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El club de la pelea

 
Intervenciones en un grupo terapéutico de niños de 4 y 5 años

Armando un dispositivo: de potencia y resistencia

Este escrito cuenta una experiencia. Busca organizar algo de todo lo vivido, lo experimentado, dando cuenta de las intervenciones construidas, de los aciertos y de las dificultades encontradas. Crear un dispositivo exige un esfuerzo imaginativo y es también un pequeño salto hacia lo desconocido.

¿Por qué hacer un grupo? Emerge del interés en ver qué pasa con estos niños cuando “se los pone” con otros, partiendo de la sospecha de que algo nos iba a sorprender. ¿Cómo será su estar-ser con otros? ¿Cómo funcionaremos nosotros en un actuar terapéutico distinto al clásico dispositivo “individual”? ¿En qué devendremos?

Crear un dispositivo implica sortear algunas resistencias. La primera que podemos nombrar es a nivel teórico, tanto por los discursos críticos a los abordajes grupales, así como también la falta de conocimiento teórico y, en el caso de la clínica de niños, la escasa producción bibliográfica que hay al respecto. A nivel institucional, en el marco de las Residencias de Salud Mental, se ha dicho que lo grupal es un DESAPARECIDO, tanto por cuestiones de época, como políticas y teórico-ideológicas.2 Lo cual implica para aquellos que nos encontramos en formación una serie de dificultades a trabajar: a) investigar y confeccionar una caja de herramientas teórico-clínicas para poder pensar la práctica, b) encontrar referentes para el diseño y supervisión del dispositivo, c) encuadrar el dispositivo en el organigrama institucional.

Crear un dispositivo exige un esfuerzo imaginativo y es también un pequeño salto hacia lo desconocido

Resistencias transitables que a su vez operan como motor. Así fue como decidimos pensar un dispositivo grupal: dos veces por semana, durante los meses de receso escolar. Criterios de inclusión: niños entre 4 y 5 años, con alguna problemática relacionada al vínculo con pares (dificultades en la escolarización, mutismo selectivo, trastorno de los impulsos, eran algunos de los motivos de consulta que circulaban). En paralelo, uno de los dos días, los adultos responsables de los niños trabajan en grupo.3 En principio, este grupo, que aún sigue en funcionamiento, estaba conformado por cuatro niños y una niña.

Primer round: Del todos contra todos al todos somos uno

El caos, la multiplicación de escenas y, por sobre todo, una fuerte violencia entre algunos de los niños captura por momentos al devenir grupal. La primera forma que parece tomar el consultorio es la de un ring de boxeo. En cuanto ingresamos, dos niños, parados uno frente a otro, se disparan trompadas en la cara. Una niña asustada se aleja con cierto repliegue corporal, otro niño mira con sorpresa la pelea.

Minutos más tarde: la mantita que había sido pensada para sentarnos sobre ella, deviene un objeto para ocultarse, siendo la escondida, el primer juego producido espontáneamente y disfrutado por el grupo. Uno contaba y los demás se escondían. El escondite era uno solo, todos debajo de la manta, con la particularidad de que ahí, donde el espacio era aún más reducido, donde los cuerpos estaban pegoteados, casi como indiferenciados, nada de la violencia aparecía.

Fenómeno de ilusión grupal donde se produce una unidad ficticia entre los miembros que modera, por momentos, lo destructivo y promueve los lazos libidinales, generando risas y disfrute. Lo transicional, como esa zona intermedia de la experiencia que no debe ser atacada, comenzaría a tomar forma debajo de esa manta.

...Al todos contra todos (¡otra vez!)

El caos no deja de actuar, los fenómenos grupales brotan de allí. Acompaña durante todos los encuentros. Es imposible pensar la agrupabilidad como el punto de partida. Más bien será un posible devenir, efecto del estar/ser con otros, por momentos, fugaz, evanescente. Cada pibe llega al grupo en un determinado momento de su constitución subjetiva, con sus potencialidades en diferentes tiempos de escrituración, mitos familiares, ambientes, bagaje constitucional.

