1. Es necesario, en el origen de la vida, que se produzca sobre el psiquismo la violenta imposición de un mundo (social) de sentido, para que este abandone su estado originario, que es cerrado sobre sí mismo, y así incorpore y se incorpore a la cultura. Piera Aulagnier denomina violencia primaria a ese acto, del cual se hacen cargo las figuras parentales, y que ubica al sujeto en lo que conocemos como malestar en la cultura. Este deviene por el displacer que dicha renuncia ocasiona; pero para que esta se produzca, o para que se sostenga, debe ofrecérsele a la psique una cuota de placer a cambio, placer que debiera hallar por participar en el colectivo. El deseo de los padres, y su capacidad de modular las ansiedades propias del encuentro de la psique con la cultura, acompañan ese movimiento, lo hacen posible.
Cuando la violencia es excesiva (por no poder las figuras parentales llevar a cabo su tarea adecuadamente), ya no conduce a la constitución adecuada de la psique y a su ingreso a la cultura, sino que pasa a atacarla, deviniendo traumática. Se produce en ese caso un estado de más allá del malestar en la cultura1, ligado a lo que la mencionada autora llama violencia secundaria. Esta impide que se establezca el placer necesario para que la vida en común sea investida. Este modo de la violencia, que al contrario de la primaria no lleva a la creación de un mundo sino a la imposibilidad de la creación, o lisa y llanamente a su destrucción, puede deberse a fallas en las figuras parentales, originadas en su propia conflictiva. Pero también puede surgir por la imposibilidad de estas de cumplir con su función debido a determinados modos de ser de la sociedad. También, y más allá de los estados originarios del sujeto, la violencia secundaria puede ser padecida por éste en cualquier etapa de su vida, cuando vea cuestionada/negada su pertenencia/participación en el espacio social.
Debemos así diferenciar entre una violencia que es instituyente, creadora - una capacidad tanto de la psique como del colectivo - de otro modo de la violencia, donde esta se encuentra parcializada, no asociada a esos otros elementos que la ponen al servicio de la creación. Es así que en un caso podemos hablar de furia, y en otro de violencia a secas2.
2. Los cuadros clínicos observables derivados del padecimiento de violencia secundaria incluyen a aquellos provocados directamente por la cultura (que actúa como un factor desencadenante o condicionante). En este sentido, recientes investigaciones en nuestro medio3 muestran el rostro cada vez mejor delimitado clínicamente de los efectos devastadores que para el psiquismo tiene el modo social actual de nuestra cultura. Muestran cómo - en este caso - la violencia infantil y adolescente (que llega al asesinato) está directamente relacionada con los efectos en la psique de la crisis en las estructuras familiares, que a es a su vez producida por la desinserción del medio social que dichos grupos han sufrido. Los estratos sociales en los que se manifiestan estos fenómenos incluyen a sectores de la clase media, por lo menos en la periferia de la Capital Federal. Resaltamos la importancia de darle un status clínico - inclusive por las modificaciones observables a partir de su tratamiento - a estas manifestaciones.
Si en algo cabe hablar de nuevas patologías, lo es sobre todo en lo que respecta a los cuadros clínicos derivados del estado de desinstitución de la sociedad, estado que abarca a la mayoría de la población, y que implica todo tipo de retos para la práctica psicoanalítica. Al mismo tiempo, la existencia de estas patologías demuestra el profundo lazo existente entre la psique y la sociedad, obligan a precisar su articulación y a crear dispositivos de tratamiento acordes con la misma, como lo muestra la investigación citada.
Lo cierto es que, en estos días, el espacio social ejerce cotidianamente una cuota enorme de violencia (en los términos aquí propuestos, violencia secundaria) sobre la mayor parte de la población. Desnutrición y mortalidad infantil crecientes, exclusión de los ciudadanos de las fuentes de trabajo - masas crecientes de desocupados -, pauperización, explotación de los mismos como no se veía desde los inicios del siglo XX, etc. Y supervivencia de otros con la espada de Damocles sobre sus cabezas, ya que no saben qué puede ocurrir con ellos la próxima semana, y no tienen más que aceptar condiciones laborales humillantes. Por otra parte se produce el empuje (a través de los medios de comunicación) a un consumo desenfrenado, presión que implica una violencia mucho mayor aún para con aquellos que permanecen marginados de la denominada sociedad de consumo. Al respecto, se promueve que los ciudadanos pasen a denominarse consumidores.
