El abordaje de pacientes con anorexia es complejo, tal como lo es la propia patología. En ella se entrecruzan cuestiones de diverso orden. Este padecimiento ha crecido en muchos sectores de la sociedad actual capitalista por la relación de la alimentación y los ideales del cuerpo. Es por ello que en este caso hemos decidido profundizar en la potencialidad del abordaje psicoanalítico. Para ello, como es habitual en estos ateneos, hemos consultado a dos especialistas en los abordajes de la anorexia, lo cual implica la construcción de nuevos dispositivos clínicos que conllevan replanteos en nuestros marcos teóricos.
Mariana, de 19 años, pide la consulta llamando por teléfono. Invoca que la deriva un médico nutricionista que la atiende desde hace tres meses. Su voz a través del teléfono suena aniñada.
En la primera entrevista me encuentro con una chica de mediana estatura y cuerpo armónico, que viste como una adulta formal, pero sus gestos y tono de voz son de una niña que habla con fluidez.
M: Siento que los problemas me sobrepasan, tengo mucho problema con la alimentación. Por eso me trato con el médico nutricionista. Cuando me pasa algo lo descargo comiendo. Tuve atracones, dos o tres veces intenté vomitar pero no pude, aunque me lastimé la garganta. Yo les conté algo a mi mamá y a mi papá, que no se habían dado cuenta; mi tía les dijo que me veía mal, y entonces me ofrecieron que hiciera terapia.
T: Me decís que tenés diferentes problemas. ¿Querés contarme sobre eso?
M: Mi tía dice que me ve mal, a pesar de haber cambiado de trabajo. Porque en el trabajo anterior el jefe me trataba mal y el socio intentó avanzar sobre mí. Ya me había pasado a los seis años, cuando un chico de catorce me había tocado.
Me cambia el ánimo de un momento a otro. Tengo entusiasmo por una salida, me pongo nerviosa porque no me entra un arito y listo. Salgo, pero no puedo hablar con nadie. Y capaz que al día siguiente contesto mal en el trabajo.
T: ¿Cuál es tu trabajo?
M: Estoy como recepcionista. Entré hace seis meses en esta empresa por un contacto familiar, el dueño es un primo de mi mamá. Y me tratan bien, sin embargo, tengo esas reacciones. No sé, pero no me veo bien. El médico dice que tengo que aumentar unos cinco kilos de acuerdo a mi estatura, que tengo que recuperar peso, que me pasé de dieta y gimnasia. Yo me veo gorda, quiero pesar cada vez menos. Me miro al espejo y me veo gorda. No me gusta que me digan cosas por la calle, sobre mi cuerpo o la marca del jean. (En ese momento se sonroja y se pone inquieta)
T: ¿Desde cuándo tenés esta preocupación?
M: De chica era flaquita, pero después de los diez años empecé a engordar, no podía dejar de comer, la pasé mal en los primeros años de la secundaria. El año pasado con una nutricionista había bajado diez kilos, pero en las vacaciones volví a engordar. Con este médico ya bajé quince kilos, él dice que ya estaba bien, pero yo quise seguir bajando, me veo gorda. (lo dice con un gesto de asco)
T: ¿Esta es tu primera consulta psicológica?
M: No, a los trece años fui a una psicóloga. Yo pensaba que me gustaban las mujeres y le tenía mucho miedo a mi papá. Se lo conté a mi hermana y me llevaron a tratamiento, pero a los tres meses me sacaron porque decían que me estaba apartando de la familia.
Ahora sé que no me gustan las mujeres, pero mi mamá y mi papá dicen que no confío en la familia, estoy mal con la comida y que siempre ando con mala cara.
Después de convenir la segunda entrevista, cuando nos estamos despidiendo en la puerta del consultorio, Mariana me dice: “No pienses que quiero ser anoréxica.”
En la segunda entrevista surgen aspectos de su historia y de su familia.