De la escondida, de su estructura, surgirán otros juegos. Los anteriormente boxeadores se esconden debajo de una mesa, convertidos ahora en lobos. Jugamos en el bosque mientras los lobos no están. ¿Lobo está? ¿Se podrá jugar al fort-da de a varios? La sabana ahora esconde un monstruo que persigue a los demás, los atrapa y los mete dentro de sí. Luego será la mesa la que deviene barco, y el todos-somos-uno arriba de ella, mientras el tiburón espera ansioso comerse algún tripulante. La mesa (ahora barco) no es cualquier lugar, la misma ha sido motivo de luchas, empujones y golpes, como si el trono, donde había lugar para un sólo rey, ahora fuese un lugar para varios.

Segundos afuera

En el barco se juega a poner lo monstruoso en el afuera-tiburón, pero también se pone a jugar lo ajeno de uno con lo que me confronta el otro. Santino se enoja con Damián cuando éste se pone a llorar por un golpe y le dice: enano cagón, los machos no lloran. Esta secuencia, que nos habilita a jugar a los enanos cagones y a los machos que lloran, ofreciendo también otros machos, los machonesas, los macho-menos; nos interroga a su vez por este fenómeno que se visibiliza en lo grupal, donde determinados aspectos de uno son depositados en otro par, y cómo este movimiento, más allá de su aspecto defensivo, permite traer al juego algo de la problemática.

El caos, la multiplicación de escenas y una fuerte violencia entre algunos de los niños captura por momentos al devenir grupal. La primera forma que parece tomar el consultorio es la de un ring de boxeo

Pero no será solamente su problemática, porque el niño en cuestión no pelea e insulta a cualquiera, sino que elige específicamente a uno (hecho que quedó por demás comprobado con la salida e ingreso de nuevos miembros). El verbo elegir puede que no alcance adecuadamente para nombrar la potencia de este fenómeno, si lo que buscamos es pensarlo en términos colectivos. Más bien hay una organización de los distintos personajes en torno a una escena, donde cada cual se ubica-es ubicado a partir de cómo resuena. Digamos que esta paradoja, la de elegir un lugar que se impone, en principio no necesita ni debe ser resuelta. Cualquier interpretación apresurada que apunte a aclarar qué es de cada quién, detendrá el devenir de lo grupal.

Algo de esto observaba Pavlovsky en el prólogo de Psicoterapia de grupo en niños y adolescentes. Dirá que en el trabajo con niños hay que aprender a jugar antes que interpretar y hablará de una zona lúdica dramática no interpretada que es terapéutica por sí misma. Esta zona será un lugar privilegiado para el despliegue de la espontaneidad.

Años más tarde, en el libro escrito junto a Hernán Kesselman, La multiplicación dramática, profundizará ahora con una impronta deleuziana estas cuestiones:

“El grupo creando otros espacios tiempos desterritorializa la historia a partir de una o varias líneas de fuga que escapan constantemente del contorno concreto de la versión dramática inicial. (…) Es allí donde se instala el acontecimiento. Lo que transforma, desde la perspectiva clínica en la multiplicación dramática, es la instalación de pequeños acontecimientos-devenires y nuevos espacios-tiempos en las sesiones.”4

Captura: una primera lectura global parece indicar dos polos: niños donde lo pulsional parece desbordarse frente a aquéllos donde la inhibición es lo que prima. Por momentos cierta cuestión maníaca-violenta parece copar la escena, incluyendo a los terapeutas. ¿Qué pasa con los que no se suman a esto? Para nosotros se vuelve fundamental salir del rol de separar boxeadores. La violencia física es una captura. Suele ser pensada como límite: a la palabra, a las normas de convivencia, a la permanencia en una institución. ¿Cómo no quedar atrapado masivamente por esto? ¿Cómo no reproducir lo expulsivo familiar-escolar-social? Con decir que en el grupo no se pega, o que el que pega se va, no alcanza.