Pese a todo esto, de la violencia de la cual más se habla, la que más escándalo produce, es la delincuencial - que, a no dudarlo, ha mutado, se ha hecho más violenta, más "loca" - a la cual se ve como causa de la inseguridad... cuando no es más que una consecuencia de esta.
Paralela y conjuntamente, se observa el abandono de sus funciones por parte de instituciones cuya finalidad es - o era - el cuidado y la formación de los ciudadanos: la escuela, la salud pública, el sistema jubilatorio, la justicia... Es a partir de su participación en las mismas - que transmiten el sentido de lo social - que los sujetos se identifican, organizando de ese modo el colectivo, aún con ideologías y proyectos diferentes y hasta opuestos. Diremos que es la desestructuración de esas instituciones la que está en el núcleo del estado actual de disgregación social, del cual la violencia es una de sus consecuencias.
3. Un modo posible de entender este estado actual de la sociedad, es considerando que la misma contiene modos totalitarios de funcionamiento. Esto ocurre al estar atravesada por la denominada globalización, que lleva a la imposición de un único modo de organización de lo social - a partir de las leyes del mercado - y de un pensamiento único que la acompaña.
Y si hay algo que reina en el totalitarismo o en una sociedad con componentes totalitarios, es la provocación de violencia secundaria. Ocurre que, por sobre todo, las instituciones de la sociedad - que transmiten su sentido y su ley - deben permanecer - para poder seguir siendo - a resguardo de toda interrogación por parte de los sujetos.
Si bien la tendencia de la sociedad a preservar sus fundamentos (sus instituciones y el sentido - tanto explícito como implícito - que estas transmiten) es universal y llega a uno de sus extremos en el totalitarismo, históricamente se trata de algo fallido, ya que han existido innumerables sociedades que se han derrumbado, o que han sido desinstituidas por el colectivo. Todo el tiempo las sociedades están en proceso de cambio, desinstituyéndose e instituyéndose. Pero hay momentos que resaltan: son aquellos en los que la furia se hace explícita. Esto fue inaugurado por los griegos del siglo V ac, continuado por la creación de revoluciones - americana, francesa, de emancipación de las colonias, las socialistas del siglo XX - y de luchas de sectores de la población - negros en Estados Unidos, movimientos de mujeres - y tuvo su último gran acto en mayo del 68 (enmarcado en un movimiento mundial de cuestionamiento de las significaciones sociales) que en nuestro medio tuvo su modo de expresión por excelencia en el Cordobazo .
Pero la creación por sí misma no debe conformarnos. La furia no está excluida de sospecha. Así, tenemos la creación del mundo stalinista, nazi, o procesista en Argentina. Es en la tensión producida entre democracia y totalitarismo donde se podrán hallar los parámetros que pueden ubicar a la creación de la sociedad en sus diferentes posibilidades. En esta línea de consideración, una pauta insoslayable para orientarse es que se deriva de la distancia que existe entre las instituciones y los individuos. Cuanto mayor es (o sea, cuanto menos los sujetos participan activamente en su creación), más heterogénea es la sociedad; en ese caso, la ley que la regula habrá sido instituida por dioses, por un soberano, o por un poder totalitario, y es vivida como amenazante, intocable, sagrada o única y final.
Democracia4 significa que el colectivo se hace responsable de la institución de la sociedad, de su ley, sin dejar ningún origen o resto sagrado en pie. No hay Dios, así se llame leyes del mercado. La ley resultante se ubica dentro del proyecto democrático. Los sujetos se dan sus propias leyes, con conocimiento de ello.
La democracia nos muestra la limitación esencial de la subjetividad humana, que no tiene modo de garantizarse el bien, la felicidad: en realidad todo intento de garantizarlos lleva inexorablemente al totalitarismo. Este siempre promete un destino de trascendencia (sea para la raza aria, para los argentinos "derechos y humanos", para el proletariado, etc.) Pero produce campos de concentración - que se llamaban Gulags en la ex URSS - desaparecidos...
La democracia no promete nada, es un estado, no es un fin: es la decisión de llevar adelante un movimiento ilimitado de cuestionamiento de la sociedad, de sus instituciones, de sus metas, etc. Implica que todo puede volver a ser replanteado: la furia está en su núcleo, ilimitada. Es autoinstitución de la comunidad por la propia comunidad, y supone la toma del espacio público por parte de los ciudadanos, que participan activamente de la institución de la sociedad. En esta, la ley no puede estar más allá de la justicia, siendo esta cada vez instituida por la sociedad gracias a su tendencia a la reflexión.
