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El cuerpo locura de superficie

 

Si no creyera en la locura/…/  
si no creyera en el delirio/…/ 
si no creyera en la esperanza/…/

Que cosa fuera la maza sin cantera 
un amasijo hecho de cuerdas y tendones 
un revoltijo de carne con madera.  
Silvio Rodríguez

 

Llegamos hoy, siglo XXI a una transformación de la materialidad del cuerpo, que lo hace “subir a la superficie”, ya sea porque se torna cada vez más visible su organicidad interna, o porque se convierte en la imagen plana de las pantallas de la aparatología electrónica. Este cambio abarca la maravilla tecnológica de dar visibilidad a aquello que permanecía oculto (el laser disolviendo un nódulo, la batería que late en el pecho, la prótesis que completa una pérdida) y por otro lado, el cuerpo pasa a ser planicie. La era digital formatea aparentemente lo sumergido. Comunica, enlaza distancias, decodifica significantes, atraviesa tiempos, lenguajes y espacios. Las yemas de los dedos, el teclado y la mirada en el monitor componen una nueva “completud” corporal.

Esta metáfora de elevación al plano de la gran pantalla hemisférica, le da al cuerpo otra dimensión espacio-temporal, que no es sólo de volumen o de diferenciación interno-externo, sino de alta jerarquización de lo visible. El cuerpo visto como una maquinaria cartesiana ha pasado a ser un sistema de información. “Ya que la cultura del cuerpo no es un culto a lo orgánico en él, sino al cuerpo como imagen”[1].

Mario Buchbinder define máscara: “como el órgano de superficie del conjunto de las relaciones sociales”[2]. Es decir una sucesión de enmascaramientos se requieren para mantenerse en ese plano up (éxito, eficiencia, rígidos cánones de belleza, imprescindibilidad de consumos. Rostros performateados que influyen tanto, en elecciones de candidatos políticos, como de pareja o de empleados. Discursos up sostenidos por gestos, sonrisas, maquillajes más allá del vaciamiento de contenidos. “La enfermedad del lenguaje argentino hoy, es dar la falsa impresión de una unidad lingüística, que sería a su vez una totalidad social/…/sin quiebres internos, el famoso ser nacional/…/que consiste en ese “no saber” o “no querer saber”.[3]

Todo es superficie; liviana, brillosa, veloz y transparente.

“La imagen tiene el poder de capturar al ser humano en sus angustias y sus deseos, de cargarse con su intensidad y de suspender su sentido. Más que una comodidad o una variante del “opio de los pueblos”, esta modificación de la vida psíquica anticipa quizá una nueva humanidad, que habrá superado con complacencia psicológica la inquietud metafísica y la búsqueda del sentido del ser. ¿No es fabuloso que nos deje satisfechos una pastilla o una pantalla?”[4].

La imagen como espejo social hiperconsumista, trae aparejado patologías de la imagen, que podríamos denominarlas de superficie, que implican sometimiento, rituales de sacrificio que expresan la imposibilidad de alcanzar ese “otro cuerpo” que se vende, produce y consume como un electrodoméstico más. La lucha contra el paso del tiempo, es decir, contra la aproximación de la muerte, es no aceptar el fin o la sabiduría de llegar. De allí que implique redefinir el lugar de la vida y de la muerte. Estamos frente a una revolución cósmica.

La corporeidad, aún no ha logrado definir la territoriedad del ser humano. El lugar sobre donde estar en/de pie. La velocidad, el desconocer a donde ir, el correr tras el dinero, el tiempo, los afectos, las constantes migraciones, las insatisfacciones, lo deja al hombre sin espacio donde detenerse y plantar sus pies.

