La cuestión de la compulsión a la repetición es un tema clásico en el psicoanálisis. Sin embargo los cambios en la subjetividad nos llevan a nuevos desafíos para sostener e intervenir en dichas situaciones. Las características de estos pacientes llevan al terapeuta a preguntarse una y otra vez por los instrumentos teóricos y clínicos. Esto es lo que pretendemos con cada Ateneo Clínico. “Producir inteligencia”, tal como nos enseñaba Fernando Ulloa. Para ello convocamos a tres psicoanalistas para que a partir de este apasionante relato clínico aporten sus visiones. El fin sigue siendo el mismo, poder enriquecer el trabajo clínico y al lector en cada travesía.
Relato Clínico
Lucía llega a la consulta a los 19 años. Es una joven bonita. Comienza diciendo que está muy angustiada y que a veces piensa en tomar pastillas y no vivir más. Siente la autoestima muy baja y relata problemas con la alimentación: desde los 16 años come y luego va al baño a vomitar. La felicidad está ligada a la perfección física. Siente no tener control de sus impulsos y ser muy susceptible a las opiniones de los otros a la vez de no tener una opinión propia.
Sus padres se habían separado cuando ella tenía 4 años. A partir de allí tuvo muchas mudanzas, incluyendo cambios de ciudades y provincias. La mamá construyó una segunda pareja con un hombre que funcionó paternalmente con ella. Tiene tres medio hermanos hijos de su mamá con este hombre, con los cuales convive.
De su mamá relata que se pone como una nena y le gusta escuchar música con los jóvenes. Ella, en cambio, es demasiado responsable y no puede disfrutar de nada. Recuerda escenas infantiles en las que su mamá gritaba: “Me quiero morir, ¡ojalá me electrocute!”
Lucía dice de su padre: “Cuando se separaron me presentaba una novia por semana, salía con un montón de mujeres y me lo contaba. Los únicos momentos en que me siento bien con mi papá es cuando yo salgo con algún chico.”
“De chica mi papá me dejaba todo el tiempo con mis abuelos. Mi abuelo era un enfermo que me tocaba. La primera vez que lo conté ya estaba en segundo año. Se lo conté por primera vez a mi otra abuela. Esto pasó desde los 6 hasta los 8 años. Después nos fuimos a vivir a Bahía Blanca y cuando volvimos volvió a pasar. Mi abuelo era degenerado, pero mi abuela era cómplice. Se iba a tejer a la cocina y me dejaba sola con él. Ella sabía la enfermedad de él porque ya lo habían echado del trabajo a mi abuelo por lo que hacía.”
“Cuando le pregunto a mi papá por qué él me dejaba en la casa de mi abuelo él me dice: `Hacía lo que podía`.
“Yo daba indicios de estar mal, salía con la cara fea en las fotos. Mi mamá era de negar las cosas. Se preocupaba de que no me faltara nada pero lo que me faltaba era poder hablar. Estuve deprimida un montón de tiempo. Lo único que me daba satisfacción era la bulimia y la TV. Viví en mi mundo. No conozco ni las calles.”
Todo este relato transcurre con mucha angustia en la primera entrevista. En los primeros tiempos de su análisis relataba que su cabeza trabajaba todo el tiempo, y sentía que tomaba las ideas de otros, que no tenía propias y que no era inteligente. Tenía atracones de comida y se provocaba vómitos. Cuando frenaba de comer sentía que caía en una depresión. En los episodios del abuso había tenido momentos de mucha excitación y se masturbaba mucho. “Es algo fundamental, como un refugio.” Muchas veces la mente se le ponía en blanco. Dormía y tenía pesadillas.
Al poco tiempo de iniciado el tratamiento tuvo un novio, quedó embarazada y realizó un aborto. A partir de ese momento se intensificaron los vómitos, y tomó varias pastillas guardadas en el botiquín de su casa, por lo cual fue internada en observación clínica. Intervino una psiquiatra de adolescentes que trabajó en equipo conmigo administrando una medicación durante un tiempo breve.
