Vamos siendo mundo en el cuerpo, entramado de biología y cultura, donde se despliega el devenir social. El magma de lo colectivo, su historia, las figuras de sus fabulaciones, encarnan en el factum del cuerpo, poblando la urbe, las instituciones, los proyectos. Compleja intersección de prácticas, sueños y temores colectivos que hacen cuerpo, el cuerpo de cada uno, capaz de percibirse y significarse en eso que lo produjo, otredad de lo social, en un particular dialogo de tensiones.
Lo social hace territorio en el cuerpo, en los cuerpos, y encuentra, no sin contradicción, el modo de conservar y reproducir su propia vitalidad.
Trama de afectaciones donde la percepción hace lazo social, consensua, crea contextos estables, imprime detenciones sobre el flujo de lo real. Cosmos donde el Poder encuentra condiciones de posibilidad para consolidarse, reproducirse y garantizar a cada uno la pertenencia a una red de sentido que lo cobije.
Marco de experiencia que enuncia un cuerpo-interioridad y lo sitúa en un afuera social, contexto como exterioridad.
Yo en el mundo, discernimiento con que la modernidad ha construido y regulado la producción de riqueza, los intercambios, las apropiaciones. Percepciones que territorializan las practicas sociales y lo que de ellas deviene a través del tiempo. Mundo capaz de albergar el placer y el padecimiento, lo individual y lo colectivo, la tradición y lo nuevo.
Encarnadura de intereses en pugna que pactan un orden capaz de espacializar cierto estado de cosas como ámbito natural de la experiencia a partir de allí.
Naturaleza que se reenvía como mito a un tiempo primero, originario, pleno de posibilidades, donde la comunidad se funda como proyecto.
La Historia, como oficialización de un orden, parte siempre de un origen verdadero y anuda el tiempo en tanto sucesión ascendente que se acumula en dirección a la perfecta unidad.
Cuerpo del relato de los infinitos avatares en que los héroes luchan, cada vez, contra el error, la desintegración, el Mal.
Crónica de férreas filiaciones con que se informa el deseo en pos de la identidad.
Yo soy yo, y habito en la ventana.
Allí el sol sale y se pone cada día.
Persigue infinitamente la luna.
Allí el amor es justo y del odio no se habla.
Allí yo soy hija de mis padres.
Allí cada tipo tiene una cabeza,
Y es mejor así.
Y si caen visitas, las sillas ya están puestas
Y nadie queda a pie.
Y si se nubla, hay mapas, y la sangre no llega al rio.
Yo soy yo, y peor seria nada.
Tomando precauciones quizá las palabras
Alcancen hasta el final.
Mientras tanto,
El destino
de derecha a izquierda
de derecha a izquierda.
No creo que podamos hacer nada al respecto,
Pero no es tan grave.
De ventana a ventana somos una multitud
¡y nos parecemos tanto a la verdad!
Cuerpo consistente, espesor receptivo que produce y asimila las nominaciones sociales, las transforma en algún grado, y las devuelve como expresión de sí.
Cuerpo analógico, a imagen y semejanza de la Madre Patria, esa que ora lleva hijos en su vientre, ora en su insaciable boca.
La percepción devenida lazo social, desdoblamiento yo-tu, consenso, regula sobre todo, el ritmo de este intercambio, la puntuación lleno-vacío, adentro-afuera.
Esta puntuación perceptual crea continuidad por sobre lo discontinuo del acontecer del mundo.
Elabora las formas, filum, con que se aborda la existencia, sus planos de enunciación, los corredores por donde el anudamiento sinérgico percepción-acción-reflexión accede a la construcción de estrategias con que se dibuja cada locus.
Frontera capaz de operar recortes, detenciones, sentido en el vértigo inabarcable del acontecimiento.
La piel de este cuerpo, certeza de existencia, es la línea de visibilidad entre un adentro y un afuera en interacción, más o menos estable. El patrón rítmico ha fijado cantidades de energía, símbolos, signos y líneas de dirección, saberes-poderes, que se imprimen como anudamientos en la lógica de espacio temporalidades univocas.
