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El capitalismo destructivo del tejido social y ecológico

 
Editorial Revista Topía #94 abril/2022

Las características destructivas ecológicas y sociales del capitalismo en su versión mundializada han llegado para quedarse. No se arreglan con retoques en su funcionamiento. Un síntoma de esta situación -aunque regularmente no se lo menciona- es la pandemia. El origen, desarrollo y expansión del covid-19 está ligado a las condiciones de producción y reproducción del capital. No fue un hecho natural; menos un error circunstancial. Su resultado es una crisis de las relaciones de producción cuyos efectos aparecen de forma diferente en cada región del planeta. Pero también, como no podía ser de otra manera, la desestructuración traumática de las condiciones corposubjetivas en relación con uno mismo y con los otros.

Los necesarios cuidados que requieren protegernos del virus afianzan la sensación de que el otro es el enemigo de quien nos tenemos que proteger: el encuentro ya no se establece con un fuerte apretón de manos sino con dos manos apretadas en un puño que se chocan. Es decir, un saludo que simbólicamente no invita a encontrarse sino a establecer el lugar donde cada uno está parado

Muchos son los efectos de la pandemia cuyos síntomas pusieron en evidencia circunstancias previas de un sistema socioeconómico sostenido en la desigualdad y la ruptura del lazo social. Los necesarios cuidados que requieren protegernos del virus afianzan la sensación de que el otro es el enemigo de quien nos tenemos que proteger: el encuentro ya no se establece con un fuerte apretón de manos sino con dos manos apretadas en un puño que se chocan. Es decir, un saludo que simbólicamente no invita a encontrarse sino a establecer el lugar donde cada uno está parado. No es difícil imaginar la cantidad de personas que, al borde del colapso psíquico, ante la sensación de angustia e incertidumbre adoptan conductas agresivas, crueles y violentas cuyas consecuencias la padecen los más desprotegidos; por ello el aumento de la violencia familiar, el abuso de menores y el femicidio.

Un hecho significativo se encuentra en aquellas personas, en especial jóvenes, que se aíslan y se encierran en su habitación o en departamentos. Esto ha adquirido una gran difusión en otros países; en Surcorea toma la fuerza de un movimiento que se llama Hanjok que reivindica la soledad. Apareció un año antes de la pandemia y hoy se lo identifica como una “epidemia de soledad” donde aquellos que se encierran son en su mayoría jóvenes mujeres. Pero si la búsqueda de la soledad ideal, para disfrutar la vida contemplativa puede ser un objetivo, en las actuales circunstancias no es algo que se decida sino producto de miedos y angustias, ante una sociedad amenazante que se acentúa con la pandemia, que llevan al deterioro de la corposubjetividad que pone en peligro su vida. En Japón la gravedad de este problema condujo a que el primer ministro creara un “Ministerio de la soledad” con el fin de atender a estas personas en una situación de desconexión extrema; uno de cada tres japoneses vive en departamentos muy pequeños. Durante el año 2018, en Inglaterra, la ex primera ministra Theresa May crea el “Ministerio de la soledad” inglés con el fin de paliar los intentos de suicidio y la desestructuración psíquica que aumentan entre los jóvenes y personas mayores ante la pandemia. En el resto de Europa y EEUU vamos a encontrar esta problemática. Aunque las características culturales son muy diferentes en todas estas regiones, podemos afirmar que en nuestro país se da una situación similar: la población etaria de jóvenes y adolescentes son las que padecen la más alta tasa de suicidios.

Vamos a encontrar una multiplicidad de teorías sociales, políticas y supuestamente científicas que transforman los prejuicios en verdades indisolubles donde el “terraplanismo” se transformó en la metáfora de nuestra época

Ante esta situación de extrema gravedad en la que predomina la incertidumbre, la angustia y el miedo el mecanismo de defensa que prevalece es la negación que se sostiene en la renegación: negar que se niega. Pero este no es un efecto primario ya que es la consecuencia de creer. La necesidad de creer en consecuencias mágicas que nos salven conlleva la renegación. Esta forma de creer es propia de la religión, pero la podemos extender a otros patrimonios culturales como los científicos, políticos e ideológicos que pretenden transformarse en una cosmovisión donde todo se resuelve ilusoriamente. Como planteaba Freud no me interesa demostrar -en esto seguía a Spinoza- que la ilusión es falsa, sino que es el resultado de un deseo de plenitud y, como tal, una distorsión de la realidad. La ilusión es lo que el deseo da por realizado: por ello en la actualidad a los negacionistas no les interesa ver las relaciones socioeconómicas y culturales que permiten los acontecimientos. Por lo contrario, lo que quieren es corroborar sus propias creencias. El engaño y la mentira -que paradójicamente se enuncia con un eufemismo como Fake News- es el centro de las llamadas redes sociales -otro eufemismo para mencionar relaciones virtuales a través de mensajes mediados por algoritmos cargados de ideología-. Estas circunstancias conllevan a que la esperanza ante un conocimiento que se lo pretende infalible desconoce que la ciencia y otros saberes científicos funcionan por ensayo y error. Las ideas negacionistas del cambio climático y el rechazo a las vacunas son su consecuencia. Cuando la ciencia se equivoca o muestra que sus aciertos nunca pueden ser ciento por ciento seguros conduce a que se confirme la desconfianza. Desconfianza que equipara la ciencia con una religión; es decir, un mundo donde la ilusión permite la creencia en que todo es posible. Desde aquí vamos a encontrar una multiplicidad de teorías sociales, políticas y supuestamente científicas que transforman los prejuicios en verdades indisolubles donde el “terraplanismo” se transformó en la metáfora de nuestra época. Esto no es nuevo, al contrario, es tan viejo como la historia de la humanidad; allí están las diferentes formas de dictaduras y fascismos en los cuales la mentira y la manipulación formaban parte de sus políticas. Pero nunca alcanzó la difusión y masividad que ha adquirido a través de los medios virtuales.