Devenir 1: Laslo suele apropiarse de ciertos objetos. No de cualquiera, sino de aquellos que representan algún interés para el otro. Se vale de su fuerza para tomarlo y no cederlo. Esta vez una botellita de agua. Esto genera algunos enfrentamientos y disputas. Invitamos a Ana, la niña que él suele señalar como su amiga y su protegida, a que se la pida. Laslo le da la botellita de agua, que vuelve a circular por el grupo. Ella pasa de los bordes a la centralidad de la escena. Sesiones más tarde dos niños se pelearán por tener su amistad.

Devenir 2: Plantea Winnicott: “si la sociedad está en peligro no es a causa de la agresividad del hombre, sino de la represión de la agresividad individual.”5 Resulta útil desmarcar la violencia, en tanto fenómeno reactivo, de la agresividad, necesaria para el desarrollo subjetivo. Se trata de promover experiencias donde lo agresivo encuentre un despliegue, que no implique la destrucción real del otro, pero que tampoco siga el camino directo de la represión. Entonces por momentos, se puede pasar a jugar una definición por penales, donde la fuerza es usada para patear la pelota y hacerle un gol al arquero archienemigo, en lugar de patearle la cabeza mientras que está en el piso. Esto implica a su vez una secuencia, un establecimiento de turnos, un escenificación con tribuna, arquero, réferi y pateador.

Metáforas diagnósticas y Heterónimos

Podríamos presentar a los niños de nuestro grupo de la siguiente forma: el-que-no-aparece, el-malo, la-que-no-habla, el-que-no-puede-separarse.

A medida que las sesiones pasan y lo transicional del dispositivo comienza a funcionar, estos lugares fijos desde donde los niños son nombrados y desde donde ellos actúan, van dejando lugar al despliegue de otros personajes. ¿Aparecen nuevos niños? La posibilidad de jugar a distintos personajes nos habla de una plasticidad saludable en los niños. Será necesario poder habilitar este despliegue. Aparecerán también: la-que-habla-bajito, la-descongeladora, de-el-que-no-pueden-separarse, el-protector, entre otros.

Es imposible pensar la agrupabilidad como el punto de partida. Más bien será un posible devenir, efecto del estar/ser con otros, por momentos, fugaz, evanescente

Kesselman propone la idea de metáfora diagnóstica para poder pensar cómo los nombres-diagnósticos que el niño trae, pueden ser metaforizados en la máquina-grupal, a través del encuentro con los otros del grupo. “En el espacio individual, nada que ver”, comenta un terapeuta sorprendido al escuchar el funcionamiento de su paciente en el espacio grupal. Comenzamos a entender los cortocircuitos que se generan entre la imagen que la maestra del jardín transmite del niño (“no sé más qué hacer con este pibe”), con la que en algunas ocasiones vemos en el consultorio en soledad (“es un amor”).

En cuanto a la heteronimia, dice el mismo autor: “Nuestros heterónimos configuran los personajes que desarrollan la ficción de la novela personal como profesionales, al vincularse entre sí y con los otros (pacientes, instituciones, etc.).” Los heterónimos son los nombres con que Pessoa designó a los poetas que brotaban dentro de él, sin que él los convocara. Personajes que cobraban existencia y vida propia. La posibilidad de “otrarse”, hacerse otro, permite jugar a ser otros, a poner en juego los personajes que habitan el “teatro íntimo de nuestro ser”.6

Nombro algunos de nuestros heterónimos con los que jugamos como terapeutas:

El relator. Surge de la idea de generar una narrativa que funcione como soporte de lo que allí acontece. Por momentos será una descripción en vivo de lo que está pasando, otras veces, nos animamos a proponer algunas líneas argumentativas de lo que podría ocurrir. Quedará de nuestro lado la apuesta de lo que se dice y se relata, obviamente atravesados por lo transferencial. El relato funciona como un apuntalamiento que intenta transformar en una trama discursiva algo del exceso que muchas veces sobrepasa e interrumpe la escena de juego, aunque también otras veces se buscará nombrar algo de aquello que no aparece siquiera como exceso, sino más bien como silencio.

