por él – no hay investigaciones sobre la salud mental y física de las mujeres que gestaron, pero sí intentos de regular el mercado.
¿Estamos frente a otra mercancía del capitalismo? ¿Esta práctica de alquiler de vientres podría reforzar la desigualdad de los sectores sociales? ¿Puede el Estado garantizar que a partir de la legislación no habrá mercantilización?
¿Son libres en su elección?
Estas son algunas preguntas que abren a un debate que hay que dar, pero con todas las condiciones sobre la mesa.
¿Es homologable someterse a un embarazo, dar a ese bebé recién nacido y recibir a cambio una paga por eso, con la idea vender un riñón para alimentar a un hijo?
¿Qué pasará con la salud mental de esos sujetos cuando puedan conocer que fueron concebidos a partir de esta transacción?
Lucas Méndez
lumendez80 [at] gmail.com
Psicoanalista y Psic. Social
Director del Instituto Latinoamericano de Grupos