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El Psicoanálisis en Estados Unidos: La Asociación Psicoanalítica Americana (APsaA)

 

En este artículo, el segundo de una serie sobre la historia del psicoanálisis en los Estados Unidos de Norteamérica, hablaré acerca de algunas de las fuerzas que contribuyeron a menoscabar la relevancia social del mismo y aún a amenazar la supervivencia como modalidad accesible para más que una reducida elite.

La Asociación Psicoanalítica Americana (APsaA) dominó el campo del psicoanálisis en los Estados Unidos desde 1911 hasta hace muy poco tiempo. Aunque jamás superó los 3.000 miembros, los rigurosos métodos de tratamiento/entrenamiento así como los procedimientos técnicos establecieron patrones tales que despertaron en los demás la intención de emularlos o bien, de rebelarse contra ellos. Establecieron el criterio de “analizable”, el cual excluía a la mayor parte de las personas que necesitaban ayuda. Se consideraba a los homosexuales como imposibles de analizar y por ende, se les negaba formación (Lewes, 1995). Bajo la apariencia de elevados patrones y objetividad científica, se imponía una puritana moral norteamericana muy diferente de la bohemia cosmopolita propia de la comunidad analítica europea. No se toleraba el disenso. La falta de vitalidad y originalidad resultantes llevó a un historiador del psicoanálisis a escribir lo siguiente: “El psicoanálisis finalmente se había vuelto legítimo y respetable quizás a costa de tornarse lento y presuntuoso, y por ende, atractivo para un número creciente de mentes que encuentran la seguridad en el conformismo y la prosperidad” (Oberndorf, 1953, p.207).
Con raras excepciones, admitía únicamente la formación de psiquiatras y en condiciones tan rigurosas como las de un monasterio, tanto que personas con alguna esperanza de una vida de familia antes de los cuarenta las encontraban intolerables. Cuando alguna persona fuera del ambiente médico era admitida para la formación, debía firmar una renuncia a la práctica del psicoanálisis clínico. Mientras que las mujeres constituían el treinta por ciento de los analistas que inmigraban a los Estados Unidos de Norteamérica, sólo el nueve por ciento de los profesionales en formación en instituciones aprobadas en 1958 eran mujeres (Jacoby, 1983).
La actitud de la APsaA con respecto a los homosexuales y a los analistas no médicos estaba en flagrante contradicción a la de Freud. Freud hasta consideró la posibilidad de expulsar a la APsaA de la Asociación Psicoanalítica Internacional por el tema de la formación de psicoanalistas no médicos, pero las incertidumbres políticas en Europa lo obligaron a ver a los Estados Unidos de Norteamérica como un puerto seguro. La batalla por la medicalización del psicoanálisis ha sido bien documentada (Schneider y Desmond, 1994; Gay, 1988). Tambaleantes por las conclusiones del informe Flexner de 1910, que castigaba a la medicina del norte APsaA por la mala calidad de la formación y la producción de charlatanes y vendedores de aceite de serpiente, los médicos psicoanalistas querían establecer la respetabilidad de una profesión que ya estaba teñida de sexualidad y de las tendencias cosmopolitas propias del judaísmo. Pero es menester reiterar que la APsaA no sólo excluyó a profesionales no médicos de la membresía y amenazó a sus integrantes con la expulsión si se formaban fuera de los canales oficiales, sino que también promulgó la forma más rígida y elitista de psicoanálisis como el único método verdadero.
El rígido enfoque clínico que se presentó como el psicoanálisis único y verdadero tuvo un efecto particularmente insidioso. Cualquier trabajo que fuera diferente del modelo oficial era subestimado y considerado meramente psicoterapia moderada no ortodoxa. Aún el trabajo de punta de Leo Stone (1954) para tratar a los pacientes más perturbados (en rigor, de punta sólo para el contexto de la APsaA), fue visto por muchos como ligero o bien como una desviación de lo verdadero. Los parámetros fueron considerados desafortunados, aunque fueran necesarios. El hecho de que muchos de los pacientes de Freud fueran extremadamente perturbados, y que su práctica en muchas ocasiones se desviara de la técnica rígida (Roazen, 1995), fue distorsionado o ignorado. Dado que pocos pacientes o situaciones de tratamiento reales satisfacían el ideal psicoanalítico, la gente a menudo mentía o describía parcialmente lo que hacía, no hablaba sobre la reducción de honorarios, intervenciones de apoyo, trabajo con la familia, disminución de la frecuencia de sesiones, etc., con lo cual perpetuaban el mito de que estas intervenciones no eran parte del análisis. Afortunadamente, esto cambió pero el daño ya se había hecho.