M: De chica era muy flaquita, era buena alumna, pero tenía muchos miedos. Vivíamos en la casa de mi abuela paterna, con malas relaciones familiares. Mis padres trabajaban en una sedería, era un negocio propio; y a mí me cuidaban las abuelas. La casa de mi abuela materna, que vive con mi tía, es como mi segundo hogar, a ellas las quiero mucho. Y ahora mi abuela está con un cáncer muy avanzado, tengo miedo de que se muera.
A los diez años nos mudamos a una casa propia y empecé a comer mucho y a engordar, y no pude parar. ¡Estaba horrible! La pasé mal al entrar a la secundaria, no me adaptaba. Y volvía a casa y estaba sola.
Mi papá es depresivo y violento. Y mi mamá, explota por el cuerpo con lipotimias; y está todo el día encima de mi papá.
T: Contame un poco más de tu papá.
M: El trabaja muchas horas y cuando vuelve se enchufa al televisor. Si le querés decir algo se pone furioso. Cuando era chiquita era de pegarme. Ahora no lo hace más, pero a mí me da miedo.
Con quien tengo más confianza es con mi hermana, que tiene veinticinco años y que se está mudando con su novio. La voy a extrañar porque ella es como mi mamá, pero estoy contenta de quedarme con la habitación para mí sola.
Tengo pocas amigas, y salgo con mi hermana o con mi mamá. Y cuando estamos en casa mis padres me persiguen para que coma con ellos y que coma más, es en lo único que se fijan; y nos peleamos. Siempre discuto con mi mamá por la comida. Ella me insiste para que coma dos milanesas cuando son chicas, pero yo tengo que comer sólo una. Se me vuelve una obsesión la comida. Casi siempre quiero comer sólo ensalada. No soporto nada que esté empanado. Por eso cuando como una milanesa le digo a mi mamá: “agradecé que como.” Siento que mi mamá me presiona y no la soporto. Cuando me voy a dormir no puedo dejar de pensar en comida, que comí algo que no tendría que haber comido. Algunas veces cuando hablo con alguien en el trabajo pienso, mientras hablo, en comida.
Cuando estoy sola hago mi dieta y mucha gimnasia, y nadie me controla.
Le recuerdo que antes me dijo que cuando era chiquita tenía muchos miedos. Le pido que me cuente a qué le temía. Me dice que cuando los papás llegaban tarde ella se imaginaba que no iban a volver más, y que ella y su hermana se quedarían con la tía y la abuela materna para siempre. Eso le daba miedo y a veces no se podía dormir.
En la tercera entrevista vuelve a hablar de la comida y de su peso. Pero en un momento dice:
M: Me siento deprimida, estoy por menstruar, se me atrasó tres meses. Otra vez me preocupa que pudiera tener “algo” con las mujeres. Yo las miro por su cuerpo y cómo se visten. Me gustan los chicos, pero me da vergüenza conocer a un chico y no ser aceptada. Hace unos meses atrás estuve con un chico que había conocido en el trabajo. Pero ni bien empezamos él me cortó. Me siento triste por eso, pero no puedo llorar.
Al terminar la entrevista, acordamos una siguiente y me dice en la puerta del consultorio.
M- Te tengo que contar que soy la prima de Marcelo, otro paciente tuyo. Hablé con él y está por terminar su tratamiento… No te lo conté antes porque tenía miedo que no me quieras atender. Pero me sentí muy cómoda con vos, mucho mejor que con la psicóloga anterior.
Hasta ese momento, mi contratransferencia era positiva, con deseos de avanzar y ayudarla. Pero en ese momento, me surgió desconfianza y dudas. ¿Cuántas cosas estará ocultando?
El relato clínico surgió a partir del trabajo de casos clínicos del Consejo de Redacción.
Valentina Esrubilsky, Psicoanalista y Psiquiatra
La consulta adolescente la pensamos dentro del marco cultural y social al que pertenece, a su etapa evolutiva y teniendo presente las patologías que tienen como edad de comienzo a la adolescencia.
