In memoriam de Enrique Marí, filósofo entrañable.
EL POETA: La veo siempre vestida de negro... ¿Es para alertarnos que no hay en su mundo más que la tristeza de una mirada negra? ...Casi no se distingue su rostro, parece tomado entero por las sombras...
LA PARCA: Antes vestía únicamente de blanco... Yo era la luz, y mi cara y mis hombros y hasta mis pechos estaban desnudos..., pura alegría..., desconocía los secretos del mal, vivía en la naturaleza de mi origen sin que mi alma se doliera con mi carne...
EL POETA: ¿Qué había detrás de tanto blanco?... ¿Qué era esa luz nunca opacada por la pena...?
LA PARCA: El amor... Me amaba el hombre más hermoso que puso sus pies en la tierra... Antes que mi corazón yaciera en la misma tierra convertida en baldío de lamentos... Me cantaba en el oído con su voz dulce de noviembre, su voz de glorias... La Cruz del Sur fue como un sino, me dijo una noche viajando a las estrellas... Íbamos a casarnos, ya tenía el vestido para el sueño inocente, pero se murió... Una tragedia... Los fuegos del destino... Una conspiración del mal para destruir su cuerpo... Todo pudo ser útil o verdadero... Cierto fue que su alma se descarnó...
EL POETA: ¿Cómo sucedió...? ¿Un soplo sin labios que derrumba el cielo...? ¿O acaso el destino no se explica, no experimenta cólera ni engaño...?
LA PARCA: Dios estaba celoso de nuestro amor y mandó a su verdugo... Un ángel maldito..., con ojos ciegos..., piélagos morados...
El avión donde viajaba mi amor se incendió y el ángel aprovechó para robarle la garganta... Ese es el hecho... Su insoportable debilidad...
EL POETA: ¿Por qué la garganta...? ¿Allí asomaba la verdad de la inocencia?
LA PARCA: Allí tenía la voz... Y la belleza era su voz..., el sentido de su ser... Cuando cantaba cada una de las almas se abrían a la vida... Era como la primavera que sacude la tierra en los sonrojos de un niño... Todo se llenaba de flores prístinas, de aromas salvajes... Espumas y mieles para una lluvia de lunas... Todavía lo escucho y lloro... Íbamos del brazo y tú suspirabas...
Nunca imaginé que el veneno de la divinidad destruiría su cuerpo...
Las flores en la tarde del ayer están hoy marchitas, más ásperas que esas rocas negadas al sol... Por eso visto de negro... ¿Me imagina vestida de blanco...?
EL POETA: Sí, la imagino... Socorrida de la quietud que asfixia por un viento sin mácula... Un papiro desnudo que espera las palabras...
LA PARCA: No... Para qué me miente... No me puede imaginar...
Yo era hermosa y cantada por un cantor eterno, sin tristezas... Cuando la luna serena/ baña con su luz de plata... Hoy tengo un cuerpo vil..., que provoca silencio... Mi carne vieja espanta... ¿Sabe quién soy realmente? ¿Sabe quién lo interroga con boca prestada?...
EL POETA: ¿Quién es...? O mejor: ¿quién se presenta como desecho de aquel jardín de las delicias...?
LA PARCA: ¡Soy la Parca!... ¿Se asustó, verdad? Veo un temblor que le afila la nariz... La pérdida del amor transformó mi esencia amorosa en la pura muerte que soy...
EL POETA: No sé qué decirle... No estoy preparado para enfrentar una gran verdad...
LA PARCA: ¡Atrévase! ¿No desea preguntarme algo...? Conozco todas las respuestas...
EL POETA: He aquí mi pena: yo no tengo todas las preguntas... Ante la muerte me imaginé mudo... Además, ¿cómo se interroga a la eternidad...?
¿Cómo se supera la sospecha de que apenas somos una pasión triste..., que toda felicidad se expresa en el espesor de un mundo del que estamos inevitablemente apartados...? ¿Cómo se penetra en la singularidad del misterio perdida la ilusión?