De la mano del relator, casi como un hermano gemelo, tiene lugar el ficcionador. La pequeña y sutil diferencia es que este último se mete por completo en la escena y es un jugador más. Este personaje es como un adicto al juego. Para él, todo lo que pasa, o casi todo, es suceptible de convertirse en juego. Su función es la de ofrecer alternativas lúdicas para aquellos momentos de bloqueo del devenir, donde algo se impone como única alternativa. Entre sus mayores logros hasta el momento, se encuentra la piña de jugando. Esa vez, no hizo falta la intervención con espadas de papel, pelotas o palabras mediadoras, sino que simplemente el niño detuvo su puño antes de impactar para apoyarlo suavemente en el rostro de su compañero. Tiene lugar ahí una apropiación subjetiva del brazo, ya no un brazo que pega, de modo automático, repitiendo compulsivamente lo vivido, lo recibido a los golpes, el exceso traumático de la violencia; sino un brazo que juega, un brazo con distintos ritmos, el brazo de Santino que puede decidir, en algunos momentos, convertir una piña en una caricia.

El modo de estar como terapeutas muta. Más metidos en la escena, más la jugamos, mejor funciona el espacio. Al decir de Pavlovsky, “la plasticidad es la clave del coordinador de grupos de niños.”7 Cuando existe la escena (escondida, bosque, monstruo, barco) hay lugar para el juego. La trama lúdica funciona como velo, que permite dejar algo en suspenso para que surjan otros despliegues.

Campana final

Se intenta a lo largo de este escrito transmitir algunas ideas sobre el trabajo con lo grupal y, en particular, enunciar algunas de las posibilidades que brinda para trabajar con niños pequeños.

El modo de estar como terapeutas muta. Más metidos en la escena, más la jugamos, mejor funciona el espacio. Al decir de Pavlovsky, “la plasticidad es la clave del coordinador de grupos de niños”

El estar con otros se vuelve una oportunidad privilegiada para trabajar estos aspectos vinculares-pulsionales propios de esta clínica. En ningún momento se intentó contraponer dispositivos clínicos, al estilo individual vs. grupal, pero sí enunciar potencialidades que posee este encuadre específico.

Hace pocos días una situación me sorprendió: saliendo a la sala de espera del hospital, veo a algunas madres del grupo conversando entre sí, mientras sus hijos juegan a unos metros, la sala se había convertido en club. La escena dan ganas de no interrumpir, de permitir este despliegue natural, tal vez por hoy no haga falta entrar al consultorio, algo de lo que buscamos se está dando solo.

Notas

1. El armado y la atención del grupo, así como algunas ideas desplegadas en este trabajo, fueron realizadas en conjunto con la Lic. Gisela Grosso.

2. Vainer, A. (1996), “La desaparición de lo grupal en las residencias de salud mental”, Clepios, Una revista de residentes de Salud Mental N°2 Vol.II, 62-67. Bs. As., Junio-Julio 1996.

3. El grupo de padres fue coordinado en distintos momentos por: Dra. Belén Lombardo, Lic. Yanina Olmedo, Lic. Marcelo Gómez, Dra. Melina Penna, Lic. Marian Sevilla y Dra. Gabriela Merovich.

4. Kesselman, H. Pavlovksy, E., La multiplicación dramática, Atuel, Bs. As., 2006, p. 28.

5. Winnicott, D., “La agresión en relación con el desarrollo emocional” (1950-1955), en Escritos de Pediatría y Psicoanálisis. Editorial Laia, Barcelona, 1979, p. 281.

6. Kesselman, H. Pavlovksy, E., La multiplicación dramática. Atuel, Bs. As. 2006.

7. Pavlovksy, E., Psicoterapia de grupo en niños y adolescentes, Centro Editor de América Latina, Bs. As., 1968. p. 20.

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Articulo publicado en
Julio / 2016