¿Cuáles realidades comenzaron a interpelar la práctica psicoanalítica haciendo necesario incluir el concepto de género? Desde la ampliación de este concepto hace unos 30 años, producto de la reflexión del feminismo, nos encontramos con la existencia de un continuum de diversidades sexuales, un fluir de psicosexualidades que sorprenden e intranquilizan, que angustian. Leticia Glocer Fiorini se refiere a este fenómeno como “presentaciones” y “sexualidades nómades” reconocidas en los conceptos de lesbianismo, gays, travestis, bisexuales, transexuales, intersexuales, cisexuales, asexuales, etc. Además, existen inscripciones genéricas no convencionales ya que dentro del género existen hoy n géneros, entre ellos, transgéneros, neutros, bigéneros.
El no poder reconocer el sufrimiento y la necesidad de quien padece las consecuencias del abismo que siente entre su identidad social y la propia, genera exclusión y produce melancolía. Si podemos retener esta perspectiva podremos ayudar a quien nos consulta de una mejor manera
Voy a referirme a las situaciones que, como dije antes, nos interpelan y se convierten en un desafío para el psicoanalista. Comentaré algunas de mis vivencias a los fines de encarar el tema que nos convoca, género y clínica y que, como digo en el título, es una relación difícil.
• En una supervisión me comentan sobre una analizanda cuyo hijo, convencido de que es mujer, decide realizarse la operación de conversión sexual. El impacto en la madre es tremendo. El hecho de que su hijo había sido nominado como varón y ahora llevaría un nombre de mujer suponía, tanto para ella como para su analista, la necesidad de enfrentar el profundo cambio subjetivo que ocurriría en la madre. Al mismo tiempo dicho cambio le planteaba al analista el desafío de generar un buen acompañamiento. Trabajar todas las ansiedades de la madre más la angustia del analista fue arduo, ya que las operaciones de cambio de sexo impactan sobre todos los aspectos de la vida, implicando altos costos físicos, psicológicos, mentales, emocionales, sociales, ninguno de los cuales es sin costo. Así, es inevitable preguntarse si ese hijo que se va a convertir en hija está preparado para la operación, para superar el dolor físico que estas operaciones poseen y también el dolor psicológico. Sabemos que nunca será una mujer biológicamente conformada. Puede emascularse pero no tendrá útero, vivirá toda su vida siendo hormono dependiente. Cabe entonces preguntarse si él y su familia están preparados para su porvenir. En cuanto al analista, su mente necesita estar lo suficientemente abierta como para recepcionar los sentimientos contratransferenciales que genera el material. Esto implica liberarse lo más posible de los prejuicios que nos constituyen en el interior de la definición cultural de los géneros. En efecto, no se es neutral. Todos los seres humanos estamos irremediablemente marcados por nuestra condición sexual y de género, culturalmente determinados.
La sensación de responsabilidad en relación a lo que puede ocurrirles a la madre y su hijo es enorme ya que, aunque no depende del psicoanalista lo que vaya a suceder, sí está a cargo del análisis de la madre y de la conducción de la cura.
Para ayudar a reflexionar en este caso específico me interesa acercar el pensamiento de Judith Butler, filósofa post-estructuralista feminista, que realizó importantes contribuciones en el campo de la teoría queer, la filosofía política y la ética. Según ella, el sexo-género participa de manera decisiva en el proceso de ser nominado. La realidad social del género está constituida en parte por las prácticas de nominación -autonominación y nominación por el prójimo- así como por las convenciones que organizan el desempeño social del género. En efecto, desde el comienzo de nuestras vidas, nos dan un nombre-lugar social femenino o masculino, dice. El problema es si ese nombre valida la percepción que cada uno tiene de sí mismo. Su propuesta teórica de pensar el género y la identidad en términos de perfomance y performatividad (acto que produce efectos) cuestiona que exista una esencia de las categorías y de las identidades en el plano de la teoría y, mucho más aún, en el de la vida. Y nos advierte que el no poder reconocer el sufrimiento y la necesidad de quien padece las consecuencias del abismo que siente entre su identidad social y la propia, genera exclusión y produce melancolía. Si podemos retener esta perspectiva podremos ayudar a quien nos consulta de una mejor manera.
• Una analizanda, neurótica, casada con tres hijos, me confiesa que lleva una doble vida desde siempre. En ocasiones tiene amantes mujeres con las que disfruta muchísimo más que con su marido. Dice que nunca va a develar este secreto. La aterra la posibilidad de que se sepa y sabe que les generaría un dolor terrible a sus hijos si éstos la descubren.
Trabajamos sobre sus sentimientos de culpabilidad en un intento de liberarla de los mismos. Si yo no hubiera aceptado su alteridad y hubiera supuesto, prejuiciosamente, que podía ser considerada como una perversa o sus actos como una defensa contra la psicosis, como en otras épocas del psicoanálisis se la pensaba, no podría hoy ayudarla a vivir mejor su vida.
¿Podremos pensar a los consultantes fuera del parámetro bipolar nene/nena que marca derroteros vitales tan difíciles de cuestionar?