En tanto que se difundieron estrictos patrones para la conducta en análisis –cuatro a cinco veces por semana, en el diván, sin contacto social con los pacientes- y se criticaba severamente a los terapeutas que se comportaban de manera diferente, los pacientes con suficiente dinero o poder, aparentemente fueron tratados de acuerdo con el modo deseado. Rara vez esto fue reconocido y jamás fue discutido en la literatura profesional. Si bien es cierto que la hipocresía puede ser la regla en las organizaciones profesionales, resulta particularmente exasperante que lo sea en un grupo que supuestamente se dedica al análisis del autoengaño. Mientras que profesaban que sus criterios de exclusión respondían a la necesidad de asegurar los elevados estándares de la práctica profesional, la evidencia parecía demostrar que los principios técnicos y éticos eran violados por los analistas de la APsaA con una frecuencia similar a las organizaciones psicoanalíticas proscriptas. Algunas de las violaciones más escandalosas del protocolo psicoanalítico están retratadas en Hollywood en el Diván (1993).
Mientras tanto, una gran parte, o mejor dicho, la mayoría de los tratamientos psicoanalíticos tenían lugar fuera del contexto de la APsaA. Surgió una plétora de diferentes lugares para la formación y clínicas psicoanalíticas. Algunos estaban modelados a partir de la APsaA, y otros eran bastante diferentes. Muchos de estos lugares tenían clínicas que ofrecían terapia a pacientes no tradicionales, con honorarios bajos, que aplicaban exitosamente principios psicoanalíticos a poblaciones menos afortunadas y en situación de desventaja. Y dado que no era oficial, nunca tuvo el reconocimiento merecido. En muchas ocasiones quienes trabajaban o supervisaban el trabajo en tales ámbitos eran psicoanalistas con formación; sin embargo, rara vez se escribió y mucho menos aún, se investigó sobre el particular. Y así, la aplicación social del psicoanálisis no recibió reconocimiento alguno.
Como resultado de una extensa batalla legal en 1989, la Asociación Psicoanalítica APsaA accedió a admitir candidatos no médicos para la formación y a pagar abultadas indemnizaciones a los demandantes. En tanto, la Asociación Psicoanalítica Americana comenzó el proceso de reconocer otras instituciones ajenas a su seno. La mayor parte de la formación sigue llevándose a cabo fuera del auspicio de tales organizaciones. Sin embargo, la APsaA parece no reconocer el daño que ha hecho. Es asombroso observar la incredulidad con la cual los médicos miembros toman el enojo de los psicólogos que son invitados a formar parte de la APsaA. Se espera que los excluidos e ignorados corran en auxilio de la ahora achacosa organización que previamente los excluyó. Muchos miembros de la APsaA se opusieron a estas políticas de exclusión y muchas de las mejores mentes dentro del psicoanálisis en los Estados Unidos se opusieron o bien, se mantuvieron al margen; sin embargo, siguieron siendo buenos miembros de una organización opresiva y elitista que dañó carreras y puso en riesgo el futuro del psicoanálisis.
Quiero dejar en claro que no creo que los factores de más peso fueran la codicia o el deseo personal de poder. Estoy convencido de que quienes lucharon para mantener los requisitos de exclusión y los rígidos parámetros de la APsaA, lo hicieron pensando que era lo mejor para el psicoanálisis. Las fuerzas represivamente moralistas siempre piensan que están haciendo lo correcto, y en parte lo están. Un psicoanálisis progresista, socialmente comprometido, probablemente no podría haber surgido en los años previos a la década del sesenta en los Estados Unidos. Fue así como el psicoanálisis oficial se moldeó en una organización moralista, puritana y materialista que fue aceptada por nuestra cultura y fue bien retribuida durante algún tiempo por la clase dirigente a la cual sirvió.