Se velan las consecuencias socioeconómicas de un sistema que ha llevado a la máxima desigualdad de la historia

Los sectores de la cultura dominante utilizan esta situación para aprovechar las necesidades que provoca el protegerse del covid-19 aumentando el control de la población con la coartada de la seguridad sanitaria de los ciudadanos. De esta manera velan sus consecuencias socioeconómicas de un sistema que ha llevado a la máxima desigualdad de la historia. Veamos. El reporte del colectivo World Inequality Report establece que el 10% más rico disponía del 52% de los ingresos y del 76% de la riqueza; la clase media del 39.5% y del 22% y el sector más pobre de solo el 8.5% y el 2%. Este último segmento representa la mitad de la población mundial, es decir unos 3 mil millones de personas. Cuando estas cifras se comparan con las del pasado se observa que son peores que a principio del siglo XX, cuando los imperios europeos alcanzaban su máximo dominio, pero también con las de 1820: si los pobres de hoy disponen de 8.5% del ingreso total, en 1820 poseían 14%, con la aclaración de que aquéllos eran algo más de mil millones y hoy cuadriplican esa cifra. Desde el inicio de la pandemia cada 26 horas hay un nuevo multimillonario mientras 160 millones de personas han caído en la pobreza. Ante esta disparidad, que no es solo económica sino también corposubjetiva, regional y de género, cada día mueren 21.300 personas; es decir, una cada cuatro segundos. Según Oxfam internacional -movimiento global para combatir la desigualdad- cerca de 17 millones de personas murieron desde el inicio de la pandemia. En los países ricos y de recursos medios la población está mayoritariamente vacunada, en los países pobres la vacunación es inexistente. Este apartheid de las vacunas, producto de las políticas de las empresas farmacéuticas internacionales, lleva a la muerte a cientos de miles de personas y sustenta las desigualdades donde las mujeres son las principales víctimas de la doble pandemia: sanitaria y de exclusión. De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT) el desempleo aumenta en forma alarmante. Lo mismo ocurre con la pobreza. En nuestro país el 40% de la población vive bajo el nivel de pobreza y más del 50% de los menores de edad son pobres.

No hay decisión individual en un problema de salud pública; mi límite es el límite que me impone el colectivo social

Estos datos incontrastables no forman parte del centro de debate de los diferentes gobiernos del poder en su versión neoliberal o progresista. Las minorías que acaparan la riqueza del mundo tienen tanto poder (militar, político e informático) que hacen difícil pensar un necesario cambio ecológico y social estructural. En estas perspectivas las distintas formas de la derecha fascista se oponen a las necesarias medidas contra el covid-19 (mascarilla, distancia social, vacunación, certificado de vacunación, etc.) diciendo que éstas deben ser decisiones individuales. Como si esta decisión fuera propia de cada sujeto: no hay decisión individual en un problema de salud pública; mi límite es el límite que me impone el colectivo social. No aceptar estas medidas no solo me afecta sino a quienes me rodean.

Sin embargo, estas disposiciones contra la pandemia son aprovechadas por el poder para controlar a la población mediante recursos sanitaristas ya sea para impulsarlas o dejar de aplicarlas de un día para otro. Ante estas circunstancias no le debemos oponer la ilusoria libertad del individuo, sino la fuerza del colectivo social que permita generar propuestas de participación.

Estas disposiciones contra la pandemia son aprovechadas por el poder para controlar a la población mediante recursos sanitaristas ya sea para impulsarlas o dejar de aplicarlas de un día para otro. Ante estas circunstancias no le debemos oponer la ilusoria libertad del individuo, sino la fuerza del colectivo social que permita generar propuestas de participación

De allí la necesidad de apropiarnos de la cultura -que Spinoza llama la naturaleza- en la que estamos y pertenecemos para construir alternativas que enfrenten los procesos de sometimiento del poder hegemónico. Nada mejor, para finalizar, que recordar a Jean Paul Sartre cuando escribe en Los condenados de la tierra: “No nos convertimos en lo que somos sino mediante la negación íntima y radical de lo que han hecho de nosotros.”

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Articulo publicado en
Abril / 2022

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