“Es un hecho conocido la diferencia entre locura y psicosis. ¿Por qué una misma palabra, locura, designa significaciones opuestas? En una, relacionada con la psicosis, en la otra con la creación.”[5]La locura es siempre borde, frontera, maravilla que a veces aterroriza o es terror descarnado. “El análisis de la corporeidad implica sumergirse en un territorio límite, ya que cuerpo siempre es borde, frontera y puente.”[6] Locura y cuerpo son siempre un locus [7]desconcertante. La locura es un estadio en mutabilidad constante del ser.

 

Ady estrena otro rostro

 

En la entrevista inicial, Ady viene con su madre. La deriva el psicoterapeuta para revisar la relación de la joven con su cuerpo a partir de la imagen corporal. La madre comienza el relato de lo que “sabe” le sucede a la hija. Desde mi enfoque acerca de la imagen, escucho sus palabras como si estas pudiesen emitirse detrás de los cuerpos “detrás de lo que observo y percibo” y cuando se pronuncian, atraviesan, reafirman o contradicen los gestos, las posturas, los tonos de voz, etc.

La madre rígida, gesticula, sonríe y cuenta que Ady después de mucho programar una cirugía estética de nariz y pómulos, hasta elegir por computadora los rasgos más apropiados, ahora no le gustan y quiere volver a su rostro anterior (su marido es cardiocirujano, ella es abogada y quien la operó es un íntimo amigo de la familia). La sonoridad aguda y crispada de palabras repetidas seguramente varias veces, expresan la impotencia, el enfrentamiento, y desilusión que la hija le provoca, siendo ella: -“la que eligió la cirugía como regalo de cumpleaños, los 19”- dice.

Ady esta desmigajada en el sofá, su cuerpo es un collage disperso, mirando hacia otra escena que desconocemos. No está dispuesta a hablar, ni a mirarme. La madre continúa girando el torso oponiéndolo al de su hija y profundiza el arco de la columna sacando pecho, como si así, luciera más su figura, sin duda con varias cirugías y retoques. La invade el fastidio y le pide a Ady que cuente ella. El silencio es largo, le propongo que se retire un momento para quedar a solas con Ady.

La joven yergue su cabeza y expande sufrimiento. Dejo de mirarla, levanto un pequeño almohadón del suelo y lo tiro sobre otro sofá, como no está al alcance de su mano levanta la pierna y lo devuelve al suelo. Allí armó su collage corporal en el impulso. No era necesario más.

La observación de esta acción de movilidad que le posibilitó cambiar de lugar el objeto y la energía del impulso al hacerlo, me permitió pensar que Ady tenía potencialidad para juntar energías y trasladarse de lugar, si pensamos en el locus como lugar, en relación a la palabra locura, ese movimiento de traslación habilita una puerta de entrada a otro espacio donde instalarse corporalmente y configurar imagen de sí.

Le propuse verla otro día, y así comenzó el duelo por el rostro perdido o la inevitable aceptación de otras marcas en su cuerpo.

La clínica de la imagen corporal requiere una escucha del otro que abarca desde el discurso hasta el espacio entre los interlocutores, así como las resonancias corporales que se establecen, de allí que la “disponibilidad corporal” [8]y el entrenamiento a “esta escucha” puede abarcar desde el ritmo respiratorio, hasta el gesto o la densidad como espacio tangible que se establece en el diálogo y hace que se elija una propuesta u otra de acción. El trabajo desde la imagen corporal requiere incluir la representación imaginaria del cuerpo desde donde se dimensiona la palabra, el espacio y el tiempo con una decodificación tal vez diferente, ya que involucra “la densidad o el volumen, así como la fantasmática de la imagen” que arrastra el lenguaje desde la corporeidad puesta en escena.

La primer etapa en el trabajo con Ady consistió en crear espacios de representación que posibilitaran decodificar “la superficie”, el rostro sobreimpreso sobre el anterior a la cirugía. Se implementó la realización de sucesivos Mapas corporales. Denominamos Mapa Corporal a un dispositivo que permite a quien lo realiza, en este caso, dibujar sobre una silueta base la imagen que tiene de su propio cuerpo. El Mapa resulta un organizador del cuerpo, de lo psíquico, de la relación con los otros inter, intra, transubjetiva, posibilita una vía de comunicación con el interlocutor, ya sea un psicoterapeuta, un terapeuta corporal, o un coordinador de grupos.

