“Ayer volvía de trabajar oyendo la radio. En el largo camino de la vuelta a casa escuché como atacaban Bagdad. Oí el relato de los periodistas. Imaginé los bombarderos. Escuché el ruido de las bombas. Mi corazón se encogía por momentos. Al llegar a casa pude ver las orillas del mítico Tigris ardiendo por la locura de los dictadores y la insensatez de los iluminados salvadores del mundo. Se ensombreció mi ánimo y recordé a Cesar Vallejo”
Odiseo , escritor español, marzo de 2003
Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé!
Y el hombre... pobre... ¡Pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!
Cesar Vallejo; en Los Heraldos negros
Una figura con aire circunspecto entra al consultorio del Servicio Asistencial en el que trabajo, y luego de darme la mano, casi literalmente se desploma sobre la silla. Como si la gravedad de la voz diera consistencia a una frase sin réplica, había dicho: Yo trabajo en el XYZ (nombra una sigla) del Ministerio de Salud Pública. En la calle tal.
Luego de un breve pero cargado silencio, donde parecía que con eso ya lo había dicho todo y en consecuencia yo debía entenderlo todo, agregó: en el famoso Nº tal. El dolor y el tono trágico de su decir sólo se interrumpe cuando por un instante, captando mi presencia, me pregunta: ¿lo conocés, no? Intentando agujerear la marcada completud de sentido, introduzco un interrogante procurando aportar cierta liviandad a través del tono ingenuo en que la esbozo: No, ¿a qué se refiere?
Es de esta forma, que Odiseo comienza su pormenorizado relato, procurando que yo entienda bien que lo que él me describía, no era otra cosa que el mismo infierno.
-Trabajo en crónicos. Soy trabajador social y allí visitamos a los pacientes que están más cerca de Dios que de nosotros.
-¿Qué quiere decir con eso?
-Que es la gente a la que le faltan los brazos o las piernas, o los brazos y las piernas, o que son oxígeno-dependientes, o que pesan más de 200 kilos o que están en la miseria más miseria; no la de los cantegriles, otra, que nadie conoce. Algunos se tapan con perros, a otros los comen las ratas. Todo lo indeseable de la ciudad, lo tomamos nosotros. No tienen esperanza de vida. Ni siquiera sirve una internación y socialmente están muy por debajo de todo. Sus recursos no existen.
Le pregunto sobre lo que a él le sucede con esto y responde: Termino mi tarea y no puedo cortar. Me meto demasiado y no puedo salir.
-¿Y cuál es su función allí?
-Intentar sacarles la pensión y otras cosas que hace un trabajador social. Pero cuando tengo que seguir, no me dan lugar para seguir. Hago cosas por ellos, luego vuelvo y están muertos. No logro esos tiempos. Sé que no son míos, son del otro, pero no puedo poner una distancia técnica…
-¿Qué significa una distancia técnica ?
-Que no puedo ser indiferente...
-¿Y porqué cree que habría de serlo?
Luego de un prolongado silencio, enuncia cuasi aforísticamente con todo el peso de una certeza: “El Ministerio de Salud Pública, No Existe"
La contundencia y severidad de esta expresión: “no existe”, advertía una significación bien lejana a aquella que podría indicar la posición de un sujeto que advertido acerca de la inconsistencia en atribuir a un existente poder y saber absolutos, sabe de la vacuidad del intento de sostener esta existencia. Contrariamente, al modo del ateo, esta negación incluía en sí una afirmación que daba cuenta de una posición subjetiva en extremo diferente: El Ministerio, representante de lo que en ocasiones llamará “El Sistema”, denunciará el topos consistente de un Otro absoluto y gozador, frente al cual la formulación de su inexistencia devela no otra cosa que la inminencia de una presencia devastadora. La expresión No Existe , revelaba el intento de anular mediante la negación aquello preciso de extranjerizar, de modo de mitigar efectos de aniquilación subjetiva.
Que las palabras no alcanzaban a ponerle un límite a ello, daba cuenta no sólo el fuerte afecto depresivo en el que se hallaba sumergido, sino más precisamente la imposibilidad de dejar algún interrogante que agujerease el sentido. La única puerta que parecía abrir era la que le impelía a hacer un recorrido por su historia, un trayecto que se le tornaba absolutamente necesario y alrededor del cual había organizado su demanda.
