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La civilización entrópica

 
Editorial Revista Topía #98 agosto/2023

En la década del ‘50 la “ciencia ficción” o “ficción científica”, como la denominaban algunos, se consolida como género tanto en el cine como en la literatura. En los EE.UU., profundamente conservadores y anticomunistas, se transforma en un medio para establecer un control de los miedos latentes en la sociedad ante un otro desconocido considerado un bárbaro y ante el peligro en los desarrollos tecnológicos que habían creado la bomba atómica. Los relatos reforzaban el lugar de la ciencia como medio racional para enfrentar los sombríos pensamientos sobre el fin del mundo en el contexto de la posguerra.

No obstante, la propuesta iluminista de atenuar el miedo a través de un progreso ilimitado comienza a mostrar sus fisuras. Es así como nos encontramos con obras cuyas metáforas llegan hasta la actualidad.

El hombre menguante

Una de ellas es El increíble hombre menguante (1957), film dirigido por Jack Arnold con un guion de Richard Matheson que también escribió el libro del mismo nombre.1

La narración describe la historia de Scott Carey quien a partir de atravesar una espesa niebla supuestamente radioactiva comienza a padecer un decrecimiento físico; Scott es el modelo de la moderna sociedad capitalista: un joven publicitario asociado a la nueva prosperidad consumista que se encuentra en los inicios de una carrera de éxito con una familia feliz. En muy poco tiempo todo se viene abajo: su encogimiento afecta su economía como su relación afectiva y sexual. Cuestiones de género sustentadas en una sociedad patriarcal se trastornan al formular interrogantes sobre verdades que se creían eternas. El planteo positivista apoyado en justificaciones cientificistas se ve como una gran fragilidad.

Por ello entendemos que toda producción de subjetividad es corporal en el interior de una determinada organización histórico-social

Ahora bien, sabemos que toda obra sobre el futuro nos está hablando del presente en que fue escrita. Sin embargo, lo que propone el texto de Richard Matheson aparece en la actualidad con mayor claridad: hoy es posible observar las consecuencias del fracaso ideológico y económico del sistema capitalista. Aún más, el relato de las vicisitudes de un hombre común y corriente que a partir de una nube contaminada comienza a encogerse, hasta el punto que los elementos más inofensivos de su propia creación y de la naturaleza, se conviertan en enemigos para su propia supervivencia, nos habla de nuestra actualidad: la desaparición del ser humano para manejar su mundo y una civilización que amenaza con volverse letal.

Veamos el desarrollo del texto.

Como venimos afirmando, la inusual enfermedad que padece Scott, producto de atravesar en forma circunstancial una nube cuya toxicidad -hoy podemos asegurar- es consecuencia del deterioro de la habitabilidad del planeta, lo lleva a menguar día a día:

Había menguado treinta milímetros al día, con la precisión de un reloj… De allí que manifiesta: La maldición no era encoger, sino ser consciente de estar encogiendo…

La película tiene un desarrollo lineal donde hay dos mitades claramente diferenciadas, en cambio, en la novela estas dos líneas argumentales se entrecruzan. En la primera mitad el personaje, junto con su esposa y varios doctores, intentan buscarle una justificación a lo inexplicable. Mientras el deterioro de la relación familiar conlleva a que desaparezca su espacio soporte: el Eros se trastoca en pulsión de muerte. En un intento por aferrarse a la vida conocida que se le escapa de las manos, participa de una feria de diversiones propia de la época, donde se exhiben personas con diferentes deformaciones para el regocijo del público. Allí conoce a una mujer de su tamaño con la cual tiene una relación:

Sin poder reprimirse, subió los dos últimos escalones y se detuvo ante las sillas y un sofá en los que podía sentarse sin ser engullido, mesas sobre las que podía dejar cosas, lámparas que podía encender y apagar. Ella entró en la sala y lo vio.

Se entusiasma al creer encontrar una identidad que su enfermedad le desmiente, ya que inevitablemente sigue menguando; el proceso de desidentificación es cada vez más profundo. Encontrar una solución con su familia tiene un límite cuando debido a su proceso menguante, el anillo de bodas se cae de su dedo: ya no puede sentirse un igual con su pareja. Por otro lado, estos hechos podemos entenderlos como una metáfora de los ‘80 y los ‘90 donde se creía posible controlar el deterioro social y ecológico que continua hasta la actualidad, ya que no hay interés político en frenarlo: el consumo debe seguir.