En nuestro medio psicoanalítico, las nuevas formas de pensar la homosexualidad siguen encontrando resistencias. Se alzan voces airadas que se niegan a aceptar los cambios de las perspectivas clínicas que las nuevas realidades imponen. Muchos de nosotros intentamos amurallarnos tras una ortodoxia que genera la ilusión de un saber seguro y protector y que dificulta y retrasa la posibilidad de una apertura del conocimiento. Pienso que hoy nuestro desafío y nuestra responsabilidad como profesionales es hacernos cargo de estos cambios y generar una escucha y un quehacer que dinamicen nuestra clínica y la adapten a las nuevas subjetividades.
• ¿Podremos pensar a los consultantes fuera del parámetro bipolar nene/nena que marca derroteros vitales tan difíciles de cuestionar? Cuando en una consulta, en especial de niños, escuchamos la preocupación por un hijo varón que solo tiene amigas o le gusta disfrazarse de mujer, que quiere aprender danzas o jugar con muñecas o que es pasivo, el mero hecho de que se aparte del modelo que establece qué es ser un varón o una mujer normales, nos hace sospechar una patología. En la cultura patriarcal ser varón implica adaptarse a los valores fálicos imperantes. Ser mujer también. Esto se hizo patente en una publicidad que el supermercado Carrefour lanzó para el día del niño a fin de promocionar la venta de juguetes. Con la C de Carrefour, los avisos ofrecían regalos para los varones a los que se referían como Campeones mientras que a las niñas las identificaron con la C de Cocineras. Hubo protesta social y Carrefour debió disculparse.
• Cuando una mujer consulta porque no desea ser madre y nos relata la enorme presión familiar que sufre ¿insistimos con la idea que establece que una mujer, para serlo plenamente, debería anhelar y consumar esta meta, desconociendo el analista su deseo de no-madre? El tan mentado propósito de “escuchar desde la singularidad” y, por lo tanto, aceptar la alteridad, es difícil de llevar a cabo cuando el otro aparece con una presentación distinta de lo social-normativo. Una consultante con esa problemática me hablaba de todo lo que un hijo le implicaría en términos de las muchas renuncias vitales que hubiera tenido que hacer. También se angustiaba ante el hecho de ser la responsable de frustrar el deseo de su esposo a quien amaba.
No alcanza con que la teoría psicoanalítica adscriba al término falo otros significados que lo hacen trascender lo anatómico ya que esto no alcanza para neutralizar su impronta androcéntrica
Soy madre de tres hijos y para mí la maternidad había sido un deseo indiscutible. Sin embargo, lo que mi paciente me decía cuestionó todos mis sacrificios narcisistas en relación a la crianza.
• Otra mujer me consultó porque quería embarazarse y no podía. Tenía enormes presiones familiares ya que pertenecía a una familia muy religiosa y ella misma no podía imaginarse sin hijos. Descubrimos que uno de los motivos que impedían la concepción eran las culpas que sentía al haber desobedecido un precepto religioso de castidad. Para nuestra sorpresa ella pudo embarazarse. En este caso y a diferencia de la mujer que se rehusaba a tener hijos, con toda facilidad mi deseo funcionó acompañándola plenamente.
• Si quien consulta es un varón ¿escuchamos su deseo de no ser padre de la misma manera que escuchamos el de una mujer?
Un paciente que se negaba a tener hijos me decía que “su mujer” insistía en tenerlos. Dijo: “su cuerpo se lo exige, ella lo necesita por ser mujer pero a mí, como hombre, la satisfacción sexual ya me alcanza y no necesito hijos para sentirme realizado”. El rechazo que sus formulaciones me despertaron me exigió una tarea elaborativa importante para comprender y aceptar su sentir, algo que a duras penas logré.
¿Cuáles son los estereotipos-prejuicios sociales que tutelan nuestra escucha presa de los límites que impone la normatividad de la identidad genérica? Veamos algunos de ellos.
Solemos referirnos a los varones utilizando la palabra “hombre”. Pero, “hombre” es la forma genérica de nominar a todos los individuos que pertenecen a la humanidad. He aquí una de las tantas marcas casi universales del efecto de la estructura patriarcal en el lenguaje=la homologación de lo masculino con lo humano y lo femenino como desecho.
La noción “fálico-castrado” es central para el pensamiento psicoanalítico. Pero, ¿es esta noción la única a considerar? Como todos sabemos, la lógica derivada de esta noción con la que pensamos la sexualidad encierra la presencia de un poder, el Poder del Falo. En castellano falo y pene son sinónimos. Sin embargo no alcanza con que la teoría psicoanalítica adscriba al término falo otros significados que lo hacen trascender lo anatómico ya que esto no alcanza para neutralizar su impronta androcéntrica. La perspectiva del falicismo, aplicada tanto al varón como a la mujer, niega la falta constitutiva que ambos comparten y que implica no poseer el falo. Esta ceguera, en el caso de las mujeres, autorizó y autoriza a muchos colegas a pensar en aquéllas que presentan un rol social muy activo como fálicas, envidiosas, viriles, hasta marimachos. En la teoría y en la praxis muchas analizandas fueron y son traumatizadas cuando escapan al marco de la “normalidad” entendida desde la concepción patriarcal de los géneros. Buena parte del psicoanálisis, con toda su carga revolucionaria, no pudo, hasta ahora, zafar del binarismo que ésta implica ni de los valores diferenciales que contiene. El resultado es la imposibilidad de una escucha más amplia y sin cargas valorativas que sea capaz de contener la diversidad de presentaciones genéricas.