La experiencia clínica nos enseña que la subjetividad se construye muy lejos de cualquier concepción lineal. El discurrir asociativo nos muestra los saltos del tiempo que producen efectos de historia y el acto analítico al precipitar la captación de la división subjetiva, descompleta la sustancialidad atribuida a la historicidad supuesta. Así, es que asistimos –metafóricamente hablando- a una producción de nudos, agujeros y suturas dispersos con un orden lógico en la superficie de una trama, más que a una secuencia lineal y progresiva representante del devenir histórico.
Sin embargo, era más bien este último el sentido del recorrido que Odiseo se afanaba por seguir y con relación al cual parecía querer ubicarme.
¿Cuál era este lugar?, me preguntaba al comienzo; ¿El de un testigo para escuchar una verdad revelada que nunca antes había podido decir a nadie? ¿El de un acompañante para menguar sus miedos en un trayecto cuyo carácter amenazador avizoraba?
En todo caso, mantuve estos interrogantes antes de que alguna respuesta se perfilara.
Odiseo continuaba describiendo escenas en las que sus acciones se topaban con el límite de la muerte, del que responsabilizaba al Otro del Ministerio, al Otro del Sistema, aludiendo al sistema político-social.
Invadido por lo que no alcanzaba a cercar, decía: Sigo en lo mismo, haciendo el mismo trabajo. Fuimos a una casa donde la Sra. estaba tapada con una frazada y debajo tenía 5 o 6 ratas…No quería internarse pero la obligaron judicialmente. A los cuatro días se fugó y eso sigue ahí latente, no sé que va a pasar. Otra Sra ayer se tomó 20 Lexotán. Llamé al médico, no estaba ¡y no había quien lo suplantara! Y continuaba…Fui a una Casa de Salud porque los pacientes habían adelgazado 6 kilos en un mes y los encontré encadenados con grilletes. Hice la denuncia y no pasó nada, siguen igual. ¡Esto es una Odisea!
-¿Cómo?
-Sí, que es una Odisea, ¿porqué?
-Dijo Odisea y UD. se llama Odiseo…
-Sí, pero no me refiero a mi nombre sino a lo que describía Homero en el viaje de Odiseo: el infierno. Y no hay posibilidades de que la gente deje de vivir como vive. Y agrega firmemente: Es muy pecaminoso como vive la gente. Están en pecado porque están en el infierno. Nacen de esa forma. No se merece vivir así. Se merecen pasar a una mejor vida .
-¿Cómo dijo?, le pregunto
-Sí, que pasen a tener una vida mejor . Es que es todo el Sistema. Es como un castigo . La Democracia no es un buen sistema, es un sistema competitivo, que excluye. “Hay que intentar sacarlos sabiendo que siempre vuelven al mismo lugar”.
-UD. cree que tiene que sacarlos….
-Sí, porque hay otra vida mejor…Lo terrible es que ellos no están en el Sistema, están fuera , y ése es el dolor que a mí me provoca.
-¿Qué, es lo que le provoca?, dije aún pensando que no había lugar para deslices o ambigüedades de la significación.
-Este sistema, dijo angustiado, no lo puedo incorporar, o si lo incorporo me tengo que ir. Quizás lo sano sea irse, pero no puedo…Yo soy totalmente ateo. ¡He leído tanto para no creer en Dios!
Le digo entonces que él describe un sistema que incluyendo el infierno no deja de tener una referencia divina, pero que no se trata de lo mismo; que lo que el Odiseo de Homero hizo allí es seguramente algo muy distinto que lo que a él le pasa y a lo que puede hacer con eso: que como él mismo dijo, hay una diferencia entre llamarse Odiseo y serlo.
Esta intervención trajo como efecto una marcada manifestación de alivio:
- Es muy cierto lo que dice, expresa con sorpresa: en el universo simbólico no soy Odiseo, toda mi familia me llama Pedro, porque mi nombre es Odiseo Pedro. Es increíble esto que UD me está trayendo…¡Yo me firmo Odiseo!
