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ADOPCIÓN Y PSICOANÁLISIS

 

Yo quiero conocer mi origen.
Edipo

  • LA ADOPCIÓN EN LA CLÍNICA

 

Alejandra, periodista de profesión y por entonces bordeando los treinta y nueve años, me dice entre sollozos: “Necesito ayuda. Ya lo hemos intentado por más de diez años y nada. Los exámenes dicen que está todo bien, pero con Raúl no podemos tener hijos. No sabemos de quién es el problema: si mío o de él, pero a estas alturas da lo mismo. A veces siento que es como si mi hijo hubiera muerto antes de nacer, o incluso antes de alojarlo en mi útero. Y quiero que esto no me afecte al momento de adoptar a un niño, quiero cicatrizar esta herida”.
Roberto y Andrea, ambos de cuarenta y dos años, están haciendo los trámites de adopción. En una entrevista preliminar, me señalan: “Estamos nerviosos. El Servicio Nacional de Menores ya nos evaluó física y psicológicamente y hemos sido autorizados para adoptar. Cumplimos con todos los requisitos. Estamos asistiendo a unos talleres para capacitarnos. Hace uno o dos años, los dos estábamos por el suelo, tuvimos que asumir que no podríamos tener hijos en forma biológica. Ahora lo que queremos es un apoyo, unos amigos que ya pasaron por esto nos recomendaron un acompañamiento terapéutico, para poder recibir a nuestro hijo en las mejores condiciones”.
Ester, una mujer de unos cincuenta y cinco años, llega a consultarme por su hijo adolescente. En una primera entrevista, me comenta: “Como no pudimos tener hijos con mi marido, hace ya varios años decidimos adoptar. Ahora tengo dos hijos adoptivos. Gabriel, el mayor, se parecía mucho a mí desde que era bebé. Con él no hubo problema. Lorenzo, en cambio, el segundo, era negrito… era diferente. Siempre me costó hacerme la idea de que yo era su madre. Lorenzo, que ya tiene dieciocho años, ha tenido muchos problemas. Hace unos meses ingirió un puñado de pastillas para, según él, quitarse la vida. Yo lo ando cuidando todo el día… El otro día, le encontré un cuchillo corta-cartón debajo de su cama y se lo quité. Ahora resulta que quiere encontrar a su madre verdadera. Y yo no puedo oponerme, porque la verdad es que ella es su madre, no yo. A veces es como si me sintiera culpable, pero yo he tratado de hacer las cosas lo mejor posible. La verdad, no sé si es él o yo quien necesita una terapia. O a lo mejor los dos”.
Natalia está en análisis hace un par de años, desde que ya no pudo más con sus estados depresivos. Con sus veintisiete años, trabajadora social y dedicada a la colocación de niños en hogares protegidos, me refiere en una de sus primeras sesiones: “aunque soy hija biológica, siempre me he sentido ajena a la familia. De chica, mis papás y hermanos me decían ‘Natalien’, por la película ‘Alien’, que era como de un monstruo extraterrestre. De niña siempre soñaba con que llegaría mi verdadera familia y me llevaría lejos. Una vez, mi mamá me dijo que cuando supo que estaba embarazada de mí, fue terrible para ella, que incluso pensaron en abortarme. De mis hermanos, yo soy la mayor y la única que no fue planificada”.
Consuelo tiene siete años y llega a análisis por presentar enuresis. Aunque en un principio, Daniel y Antonia, sus padres, no me comentan nada acerca de su carácter de hija adoptiva, los dibujos de Consuelo (en especial, el de una familia con una cruz en la boca de sus tres miembros) no tardan en hacerme pensar en que hay algo que no ha sido dicho. “Es un secreto guardado bajo siete llaves”, me señala Antonia, antes que Daniel agregue: “no hemos querido hablar de esto para no hacer diferencias entre ella y Diego, que ahora tiene trece años y es hijo biológico. Siempre hemos intentado tratar a los dos por igual, pero es que Consuelo es demasiado distinta a nosotros tres. A veces pienso que nos equivocamos de niña, pero no es tan simple como llegar y devolverla. ¿Te imaginas que fuera así? Nosotros queremos que ella cambie. De partida, que deje de mojar la cama”. Varios meses después, una vez que el síntoma ha sido sustituido por las palabras que no podían ser enunciadas, Consuelo me dirá como al pasar: “antes mojaba las sábanas, ahora mojo la almohada cuando tengo pena. A veces me gustaría quedarme aquí y no volver a mi casa. ¿Tú tienes hijos?”.
Hernán, director de una empresa de telecomunicaciones y político de renombre, me señala: “siempre quise poder adoptar a un niño pobre, para que fuera más feliz. Pero ahora resulta que José, el niño que acogimos con mi esposa hace unos meses, está con problemas para adaptarse a su nueva realidad. El otro día, por ejemplo, le celebramos su quinto cumpleaños con muchos regalos, payasos y títeres, una gran fiesta… Pero José pasó todo el día vomitando, como ya es costumbre desde que llegó. El pediatra nos envió al psicólogo, porque dijo que físicamente estaba bien, pero que parecía emocionalmente afectado por los cambios tan bruscos en su entorno. Pobrecito… si en el hogar de acogida, con suerte tomaba un par de sopas y comía pan del día anterior”.