Las funciones paterna, materna y filial, jerárquicamente planteadas, ¿no tendrán que ver con la lectura que hace el psicoanálisis de los mitos de la familia nuclear occidental, y así, lo materno requiere la intervención de un tercero que realice el corte, lo filial implica la necesidad del hijo que una intervención externa le permita salir del “paraíso” y, finalmente, lo que legisla jerárquicamente esa vinculación es lo paterno? El tercero, considerado como una “función paterna” exclusivamente y no como, según lo plantea Leticia Glocer Fiorini (2015), “función tercera”, es posible de ser cumplida por cualquiera sin distinción ni de sexo ni de género.
Luis Kancyper, en Amistad una hermandad elegida (2014, p. 84), nos habla -a partir del concepto de campo analítico de los Baranger- de la existencia de una fantasía inconsciente básica en el campo psicoanalista/psicoanalizado. Ésta sería: “una cuarta herida al narcisismo, porque el sujeto, además de no ser el amo en su propia dinámica intrapsíquica, tampoco lo es en la dinámica de la intersubjetividad, al ser comandado, a espaldas de su razón y de su voluntad, por una estructura intersubjetiva autónoma, que se origina de un modo independiente y alejada de lo consciente de los integrantes que participan del campo; y que además genera sus propios e impredecibles efectos recursivos sobre cada uno de ellos, situación que suscita una indefinible inquietud y asombro al ilusorio poder autárquico detentado imaginariamente por el yo”. Si aceptamos la inevitabilidad de esta dinámica no nos queda otra que reconocer que en ella no pueden existir normas incuestionadas, concepciones ya instaladas de una vez y para siempre. Así lo estatutariamente aceptado queda sometido a debate y esto nos exige dejar de ser esencialistas y dogmáticos. Nuestra plasticidad impulsará el desarrollo de miradas más profundas y diversas que evitarán someter a los analizandos a los efectos que imprimen sobre ellos diagnósticos no sólo anacrónicos, fuera de las culturas imperantes sino, además, estigmatizantes y despiadados que los reducen en su ser. Se nos abre un camino posible y deseable para ejercer una buena praxis psicoanalítica cuando advertimos que estamos atravesados por creencias y decidimos sopesarlas minuto a minuto. Tal ejercicio no solo aplica a la escucha de los analizandos sino también a lo que despiertan en cada uno de nosotros perturbándonos.
Si quien consulta es un varón ¿escuchamos su deseo de no ser padre de la misma manera que escuchamos el de una mujer?
Las vidas vividas de nuestros pacientes retan permanentemente nuestras teorías y técnicas e impactan en la clínica. No reconocer sus reclamos no solo nos deja fuera de las nuevas realidades sociales y culturales sino que vuelve estéril nuestro trabajo e, incluso, iatrogénico. Es solo haciéndonos cargo de esta realidad que nuestra capacidad para entender y actuar crece y se enriquece.
La tarea que se nos abre es enorme. Salirse del imaginario del patriarcado es un proceso sin fin y permanente, que va y viene y que es imposible sin un trabajo colectivo que demandará muchos años. Por ahora, no hay fuera del patriarcado ni para nosotros los psicoanalistas ni para nadie. “El patriarcado es la materia de la que estamos hechos”, nos dice Inés Hercovich.
En breve, tengo la fuerte impresión de que negarnos a los movimientos del conocimiento en una realidad socio-cultural extremadamente cambiante contribuye a la crisis actual del psicoanálisis y hace que ejerzamos una clínica empobrecida e iatrogénica. Me pregunto si no estaremos entrando en melancolía, en la muerte del psicoanálisis, al no poder escuchar/cuestionar y caer así en la devaluación de nosotros mismos y de nuestra disciplina.
Soy consciente, como ya dije, de que la tarea es enormemente difícil. Pero hoy como psicoanalista me exijo no continuar presa de los estereotipos de género que me gobiernan y ejercer mi praxis lo más libremente posible ya que mi tarea es aliviar y no sumar al sufrimiento.
Referencias Bibliográficas:
Butler, J. (1990), Gender trouble: Feminism and the subversion of the identity, New York (USA), Routledge.
Freud, S. (1925), “Las resistencias contra el psicoanálisis”, Buenos Aires, Amorrortu, Tomo XIX.
Glocer Fiorini,L. (2010) en Zelcer Beatriz (Comp): Diversidad Sexual, Buenos Aires, APA, Fondo Editorial y Lugar editorial.
Glocer Fiorini, L. (2015) La diferencia sexual en debate. Cuerpos, deseos y ficciones, Buenos Aires, Lugar Editorial.
Kancyper L. (2014), Amistad una hermandad elegida. Buenos Aires, Lumen/Tercer/Milenio.