Y agrega sonriente: en mi casa, mi mujer y mis hijos, todos me llaman Pedro…Cuando yo llego a casa, siento que estoy en lo sano…¡el mundo es más que el MSP!
Y tras una pausa, agrega entusiasta: Me quedé pensando en eso de lo que los nombres representan…por ejemplo en el nombre de mi hijo, que es ése por X (alude a un político de izquierda fallecido, conocido por su conducta de denuncia permanente a las injusticias cometidas por el gobierno de facto). Sí…lo que los nombres representan…
Cuando doy por finalizada la sesión, cerca de la puerta se vuelve para decirme : Yo quiero salir de este infierno…Tengo hijos, tengo que vivir. O integro Salud Pública o me voy. Tengo miedo a perder la distancia. Necesito alguien que me ayude.
A partir de aquí se inaugurará un cambio en la índole de sus relatos; pasará a hacer un racconto de su vida con detalles, sin fisuras, en el cual los personajes se sucederán unos a otros sólo para acompañarlo en el armado de una historia en la cual había por cierto un punto de referencia: los lugares de autoridad que había ocupado, que había desechado, o de los que se había hecho echar. En esto, ubicaba a los otros, quienes estaban próximos a él en sus diversos trabajos, en un lugar muy poco relevante, casi como si se tratara de personajes de papel. Odiseo sentenciaba: “A nadie le importa nada…Sólo se ríen de la gente y toman el tecito”. Pero había lugar para excepciones; tal era el caso de su núcleo familiar actual, esposa y tres hijos, para los que reservaba el lugar de un ideal.
A su vez, las referencias a su historia familiar, resultaban breves pero contundentes.
Nacido en un barrio pobre hacía 50 años, criado entre las cortinas y lonjas que habitaban los viejos conventillos hoy caídos bajo la llamada “piqueta fatal del Progreso”, Odiseo había vivido con su padre, madre, tíos y primos, en casas que circundaban la del abuelo paterno. Toda la vida familiar se organizaba en torno a éste, malvado y violento según todos decían.
No obstante, aquí Odiseo se ubicaba en un lugar de excepción. Este era un saber del que él no se apropiaba diciendo que no coincidía con “la visión” que él tenía: “Conmigo no fue así. Él me quería…Tengo los mejores recuerdos”. Y el recuerdo que trae es el siguiente: “una tarde tocábamos Candombe en la calle; el ruido de la música despertó a mi abuelo. Entonces vino y me serruchó el tambor.”
– ¿Y ése es el mejor recuerdo?, le digo interrogante.
Tras un silencio, agrega sin vacilar: Mi abuelo era una figura fuerte…Sí, una figura señorial, muy fuerte…Y además , yo no vi, no vi lo que mi madre me decía…que él pegaba a papá.
Un intento desesperado por mantener incólume a esta figura patriarcal motivaba su ofrenda, en la cual, el sacrificio incluía el de su propia visión a nivel del recuerdo; ya que éste era el objeto mismo puesto en juego en la escena de castración, tornándosele ajena a costa de disociación afectiva y ganancia significante: ser fuerte.
Ser fuerte , era lo que se le imponía ante las escenas que en el trabajo que realizaba, veía . Cuando preguntado acerca de porqué su tarea se le tornaba tan angustiante ahora, siendo que como trabajador social en tantos años de atención a niños abandonados seguramente habría vivido experiencias muy dolorosas, había respondido:
-Sí, he visto arrancar niños de los brazos de sus madres, pero luego he comprendido que era mejor así; pero en cambio nunca había visto lo que veo ahora .
Yo no vi, revela el punto dramático de identificación a aquello que del padre, signaba su impotencia. Cuando Odiseo tenía 19 años, su padre –a raíz de una diabetes-, había quedado ciego…”A partir de allí ya no volvió a ser el mismo. Pasó muy mal por muchos años, como muerto en vida… esta ceguera lo mató ”
Decía también que su padre, además de ser muy bueno, había sido su gran amigo y quien lo había guiado por la buena senda.
La ceguera de su padre, en el virulento tiempo de la adolescencia, lo lleva a dirigir un cuestionamiento cuyo carácter de búsqueda en relación a una construcción posible para su posición sexuada, resulta relevante: ¿Por qué?, había preguntado a su madre… ¿por qué razón él no había tenido más hermanos?