LA PARCA: Que no haya entonces cuestiones desde ese fondo oscuro... Confórmese con aceptar la paridad de las acciones del cuerpo con las del alma. Hay una perfección en la unidad... y eso ya tuvo su voz y su momento... Una materialidad de glorias... Sobre aquella voz se alzó una ciudad...
Le voy a contar un secreto: soy la Madre de Dios... Di a luz dos hijos, uno es Dios y el otro es el demonio... Nacieron unidos, ni siquiera tienen distancia para odiarse...
EL POETA: ¿A quién besó en la frente...? (Si es que se puede sentir pasión por la materia que escapa del tiempo...)
LA PARCA: A los dos los besé por igual... Son ríos de mi mar, apenas agua, que tampoco ahoga sin mí... Me descubro como la única sustancia; y ellos, mis atributos...
EL POETA: ...¿Y quién es el padre de sus hijos? (Si es que se puede engendrar la materia del sueño...)
LA PARCA: El amor... ¿Qué otro podría ser...? ¿Qué más que una voz en el inicio del día...?
EL POETA: ¿Una voz para fundar la conciencia del ser, libre y sin miedo del pecado? ¿Una voz para alejar la nostalgia del paraíso perdido, la ley de la prohibición en el origen...? ¿Una voz para expresar el único mito posible: la belleza...?
LA PARCA: Sí, toda la música en una sola voz que redime y manifiesta el deseo en los umbrales del cielo... La voz de mi amor es una eternidad perfecta... La absoluta esencia... Un placer que puede otra vez encarnar un alma...
¿Lo oyó cantar?
EL POETA: Lo oí... Fue preciso para que la perpetuidad del exilio se volviera una locura humana... Yo también estuve anclado en una ciudad oscura deseando el fin: No habrá más penas ni olvidos... Era una libertad de finitud necesitada de una garganta que cantara como si alumbrase el sueño de la inmortalidad que nos consuela...
LA PARCA: ¡Su voz siempre se alzó en beatitud y no dependió de ningún Dios!
...La voz de mi amor... Las estrellas celosas nos mirarán pasar... Las estrellas fueron ojos de un Dios vengativo...
EL POETA: Y usted... Ahora, aquí... Recluida en un escenario de duelos... ¿Tiene música la lengua de la sinrazón que la rodea...?
LA PARCA: ¿Tiene música la lengua de la muerte que también la rodea? ...Esta muerte que hoy lo escucha y mañana lo ahoga...
EL POETA: Hábleme de su vida... La tarde aprieta... (Si es que se puede golpear la puerta de la vida en un desierto...)
LA PARCA: Hay muchas vidas. Todos tenemos multitud de vidas... Igual que una urdimbre de muertes... Yo tejo el destino, mido los tiempos, y al final corto los hilos... ¿Quién recordará que tuve vida? ...No quedará ni la idea de un cuerpo existente... Jamás volveré a ser imaginada en mi pasión: aquella voz... Aquella voz...
EL POETA: ¿Qué fue de su vida vestida de blanco? ¿Qué es de su vida vestida de negro? ¿Sueña con un momento en que todas sus vidas sean una sola existencia colmada?
LA PARCA: Todas mis vidas están muertas... En aquella voz de ternura y no de espanto nacía mi vida que hoy yace.
...Me sorprendió Dios, no por su poder, sí por su envidia... ¡Cómo pudo la unidad perfecta ser en demasía en una de sus partes!... ¿O acaso la inédita perfección de una voz le pareció demasiada humana...?
Un Dios vengativo me privó del cuerpo del amor, al despojar del cuerpo su alma, que era la voz...
Ahora seré yo quien va a quitarle la vida a Dios. Yo, esta vieja muerta, me proclamo su madre. Yo, que existo en la demencia y tengo por sustancia el miedo, lo mato a Dios, lo ahogo en una existencia sin conciencia... ¡Desde la pura demencia engendro a Dios, mi hijo que nace para su muerte en mi vientre enfermo!