Con la postmodernidad, comienza la “crisis de los grandes relatos”, la falta de interés y compromiso con el terreno de las ideas, dando lugar a la valorización del consumo, el enaltecimiento de la cultura de la imagen y la gratificación inmediata. De esta manera se afecta el espacio mental necesario para la elaboración de los conflictos, dando lugar al “ideal del ya”.
El aumento de la frecuencia con la que ciertos cuadros clínicos empiezan a aparecer en la consulta, nos hacen pensar en los efectos que la cultura produce en los procesos adolescentes.
La diferencia entre lo que pensamos como normal y patológico la intentaremos abordar sin rechazar las nuevas teorías que conmueven nuestras certezas, aceptando las diferencias generacionales y culturales. Tampoco globalizar los sufrimientos normatizándolos a las nuevas conductas que propone la cultura a riesgo de perder lo particular del sujeto ó la detección de patologías.
A través del caso clínico propuesto jugaré con hipótesis que apuntan a abrir un abanico de posibilidades para pensar a Mariana.
En M. podemos observar síntomas fóbicos y obesivos que los encontramos como antecedentes en la pubertad y que tienen como escenario la comida y la alimentación. Podemos incluirlo dentro de las restricciones alimentarias pasajeras y que logran mejoría a través de ciertas modificaciones de los mecanismos intrapsíquicos individuales y de la dinámica familiar.
Los mecanismos de disociación aparecen cuando decide no comer, continuar el descenso de peso, intentar vomitar, mantener la restricción a pesar de las indicaciones médicas, mostrando así la negación de la dependencia y de la necesidad vincular.
Sus gestos y su voz aniñada revelan expresiones infantiles que coexisten con aspectos adultos formales; pasando por alto la etapa adolescente del cuerpo sexuado adolescente, posible causante de preocupaciones, de vivencias extrañas, confusión, hasta llegar al rechazo.
La patología se expresa en la conducta y en el cuerpo por insuficiencia en los procesos de simbolización. Este perjuicio en los procesos simbólicos conduce seguidamente a un proceso de subjetivación inacabada que a su vez empuja en dirección a las patologías narcisistas que alcanzan a la conducta y el cuerpo.
M. ha iniciado una dieta partiendo de un sobrepeso, compartiendo con la cultura un ideal de cuerpo delgado, pero se agrega la psicopatología.
A sus 13 años consultó por miedo al padre y por fantasías homosexuales. La pubertad la enfrenta con los cambios corporales. Surge entonces la posibilidad de concretar y ejercer su sexualidad. La sorprenden fantasías incestuosas y homosexuales que la asustan.
Comienza con psicoterapia, pero rápidamente sus padres la interrumpen “porque la alejaba de la familia” sancionando de esta manera la salida exogámica, el lugar del padre y la separación de la madre.
Se observa una madre muy ocupada tanto con su trabajo como con su marido. Y este último violento, depresivo y desconectado afectivamente, sin posibilidad de ejercer el sostén necesario para permitir la atención de su hija. No se logra identificar la función de un padre que ayude en la separación de M. y su mamá. Ser anoréxica, la recorta de la madre evitando ser un todo con ella. La paciente muestra deficiencias yoicas estructurales que se ponen de relieve en los intentos frustros de lograr la separación. En la restricción alimentaria da muestras de la omnipotencia y megalomanía como solución a la dificultad que presenta en el proceso de autonomía y exogamia.
Mariana refiere tener un vínculo estrecho con sus dos abuelas y con una tía que es quien parece registrar su malestar. Esta tía la “conoce”, la mira y es quien le sugiere consultar con un terapeuta. Es esta tía quien le habilita una salida a un terapeuta; un tercero fuera del vínculo endogámico.