En la segunda mitad, Scott se achica a unos pocos centímetros; al ser atacado por el gato de la casa que no lo reconoce, se escapa y cae en un sótano donde nadie lo puede encontrar debido a su tamaño. Mientras su familia lo da por muerto, lucha por sobrevivir en las condiciones adversas que le plantea la naturaleza:

Entonces se hecha a reír. De repente, el conjunto de la situación le pareció hilarante: medía un centímetro y medio, vestía una túnica que parecía una tienda de campaña, el agua tibia le cubría los tobillos y estaba lanzando bolos de galleta empapada al calentador.

Todo a su alrededor se le vuelve en contra, todo es difícil y sumamente extraño; de allí la pregunta que se viene repitiendo ¿Por qué seguir sobreviviendo?

Por extraño que pareciera, seguía sin saber por qué no se había suicidado. Era lo que requería por lo desesperado de su situación, pero, aunque había deseado hacerlo ciento de veces, siempre había habido algo que se lo había impedido.

Decide seguir cumpliendo la salvación del hombre blanco occidental, asumiendo el mandato de la masculinidad. Deja de lado las leyes humanas modernas y convive con las de la naturaleza. En vez de un radiador que gotea dirá “fuente de agua”; una caja de fósforos es “un lugar para guarecerse”; pedazos viejos de pastel son “fuentes de alimentación”. Es en este contexto donde debe luchar con una araña que le dobla en tamaño y que lo lleva a reflexionar sobre su existencia:

¿Por qué había escapado de la araña? ¿Por qué no se había dejado atrapar? Habría sido una muerte terrible, pero rápida, que habría puesto fin a su desesperación. Sin embargo, había preferido escapar, luchar con todas sus fuerzas para seguir existiendo. ¿Por qué?

El final es inevitable. Cuando mide unos pocos milímetros reflexiona:

¿Por qué nunca había pensado en los mundos microscópicos y submicroscópicos? Siempre había sabido que existían y, sin embargo, jamás había establecido la obvia conexión. Para un hombre, cero centímetros significaban nada. Cero significaba nada. Pero para la naturaleza, el cero no existe. La existencia continuaba en ciclos infinitos. ¡Ahora le parecía tan obvio! Jamás desaparecería, pues en el universo no había razones para no existir.

En este sentido, su desaparición más que un descenso al primitivismo lo que anuncia es que la desaparición del ser humano para controlar los efectos de la civilización sobre la naturaleza puede permitir su evolución a partir de la ruptura con el modelo social y ecológico de occidente para construir un mundo posible de ser vivido. ¿Es factible? No lo sabemos, aunque es necesario.

La identidad

Si hablamos de identidad tenemos que referirnos a las identificaciones; ellas están desde el nacimiento del sujeto a partir de las primeras identificaciones con un Primer humano significativo que posibilita la constitución del psiquismo. Estas identificaciones primarias llevan a in-corporar rasgos y particularidades de esos otros en el ámbito familiar que conforma para el infante el primer espacio-soporte libidinal, imaginario y simbólico de los efectos del interjuego pulsional. Luego, en especial durante la adolescencia y la juventud, aparecen las identificaciones secundarias que van a continuar a lo largo de la vida. Cuando estas marcas singulares son compartidas por otros en un grupo de amigos, la escuela, un club, etc. aparece la dimensión de las identificaciones colectivas que se anudan a un cuerpo que instituye su subjetividad desde diferentes cuerpos: el cuerpo orgánico, el cuerpo pulsional, el cuerpo social y político, el cuerpo imaginario y simbólico. Desde esta perspectiva definimos el cuerpo como el espacio que da cuenta de los procesos de subjetivación. Desde aquí hablamos de corposubjetividad como un entramado de tres espacios (el psíquico, el orgánico y el cultural) que tienen leyes específicas productoras de subjetividad; por ello entendemos que toda producción de subjetividad es corporal en el interior de una determinada organización histórico-social. Dicho de otro modo, toda subjetividad da cuenta de la singularidad de un sujeto en el interior de un sistema de relaciones de producción.2

Desde este punto de vista, la identidad se in-corpora a través del ámbito familiar, social y colectivo en un permanente proceso de hacerse y rehacerse; por lo cual, no podemos hablar de identidades constitutivas del sujeto ya que éstas dependen de la relación con los otros en el interior de una cultura y del entramado singular en cada corposubjetividad. Es así como entendemos la capacidad corposubjetivante de la identificación y la dimensión corposubjetiva de la identidad.3

No obstante, lo que predomina hoy en día son los procesos de desidentificación ante la sensación de fragmentación de las relaciones sociales y una civilización atrapada en los efectos de la pulsión de muerte.