El sujeto, a partir de sensaciones, percepciones, pensamientos e imágenes construye representaciones que conforman estos mapas, estructuras a las que torna comunicables. De allí que el mapa puede considerarse como texto, juego, personaje, escena, grafismo, objeto, etc. Es un decodificador de sensaciones y percepciones, que a través de la forma que adquiere permite recrear, ocultar y revelar. Este proceso de representaciones que se configuran en una forma es homólogo al de constituir una máscara. El mapa siempre es máscara.

La figurabilidad, la forma que adquiere la fantasmática en un mapa o en una máscara es clave en la constitución de la subjetividad. Base de la relación que se imprime entre sujeto-mundo. Su denominación especifica es:Mapa Fantasmático Corporal (M. F. C.)considerándolo:“Como la representación consciente e inconsciente del cuerpo, donde se resalta la impronta fantasmática como figuración imaginaria. Es un modo en que se estructura la subjetividad en la relación cuerpo, psique y mundo. El MFC es siempre aproximación y huella, es una impronta de cómo se plasman las imágenes del cuerpo (líneas, colores, formas, collages, puntuaciones). Estos Mapas son recortes de escenas sucesivas, de historias vividas”.[9]

Este proceso permitió la apropiación de su rostro a través de las distintas representaciones. Surgieron recuerdos, imágenes de películas, mezclados con comentarios recientes de aceptación y rechazo frente a la mirada del otro. Varios mapas a veces sólo se centraban en el rostro, otros usando como disparadores fotos propias, pinturas de cuadros o recortes de publicidades que re-tocaba en dibujos; poniéndoles gestos, palabras o posturas corporales, así como usando máscaras que solían intensificar deformidades frente a la nueva forma de su cara. Movimientos con energías contrapuestas fueron deconstruyendo “esa superficie deshabitada” realizando su “propia cirugía”. Apareció el miedo, los fantasmas de pérdida de identidad, el rostro imaginado de una hermana muerta recién nacida. El temor y deseo de verse seductora. Transitó ceremonias de despedida en diferentes escenas. A partir del contacto de sus manos sobre el rostro realizó su máscara en arcilla. Pudo estar frente al espejo sin lágrimas y aceptar la porosidad y mutabilidad de la superficie para encontrar desde las imágenes del cuerpo, otro rostro, nuevo, pero propio, estrenado pero rediseñado desde otros relatos.

 

Elina Matoso

elina [at] webar.net

Directora del Instituto de la Máscara. Profesora Titular U.B.A. Rectora de la Carrera Terciaria Oficial de Coordinador de Trabajo Corporal

 

 

 

Notas

 

[1]Bordelois, I: A la escucha del cuerpo. ED. Zorzal 2009

[2]Buchbinder, M: Poética de la Cura. Letra Viva 2ª edición 2008

[3]Grüner, E: ¿Qué clase(s) de lucha es la lucha de palabras? Diario P12. 27/12/09

[4]Kristeva, J: Las Nuevas Enfermedades del Alma Ed. Cátedra 1995

[5]Buchbinder, M: Arte y locura. Rev. Imago Agenda Nº 103 Septiembre 2006

[6]Matoso, E: El Cuerpo territorio de la Imagen Ed. Letra Viva 3ª edic. 2008

[7] La palabra locura de origen etimológico confuso, puede relacionarse con la voz latina locus: lugar, terreno, demencia. Se la encuentra definida como lugar en el Mio Cid en 1140

[8]Matoso, E: Obra Cit.

[9]Buchbinder-Matoso y colab.: Mapas del cuerpo libro en imprenta. ED Letra Viva. 2010

 

 
Articulo publicado en
Abril / 2010