Recibe una respuesta sin tapujos: Hubieron siete embarazos más que concluyeron en abortos. La razón de éstos era simple: su abuelo, quien aún pegaba al padre de Odiseo, no quería que éste siguiera teniendo hijos.
Tras esto, Odiseo actúa rápidamente: se va de su casa, contrae matrimonio y consigue un empleo en una institución que atiende a niños abandonados. Y allí, dado que su mujer no podía tener hijos, decide adoptar un niño del que se había enamorado . Pero como para la ley la diferencia entre su edad y la del chico no era la suficiente, propone a sus padres que ellos efectúen la adopción.
“No íbamos a dejar a un niño en manos de la dictadura”, dice aludiendo a que ese centro sería prontamente cerrado por orden de un gobernante dictador. “Y esa es la historia de mi hermano”, dice orgulloso; “no sólo fue una adopción, sino una legitimación. El está adoptado en la libreta de mis padres. Ellos dijeron: Bienvenido sea sino tuvimos más hijos por otras circunstancias…Creo que mi madre hace esa opción de legitimarlo como compensación a los hijos que no tuvo”.
Hasta aquí, mi breve recorte del primer tiempo de trabajo con Odiseo. La depresión inicial había cedido para dejar paso al despliegue de una historización posible. Como dije al comienzo, se trataba de un discurso en el que procuraba no dejar intersticios por donde pudiera emerger su implicación como sujeto deseante. No reconocía sus fallidos en el lenguaje y la racionalidad se le imponía ante cualquier asociación que lo descolocase.
Pero había un lugar que lo apelaba sin engaños y que insistía cada vez, tornándosele lo suficientemente interrogante como para oficiar, -angustia mediante- de construcción sintomática: ¿qué hacía él con esta gente “en falta”, muerta antes de morir, excluida antes de pertenecer, abortada antes de vivir? ¿Qué hacía él con esto que veía, cuando la mirada ya no podía seguir colmando la falta y el agujero era un agujero real? ¿Qué hacía él, cuando las vías significantes del “ser fuerte” de la versión paterna, no le servían ya para sostenerse y su subjetividad misma, su propia existencia, amenazaba con derrumbarse en las fauces del Otro?
Odiseo se defendía locamente. Creo que éste era el punto al que había llegado su estructura cuando dirige su demanda.
¿Y quién era este Otro devastador al que había que negarle la existencia?
Había llegado al límite: “si me incorporo al Sistema, me tengo que ir”…”si dejo de luchar, me muero yo”. “O él o yo”, cuestión de vida o muerte .
Claros indicios de las insignias de la versión paterna representada por el abuelo, podían encontrarse en la posición subjetiva que lo hacía sentirse “poderoso” al salvar a otros de sus desgracias. Y esto había permanecido incuestionado. Para ello había efectuado más de una transacción. Él seguía un camino de autoridad pero por una buena senda , como su padre le había mostrado. Sintiéndose poderoso, había procurado a través de la buena acción de la adopción, salvar a este niño abandonado de las manos del dictador y reparar la falla paterna, procurando él mismo un hijo para su madre. De este modo, en la búsqueda de su propia salvación, procuraba legitimar lo que sabía fuera de la ley en el intento de negar la castración; ciego su padre, ciego él, para ver lo que su abuelo hacía y lo que su padre no hacía desde el lugar del discurso materno. La constatación de la impotencia paterna (este hombre que “no veía” se había transformado en una especie de “muerto en vida”) arriesgaba la posición de ambivalencia que lo sostenía. La amenaza de sucumbir frente a la culpa por la intensidad del deseo mortífero y el afán de sostener al padre gozador en la figura del abuelo sin límites, se ligaban a la condición de su propia existencia. Ya que ésta, ¿a quién se la debía? ¿Por qué había sobrevivido él al mandato de muerte que su abuelo signaba sobre los hijos de su padre?
Al menos no forjaba una única respuesta posible y esto le había permitido colocar un punto de interrogación en el origen, enigma del deseo materno en el preciso lugar en que lo siniestro develaba la posibilidad de la muerte y la vida “en el Nombre del Padre”.