Esta situación no es nueva -aunque se fue agravando en todos estos años- como venimos señalando en otros artículos, el vaciamiento de la subjetividad deviene de un imaginario social donde sólo existe la libertad de tener y el poder de dominar. Su resultado es que no potencia la capacidad de elegir ya que, no sólo la limita a la mitad de la población que vive en la pobreza, sino que restringe la libertad al banalizar su potencia. Las características del actual capitalismo mundializado es saber adecuarse a lo más primario de la subjetividad de todo sujeto: su egoísmo y su crueldad. Es decir, la afirmación de una identidad que se alimenta del odio y vive del miedo. Estas circunstancias no son un defecto que al poder le interese corregir, por el contrario, son las condiciones necesarias para que se siga reproduciendo su sistema de dominación.

Lo que predomina hoy en día son los procesos de desidentificación ante la sensación de fragmentación de las relaciones sociales y una civilización atrapada en los efectos de la pulsión de muerte

Por ello en la actualidad el proceso de mundialización capitalista ha llevado a que estallen las identidades individuales y colectivas características de gran parte del siglo XX. La reorganización de la esfera estatal y económica que comienza a mediados de los setenta y se desarrolla, particularmente en la Argentina, durante la dictadura militar para afianzarse en los noventa, realizó un inmenso trabajo político tendiente a ejecutar un programa de destrucción metódica de los colectivos sociales capaces de cuestionar la lógica del mercado. El individuo solo, aislado y sin poder, debe encontrar la forma de sobrevivir. Este vaciamiento de la subjetividad ha generado una sociedad fragmentada desde el punto de vista de sus modos de vida y su sociabilidad.

De esta manera encontramos formas de vida antitéticas con lo que se pregona desde el poder; de conexiones complejas donde el miedo y la violencia destructiva y autodestructiva se constituyen en un ordenador social. Podemos citar muchos ejemplos, pero el más significativo es la pandemia de suicidios adolescentes que ha llevado a declarar zona de emergencia en Salud Mental en muchas zonas del país. La pobreza, la falta de proyecto -entre otras cuestiones- llevan a que la mayoría de las escuelas públicas o privadas han tenido uno o varios intentos de suicidios.4

Este es el resultado del fracaso de las propuestas progresistas que han llevado al avance de un neoliberalismo autoritario de derecha con características de las nuevas formas del fascismo (Milei, Espert, Bullrich). En este sentido debemos volver a recordar la frase de Pierre Bordieu: “Para cambiar el mundo, es necesario cambiar las maneras de hacer el mundo, es decir, la visión del mundo y las operaciones prácticas por las cuales los grupos son producidos y reproducidos.”5 Es decir, es necesario cambiar el sistema de relaciones de producción capitalista que construye una subjetividad sometida al poder.

El otro es la base de nuestra esperanza

Si retomamos algunas ideas de Spinoza que desarrollamos en otros textos6 podemos decir que el régimen capitalista se expresa en el interior de cada sujeto en los cuerpos, en los deseos y en sus acciones. Es así como construye estructuras de sometimiento en función de los complejos pasionales; es decir, de sus historias singulares y los modos en que los cuerpos afectan y son afectados en el colectivo social.

En este sentido, Spinoza sostiene que los seres humanos buscan la servidumbre como si fuera la libertad. Dicho de otra manera, los dominados no son seres pasivos, sino individuos activos cuyo esfuerzo determina que este sometimiento se produzca y reproduzca. En el capitalismo neoliberal esta circunstancia se realiza al introducir la desigualdad como un valor; al afirmar la desigualdad como algo deseable donde las posibilidades de las potencias están disponibles en forma variable se la ve como algo natural, ya que la igualdad que se asimila como homogeneidad se la rechaza. Por ello como afirma Frédéric Lordon: “Los sometimientos exitosos son aquellos que consiguen separar, en la imaginación de los sometidos, los afectos tristes del sometimiento de la idea misma de sometimiento siempre susceptible, cuando se presenta claramente a la conciencia, de hacer renacer proyectos de revuelta…” Y, continua más adelante que se pretende un control sobre los sujetos tan profundo y tan completo “que ya no quiere contentarse con someter la exterioridad -obtener acciones requeridas- sino que reivindica la sumisión entera de la ‘interioridad’”.7 Es así como el deseo que le da valor a los objetos de consumo -ya que las mercancías no tienen objetivamente valores- no son algo esencial, propio del sujeto, puesto que la vamos a encontrar anudada a los valores hegemónicos de la cultura dominante. Dicho de otra manera, -al contrario de lo que pretende un estructuralismo ahistórico- el deseo también es histórico social.