Lucía no quería ver a su papá. El padre me llamaba por teléfono muy preocupado queriendo saber algo acerca de ella. Opté por contarle cómo estaba, proponiéndole que respetara su distancia, y ofreciéndome yo para hablar cada tanto con él y contarle acerca de cómo la veía a Lucía. Durante cerca de tres años Lucía no vio ni habló con su papá. Mientras tanto el padre comenzó a ofrecer colaborar con el pago del tratamiento. Cuando Lucía se sintió mejor y vio que el padre se preocupaba sostenidamente por ella, aceptó la propuesta de hacer en el consultorio una entrevista conjunta de los tres: terapeuta, Lucía y el padre. Allí le pudo decir todo lo que sufrió cuando era niña y él la dejaba con los abuelos, y el padre por primera vez pudo escucharla y reconocerle el dolor que le había provocado.
A partir de allí se retomó de a poco la relación entre ambos, el padre le dio dinero mensual para que pagara algunos gastos en la universidad. Lucía había tenido dificultades para concentrarse en el estudio y para tener vínculos con amigos. Comenzó a trabajar en una empresa en la que todos eran jóvenes. Por primera vez comenzó a tener amigas y amigos. Avanzó mucho en el estudio y logró terminar la carrera. En el transcurso de 3 años estableció vínculos intensos con amigas y con un novio al que, después de un tiempo de noviazgo dejó porque según ella, él era bastante depresivo. Conoció a un joven de una empresa vecina del cual se enamoró. Según sus palabras, fue la primera vez que ella sintió mucho placer sexual con un hombre, ya que ella sentía que ella estaba en otras condiciones para ese encuentro. Vivieron una experiencia amorosa intensa durante 2 años, comenzaron a convivir. Viajaron al exterior durante varios meses por un trabajo del novio. Lucía comenzó a fantasear con la posibilidad de formar una familia. Al volver, él comenzó a quejarse porque ella tenía pocas ganas de tener relaciones sexuales. El tratamiento se había interrumpido con el viaje. Cuando el novio le plantea su malestar con ella, vuelve a la consulta. A los pocos días el novio decide interrumpir la relación.
Para Lucía resultó un impacto muy fuerte. Se sintió muy abandonada.
A los pocos meses consiguió un trabajo nuevo en su profesión, alquiló un departamento para mudarse a vivir sola por primera vez, y comenzó una relación con un hombre que vive en una ciudad a 300 Km. de Buenos Aires. Gerardo se alcoholiza todas las noches, sale con el auto por las rutas borracho, no se pone el cinturón de seguridad, la lleva a altas velocidades en el auto, tiene relaciones sexuales con ella sin preservativo, la llama en la madrugada 2 o 3 veces por noche borracho, le interrumpe el sueño. Ante una pregunta mía recuerda que su abuelo también estaba alcoholizado cuando la abusaba, interrumpiéndole muchas veces el sueño.
Ella siente que en todo esto hay algo que le produce muchísimas excitación sexual: él, a través de cosas que le dice, la trata como alguien inferior a él. Esto a ella la excita muchísimo pero también la angustia. Ella adivinó su clave de facebook y empezó a entrar todos los días y a leer sus conversaciones con mujeres de diversas edades a las que él seduce. Ella se siente no considerada, expuesta a peligros, maltratada. Sin embrago, no puede ponerle ni ponerse algún freno.
Yo había acompañado a Lucía en el tránsito de una situación muy penosa a una vida que había empezado a ser mucho más satisfactoria. Siempre me preguntaba por el destino de aquello traumático que parecía haber perdido toda intensidad compulsiva.
Lucía al principio no se angustió con lo que estaba viviendo con Gerardo. Venía a contar lo que hacía, y mantenía un fino costado desde el cual estaba preocupada por sí misma.
Yo me pregunto: ¿Cómo caracterizar esto que está pasando? ¿Se trata de una repetición de lo traumático que no alcanzó aún a ser procesado por fallas en el trabajo analítico? ¿Es posible la elaboración de eso traumático o constituye una amenaza constante frente a cualquier vivencia que reedite la situación de desamparo a la que fue sometida en sus años de infancia?