La distancia que había puesto entre él y su madre luego de la muerte del padre, -literalmente, él no podía volver a verla (sólo hablar por teléfono y cortar) del mismo modo que los emblemas fálicos que no sin costos podía portar, defendían a este hombre que había dedicado su vida entera a cuidar niños abandonados por sus madres.
En el transcurso del proceso, varios fueron los movimientos subjetivos, recorridos significativos efectuadas por Odiseo. Había comenzado a producir interrogantes que conmovían sus hasta entonces cuasi-certezas, sin que esto lo aniquilara.
Una intervención que lo había sacudido particularmente era la que mostraba una vía posible en la que él se podía servir del padre para limitar el goce materno. De esa sesión recorto lo siguiente: con restos de lapiceras que dejaban sus hijos adolescentes y que juntaba durante años, Odiseo dibujaba. Las llamaba series , variaciones sobre un mismo tema , que impactaban mostrando realidades muy duras y que había logrado vender bien.
-Mi hijo mayor también dibuja muy bien… ¿porqué digo esto?, se preguntaba
-Habla de algo que se transmite padre a hijo, le digo
-Ah!, se sorprende, mi padre también era un buen dibujante, le hacía las letras a los clubes políticos… ¡Sí! Se me despertó con mi padre este tema…En un tiempo yo había sido dibujante publicitario. Lo dejé porque siempre tenía problemas con la matriz
-¿Cómo?, le pregunto
-Sí, con la plancha (y comienza a explicar)
-¡No, no!, lo interrumpo ¡La matriz...! ¡Qué término! ¿No?
-¿Cuál término?, no lo registro…
-¿No?, le cuestiono
-No, responde…y pensativo agrega: yo tenía muchas cosas…
-Habla como si hubiera perdido algo, intervengo
-Cuando digo perdido , dice, lo único que se me viene a la mente es mi mamá…pero he ganado hijos, una pareja buena…a mi padre no lo pude sustituir…Pero… el otro día me pasó algo distinto: ¡fui a lo de mi madre después de 20 años!… la vi, hablé con ella y después me pude ir y eso me hizo sentir bien, pero…¿qué relación puede tener esto con lo de la matriz en el sentido de útero? dice pensativo…no veo la relación, yo nunca quise volver...
Entonces intervengo: a lo mejor dibujar no es para volver, sino para salir…
La constatación de que la falta no era la muerte del deseo sino su posibilidad; que vivir y sobrevivir podían extraerse del saber categórico de Otro supuesto Divino para significar algo diferente, que el infierno también era su propia creación; producía consecuencias en su subjetividad afectando lo real del síntoma.
Había hablado por primera vez con su mujer e hijos sobre alguna de las cosas que le pasaban, contándoles que había visto a una mujer que le faltaban los ojos y su hija de quince años le dice: ¡pero papá! ¿No es mejor que se mueran?
Su respuesta lo sorprende: Le dije que no, que tienen que tener una vida mejor. Pero dudé…Pensé que tal vez mi hija adolescente tuviese razón. En verdad, no lo sé…Y me vino a la mente una película “Baile de Ilusiones”, en la que hay una frase impactante que siempre me quedó…y ¡qué increíble!... ahora la vengo a recordar…es así: El tipo agarra el revolver y dispara. Y alguien pregunta: ¿por qué lo mató? Y responde: Y acaso, ¿no matan a los caballos? Entonces recordé lo que había dicho aquí, lo de que están más cerca de Dios que de nosotros…
-También había dicho, intervengo, que deseaba que pasaran a mejor vida , que no es igual que desearles una vida mejor , en el sentido de una vida posible.
-Es cierto, dice no sin dolor…es cierto, hay una diferencia…
Poco a poco, Odiseo se las arreglaría para modificar sustancialmente su relación al Ministerio. Había logrado tener una dedicación no total ya que había conseguido otro trabajo en un horario parcialmente coincidente. Pero lo que resultaba más interesante, era que a partir de una conversación que logra mantener con su jefe, había obtenido no sólo que le mantuvieran la misma paga, sino que además se hiciese como reconocimiento a su labor. Logra así un ascenso dentro del Ministerio, al tiempo que una disminución, no de la dedicación apasionada a su tarea, sino de la respuesta que tenía que dar al Organismo en términos de horas formales. Había “cambiado de lugar”, decía; ahora “tenía su propio lugar” y le resultaba habitable.