 

Divisiones y Fracturas
La estructura social del psicoanálisis se caracterizó por las fracturas casi desde el comienzo. Tal como a los pacientes que frecuentemente se encuentran y son diagnosticados como “borderline”, a las organizaciones psicoanalíticas les ha sido difícil mantenerse en medio de ideas contrarias y perspectivas múltiples. Las tempranas separaciones de Jung y Adler de Freud han sido analizadas en varias ocasiones como la situación de un padre autoritario que rechaza o de un hijo implacablemente rebelde. Probablemente la verdad se encuentre en alguna otra parte. Así, los trabajos de Ferenczi recientemente “redescubiertos” y su relación con Freud ofrecen la tentadora posibilidad de mostrar una relación psicoanalítica de amor que contiene desacuerdo y conflicto. Sin embargo, la vida media de las sociedades psicoanalíticas, particularmente en su apogeo, muchas veces parecían contener elementos trans-uranio por lo breve. Por ejemplo, el grupo de Horney se separó de la Sociedad Psicoanalítica de Nueva York en 1941 y a los tres años se había dividido en otros tres grupos, el grupo original de Horney, el Instituto William Alanson White y el Instituto de la Facultad de Medicina de Nueva York.
El prestigio y el poder de la APsaA parecían contener algunas fracturas. Pocos querían irse de una organización que esgrimía tal autoridad. Sin embargo, dentro de la organización las fracturas continuaron no oficialmente, lo que resultó en facciones que dejaron de interactuar. La división del Instituto de Chicago en el grupo de psicología del yo de Kohut que se mantuvo aparte de los analistas más tradicionales es un buen ejemplo (Gedo, 1998).
Fuera de la Asociación Psicoanalítica Americana, los grupos se separaban siguiendo líneas de definición inciertas y en algunas oportunidades derivaban en grupos rivales con ideología similar que muchas veces compartían docentes claves. Otros grupos se desarrollaron bajo la tutela de líderes carismáticos como Robert Langs y Hyman Spotnitz. La pequeñez de los temas que algunas veces dividió al psicoanálisis parecieron hacer cobrar significado al concepto de Freud sobre el narcisismo de las pequeñeces. Si bien otras instituciones de formación psicoanalítica más eclécticas y flexibles, tales como el Programa Postdoctoral de la Universidad de Nueva York, absorbieron el disenso más exitosamente, también albergaron muchas divisiones informales y dos formales desde el momento de su creación. Sin embargo, la estructura general y el ambiente de contención inspirado por Bernie Kalinkowitz sirvió para mantener a la gente dialogando, lo que resultó en lo más cercano que el psicoanálisis puede aportar a un ambiente académico abierto.
Con cada una de estas divisiones es posible analizar las rivalidades y excentricidades personales que condujeron a las diversas separaciones; sin embargo, la persistencia de este fenómeno debería llevarnos a inferir una potente dinámica subyacente. La psicología de grupo del psicoanálisis es indudablemente tan compleja como cualquiera –quizás las numerosas rivalidades irracionales reflejan las teorías relativas a la falta de atención a los temas de hermanos. Pero propondría que al menos un factor de peso es que un psicoanálisis unificado se encontraría en la incómoda posición de cuestionar su lugar en relación con la cultura contemporánea más que la relación entre sus diversas partes en pugna.
Hoy existe un sentido de integración progresiva y sobreviniente. Las motivaciones son difíciles de desenmarañar pero traen consigo sentimientos ocasionales de esperanza, atemperados por la comprensión de que, en parte debido a las sucesivas divisiones, el psicoanálisis institucional de la corriente principal, es cada vez más irrelevante para las necesidades de la salud mental de la cultura contemporánea. De cualquier manera es estimulante ver que revistas previamente doctrinarias, tales como Psychoanalytic Quarterly y Journal of the American Psychoanalytic, ahora están abiertas a autores de todas las orientaciones y que los puntos de vista de relaciones del objeto forman parte de la corriente principal. Hoy cuesta creer y hasta parece un mal sueño que el pensamiento kleiniano fuera dejado de lado en las instituciones de los Estados Unidos por loco, que Winnicott fuera tratada con falta de respecto y que aún Loewald y Stone fueran considerados herejes por muchos. Y le debemos mucho a la perseverancia de Stone, Loewald y otros como ellos que persistieron ante la ortodoxia, aferrándose a la esencia del pensamiento freudiano. También debemos agradecer a Kernberg por la introducción del pensamiento kleiniano a muchos profesionales por primera vez.
En tanto que se celebran las tendencias actuales hacia el respeto mutuo y la integración, es importante reconocer la persistencia de una separación en particular que recorre la historia del psicoanálisis y aún amenaza con crear una división inzanjable, apoyada por organizaciones profesionales antagónicas. Ahora que la APsaA ha perdido su poder y, es de esperar, su deseo de promover una visión del psicoanálisis particularmente restrictiva y elitista, han surgido otras entidades que intentan definir lo que es análisis “verdadero”, mientras que otras continúan en la oposición, oposición que amenaza con desarmar la teoría de su potencial progresista de modos diferentes.
Reiterando el punto anterior, las implicancias progresistas y aún revolucionarias de la terapia psicoanalítica no se perdieron en Freud, muchos de los primeros analistas y la escuela de Frankfurt. Sin embargo, su fervor revolucionario se vio truncado por la magnitud del emprendimiento. El desarrollo de una sociedad menos represora necesitaría que se socavaran muchas de las estructuras centrales de la sociedad. Sólo fue posible articular tales cambios en las utópicas visiones de Marcuse (1955) y Brown (1959). Con la transformación del análisis freudiano en una subespecialidad médica, se reprimieron las implicancias revolucionarias, aunque permanecieron en la teoría. La teoría siguió colocándose en las necesidades básicas del ser humano que permanecen crónicamente insatisfechas. Y muy irónicamente, lo teóricamente revolucionario se convirtió en políticamente conservador.
Otros analistas de la primera época, quizás comenzando con Adler, vieron la teoría de Freud como colocando demasiado en el camino del conflicto inevitable entre los deseos biológicos y las restricciones culturales. La naturaleza humana fue vista como más manejable y por ende, como más fácil de satisfacer mediante pequeños ajustes en las condiciones sociales. Irónicamente, quizás este punto de vista otorgó habilitación política dado que el emprendimiento no parecía tan enorme.