4. La globalización capitalista actual, que aparentemente no es totalitaria, produce una destrucción y modificación de los lazos entre los sujetos, hace que abandonen el mundo público-político, los retrotrae a su vida privada (que en muchos casos se ve severamente afectada, como muestra la citada investigación), y los empuja a que vivan el poder de un modo cada vez más lejano, abstracto, extraño. Esto es consecuencia de la crisis por desestructuración de aquellas instituciones fundantes del espacio social, transmisoras del sentido de la vida en común. Con su declive, esta pierde sentido. Diremos5 que es esta crisis la que lleva a la crisis de la sociedad, a su tendencia a la fragmentación, y por lo tanto a una sensación creciente de inseguridad. Nadie sabe a qué atenerse: nadie sabe el sentido de estudiar, de trabajar, tampoco qué es hoy ser padres, mujeres, hombres, niños, jóvenes, adultos o ancianos. Es así como los sujetos son empujados a una crisis identificatoria y a una desestructuración y/o mutilación de su psiquismo, que afecta su capacidad creadora. La violencia actual es uno de los productos de la destrucción de instituciones y lazos.
La furia creadora se descompone, parcializa y regresiona a formas primarias de violencia, que recaen sobre el sujeto (es notable el incremento del porcentaje de accidentes automovilísticos o de intentos de suicidio) o que este hace recaer sobre el otro, al no haber recibido lo que le fue prometido: un sentido, un lugar estable y posible de ser habitado, bases de un proyecto para sí.
La crisis está inseparablemente acompañada de la pérdida que esta sociedad ha experimentado de todo proyecto conjunto, el cual es indispensable para el funcionamiento de la psique. No hay un "nosotros". Las leyes del mercado (que hasta ahora ningún colectivo social ha cuestionado) disuelven la vida social, al volatilizar todo sentido que no pase por sus dictados.
Sin embargo, aunque de modo fugaz, observamos el hecho de que poder restablecer lazos lleva a un rápido cuestionamiento de la institución de la sociedad, y que cuando el cuestionamiento empieza a extenderse, la posibilidad de restablecer lazos se potencia, y potencia a su vez el cuestionamiento. Así pudo apreciarse, por ejemplo, en el reciente movimiento de estudiantes y docentes de nuestro país en contra del recorte presupuestario universitario, movimiento que gozó de la simpatía y participación de amplios sectores de la población. Esos días de furia - rápidamente archivados, como corresponde según el espíritu de zapping de esta época - son una muestra de que siempre es posible la institución de un estado de lo colectivo que permite identificaciones entre los sujetos que a su vez favorecen la reflexión sobre lo instituido: en otras palabras, una muestra del poder instituyente del imaginario social, de la reconquista de ese poder de modo activo por el colectivo. Eso permite pasar de la violencia ciega a la furia creadora-instituyente. En una sociedad en la que sobra violencia y falta furia.
Yago Franco
Psicoanalista
Bibliográfia:
Aulagnier, Piera: "La violencia de la interpretación", Amorrortu, Bs. As., 1977. "Los destinos del placer", Argot, Barcelona, 1980
Castoriadis, Cornelius: "El avance de la insignificancia", EUDEBA, Bs. As., 1997.
Freud., Sigmund: "El malestar en la cultura", Biblioteca Nueva, Madrid, 1973.
Vernant, Jean-Pierre: "Los orígenes del pensamiento griego", EUDEBA, Bs. As., 1976.
Notas
1. Ver "Más allá del malestar en la cultura", Topía Nro. XXV, Buenos Aires, 1999
2. Ver para una mayor precisión: Freire, Héctor, La furia (entre el optimismo trágico y el pensamiento lúcido, en este número de Topía.
3. Niños violentos. Reportaje a Sara Slapack. Suplemento Futuro, Página 12. Ed. La página, Buenos Aires, 26 de Junio de 1999.
4. Nos referimos al sentido radical de la misma, y no a su reducción a procedimientos como las elecciones o la existencia misma de instituciones "democráticas" que se alimentan de estas pero en las cuales los ciudadanos tienen escasa o nula injerencia. Democracia, a su vez, se diferencia de toda delegación del poder, la cual a lo sumo debe ser transitoria y sometible a revocación. Las instituciones democráticas son aquellas que están al servicio de los ciudadanos, y no al revés, como ocurre habitualmente. Por supuesto que esta es sólo una dimensión del espacio social instituido: la explícita.
5. Como sostuvimos en "El amor en los tiempos de Hannibal Lecter", Topía Nro XXIII, Buenos Aires, 1998.