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El policial y Freud

 

“Freud miró a Holmes por un momento, completamente alelado:
- me gustaría saber cómo adivinó los detalles de mi vida con exactitud tan increíble.
-Yo nunca adivino- Lo corrigió Holmes afablemente. Es un hábito terrible, que destruye la facultad lógica.
(N.Meyer)1

 

“La solución del misterio es siempre inferior al misterio mismo.”
(J.L.Borges)

 

“En lo que a mí respecta, nunca me he considerado un investigador. Como dijo una vez Picasso, para gran escándalo de quienes lo rodeaban: no busco, encuentro”
(J.Lacan)2

En el libro de Carlo Ginzburg3 sobre el método empleado por el historiador de arte Giovanni Morelli, se hace mención de cómo surgió a finales del siglo XIX en el ámbito de las ciencias humanas un nuevo paradigma4, al que no se ha prestado aún la atención y el interés que se merece. Se refiere al denominado paradigma indiciario, que en la práctica se ha empleado ampliamente, aunque no se ha teorizado y reflexionado en profundidad. Paradigma que el propio Ginzburg rescata para sortear la “delgada línea” que aparentemente contrapone “irracionalismo” y “racionalismo”, y que en el ámbito del arte (cine y literatura), en lo referente al género policial tiene su equivalente entre la escuela inglesa o policial clásico (racional) asociado al enigma, y la escuela norteamericana o policial negro y duro (irracional) íntimamente relacionado con el capitalismo.
A propósito del género policial, se hace necesario un breve recordatorio: muchas son las hipótesis sobre el origen del policial, algunos especialistas arrancan del Edipo rey de Sófocles, donde Edipo sería el primer detective, incluso con la particularidad que lo hace único, pues es el propio monarca el que realiza la búsqueda de la verdad, y el que ordena la investigación de la causa de las muertes enigmáticas que ocurren en la legendaria Tebas pero, también es el culpable. Tema que fue llevado al cine por Alan Parker en su film Corazón satánico. Sin embargo, y dejando de lado este “ curioso antecedente”, todos coinciden en que el creador del policial clásico o de enigma fue Poe con el relato “Los crímenes de la calle Morgue”, y su detective el caballero Dupin, luego vinieron Conan Doyle y Sherlock Holmes, y después Van Dine y Philo Vance. A esta “escuela” se la llamó “inglesa”, hija directa del racionalismo y el mito de la Ciencia. Un producto más de la cultura victoriana y enciclopedista. En este tipo de relato, o en sus posteriores adaptaciones hechas por el cine, se superponen dos series temporales: el tiempo de la investigación que comienza después del crimen y el tiempo del drama que conduce a él. En su base encontramos una dualidad, ya que estos relatos o filmes contienen dos historias: la historia del crimen y la de la investigación. La historia del crimen, ha concluido antes que comience la segunda. En cuanto a los personajes de la segunda historia, la de la investigación, no actúan, aprenden. Nada puede ocurrirles, una regla del propio género postula la inmunidad del detective. La revelación del enigma está consagrada a un lento aprendizaje: se examina el pasado indicio tras indicio, pista tras pista., donde un hecho insignificante en apariencia puede llevar al descubrimiento de datos útiles que determinen la verdad. Podemos caracterizar a estas dos historias, además diciendo que la primera, la del crimen, cuenta lo que efectivamente ocurrió, en tanto la segunda, la de la investigación, explica cómo se toma conocimiento de los hechos. La historia del crimen, es la historia de una ausencia, ella no puede estar inmediatamente presente en el texto o en el film. La segunda no tiene importancia en sí misma, sirve solamente de mediadora entre el lector y la historia del crimen. La primera está ausente pero es real, la segunda está presente pero es insignificante. Es “el lugar” en el que todos los procedimientos son justificados y naturalizados. De ahí el acápite de Borges “la solución del misterio es siempre inferior al misterio mismo”.
En la novela de Nicholas Meyer, Elemental, Dr.Freud...,se narra el encuentro “fantástico” que entre finales de abril y principios de mayo de 1891 en Viena, tienen el paradigmático detective Sherlock Holmes y el creador del psicoanálisis Sigmund Freud. “Lo más notable, es que no sólo la pasión por la investigación es lo que estos dos caballeros comparten; un perplejo Dr. Watson –el inefable narrador de las historias de Holmes- no deja de asombrarse ante la similitud de sus métodos, acerca de lo cual el propio Sherlock, luego de una detallada exposición de Freud dirá”5:
“Es notable. ¿Sabe lo que ha hecho? Ha tomado mis métodos (...) y los ha aplicado al interior de la cabeza del hombre"6.