 

La División Intrapsíquica-Interpersonal
Aunque esta línea de demarcación no es clara, se desarrolló una división que sigue separando al psicoanálisis en los Estados Unidos de Norteamérica. Una parte de la división ha sido diversamente descripta como: intrapsíquica, freudiana, clásica, teoría del conflicto, teoría de la pulsión, kleiniana, biológica, esencialista, nativista, relaciones del objeto, unipersonal. La otra, ha sido identificada como: neo-freudiana, revisionista, sullivaniana, interpersonal, constructivismo social, cultural, relaciones del objeto, relacional, y bipersonal. Es ésta la división y el estado actual del psicoanálisis en los Estados Unidos que discutiré en el próximo artículo.

Michael Moskowitz
Psicoanalista
mmos [at] otherpress.com

Bibliografía

Brown, N. (1959). Life Against Death. NY: Vintage

Farber, S. and Green, M. (1993) Hollywood on the Couch: A Candid Look at the Overheated Love Affair Between Psychiatrists and Moviemakers. NY: William Morrow

Gedo, J. (1999) The Evolution of Psychoanalysis: Contemporary Theory and Practice. NY: Other Press

Gay, P. (1988). Freud: A life for our time. NY: Norton

Jacoby, R. (1983). The Repression of Psychoanalysis. Chicago: University of Chicago

Lewes, R (1995). Psychoanalysis and Male Homosexuality. Northvale, NJ: Jason Aronson

Marcuse, H. (1955). Eros and civilization. Beacon, 1966

Obendorf, C.P. (1953). History of Psychoanalysis in America NY: Harper and Row

Roazen,P. (1995). How Freud Worked: First Hand Accounts of Patients. Northvale, NJ: Jason Aronson

Schneider, A.Z. and Desmond,H. (1994). The psychoanalytic lawsuit: expanding opportunities for psychoanalytic training and practice. In A History of the Division of Psychoanalysis of the American Psychological Association, ed. R.C. Lain and M. Meisels, pp.313-335. Hillsdale, NJ: Erlbaum
 

 

Articulo publicado en
Agosto / 2001

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