Alicia Rut Levin
Psicoanalista
Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados
alevin [at] fibertel.com.ar
La paciente es un típico exponente de las formas actuales de la enfermedad psíquica, presenta una deficiente estructuración del narcisismo, síntomas impulsivos que conforman una patología del acto, depresión narcisista y una alienación a los ideales estéticos de la cultura que se presenta como idealización de la delgadez extrema.
Parece haber vivido la separación con una intensa vivencia de desamparo, ambos padres ostentan personalidades infantiles que desencadenaron con la separación algo que debió estar latente durante la convivencia. La madre a través de su teatralización histérica señala la muerte como solución de sus problemas, sin embargo puede rehacer una pareja estable y con una cierta continencia en cuestiones de cuidado vital, no así en cuanto a la empatía emocional con su hija quien se queja de que nunca se daba cuenta de nada en cuanto a cómo se sentía anímicamente.
El padre presenta una función mucho más fallida con una gran inestabilidad afectiva, imposibilitado de cuidar a su hija, haciendo ostentación de cambios de pareja ya que Lucía se sentía bien con él solo si salía con algún chico. Pero probablemente debe haber tenido fantasías incestuosas con su padre de ocupar el lugar de una de las tantas mujeres de él. Tanto una vertiente como la otra dan cuenta del grado de falla de su función como padre asemejándose más al padre de la horda primitiva que a un padre que porta la ley. Esta dimensión perversa le es encarnada sin represión por su abuelo quién realiza el fantasma incestuoso como un doble del padre. Este episodio profundiza la situación traumática que se había dado en la separación expuesta al goce incestuoso del abuelo que la coloca en una situación de excitación inelaborable, fuente probable de la impulsividad posterior. La exposición a este factor traumático fue interrumpida durante un largo lapso por el traslado de la familia a Bahía Blanca y se vuelve a reiterar a su vuelta.
Freud en la Carta 52 plantea que cuando un suceso sexual de una fase provoca placer y actúa en la siguiente corno si fuera algo actual que no puede ser inhibido constituye una compulsión, pero de la misma manera que la represión está impedida la traducción de los signos de la nueva fase. Dicho de otro modo está impedido el acceso a la simbolización del intenso monto pulsional y por lo mismo queda fuera de toda posible elaboración intentando resolverlo sólo por vía de la descarga.
Es decir ni su madre ni su padre podían ayudarle a poner en palabras lo que la deprimía, la descarga de la satisfacción sexual transformada en bulimia le permitía cierta homeostasis fallida que disminuía la tensión. Me parece que esto está en la base de la repetición (un intento fallido de ligar la excitación a una descarga apaciguadora).
La alimentación no es un mero hecho nutricio sino que está ligada al nacimiento mismo de las relaciones del sujeto con los otros es una comida que sólo puede llegarle por la vía de la cultura. Pero lo oral alimenticio puede obturar lo oral discursivo, ya sea como defecto (anorexia) o por exceso (bulimia),
No olvidemos que la ley también tiene que ver con la comida, más precisamente con el banquete totémico; Freud sostiene que es por la boca que la ley del padre debe ingresar al sujeto y orientarlo en la imposibilidad del incesto, por lo tanto, lo que posibilita la ley del padre es una marca que lo oriente en dicha imposibilidad. No es lo mismo tener una marca del padre que no tenerla.
La ley del padre va a regular el placer que puede tener cada hermano y el ingreso a esta norma Freud lo hace pasar por la comida, esto significa que el banquete totémico no es una comilona, es el prototipo de la comida social, un ritual sometido a reglas, es comer y hablar. En el acto mismo de comer se está suscribiendo un pacto, se incorpora un aspecto de la ley que pone un límite a la satisfacción. Es lo más lejano a la comilona en la que se come cualquier cosa, a escondidas, en silencio o no se come nada como resistencia, en cualquiera de estos dos casos lo rechazado son las reglas, el pacto simbólico.