Desde este punto de vista, podemos establecer una cierta homología entre el método empleado en el policial clásico (conectado directamente al paradigma indiciario de Morelli), y el lugar esencial que va asignar Freud, desde las primeras experiencias psiconalíticas, a la investigación. Incluso, y a pesar de la negativa de Lacan, anticipada en el cita inicial, poder reconsiderar el lugar real que ocupó y que todavía ocupa la investigación en el psicoanálisis.
Siguiendo la teoría de Paul Valéry de que “El discurso del método” de Descartes, podría también ser leído como la primera novela moderna ya que allí se narraba básicamente la pasión de una idea. Creo que con esta postura se abren nuevas e enriquecedoras posibilidades de lectura no sólo para la literatura sino para otros tipos de discursos considerados “más científicos”. Leer a Freud, por ejemplo, como una novela policial, un texto de peripecias del inconsciente. Y siguiendo esta línea, ¿no sería Freud un verdadero detective del inconsciente? Como dijera Ricardo Piglia: “¿no es el psicoanálisis una gran ficción? Una ficción hecha de sueños, de recuerdos, de citas que ha terminado de producir una suerte de bovarismo clínico. Se podría decir, además, que hay muchos elementos folletinescos en el psicoanálisis; las sesiones, sin ir más lejos, ¿no parecen repetir el esquema de las entregas? El psicoanálisis es el folletín de la clase media diría yo. Por otro lado se puede pensar que “La interpretación de los sueños” es un extraño tipo de relato autobiográfico, el último paso del género abierto por las “Confesiones” de Rousseau”)7. Y lo mismo que el policial, como toda ficción, el psicoanálisis tiene una relación específica con la verdad. Trabaja sobre esa zona indeterminada donde se cruzan la ficción y la verdad. Antes que nada porque no hay un espacio propio de la ficción. De hecho todo puede ser ficcionalizado. La realidad, entendida como una construcción intersubjetiva, está tejida de innumerables ficciones. La Argentina es un buen ejemplo para ver cómo el discurso del poder adquiere a menudo la forma de una ficción criminal. Volviendo a Piglia: “ el discurso militar ha tenido la pretensión de ficcionalizar lo real para borrar la opresión”.
Por otro lado, tenemos la llamada “serie negra”, que es el policial norteamericano, producto del puritanismo, que como una especie de “western urbano”, está ligado a un manejo de la realidad decididamente más materialista. Sólo hay que rastrear en el corpus de filmes, novelas y cuentos, el lugar determinante que ocupa el dinero, y la relación compleja que se establece entre éste y la ley, donde el delito y las muertes están casi siempre sostenidos por el dinero. El enigma que se propone se reduce al de la relación capitalista: el dinero legisla la moral y sostiene la ley.
En este sentido hay una frase de Bertolt Brecht –la misma que abre la última novela de Piglia, “Plata quemada” -que sintetizaría esta idea-: “¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo? “.
Otra característica y diferencia del policial negro con el clásico, es que el relato coincide con la acción. No hay reconstrucción o memoria (como ocurre en el método aplicado por Holmes – Freud), no hay punto de llegada a partir del cual el narrador abarca los acontecimientos pasados, incluso no sabemos si llegará vivo al fin de la historia. La prospección sustituye a la retrospección. Finalmente, habría dos formas de interés que se despiertan en un relato policial: en el clásico, la curiosidad, inherente al detective–investigador. Su movimiento va del efecto a la causa. En el “duro” o “negro”, el suspenso, y aquí se va de la causa al efecto. Nuestro interés está sostenido por la espera o “suspensión” de lo que acontecerá. El misterio que era central en el policial de enigma, queda relegado y es secundario. Con Hammet y Chandler o con sus respectivos detectives Sam Spade y Philip Marlowe, el crimen es rescatado del aséptico cuarto cerrado para introducirlo en toda la sociedad. El crimen ya no será la desviación individualista de un culpable, incluso ya no importa quién es el culpable, puesto que toda la sociedad lo es. Por consiguiente, el universo que se describe nos es más cercano y familiar: impiadoso, corrupto, irracional y violento. Situado en una especie de tierra de nadie, en una suerte de frontera líquida donde las certezas del relato clásico, que es lo mismo que decir las de las ciencias positivas, se difuminan y los contornos de la legalidad se encogen y se extienden. En este nuevo escenario las reglas del juego serán la extorsión, el dinero y su consecuente deterioro moral.
Para finalizar, y volviendo al libro de Ginzburg sobre la relación entre Morelli (pintura), Holmes (literatura) y Freud (psicoanálisis), establecida a partir del paradigma indiciario y el método científico, éste puede quizás ayudarnos a superar la estéril y tajante oposición entre arte y ciencia, entre “racionalismo” e “irracionalismo”. El método de los rastros de Morelli, atribuido casi por los mismos años a Holmes, por su creador Conan Doyle, es comparable con el detective que descubre el autor del delito –el cuadro en Morelli, el “caso” en Freud-, por medio de indicios que a la mayoría le resultan imperceptibles. En el cuento La aventura de la caja de cartón (1892), Holmes aparece como “Morelleano”. Justamente, el texto comienza con dos orejas mutiladas que una señorita recibe por correo. Por lo tanto, no es de extrañar que Freud comparta la afirmación de Morelli : “...a la personalidad hay que buscarla allí donde el esfuerzo personal es menos intenso”, frase coincidente con la expresión genérica de la “psicología moderna”: “nuestros pequeños gestos inconscientes revelan nuestro carácter en mayor grado que cualquier otra actitud formal, de las que solemos preparar cuidadosamente. En El Moisés de Miguel Angel (1914), Freud escribía: ...había alcanzado ese resultado prescindiendo de la impresión general y de los rasgos fundamentales de la obra, subrayando en cambio la importancia de los detalles secundarios, de las peculiaridades insignificantes, como la conformación de las uñas, de los lóbulos auriculares, de la aureola de los santos y otros elementos que por lo común pasan inadvertidos... Morelli murió en 1891. Yo creo que su método se halla estrechamente emparentado con la técnica del psicoanálisis médico. También éste es capaz de penetrar cosas secretas y ocultas a base de elementos poco apreciados o inadvertidos, de detritos o “desperdicios” de nuestra observación”. Dicha vinculación documentada, no conjetural asegura a Morelli, entre otras cosas, un lugar especial en la historia de la formación del psicoanálisis.*
Esta singular analogía entre el “método Morelli” y los procedimientos de Holmes-Freud basado en los vestigios, datos marginales, secundarios, aparentemente triviales o aleatorios pero reveladores, significan que la parte oscura e invisible (nivel latente) de la realidad no es menos importante que la visible (nivel manifiesto). Y permiten captar, detectar o leer una realidad más profunda e integral; e intentan, al decir de Walter Benjamin, capturar la historia en sus “cristalizaciones menos evidentes”. La parte por el todo, el efecto por la causa, la metonimia por la metáfora, del síntoma a la escritura. Sólo observando y registrando minuciosamente determinados rastros del pasado (diagnóstico) es posible elaborar o escribir futuras (pronóstico) historias, ya sean éstas clínicas o policiales. Vestigios, con más precisión: indicios en Holmes, síntomas en el caso de Freud y mudos rastros pictóricos en Morelli. Incluso, podemos aseverar, siguiendo el código del policial basado en la figura del investigador, que Holmes es el detective emblemático del género, Morelli el implacable detective de la pintura y Freud el gran detective del inconsciente. ¿Cómo se explica esta triple analogía?, se pregunta Ginzburg en su libro. “A primera vista, la respuesta es sencilla. Freud era médico; Morelli tenía un diploma en medicina y Conan Doyle había ejercido la profesión antes de dedicarse a la literatura. En los tres casos se rescata el paradigma indiciario con la consecuente aplicación del modelo de la sintomatología médica, la disciplina que permite diagnosticar las enfermedades inaccesibles a la observación directa por medio de síntomas superficiales, a veces irrelevantes a ojos del profano (un Dr. Watson, pongamos por caso)”.