Desde esta perspectiva, el neoliberalismo capitalista al fragmentar las experiencias laborales y sociales interviene sobre los sujetos dificultando las posibilidades de hacer comunidad al encontrarse en afecciones comunes que pueden permitir acontecimientos que trastoquen las instituciones del poder dominante; en otras palabras, aunque existan muchas personas vulnerables y precarizadas éstas van actuar solidariamente durante un tiempo ya que la fragmentación social determina procesos de desidentificación y de desafiliación -como dice Robert Castel-.

Por otro lado, aquellos grupos que sí encuentran una identificación en una idea-afecto (feminismos, obreros desocupados, LGTB) llevan adelante importantes propuestas singulares que no llegan a unirse en una universalidad que favorezca procesos de transformaciones estructurales.

Del mismo modo, encontramos un malestar mayoritario, pero aparecen diferentes hechos que impiden revertir el sistema de acumulación capitalista en beneficio de la mayoría.

Veamos.

La fragmentación de las afecciones comunes de los trabajadores que genera la desidentificación; la individualización de la economía cuyos efectos son el “sálvese quien pueda”; el achicamiento de las experiencias de trabajo donde se compartía un espacio y un tiempo reemplazado por el trabajo virtual; el desmantelamiento de las instituciones de salud y de derechos sociales afianzando la responsabilidad individual; el clientelismo de los planes sociales que genera una dependencia de los políticos del poder. Todas estas circunstancias dificultan la conformación de un colectivo que genere un accionar político duradero que permita transformar este régimen de acumulación. Por consiguiente, debemos seguir sosteniendo que el problema de la alteridad es uno de los grandes desafíos de la actualidad.8

Desde aquí, comprendemos que lo singular es necesario entenderlo desde un plural: cuando nacemos somos singulares en potencia ya que necesitamos de un Primer otro humano para encontrarnos con uno mismo y con los otros. El otro es la base de nuestras esperanzas. El otro genera Eros y precisamente es el Eros el que permite producir una razón apasionada, una razón que da cuenta de uno mismo y de los otros en el colectivo social; rechazar al otro nos lleva a un narcisismo primario en la búsqueda imposible de una totalidad perdida: allí al no estar el otro humano desaparecemos en tanto sujetos y, como muestra la metáfora del relato El hombre menguante, desaparecemos como sujetos al quedar atrapados en la desesperanza a partir de los efectos de la pulsión de muerte que origina una civilización entrópica. De allí la importancia de generar espacios de lucha en el encuentro con los otros: espacios que encuentran la fuerza que produce comunidad. ◼

Notas

1. Matheson, Richard (1956), El increíble hombre menguante, Editorial Bruguera, España, 1980. La película del mismo título del año 1957 con guión de Matheson y dirección de Jack Arnold.
2. Carpintero, Enrique, El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser, Editorial Topía, Buenos Aires, 2014.
3. Korman, Victor, “Identidad, exilio y Salud Mental”, Revista Topía Nº 81, noviembre de 2017.
4. Ver en este número Topía en la Clínica.
5. Bourdieu, Pierre, Cosas dichas, Editorial Gedisa, Barcelona, 1993.
6. Carpintero, Enrique, Spinoza militante de la potencia de vivir, Editorial Topía, Buenos Aires, 2022. La Alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud, editorial Topía, Buenos Aires, segunda edición, 2017.
7. Lordon, Frederic, Capitalismo, deseo y servidumbre. Marx y Spinoza, Ediciones Tinta Limón, Buenos Aires, 2015.
8. Sainz Pezonaga, Aurelio, “Spinoza. Materialismo y comunismo” www.tierradenadieediciones.com

 
Articulo publicado en
Agosto / 2023