Entretanto, el momento de descenso de peso coincide con la mudanza de su hermana con su novio. Esta hermana también tuvo para M. la función de madre. Seguramente resignifica otras separaciones de la infancia vividas como pérdidas. Parece existir un intento poco exitoso de separación y diferenciación de su mamá a los 13 años. La mamá no parece ser un objeto suficientemente instalado que posibilite una separación. Esta situación le agrega sentimientos agresivos al vínculo que son vividos como amenaza al yo. Mariana tiene recuerdos infantiles en relación a los deseos de muerte de los padres para quedarse con otras madres-abuelas que la pudieran contener. De ahí el temor a que algo malo le pase.
La sexualidad aparece en sus asociaciones mentales en relación al acoso del socio del jefe de su trabajo, objeto incestuoso, pero a la vez hombre que se fija en ella. Lo asocia con un episodio en el que fue tocada por un chico a sus 6 años. Su relación con la sexualidad, tal como en la latencia, es objeto de represión masiva, hay un déficit de investidura erógeno del cuerpo. El conjunto de los sentimientos que acompañan la sexualidad parecen haberse desplazado a la alimentación.
El rechazo a su cuerpo sexuado se expresa en una serie de dimensiones: la restricción alimentaria, el aspecto aniñado, el descenso de peso, el deseo de vomitar hasta lastimarse la garganta, el desagrado a su cuerpo redondeado y femenino, el asco cuando la miran, el sonrojarse al relatarlo, y finalmente las ideas recurrentes en relación a la comida en momentos de descanso e intimidad en la cama y cuando se da el intercambio con pares.
La ansiedad en el momento previo a las salidas está asociada al temor al encuentro con su sexualidad. Se pone ansiosa con aquello que no puede penetrar (arito en la oreja). Le resulta insoportable y torna el entusiasmo en malhumor resultando luego en cerrar la boca y no hablar. La anorexia nerviosa representaría la imagen actualizada de la irrupción traumática de la sexualidad en la pubertad. Este período vulnerable encuentra una compensación en la fetichización de la delgadez (M. Recalcati).
Mariana tiene pocas amigas, sale con su mamá y su hermana. Resuelve entonces quedarse en la familia, tanto para las salidas como para el proyecto laboral (es un conocido de la familia por quien consigue su trabajo de recepcionista).
No logra construir un proyecto personal diferente y original de lo designado por la familia.
No encuentra el espacio para construirlo en el juego de identificaciones y desidentificaciones.
Aparecen características histéricas y obsesivas en los finales de las sesiones en la relación con la analista. En una le avisa que “no es una anoréxica”, transmitiéndole el diagnóstico equivocado que tiene sobre ella y la necesidad que tendrá de volver a pensarla para lograr entenderla.
En la última sesión surge una información que sorprende a la analista y la corre de su función. La paciente manifiesta la fantasía de decidir y controlar a la analista, a través de dejarla sin saber de su parentesco con un paciente suyo.
Si bien se presenta como una paciente neurótica, es la evolución la que permitirá hacer el diagnóstico de estructura.
Si la paciente sostuviera la restricción alimentaria con riesgo de vida, daría evidencias de fallas en la integración yoica que con el tiempo se constituyen en trastornos en la identidad crónicos y falta de emocionalidad debido a mecanismos disociativos que operan en el yo.
En nuestra práctica de hoy predominan las problemáticas referidas a la acción y al cuerpo y también nos encontramos de modo creciente con vacíos y depresiones. Pareciera la anorexia un resumen de todas estas patologías posibles de la adolescencia.
Se considera que la intervención en estas patologías debe ser temprana, integral, por medio de un equipo interdisciplinario sólidamente constituido abarcando la psicoterapia individual familiar, el psiquiatra y el médico clínico.
El análisis trabaja en la develación del síntoma, no en la obturación.
Sin embargo, la anorexia es una patología mental con repercusión orgánica no pudiendo el analista quedar al margen del estado clínico del paciente.