En relación con el nuevo trabajo, ciertamente aparecían vestigios de repetición (un director tirano, empleados corruptos y él luchando) pero sin duda ya no de la misma manera.
Un efecto de ello era su respuesta a algunas intervenciones mías, que al modo del chiste producían una ruptura en la rígida consistencia imaginaria con la que revestía al Otro: “Esto en el Ministerio no pasa”, decía describiendo una realidad de la que se quejaba en el nuevo empleo.
¡Pero, Odiseo!, le acotaba yo: ¡No me diga que ahora anda revindicando al M.S.P”!. Odiseo respondía a carcajadas. ¡Quién lo diría, ¿eh? ¡A lo que hemos llegado! y continuaba riendo.
Esto lo sorprendía. Había llegado incluso a reírse de una circunstancia que hasta entonces le era absolutamente impensable. Compartía un almuerzo con sus compañeros y alguien dice: “¡Che! Se murió fulano” (uno de los enfermos que los tenía locos a todos con sus demandas) y luego de un silencio colectivo, todos ríen. “Es increíble, pensar que antes, yo rechazaba totalmente a todos los que hacían eso ¡y ahora yo lo hice! ¿Y sabés algo? Lo que más me impactó es que después no me hizo daño, no me sentí mal.”
Por último, también había llegado el tiempo del final del tratamiento. Éste resulta efecto del entrecruzamiento de tiempos lógicos, cronológicos e institucionales, con una tensión más o menos marcada en alguno de estos niveles. En el caso de Odiseo esta finalización se produjo, ocurrió. Tal vez como él lo dijo, hasta allí llegó. Esto no es poco, ni es mucho, ya que el carácter de un final no se inscribe en términos de progreso hacia algún objetivo ideal. En lo que se refiere a su dimensión de acto pone en juego una separación que atañe a la condición subjetiva como posibilidad, de ahí que el duelo suela teñir singularmente esta experiencia.
En el decir de Odiseo, una partícula pronominal, un “me”, -índice de la posición narcisista- caía, marcando una diferencia. En la última sesión, había dicho: H, quiero decirte algo: esta experiencia me ha dejado marcas…el otro día recordaba cuando vine…me di cuenta de que yo le tenía miedo a la muerte…ahora puede que no...como sea, lo vivo diferente. Siento las ganas de vivir. Pero lo más importante para mí, es que siento que ya no se me mueren los pacientes, sino que ellos en algunas circunstancias, se mueren … y esto para mí, es una diferencia sustancial.
Ha pasado algún tiempo desde que vi por última vez a Odiseo. Fue en TV, donde transmitía orgulloso los logros alcanzados en asilos de ancianos en los que intervino para denunciar y modificar salvajes conductas hasta entonces sumidas en la impunidad de las instituciones.
Recordé que cuando llegó fue sólo por el azar de los caminos institucionales que había ido a parar a entrevistas conmigo y no a grupos de “burn-out” que habían sido propuestos para trabajadores en situación de riesgo debido al alto stress laboral generado por las condiciones de trabajo. “Hay que distinguir cuando una patología es de origen individual de cuando es de origen social”, había dicho un colega en esa suerte de peleas de territorios que suelen revestirse de seudo carácter epistemológico. Este dualismo absurdo, individual-social, dentro-fuera, mundo interno-mundo externo, reviste la dureza con el que el viejo paradigma de las “causas” opera en el pensamiento constriñendo su posibilidad de incidir en la realidad que vivimos. Una realidad que golpea, compleja, ferviente, multifascética y entramada, muy lejana a cualquier polaridad de planos.
En aquel entonces, lejos de nosotros, había estallado la guerra. Pero esa lejanía es tan sólo una ilusión. Pensé en las palabras heridas del poeta, en Odiseo en su Odisea, en la mía propia y me dispuse a escribir.
Ana Hounie
Nacionalidad: Uruguay
Seudónimo “Homero”
anahou [at] adinet.com.uy