  • ¿QUÉ ES UN HIJO? NOTAS SOBRE FILIACIÓN Y ADOPCIÓN

 

La palabra “hijo” está sujeta a un debate etimológico: algunas fuentes, plantean que  proviene de la voz “el que es amado”; otras, lo reconducen a la expresión “el que mama”. De todos modos, ambas hipótesis nos sirven para situar una tensión fundamental al momento de interrogar la filiación: ser hijo, ¿es una condición biológica o una inscripción simbólica?
Previsiblemente, la pregunta acerca de qué es un hijo ha tenido distintas respuestas a lo largo de la historia. Recordemos que ya los romanos distinguían entre los “hijos de la familia” y los “hijos de la tierra”: los primeros, herederos de un clan, eran hombres libres y los segundos, criaturas desprovistas de soporte sociocultural, estaban destinados a la esclavitud.
En nuestros tiempos, notaciones que aún resuenan, tales como “hijo natural”, “hijo legítimo” o “hijo ilegítimo”, nos muestran que la oposición entre naturaleza y ley ha atravesado siglos y geografías. El propio Freud utiliza estas expresiones al formular, por ejemplo, las variaciones de la novela familiar del neurótico (1909), en especial al poner en juego la fantasía del niño respecto de la presunta ilegitimidad de sus hermanos mayores.
A partir de estos elementos, bien podemos preguntarnos: ¿qué es, entonces, un hijo? Una primera reflexión nos coloca frente a una relación dialéctica: así como no hay padre ni madre si no hay un hijo que los reconozca como tales, tampoco hay hijo si no hay a lo menos un adulto que asuma ante él su paternidad.
En este contexto, es claro que no basta con el engendramiento biológico para la constitución de una relación de filiación. Un hijo no se reduce al encuentro de un óvulo con un espermio, como tampoco a una criatura eyectada de un determinado vientre: hace falta una marca, un nombre, una inscripción, un lugar simbólico donde la criatura pueda alojarse. El deseo de hijo, tanto como su ausencia, preexiste a lo real de su materialización. Y aquí no hay norma universal: cada pareja, cada persona incluso, produce sus propias tentativas de respuesta para la pregunta acerca de qué es un hijo.
No hacemos otra cosa que sugerir una diferenciación entre engendramiento real y adopción simbólica. Con esto, queremos resaltar que la filiación, vale decir, el proceso mediante el cual una criatura deviene hijo, es un proceso simbólico y no un acto biológico o natural. Filiación es adopción simbólica.
Sucede que, en estricto rigor, todo hijo es hijo adoptado . Esto quiere decir que, para que exista un hijo, debe haber al menos un adulto que lo haya adoptado simbólicamente como tal, permitiéndole habitar en el mundo desde un lugar determinado. A modo de ejemplo, el relato de Natalia nos sugiere que, con frecuencia, un hijo biológico que no ha atravesado por una adopción simbólica presenta más obstáculos que un hijo adoptivo para construir su propio espacio en el mundo.
Adelantemos un pequeño esquema que nos permitirá seguir adelante con más claridad y precisión en nuestras próximas puntualizaciones :