Destaco la importancia del trabajo en equipo, ya que el proceso terapéutico que la paciente despliega se describe como paradojal. Es decir: en momentos de mejoría sintomática orgánica se producen descompensaciones psicológicas y es en momentos de mejoría emocional, que la paciente necesita reforzar el síntoma como recurso frente a un estado sentido como desintegrador. Esta situación anteriormente descripta genera en ocasiones malos entendidos en el equipo tratante. Se requiere de confianza, tiempo y tolerancia del equipo y en la relación con el paciente.
La evaluación fenomenológica es necesaria para la indicación de medicación. La lectura psicodinámica procura la comprensión del paciente. Ambas evaluaciones trabajan en colaboración no en oposición.
Se considera necesaria la medicación cuando: el contacto con la realidad está alterado, cuando hay certeza respecto a sus pensamientos referidos a adelgazar, monopolización de sus ideas en relación al cuerpo y a la comida, riesgo en el peso con invariantes respecto a la actitud alimentaria, cronicidad, las consecuencias que el trastorno tiene en la vida del adolescente tanto a nivel subjetivo como del vínculo social y del aprendizaje.
Es la evolución en el proceso terapéutico y la gravedad ó no de la sintomatología clínica que irá marcando el devenir del diagnóstico y la terapéutica necesaria para esta joven en este momento vital.
Susana Matus, Lic. en Psicología y Psicoanalista
Cuando la clínica actual nos coloca frente a situaciones “de borde”, es decir situaciones donde el riesgo de caída de la subjetividad está en juego, nos vemos impulsados a crear nuevos tipos de intervenciones.
Es desde esta necesidad de reformulación del encuadre psicoanalítico que fue adquiriendo consistencia el modelo del Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares. Modelo que supone no solo una complejización teórica, sino también una ampliación de los recursos que permiten intervenciones de mayor eficacia frente al sufrimiento subjetivo y/o vincular.
Estas perspectivas teóricas proponen el no aislamiento del sujeto respecto de sus vínculos y de la dimensión sociocultural, y una concepción del vínculo humano como sede privilegiada del apuntalamiento permanente del psiquismo.
Asimismo, el trabajo clínico nos enfrenta permanentemente con nuevos interrogantes y con cuestiones que nuestros pacientes traen, muchas veces ligadas a una cierta angustia de no asignación, que remite a desligaduras, tanto en términos subjetivos, como vinculares y sociales.
Las entrevistas entre Mariana y su analista, constituyen un desafío para pensar estas cuestiones.
Los vínculos se estructuran a partir de una presentación de los sujetos del vínculo, presencia efectiva, condición de posibilidad para representar la ausencia, así como para bordear el registro de la radical ajenidad que siempre está en juego.
Ajenidad y presentación son motores de aquellas marcas psíquicas que dan cuenta de lo que Piera Aulagnier denomina “estar condenados a investir”, marcas psíquicas constitutivas de la subjetividad.
Veamos que nos dice Mariana:
Tuve atracones, dos o tres veces intenté vomitar, pero no pude, aunque me lastimé la garganta. Yo les conté algo a mi mamá y a mi papá, que no se habían dado cuenta; mi tía les dijo que me veía mal, y entonces me ofrecieron que hiciera terapia…
…La casa de mi abuela materna, que vive con mi tía, es como mi segundo hogar, a ellas las quiero mucho. Y ahora mi abuela está con un cáncer muy avanzado, tengo miedo de que se muera.
Pensando en el motivo de consulta, suponemos que la posibilidad de perder el vínculo con su abuela materna, podría ser el detonante de la búsqueda de ayuda, y al mismo tiempo, el plus de sentimientos de desamparo que podría sobrevenirle, en tanto según su relato, sus padres no tienen registro de sus padecimientos.