El atracón de comida, la masturbación, el vómito como equivalente del orgasmo, esta alternancia de lleno vacío y vuelta a empezar se da tanto en el plano de lo digestivo de lo sexual y del pensamiento. Lo mismo vale para la alternancia mente en blanco-pesadillas. Es decir el exceso de lo lleno debe ser vaciado en tanto descarga por la imposibilidad de ser "digerido simbólicamente", por lo tanto la excitación y su descarga le genera una falsa sensación de vitalidad que cuando se detiene se convierte en depresión.
Esta alternancia lleno-vacío se continuó en embarazo-aborto en una especie de escalada que termina en un intento de suicidio hasta que la entrada en transferencia introduce una dimensión simbólica apaciguadora, en la que el terapeuta sostiene la fallida función paterna.
La función paterna mediatizada por el analista permitió el reconocimiento del padre del lugar de su hija que hasta entonces no había tenido e instaló en la hija un lugar de padre que permita el despliegue del drama edípico y cierta posibilidad de elaboración.
Proyectar la depresión en su novio le permitió a Lucía soportar su propia depresión, de la misma manera que sus avances parece haberse basado en el sostén transferencial de su analista que funciona como un hogar sustituto en el cual Lucía puede hallar refugio y desarrollo, dentro de un marco dependiente.
El vínculo con su novio funcionó como un doble del sostén transferencial, es probable que el planteo de constituir una familia haya sido un límite que Lucía no pudo traspasar tal vez por una insuficiente elaboración del Edipo que le impidió establecer la equivalencia simbólica niño-falo. Para poder establecer esta equivalencia la niña debe salir del Edipo con la promesa del padre de darle un hijo pero desplazada a otro hombre. Es decir que este movimiento implica la condensación y el desplazamiento propio de la estructura simbólica que permite las permutaciones. Dicho de otra manera tener la posibilidad de elaborar un duelo en la medida que un objeto pueda ser reemplazado por otro.
Efectivamente Gerardo la retrotrae a la relación con su abuelo, cosa que vive como un hecho actual. Vuelve la excitación a cumplir su papel de descarga, en la repetición de su circuito. Pero esta repetición toma nuevamente una dimensión desaforada como la que terminó en su embarazo y aborto. Gerardo ocupa un lugar sádico ofreciéndose ella como objeto masoquista lo que también le produce mucha excitación. Es evidente, como interpreta el analista, que Gerardo ocupa el lugar de su abuelo por el rasgo común de estar alcoholizado y la repetición del sometimiento que ahora ella busca activamente. A través de la repetición de ese estado traumático ella pasa de una situación pasiva de sometimiento a una actitud activa del mismo sometimiento, donde es rebajada y humillada, es decir repite la misma situación que con su abuelo.
Evidentemente la hipótesis del analista es correcta lo que detonó la repetición traumática fue el abandono de su novio y la imposibilidad de elaborar el duelo. Sin embargo cabe preguntarse el porqué de la disminución de su deseo su deseo sexual justo cuando estaba por alcanzar lo que podríamos llamar un objetivo de bienestar. Este parece ser el primer síntoma de un una compulsión repetitiva, pues desde este punto de vista podernos conjeturar que Lucia se hizo dejar y su primera repetición fue la vivencia de desamparo.
Con su novio, tal como ella misma lo dice, vivió un intenso enamoramiento y su cambio parece coincidir cuando empieza a fantasear con formar una familia y allí se desencadena el hacerse abandonar -caer en las manos de un sucedáneo del abuelo- excitación imparable.
¿Formar una familia, sería revivir la tragedia de su familia? En la que su vivencia de desvalimiento equivale al vacío de la depresión y frente a la cual intenta salir con la descarga de la sobreexcitación convirtiendo la pasividad en actividad y ligando la excitación a la descarga y a la posición masoquista como un intento de ligar la pulsión tanática a la pulsión de vida, cuya presentación clínica es precisamente la posición masoquista. Es posible que el masoquismo resulte uno de los nombres de la repetición en la clínica.
