Todo hay que volver a inventarlo
(...) el amor no tiene por qué ser una excepción.
Julio Cortázar
En la primera de sus “Contribuciones a la psicología del amor”, Freud afirma que en la vida amorosa normal el valor de la mujer es regido por su integridad sexual y que el rasgo de la liviandad lo rebaja, a la vez que juzga sorprendente un particular tipo de elección donde los hombres son atraídos por mujeres comprometidas, cuya conducta sexual merece mala fama y de cuya fidelidad se puede dudar.
La monogamia es un sistema de control sobre los afectos cuya implantación debe rastrearse al período comprendido entre los siglos XV-XVIII en Europa, momento de la primera gran expansión colonial, la implantación del capitalismo
Detengámonos para interrogar esta conceptualización de “vida amorosa normal” evitando su simple impugnación ya que constituye la premisa sobre la cual se sostienen todos los desarrollos de este apartado. En ella, la exclusividad sexual y afectiva se suponen inherentes al vínculo de amor.
En primer lugar, podemos decir que se trata de una hipótesis que no guarda coherencia con las premisas fundamentales de la teoría las cuales, ordenadas en la metapsicología, más bien subvierten cualquier intento de normativizar la sexualidad además de que brindan conceptualizaciones útiles para explicar la materialidad de diversas formas amorosas y deseantes (partiendo de la concepción misma de sexualidad y el estatuto epistemológico del inconsciente). Es más, en la segunda de estas contribuciones, Freud postula que, a consecuencia de la elección de objeto en dos tiempos separados por la interposición de la barrera del incesto, el objeto definitivo de la pulsión ya no es nunca el originario sino un subrogado de este, y que toda vez que el objeto originario se pierde por obra de la represión, la subrogación se realiza en una serie interminable de objetos sustitutivos de los cuales, empero, ninguno satisface plenamente. Este modelo de funcionamiento amoroso de los neuróticos que se deduce lógicamente de la metapsicología, contradice la hipótesis en cuestión.
Agregamos también que no se trata de una hipótesis que sea puesta a prueba en la clínica, es decir, contrastada. Aparece más bien al modo de una teoría presupuesta no explicitada que se presupone válida para estudiar luego sus desviaciones.
Ahora bien, si no se trata de una hipótesis derivada ni se induce a partir de observaciones en la clínica, ¿de dónde surge esta homologación entre amor y monogamia?
Aunque en nuestro pensamiento (como en el de Freud) el amor entraña exclusividad sexual, esto no ha sido así en todos los momentos históricos ni es así en este momento en todos los grupos humanos.1 La monogamia es un sistema de control sobre los afectos cuya implantación debe rastrearse al período comprendido entre los siglos XV-XVIII en Europa, momento de la primera gran expansión colonial, la implantación del capitalismo y la construcción de la raza y el género al modo contemporáneo a través del asesinato masivo de poblaciones originarias y de personas esclavizadas, así como de personas acusadas de brujería en Europa, en su mayoría mujeres.
El cercamiento de las tierras comunales (de las que las familias empobrecidas, hombres y mujeres, extraían infinidad de recursos para su subsistencia) fue acompañada de una equivalente privatización de las relaciones sociales: leyes y cambios en las costumbres que dificultaron o prohibieron las formas de vida comunales, la diversión, el entretenimiento y las celebraciones que tenían lugar en esas tierras. Se persigue el sexo no procreativo, así como las organizaciones sociales no constituidas en torno a la transmisión, sea ésta por reproducción, filiación o patrimonio. El cambio de paradigma necesitó de mucho tiempo y de mucha violencia, y de ello participaron aparatos represivos como la Inquisición, que mandó a la hoguera a miles de personas acusadas de faltas que tenían que ver de manera directa o indirecta con prácticas sexuales o de control de la reproducción (Vasallo, 2018).
El estado moderno necesitó introducir grandes cambios en el proceso de reproducción social, especialmente en la reproducción de la fuerza de trabajo. En su estudio sobre el origen de la explotación de la clase de las mujeres, la feminista marxista italiana Silvia Federici (2010) plantea cómo la “caza de brujas” en Europa sirvió para crear un “espacio doméstico”, el hogar, y confinar a las mujeres en él, forzándolas al trabajo de reproducción social gratuito y dando lugar así a un proceso de acumulación primitiva tan importante como el saqueo colonial para el surgimiento del capitalismo (Falquet, 2017).
Quedamos definitivamente marcados como hombres y mujeres, ligados por el deseo heterosexual obligatorio y dependientes en términos de monogamia en tanto que ya no sería posible ninguna otra forma de subsistencia corriente: la rotunda división del trabajo imposibilitaría sobrevivir fuera de la heterosexualidad monógama (Vasallo, 2018).
Todas estas corrientes quedan plasmadas en el revestimiento amoroso que se le otorga a la institución matrimonial en la cultura occidental, sobre todo a partir del siglo XVIII. La modernidad, con su valoración del individuo y de las libertades individuales y sus promesas de igualdad, ya no puede justificar matrimonios arreglados desde el cálculo de beneficios para entidades como la familia o el clan, tomando fuerza los ideales románticos. Es así que el romanticismo de la monogamia no se encuentra sólo al servicio de mantener la moral; más bien la moral y el romanticismo sirven para hacer aceptable un modo de organización que genera obligaciones, acceso diferencial al trabajo y a los salarios, a los bienes culturales y a todas las tareas de cuidado.
Visibilizar la dimensión política de la monogamia no constituye por sí misma una refutación al estatuto de normalidad atribuido al anhelo de exclusividad sexual como condición del amor. Construir analogías a partir de los desarrollos de otras disciplinas es un medio para formular hipótesis, no para validarlas. Las preguntas deberán luego ser respondidas al interior de nuestro propio campo. Del mismo modo, tampoco los desarrollos de Freud permiten validar dicha premisa. La vida amorosa normal descripta en el texto constituye sólo un cambio de palabras respecto del lenguaje corriente, una reproducción especular que recoge la apariencia de las cosas sin abrir una pregunta respecto de la estructura que produce tal apariencia. No guarda coherencia con el resto de la teoría ni es presentada al modo de una hipótesis de la que puedan extraerse consecuencias observacionales para cotejarlas con la experiencia. Aparece al modo de un conocimiento intuitivo, inmediato. Se confunde el dato sensorial, “lo real” para el positivismo, con el hecho científico, que siempre es el producto de una construcción teórica sometida luego a experiencias y comprobaciones.
Como plantea Esther Díaz, no es lo mismo teoría científica que ciencia. La ciencia es una actividad humana, que incluye, pero no puede reducirse a la justificación lógica de las teorías, sino que se extiende al cúmulo de factores sociales, políticos, psíquicos y culturales que determinan las preguntas y los marcos teóricos. Tomamos como ejemplo las “Contribuciones a la psicología del amor” pero sostenemos que es posible encontrar sesgos monogamistas en numerosos desarrollos psicoanalíticos, aún contemporáneos. Los efectos políticos de esta ideologización o sus implicancias sociales es una discusión que es importante dar en otros ámbitos. En el ámbito académico, nuestro objetivo es demostrar que la ideologización de la teoría produce un modo de acercamiento al objeto que es básicamente defectuoso, además de que determina contradicciones internas e imposibilita la contrastación en la clínica.
Celeste Caudana
Médica psicoanalista
celestecaudana [at] gmail.com
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Federici, Silvia, Calibán y la bruja. Buenos Aires, Tinta Limón, 2010.
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1. Es importante siempre señalar el sesgo racista que implica homologar lo humano con los modos de organización social del capitalismo occidental.