¿Cómo velar la ajenidad radical del otro -la abuela- en el momento de su muerte, si los vínculos familiares dan más cuenta de una imposibilidad que de la posibilidad de narcisización y reconocimiento?
¿El atracón sería un intento de tragarse al objeto amado por un déficit en la representación de su ausencia?
Sigue el relato de la analista:
Me dice que cuando los papás llegaban tarde ella se imaginaba que no iban a volver más, y que ella y su hermana se quedarían con la tía y la abuela materna para siempre. Eso le daba miedo y a veces no se podía dormir.
Nos preguntamos: ¿temor o deseo? Tal vez la presencia de la tía y de la abuela, fueron las que habilitaron el armado de vínculos posibles para intentar velar la ajenidad y construir un punto de encuentro y de diferenciación entre ella y sus otros significativos.
Merece un párrafo especial su decir sobre la relación con su hermana:
Con quien tengo más confianza es con mi hermana, que tiene veinticinco años y que se está mudando con su novio. La voy a extrañar porque ella es como mi mamá, pero estoy contenta de quedarme con la habitación para mí sola.
“Sobre llovido, mojado”, dice el refrán, esto es: en su horizonte, Mariana se encuentra no solo con la pérdida de su abuela, sino también con la separación de su hermana, uno de los pocos vínculos confiables - ¿capaces de producir ilusión? - con los que ella siente que cuenta.
Sigamos escuchando a Mariana en relación a sus vínculos:
Mi papá es depresivo y violento. Y mi mamá, explota por el cuerpo con lipotimias; y está todo el día encima de mi papá…
…No soporto nada que este empanado. Por eso cuando como una milanesa le digo a mi mamá: “agradecé que como”. Siento que mi mamá me presiona y no la soporto. Cuando me voy a dormir no puedo dejar de pensar en comida, que comí algo que no tendría que haber comido.
Si las identificaciones son un eslabón en el sentimiento de pertenencia a una familia, Mariana solo puede hallar a un padre en su depresión, y a una madre en la explosión corporal. Debe expulsar lo que alimenta, porque paradojalmente lo que se interioriza para armar subjetividad es lo mismo que lleva a su destrucción.
Pero intentando encontrar otros modelos en lo social, se le superponen la identificación con la elección sexual. Confusión que da más cuenta de una frágil subjetividad, que de una elección homosexual. Es en este sentido que interpretamos sus dichos:
Me siento deprimida, estoy por menstruar, se me atrasó tres meses. Otra vez me preocupa que pudiera tener “algo” con las mujeres. Yo las miro por su cuerpo y cómo se visten. Me gustan los chicos, pero me da vergüenza conocer a un chico y no ser aceptada.
También desde esta perspectiva de fragilidad, escuchamos:
Me cambia el ánimo de un momento a otro. Tengo entusiasmo por una salida, me pongo nerviosa porque no me entra un arito y listo. Salgo, pero no puedo hablar con nadie. Y capaz que al día siguiente contesto mal en el trabajo…
…El médico dice que tengo que aumentar unos cinco kilos de acuerdo a mi estatura, que tengo que recuperar peso, que me pasé de dieta y gimnasia. Yo me veo gorda, quiero pesar cada vez menos. Me miro al espejo y me veo gorda. No me gusta que me digan cosas por la calle, sobre mi cuerpo o la marca del jean. (En ese momento se sonroja y se pone inquieta).
La dificultad para ilusionar, para construir imaginario, deja al descubierto no solo el déficit del vínculo paterno-filial, sino que pone de manifiesto la falla en la construcción del espejo y el surgimiento del cuerpo fragmentado como sensación predominante de su subjetividad.
Como vemos, es en el entramado de marcas subjetivas e intersubjetivas, donde podemos encontrar las condiciones de producción para la anorexia de Mariana. Entramado que también supone otra dimensión donde el ideal social de delgadez para la mujer, aporta para que esta sea la salida al sufrimiento que ella intenta encontrar.