*Agradezco este espacio generado por Topia, dado que es imprescindible hablar y escribir acerca de nuestras prácticas.
Susana Sternbach
Psicoanalista
susanasternbach [at] gmail.com
¿Podríamos decir que esta viñeta condensa muchas de las problemáticas y situaciones bajo las que se presentan las demandas clínicas en la actualidad? Es probable: hace ya tiempo que las clásicas neurosis, en que el conflicto se tramita fundamentalmente por las vías simbólicas de la represión/retorno de lo reprimido, han cedido paso a las organizaciones fronterizas, o en todo caso a configuraciones mixtas en que coexisten las lógicas psíquicas propias de la neurosis con otras, que se ejecutan por la vía de la acción más que por la de la representación.
Me propongo tomar este material para “jugar” a pensar algunas cuestiones, sin pretender de ninguna manera abarcar la complejidad de una situación clínica a partir de una viñeta. Si, tal como supongo, Lucía es un nombre de ficción, entonces mi juego será a la vez ficcional: la viñeta será ocasión para la interrogación teórico-clínica.
Lucía
Lucía es una joven que inicia un tratamiento que va progresando tanto en el trabajo elaborativo como en las modificaciones concretas de su vida, que parecen acompañar y ser efecto de la tarea terapéutica.
Todo parece ir bien. Y sin embargo, a partir de un cierto momento, la vertiente de la compulsión a la repetición irrumpe llevando al analista a interrogarse acerca de eventuales fallas en el trabajo analítico, o, aún peor, a la alternativa de que tal vez no fuera posible la tramitación de las fuertes vivencias traumáticas padecidas por Lucía en la infancia. En efecto, una situación de abandono por parte de su pareja parece haberla destinado a una repetición mortífera de vínculos abusivos y descalificadores.
Veamos: Lucía se presenta ya en su primera entrevista mostrando una tendencia a la acción para intentar paliar la angustia o la depresión. La ingesta compulsiva con su contraparte de eyección a través del vómito, la ingesta de imágenes televisivas, o en el momento de mayor depresión, la ingesta de pastillas para no soportar una vida demasiado gravosa.
La depresión acecha, y la autoestima fluctuante en relación a la mirada de los otros la torna sumamente vulnerable a las decepciones o heridas narcisistas. Desde esa fragilidad, una pérdida de amor o un abandono pueden desencadenar lo mortífero en Lucía.
De sus vínculos primordiales, Lucía dibuja un mapa que permite inferir dificultades de registro y tramitación por parte del mundo adulto. Su madre, negadora del padecimiento de la hija y que cubría la falta de conexión con que “no le faltara nada”. El padre, quien “hacía lo que podía”, que semejaba bien poco desde el relato de Lucía. No sólo poco: dejar a su hija pequeña al cuidado del abuelo abusador y de la abuela cómplice de ese abuso, implicó exponerla a traumas inasimilables. Y luego, por supuesto, el abuelo que inició precozmente a su nieta en acercamientos sexuales incestuosos que la arrojaron a una excitación propia que excedía sus capacidades de ligazón.
La insistencia de lo traumático.
La compulsión a la repetición refiere a la presentación imperativa de aquello traumático que no ha conseguido ser ligado en términos representacionales. Marcas que al no lograr ser rememoradas son re-vividas. Así es que lo traumático, por definición no ligado ni representado, impone una reproducción en que la temporalidad queda inmovilizada en la perseveración de lo idéntico. Cuando la repetición, bajo su vertiente compulsiva comanda, se precipita la descarga a través de la acción o del cuerpo. Entonces no hay recuerdo, relato, novela o narración. Lo traumático retorna por la vía de un hacer pasivo: es lo que a alguien “le ocurre”, sin subjetivación de la experiencia.
En la viñeta presentada, Lucía, casi “inexplicablemente” y a partir del abandono de su pareja entabla una nueva relación en que parecen coexistir una fuerte excitación sexual con situaciones de abuso y de maltrato.