TRES FORMAS DE FILIACIÓN

 

FILIACIÓN REAL

FILIACIÓN IMAGINARIA

FILIACIÓN SIMBÓLICA

ESCENA

ENGENDRAMIENTO

APEGO

ADOPCIÓN

FIGURA

AUTOEROTISMO

NARCISISMO

ELECCIÓN DE OBJETO

ACCIÓN

SER PARIDO

SER CUIDADO

SER RECONOCIDO

Ahora estamos en condiciones de establecer una triple distinción, a saber, entre engendramiento real, apego imaginario y adopción simbólica: tres formas de filiación. La primera tiene por escena el nacimiento biológico y por figura la fragmentación corporal o caos pulsional del autoerotismo; la segunda asume como escena el apego del sostén materno y por figura la formación del yo en el narcisismo originario; la tercera puede verse escenificada en la adopción simbólica característica del reconocimiento parental, bajo figura y condición de que allí se realice una elección de objeto.
Ser parido, ser cuidado, ser reconocido. Bien sabemos por la experiencia clínica que cuando una persona ha sido parida pero no cuidada o no reconocida, busca de distintos modos, en especial mediante una formación de síntoma, hacerse cuidar y/o hacerse reconocer.
Ahora bien, ¿qué particularidades presentan estas formas de filiación en el contexto de los así llamados “hijos adoptivos”? Aunque, a todas luces, adopción no sea sinónimo de psicopatología, acaso la ausencia de filiación real llame a una suplencia por la vía de las filiaciones imaginaria y simbólica. Es como si el niño o la niña le dijera a sus padres adoptivos: “como ustedes no me engendraron, necesito que me demuestren con su cuidado y su reconocimiento que yo sí soy un hijo para ustedes”. O para decirlo con palabras prestadas:

La ausencia de relaciones sexuales le da al nacimiento una significación diferente. Tanto en adopción como en fecundación asistida la pareja se interroga si es diferente la paternidad adoptiva que la biológica y si es diferente ser padre o madre cuando uno de ellos no es el progenitor. (…) En cada situación entenderemos qué es un hijo para la pareja. (…) Tanto en adopción como en fecundación asistida se actualiza la novela familiar con relación a los orígenes: “Mis padres no tienen relaciones sexuales”. “No soy hijo de estos padres”. “Haber sido gestado por otros padres”. “Fantasía de haber sido cambiado por otro”. Todo niño tiene derecho a conocer su origen, a construir su historia. Es importante que pueda desarrollarse sin distorsiones ni ocultamientos sobre su origen. Los padres eligen incorporar el sentido de la verdad. El niño podrá plantearse sus propios enigmas al sentirse sostenido por sus padres. Al preguntarse quién es surge quiénes son sus padres, aparece la pregunta por el nacimiento, el enigma de la gestación. Preguntas del adoptivo: ¿Quiénes son sus padres? ¿Por qué su madre biológica no lo quiso? ¿Qué es lo que no quiso de él? (…) El hecho en sí mismo de la concepción por técnicas de reproducción, así como por adopción, no es sinónimo de patología. Otros factores entran en juego: el deseo de los padres hacia el hijo, la personalidad de los padres, los vínculos humanos y sus vicisitudes. El ser humano es único en su singularidad, en su historia, en la historia también de su salud o enfermedad, con sus crisis, con sus tiempos propios, con sus propios enigmas (Abraham de Cúneo, p. 2-3).