Bordear la ajenidad y lo traumático para encontrar modos de representación que acoten su vertiente siniestra, implica la construcción renovada de psiquismo, y requiere de un otro en calidad de prójimo -aquí el analista- que pueda cumplir funciones de reconocimiento. Es importante no olvidar que el vínculo analítico es asimismo, lazo social.
Si el lazo transferencial exhibe como uno de sus fundamentos suponer un saber al analista, es también parte de su eficacia la construcción de imaginario allí donde lo siniestro se presenta sin filtros.
Por otra parte, hallamos dos indicadores clínicos -fallidos en esta oportunidad-: el sentimiento de pertenencia y el sistema de ideales, co-constructores de la ilusión necesaria para velar el punto imposible de todo vínculo, tanto en lo relativo a la ajenidad como a lo traumático. El sentimiento de pertenencia se basa en la necesidad de estar incluido en un vínculo, que opera como sostén identitario frente a la vivencia de inermidad del sujeto. La necesidad de pertenecer y ser reconocido como condición de ser, lleva a veces a soportar situaciones de extrema exigencia y sufrimiento vincular, para evitar lo que Kaës denomina: “la angustia de no asignación”.
Escuchemos a Mariana y su analista:
Te tengo que contar que soy la prima de Marcelo, otro paciente tuyo. Hablé con él y está por terminar su tratamiento… No te lo conté antes porque tenía miedo que no me quieras atender. Pero me sentí muy cómoda con vos, mucho mejor que con la psicóloga anterior.
Observamos en esta viñeta, como la pertenencia al vínculo con su primo “es y no es” garantía de posibilidad de construcción del vínculo con el analista: por una parte, es un terapeuta que le resulta familiar, confiable, pero esta familiaridad puede convertirse en aquello que no le permita armar vínculo con el analista. Más allá de los mitos que pueden circular en el imaginario social sobre la independencia y neutralidad analítica, pareciera que siempre Mariana queda tomada por vínculos paradojales, donde lo que es bueno, al mismo tiempo podría ser malo para ella. En otros términos, hay una desconfianza básica que no logra ser velada, por lo que la esperanza de ser reconocida se diluye.
En consonancia con esto, es la analista la que registra desconfianza:
Hasta ese momento, mi contratransferencia era positiva, con deseos de avanzar y ayudarla. Pero en ese momento, me surgió desconfianza y dudas. ¿Cuántas cosas estará ocultando?
La clínica actual se halla plagada de situaciones en las que la desilusión es más fuerte que la ilusión. Nos encontramos en muchas oportunidades frente a la necesidad de implementar intervenciones desde lo imaginario, para reinstalar un cierto espacio de ilusión narcisizante; intervenciones que cumplen un papel fundamental para la prosecución del análisis.
En este sentido, desarmar la desconfianza del lado del analista, permitiría construir un puente de confianza con la paciente. Para ello, será necesario contar con un analista implicado, abstinente pero no neutral, lo cual supone pensar además del lugar transferencial, la dimensión subjetiva del propio analista.
Creo que una intervención que apueste a una elección mutua, donde el deseo de la paciente de entrar al vínculo -me sentí muy cómoda con vos-, fuera correspondido con el registro del -deseo de avanzar y ayudarla-, permitiría armar una pertenencia novedosa, en fin, una herramienta que las habilitaría -si se sostiene el vínculo analítico- a construir marcas inéditas respecto de un reconocimiento subjetivo posible.
Bibliografía
Gomel, S.; Matus, S.: Conjeturas Psicopatológicas, Clínica Psicoanalítica de familia y pareja, Psicolibro ediciones, Bs. As, 2011
Matus, S.; Rojas, M.C.: Clínica de las redes: implicación y disimetría en el vínculo analítico, Jornadas de la AAPPG, Bs. As., 2005
Nota
1. Miembro Titular de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo (AAPPG), Miembro Titular del Centro Oro.