Es el analista quien a partir de una pregunta logra una ligazón entre lo actual irrefrenable y lo pretérito padecido. Intervención oportuna, que apunta a la ligadura de lo escindido, y que junto con la reconstrucción y la construcción se impone como herramienta psicoanalítica cuando reinan la com-pulsión, la escisión y la desmentida, propias de lo arcaico que emerge por vías no simbólicas. Sin embargo, tal como ocurre con frecuencia con este tipo de pacientes, el analista se pregunta por la eficacia del tratamiento. ¿Será posible ganar terreno al accionar sin palabras de lo tanático?
Pulsión de vida y pulsión de muerte en el proceso terapéutico
Considero que éste es uno de los desafíos principales del psicoanálisis hoy, acorde a la clínica que se nos presenta, de la cual “Lucía” es un ejemplo casi paradigmático. Se trata de una clínica ligada a las problemáticas pulsionales, entrelazadas con el más allá del principio del placer. Será nuestra tarea, entonces, tornar representable lo que insiste por la vía de la repetición actuada, moderando la tendencia a la acción y posibilitando el pasaje a modos de transcripción simbólica.
Desde ese punto de vista, éste podría ser un momento privilegiado del tratamiento de Lucía para el abordaje de una dimensión compulsiva cuya insistencia repetitiva también se dirige como “mensaje” al analista. Es éste, a partir de su apertura a la heterogeneidad significante, quien podrá “escuchar” la repetición actuada para ponerla al servicio del proceso terapéutico. Algo así como servirse de lo tanático para propiciar la complejización psíquica propia de Eros.
Considerar la dialéctica pulsional Eros–Tánatos desde una lógica paradojal, entendiendo que no se trata de una polaridad excluyente sino de una dinámica en la que ambas dimensiones se entretejen en una intrincación recíproca, nos permite complejizar la cuestión.
¿Qué habrá ocurrido entre el comienzo de esa experiencia amorosa intensa, en que Lucía sintió “mucho placer sexual con un hombre” y la queja de él por su falta de deseo sexual al regreso del viaje? ¿Lucía podría haber tenido alguna participación inadvertida en ese abandono traumático del que fue objeto? En otros términos: ¿podría haberse jugado ya durante ese viaje, en el que por otra parte ella se encontraba sin su espacio terapéutico, algo del orden de la repetición tanática? Conjetura imposible de verificar, pero que en nuestro juego clínico podría introducir la pulsión de muerte en el seno de la relación de pareja que semejaba funcionar a favor de Eros.
A la inversa: ¿podríamos incluir a Eros en la indudable repetición de aspectos tanáticos que presentifica su vínculo con Gerardo? Tal como la masturbación compulsiva de la infancia, “refugio” frente a la posible desintrincación pulsional, también la excitación sexual con Gerardo, junto con sus innegables facetas destructivas podría portar, no obstante, un recurso de investidura, subsidiario de la pulsión de vida.
Siempre y cuando, claro está, que el proceso terapéutico logre encarrilar aquello que se repite por la vía de la acción por redes representacionales y simbólicas. La acción desencadenada que “narra” lo traumático a través de la repetición es también una apelación a la escucha y a la intervención del analista. Nada nos garantiza que la elaboración sea posible, o que lo tanático no ponga fin al mismo proceso analítico a través de una reacción terapéutica negativa. Pero nuestra apuesta como psicoanalistas, apuesta a favor de la complejización psíquica subsidiaria de Eros, y que incluye desde mi punto de vista la creación de lo inédito, implica hoy el trabajo con la complejidad de problemáticas como la de Lucía, una paciente de nuestro tiempo.
Mariam Alizade
Médica Psicoanalista
Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina
amalizade [at] gmail.com
La historia de vida de Lucía es un largo aprendizaje desde la infancia de experiencias de sufrimiento. Lucía internalizó un mundo inestable, tormentoso y poco feliz y, al decir de D. Anzieu “aprendió a amar lo amargo”.