* En la biblioteca de Freud que se conserva en Londres figura, en efecto, un ejemplar del libro de Morelli Della pittura italiana. Studii storico critici. Le gallerie Borghese e Doria Pamphili in Roma, Milán, 1897. Recordemos que la única estada de Freud en Milán tuvo lugar en 1898, año en el que Freud se ocupaba del estudio de los “lapsus”.

Héctor J.Freire
Crítico de Arte
hector.freire [at] topia.com.ar

Notas
1.  Meyer, N.: Elemental, Dr. Freud... Emecé Ed. Bs.As. 1975
2.  Lacan, J.: Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis. Paidós Ed. Bs.As. 1989.
3.  Ginzburg, Carlo: Mitos, Emblemas, Indicios (Morfología e historia), Gedisa Ed., Barcelona 1999
4.  Paradigma entendido como modelo epistemológico ejemplar. En este caso, “peyorativamente” denominado por algunos historiadores del arte, simplemente como “método morelliano”.
5.  Pulice, G.; Manson, F.; Zelis, O.: Investigación – Psicoanálisis. Letra Viva Ed. Bs.As. 2000
6.  Meyer, N.: op.cit.
7.  Piglia, R.: Crítica y Ficción. Siglo Veinte Ed. Bs.As. 1990
 

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Articulo publicado en
Agosto / 2001