Es la presencia o ausencia de deseo de los padres adoptivos lo que marca, asimismo, la presencia o ausencia de filiación. A modo de ejemplo, en el caso de los hijos adoptivos de Ester, mientras que Gabriel accede al reconocimiento simbólico de sus padres (en especial, de su madre), Lorenzo requiere hacerse cuidar a través de peligrosas estrategias. Para él, como para muchos hijos tanto adoptivos como no adoptivos, el cuidado y el reconocimiento parental es una cuestión de vida o muerte. No pocas veces, es precisamente la necesidad de cuidado y el deseo de reconocimiento lo que lleva a una persona a análisis. En los casos más extremos, una falla radical y crónica en la función de adopción puede llevar a una persona al suicidio o al asesinato.
Va quedando más claro que la filiación simbólica es una cuestión de deseo, y no meramente de procreación. Y así como no es infrecuente que el niño adoptivo produzca un síntoma como expresión de su deseo de reconocimiento, sabemos que durante la crisis de adolescencia es inevitable, en todo individuo, la pregunta por la filiación y los orígenes, la inscripción transgeneracional y la reescritura de la propia historia: ¿quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Para dónde voy?
En nuestras primeras argumentaciones, al momento de interrogar la cuestión de la filiación, recurrimos a la etimología. Volvamos ahora a ella para profundizar la problemática de la adopción, en un camino que nos dirigirá al establecimiento de los momentos implicados en lo que podemos comenzar a denominar como proceso adoptivo.
Consideremos que la palabra “ad-opción” (hacia, cerca de, o relativo a una opción o elección) testimonia que la adopción supone una elección de objeto. Bien podemos preguntarnos, entonces, acerca de qué tipo de elección se trata. Frente a esta interrogante, hemos enfatizado la relación recíproca entre elección y reconocimiento: elegir es reconocer y reconocer es volver a elegir. Algo que los padres de Consuelo no realizan cuando se preguntan si acaso no hubiera sido mejor devolver a la niña.
Los padres adoptivos tienen que elegir adoptar. Y es aquí donde nuestra experiencia coincide con buena parte de las cifras oficiales: los padres adoptivos suelen tener entre treinta y cuarenta y cinco años, y en su mayoría, han pasado por el doloroso proceso de confrontarse con una situación de esterilidad.
A propósito de este proceso adoptivo, no será en vano intentar delimitar los momentos o fases que lo componen. Así, podemos comenzar por distinguir descriptivamente tres etapas, por lo demás elementales: a) pre-adopción (momento vinculado con la herida narcisista frente a la frecuente situación de imposibilidad de engendrar); b) adopción propiamente tal (momento relativo al ingreso real del niño al nuevo hogar); c) post-adopción (momento asociado al proceso de reconocimiento simbólico del niño como hijo por parte de los padres adoptivos).