El abuso por parte del abuelo y la complicidad de la abuela a lo largo de varios años sirvieron para que Lucía viviera situaciones de desamparo y de excitación sexual prohibida en forma sostenida.
Lucía no podía hablar de su sufrimiento, no confiaba en ser escuchada pero esperaba que adivinaran su dolor a través de su rostro compungido que aparecía en las fotos, la “cara fea”, y cuando vomitaba lo que no tenía registro verbal.
La transferencia positiva se instala en la primera entrevista. Lucía habla de lo que no ha podido hablar en tanto tiempo. El abandono y entrega del padre a los abuelos, los gritos de la madre “me quiero morir”, su encierro en la casa creando un mundo para sí entre la bulimia y la televisión, el auto-encierro, las pesadillas.
El desorden de la mente de Lucía se expresa con claridad cuando relata que su cabeza trabajaba todo el tiempo y que tomaba ideas prestadas pues carecía de ideas propias.
En las elecciones amorosas se observa el contraste entre un novio con quien vive dos años de bienestar y del cual es abandonada (¿repetición?) y una segunda relación con un hombre violento y abusivo. El primero señala lo nuevo en la vida de Lucía, cuando se atrevió a alejarse del mundo de sufrimiento en que estuvo sumergida tanto tiempo para permitirse un vínculo de mayor salud. No sabemos qué fue lo que hizo que el novio la dejara. ¿Forzó acaso Lucía la situación para repetir una vez más una situación de abandono? Sentirse abandonada ha sido para ella un sentimiento familiar, en cambio sentirse querida y cuidada es un sentimiento no familiar que, seguramente, conmovió a la paciente en la relación amorosa quien sintió que era demasiada dicha para su vida, que no la merecía. El auto-castigo pudo -estamos en el terreno de las hipótesis- determinar actitudes de desinterés vincular con el novio, desvitalizando la relación y repitiendo (¿compulsivamente?) una experiencia de desamparo e incluso de maltrato. Como solía decir Raúl Sciarreta en sus grupos de estudio sobre Lacan: “el discurso manifiesto es siempre engañoso”, con lo cual insistía en el autoengaño consciente del relato del paciente que, la mayor parte de las veces, subsume problemáticas inconscientes.
Para Lucía, llorar por las pérdidas, ha sido moneda corriente de cada día y fuente de un placer negativo-masoquista.
La relación con Gerardo, en cambio, la precipita en lo conocido: el riesgo, el des-amor, la sexualidad abusiva. La compulsión a la repetición se expresa de manera manifiesta. Lo traumático florece y Lucía dirá que no puede frenar en su fascinación por las vicisitudes patógenas del vínculo. A mi entender, es un traumático reasegurador que le confirma en su identidad sufriente y otorga continuidad a las peripecias infelices de su existencia.
La pulsión de vida está bloqueada por el predominio de la pulsión auto-destructiva.
Trataré de comentar sucintamente las preguntas que plantea la analista
1-¿Cómo caracterizar esto que está pasando? ¿Se trata de una repetición de lo traumático que no alcanzó aún a ser procesado por fallas en el trabajo analítico?
Caracterizaría la aventura con Gerardo como una experiencia repetidora de Lucía destinada a “mostrar” en análisis la potencia de sus adicciones sufrientes. No ha habido fallas propiamente dichas en el trabajo analítico. Por el contrario, la experiencia con lo que denominaríamos el “novio bueno” indica que Lucía tiene la potencialidad de modificar sus vínculos en sentido positivo y que desarrolló esas capacidades en un primer tramo de su análisis. Sostenida en la transferencia, Lucía le indica a la analista su potencial de cambio.
La inmersión en un vínculo nocivo no es más que una actuación compulsiva repetitiva. Uno y otro novio señalan distintos aspectos relacionales de la paciente.
2-¿Es posible la elaboración de eso traumático o constituye una amenaza constante frente a cualquier vivencia que reedite la situación de desamparo a la que fue sometida en sus años de infancia?