El cuerpo opuesto al mundo, asemeja dos totalidades en fricción, donde el cuerpo encarna lo indiviso del individuo, y la sociedad, ese todo de fuerzas estables que nos recibe al nacer, casa de la tradición, donde los individuos construyen su existencia.
El cuerpo aparece entonces como el reservorio de vitalidad con que cada individuo arraiga en su época, delineando los bordes de una pertenencia a partir de la cual elaborar las narrativas identitarias. Yo soy, cuerpo argumental donde las marcas de la existencia encuentran un origen que las reúna y las encastre en una sucesión jerárquica de funciones, cuerpo-máquina, que vuelva a imprimir, cada vez, las rostridades del Poder.
Registro sensible y acción motriz son los mecanismos con que se ponen a jugar socialmente, los consensos perceptuales de una época, sus clausuras en el seno de las dinámicas institucionales, donde la vitalidad está, sobre todo, al servicio de operaciones de cohesión imaginaria en torno a los discursos hegemónicos.
Origen y proyecto trazan las líneas de tensión temporo espacial sobre las que se estructura el territorio de una época a través del mosaico de representaciones con que se enuncia.
Cuerpo social que anuda deseos y poderes en torno a unas pocas bocas de expendio que hablaran, de ahí en más, en representación de todos, o mejor, en representación del Todo.
Cuerpo de la voracidad que multiplica, acumula y gasta, dinamismo centrado en el consumo y en la ilusión de consumo.
Cuerpo de la exclusión que, sobre todo, lubrica los orificios represivos de cualquier novedad. Marco estable de existencia bendito por dios y la racionalidad atea de las leyes del mercado.
Per se muove.
Y parece que no sólo de representaciones vive el hombre. Y que toda consistencia es apenas el intento de sobrellevar el dolor de la propia rasgadura, que ningún consenso, ningún lazo, ninguna colectivización lograra suturar definitivamente.
Mundo discontinuo, porosidad donde la novedad adviene, donde la disrupción del acontecimiento nos recuerda que la existencia esta en construcción.
Fricción en el vértigo, desmentida a las verdades binarias sobre las que estamos parados desde hace tiempo.
Caída de la Historia en multitud de relatos en tensión, desplazamientos virtuales que desterritorializan contigüidades, azarosas combinaciones que desbaratan la lógica de la previsión.
Quedamos exiliados en el interior mismo de nuestras certezas, arrojados a la deformidad del torrente de sensaciones, emociones, acciones desanudadas del cuerpo de representaciones donde supieron anidar.
Corrientes de desafiliación que expresan antes que voluntades soberanas de oposición, el desmantelamiento de los encuadres vigentes hasta hace poco.
Corporeidad que se abre simultáneamente en multitud de puntos de fuga, desgarraduras y vaivenes amasando con violencia las configuraciones de la grupalidad.
La subjetividad deviene vivencia de despedazamiento en lo múltiple, bloqueo de la acción frente a reglas que mutan imprevisiblemente a grandes velocidades, extenuación insomne donde descanso asemeja descontrol, irritabilidad sin sosiego, desinterés profundo.
Habitante de una paradoja, cuerpo que se licua en la iliquidez del mercado. Estallada retracción del suelo de las representaciones donde la subjetividad se contrae.
Y también viceversa. Expansión de acciones que inventan sentidos provisorios. Intensidades fugadas de las fauces del Poder, dispuestas a ficcionar deseos en la tierra de nadie.
Pulsos, afectos que no encuentran palabra y se dejan ir en silencio, entre lágrimas, a los gritos. Cuerpos que deambulan un trayecto, se demoran en la esquina de la invención, recortan una cita en la vasta infinitud de la semana.
Contracción-expansión expectante sin horizonte a la vista.
Habitar la inasible incertidumbre entre el aislamiento y las novedades de la grey, sostenidos en lo insostenible de las inflexiones de una época, cuerpos cercanos y distantes a punto de balbucear el nombre de todas las cosas.
Patricia Mercado
Licenciada en Psicología Social
Coordinadora de Trabajo Corporal
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