¡Mi boca se llena de ira! ¡Sufro!
EL POETA: Qué será de nosotros sin piedad...
LA PARCA: Peor será de nosotros sin dicha... ¿Sabe qué es una mujer cuando pierde su amor?
EL POETA: Desde mi lengua primera, digo: una criatura triste...
LA PARCA: ¡No! ¡No! ¡En todas las lenguas es una criatura muerta!
EL POETA: ¿Es posible el consuelo? ¿O nuestra armonía será dispersa en la muchedumbre del dolor?
LA PARCA: ... Ya poco importa... Muriendo, nada pierdo de mí. Yo, la Parca, día a día hago justicia con mis manos... Ahí está mi vía de salvación..., el poder que me devuelve el rostro en el espejo...
EL POETA: ¿Cómo lo hace? ¿Quién dirige sus manos? ¿Acaso la usura del corazón nos descubre a Dios en el universo del mal y del castigo...?
LA PARCA: No hay usura cuando lo que busco proviene de mí... Ni estas manos tiemblan, exasperadas, cuando en la noche de la locura me acerco a los moribundos y les arranco las gargantas... Si hay gritos los acallo con un beso... Es la semilla que absorbe su árbol...
EL POETA: La semilla era la expresión de un Dios que crea en la madrugada del amor... Ahora hay un grito de un inocente que se ahoga...
LA PARCA: La inocencia no está en la demencia, sino en la razón...
Le revelaré otro de mis secretos: apenas tenga mis primeras mil gargantas..., se las cambiaré a Dios por la garganta de mi amor...
¿Qué piensa? ¿Qué me dirá Dios...?
EL POETA: ... Sé muy poco de Dios... Sabía más cuando era un niño... Aceptaba un absoluto, claro y distinto... Hoy todo se confunde, se opaca y cae entre mis dedos...
LA PARCA: ¡Yo sí sé de Dios! ¡Por algo soy su madre! ...Su esencia es el silencio... Vive obsesionado porque nunca tuvo voz propia... Y ya no se conforma con la idea absolutísima de la voz. Quiere ser también una voz, material y perfecta... Me va a pedir más gargantas...
Sí, más gargantas... ¡Un infinito de gargantas...!
¡Ahí está Dios, desnudo en su verdadera naturaleza ante mis ojos! ...¡Nunca quedará satisfecho! ¡Lo veo! ¡Me pedirá más y más! ¡Jamás de los jamases terminaré mi tarea aunque arranque todas las gargantas del hospicio! ¡Por más que muestre la voracidad perfecta de la Parca!
EL POETA: ¿Ser insaciable es también la condición divina? ¿Para qué esa cadena regia de desdichas?
LA PARCA: ...Es que Dios ya tiene la garganta de mi amor con su voz de oro, para que brille y brille y nunca se corrompa... ¡Es la voz humana que envidia Dios! ¡Un infinito sonoro y perfecto!
...Nunca la devolverá...
EL POETA: ¿Qué piensa hacer entonces? ¿Podrá decirle adiós, a la garganta del amor..., a la única armonía de las esferas...?
LA PARCA: Estaba decidido desde el deseo, y ahora lo confirma la necesidad: voy a matarlo a Dios...
Aunque sea mi hijo...
Lo haré sin tristeza. Será mi himno a la dicha...
EL POETA: Matar a Dios... Matar a su propio hijo... ¿Hay algo más terrible en la imaginación humana...?
LA PARCA: ¿Cuál será el castigo para mi crimen...?
EL POETA: Si fuera otra vez un niño le diría: el silencio perpetuo...
LA PARCA: ...Me vestiré de blanco... Me vestiré de negro...
Ya sin entendimiento, voluntad, ni fin..., ¿cómo me vestiré mañana para semejante silencio...?
Vicente Zito Lema
escritor
Buenos Aires, septiembre 2003