La elaboración de “eso traumático” es posible. Requiere de un trabajo sostenido de elaboraciones y repeticiones. En cada una de ellas, Lucía irá haciendo progresos en el sendero de la cura, incrementando su conciencia y haciéndose responsable de la tarea de intentar poco a poco domesticar la pulsión de muerte e inclinar la balanza de su vida hacia el lado de la positividad.
La analista desdramatizará las narrativas a medida que se presenten y las encadenará con las distintas escenas de su historia.
Apelará a la colaboración de la paciente en la empresa de análisis, lo cual incluye la participación de su deseo consciente de luchar contra los demonios del inconsciente, de vencer las resistencias y frenar las actuaciones.
“La repetición fija la energía sobre un modelo o pattern representacional que hará destino. Lo mismo que retorna es una estructura en acto, un escenario que, con diversos disfraces, reproduce variaciones sobre una misma escena mientras concomitantemente -con completa ignorancia de parte del propio paciente- clama por el vencimiento de esa insistencia y el cese de la mismidad mortífera”. (Alizade, 2002, p. 50).
Indudablemente la repetición y su carácter compulsivo se presentan como una estructura-catástrofe, que irrumpe en la vida de un individuo. El trabajo negativo expresa un potencial traumático aparentemente inagotable e inscripto en el proceso primario de las profundidades del inconsciente, dominio de la Tyche (Lacan, 1964, p. 63-74).
Freud (1920, p. 1111, ed. 1968) escribió que “también en los sucesos placenteros muestra el niño su ansia de repetición”. Esta repetición, a veces incluso compulsiva, se manifiesta en el cuento que el niño pide o exige que le sea contado una y otra vez.
La repetición en positivo no ha sido objeto de estudio en psicoanálisis, seguramente porque nuestra praxis se aboca a las perturbaciones mentales y no toma en consideración las formas de funcionamiento de las mentes más saludables que presentan reiteradas experiencias exitosas y logros en la vida afectiva. La compulsión a la repetición es una propiedad de la pulsión, estudiada profundamente por Freud en lo que concierne a la pulsión de muerte en 1920, que no ha encontrado aún el potencial que puede desplegar en su adherencia a la pulsión de vida.
Según Lacan “Todo lo que, en la repetición, varía, se modula, no es más que la alienación de su sentido. El adulto, incluso el niño más adelantado, exige lo nuevo, en la actividad y en el juego. Este deslizamiento vela el verdadero secreto de lo lúdico, a saber, la diversidad más radical que constituye la repetición en sí misma” (Lacan 1964, p. 60).[1]
En Lucía gradualmente se habrá de desarrollar la búsqueda de lo nuevo, de lo que no es lo mismo, repetición que aún en mínimo detalle, busca algo que la diferencia de la repetición anterior. La apariencia podrá señalar la mismidad, mas una lectura fina habrá de encontrar elementos no repetidos inmiscuidos en la escena forjada en el recuerdo de escenas pasadas. El deseo, a la vez de ignorar y de liberación, lanza al psiquismo a la exploración y conquista de un trozo de real hasta entonces desconocido.
Dejo este breve comentario con algunas preguntas, en diálogo imaginario con la analista de Lucía:
¿Podrá Lucía invertir el signo repetitivo (Alizade, 2002, cap. IV) para comenzar a introducirse en el sendero psíquico de experiencias placenteras reiteradas?¿ Logrará Incrementar los efectos benéficos de su pulsión de vida para ir dejando atrás la idea de destino imposible de modificar irremediablemente atado al goce masoquista?
¿Podrá sentirse lo suficientemente inteligente y valiente como para desembarazarse de un pasado traumático y “salir a la calle”, según sus palabras, para lograr experiencias satisfactorias?
Bibliografía
Alizade, M., (2002) Lo positivo en Psicoanálisis, Buenos Aires, Lumen.
Freud, S. (1920) Más allá del principio del placer, en Obras Completas, Biblioteca Nueva, Tomo I.
Lacan (1964), “Tuché et Automaton”, en Les quatre concepts fondamentaux de la psychoanalyse, Paris, Seuil.
[1] La traducción del original es mía.