MOMENTOS DEL PROCESO ADOPTIVO

PRE-ADOPCIÓN

ADOPCIÓN

POST-ADOPCIÓN

Hijo imaginario

Hijo real

Hijo simbólico

Herida narcisista

Filiación imaginaria

Filiación simbólica

A partir de este nuevo esquema, podemos notar que la principal diferencia entre el proceso adoptivo y la filiación no adoptiva es la etapa inaugural. En lugar del engendramiento biológico, solemos encontrarnos con la presencia de una herida narcisista en los padres, especialmente en la madre. Tal como lo muestra el caso de Alejandra, el trabajo analítico en esta fase está, por lo general, vinculado con el duelo por el hijo imaginario, de manera que el niño a adoptar pueda ocupar un lugar lo suficientemente libre de fantasmas. No es raro encontrar casos en los cuales, de faltar este trabajo de duelo, los futuros hijos adoptivos devienen criaturas sobreprotegidas y dificultadas de diferenciación, por el propio temor de los padres a revivir una herida narcisista no suficientemente elaborada.
En cuanto al período de adopción propiamente tal, como sucede en el caso de Roberto y Andrea, asoma la importancia de una base segura de sostén emocional, un vínculo de apego y cuidado que sirva como vehículo de afecto nutricio y que permita hacer frente a la amenaza de lo traumático. Parte de este encuentro consiste en la difícil tarea de comunicar y explicar al niño su situación de adopción, proceso que implica contener miedos y metabolizar fantasías tanto del niño como de los padres (Rotenberg, 2001). En este horizonte, es de conocida relevancia la necesidad de informar al hijo acerca de su adopción sin esperar a que él o ella pregunte (Giberti et al, 2001).
En esta fase parece crucial, asimismo, tener presente que las ansiedades de toda la familia requerirán ser reelaboradas una y otra vez, en un proceso dinámico y permanente que puede ser, a su vez, fruto de experiencias intensas y emocionalmente enriquecedoras. Esto, sin olvidar que, al decir de Winnicott (1993), incluso en el vínculo adoptivo exitoso, resta siempre algo de inhabitual. En el marco de la cura analítica con una persona que ha sido adoptada, esta reelaboración implica reconocer que el “atreverse a saber lo que el inconsciente ya sabe, a ponerle palabras a lo que es innombrable, a dejar de esconderse tras esa muralla llamada negación, es uno de los puntos más importantes en el análisis del adoptado. Durante el proceso analítico se revive la fantasía inconsciente universal de ser adoptado, por lo que con el trabajo psicoanalítico y en la relación transferencial, el paciente adoptado tiene la oportunidad de elaborar sus duelos y de rescribir su historia, pero una historia ahora libre de secretos que lo contamine a él y a sus generaciones por venir. Esta es la riqueza del psicoanálisis, ésta es la posibilidad de cambio que promete la vivencia de la experiencia psicoanalítica” (Casamadrid, 1999, p. 1).
Respecto de la etapa de post-adopción, será importante resaltar, con Rajnerman y Santos (2004), que la filiación simbólica también exige un interminable trabajo de simbolización, que no se agota en hacer saber “la verdad” acerca de su origen, bajo la consideración de que la información no debe ser confundida con la verdad . Por otra parte, si bien en la adopción nada falta y nada sobra, sino que cada caso es singular, debemos reconocer que todo proceso post-adoptivo es potencialmente traumático y requiere de una elaboración simbolizante que permita producir una historia siempre abierta, como hemos insistido, a sucesivas reelaboraciones. Sucede que en la adopción no existe una escena final, un “fin de la historia”. Como en toda filiación, la historia está siendo escrita a cada instante y es, por lo mismo, inconclusa.
Hemos puesto en juego el proceso de adopción con sus tres momentos, a saber, pre-adopción, adopción propiamente tal y post-adopción. Pero la adopción no sólo es un proceso sino también un trabajo: porque así como el trabajo de sueño implica la transfiguración de un deseo inconciente en un contenido manifiesto, lo que pasaremos a llamar trabajo de adopción supone la transformación de un deseo de hijo en la función de filiación simbólica de una criatura real. Al interior de este marco, el síntoma aparece como sustituto o suplencia de dicha función, como un proceso de autoadopción.
Ahora bien, y delimitado el terreno precedente, ¿qué decir de la escena de la adopción en la clínica? No será en vano sugerir la actualización de una adopción de transferencia, patente en la pregunta de Consuelo, la niña de la enuresis. A este respecto, coincidiremos con García Miura (2003) cuando plantea:

Tenemos que pensar que el tratamiento deberá incluir un movimiento transferencial derivado de ambos, los padres adoptivos y los desconocidos padres biológicos. Porque lo que no podemos deshacer es el hecho del abandono al que fue sometido este niño. Tampoco nos sorprenderá que estos niños tengan la necesidad de comprobar el compromiso para con ellos de sus padres adoptivos, a los que en ocasiones ponen a prueba con sus problemas de conducta, dificultando la convivencia, lo que, naturalmente, es motivo de consulta. En algún tratamiento he podido observar el deseo en el niño de ser adoptado por la terapeuta y que entiendo representa la fantasía de que ésta, puede ser uno de los padres biológicos que viene a buscarle. Vemos aquí lo que sería el núcleo del problema en muchos adoptados, la necesidad de una imagen como hijo deseado al que se le reclama. (…) Todo ello sitúa al terapeuta en un delicado trabajo. Por un lado ayudarle a aceptar una perdida real sin repetir la pérdida y acabar con la fantasía de que sus padres biológicos van a volver a buscarlo, pero también, ayudarle a restablecer su narcisismo herido y preservar la relación con los padres adoptivos (García Miura, p. 1).

Nuestro recorrido ha partido por situar la pregunta acerca de qué es un hijo como el punto de arranque del psicoanálisis de la adopción. En el camino, nos hemos encontrado con una serie de estaciones: la filiación como adopción simbólica, las tres formas de la filiación, el síntoma como invocación de la filiación simbólica, los tres momentos del proceso adoptivo, el trabajo de adopción y la adopción de transferencia. Finalmente, nos detendremos en una política de la adopción, acaso como un modo de advertir que la filiación no se reduce a una cuestión anímica ni familiarista, sino que encuentra su horizonte al interior del conflicto social.

  • PARA UNA POLÍTICA DE LA ADOPCIÓN

 

Nuestra época ha sido testigo del estallido de los vínculos tradicionales. Parejas y familias que hace no mucho seguían modelos fijos y preestablecidos, ahora parecen dispersarse en un calidoscopio de constelaciones. Sólo para situar algunas de sus coordenadas: “parejas que no formalizan y conviven; parejas que no conviven y se reconocen como parejas; mujeres que crían hijos de otra mujer y no desean tener hijos propios; mujeres u hombres que crían solos por haberse separado de su pareja; mujeres u hombres que colaboran en la crianza del hijo de la anterior pareja de cada uno de ellos; padres homosexuales - madres lesbianas; parejas que se constituyen en pareja conyugal-legal a partir del proyecto de adopción de un hijo o que se disuelven a partir de la adopción, compartiendo la parentalidad; mujeres solas que desean la maternidad, hacen uso de una relación ocasional para la búsqueda del embarazo, sin un vínculo emocional ni el deseo compartido de gestar un hijo; se desentiende el varón de la autoría de la procreación; mujeres solas que buscan la inseminación, para satisfacer el proyecto de la maternidad; mujeres solas que adoptan; familias con hijos biológicos y adoptivos; familias con hijos biológicos por relación sexual o por fecundación asistida” (Abraham de Cúneo, p. 1).  
¿Crisis de la familia? Al menos, reescritura de su estructura, sus límites y funciones; producción de nuevas formas de subjetividad y reorganización de envolturas psicopatológicas. No obstante, y sin duda alguna, los cambios en la familia son fenómenos que entran en relación con modificaciones macro-sociales, coherentes con la naturalización de una economía de mercado que corre de la mano con la actual hegemonía del capitalismo global.
Bien sabemos que la economía de libre mercado genera tanta riqueza como desigualdad y exclusión social. Desde aquí, cobra sentido plantearnos: ¿qué impronta reciben las formas de filiación y los procesos de adopción por parte de los modos de producción vigentes?
No estará de más sugerir una genealogía de la adopción, que permita revisar en qué medida responde la adopción a un discurso ideológico, reproductor de relaciones de dominación, donde por una parte se encuentran los niños como José, hijos de la pobreza, la marginalidad y la exclusión, mientras que por otra, los adultos como Hernán, dueños de la riqueza y del poder político. Los hijos adoptivos se asoman, en esta óptica, como síntomas sociales: huérfanos del mercado, pasan a ser tratados como productos susceptibles de ser transados e intercambiados en función de los intereses de las clases dominantes.
Para hacer una crítica de la adopción de niños como cuestión social (Elías, 2004), será necesario articular un conflicto entre lo que podremos llamar fuerzas adoptantes y fuerzas adoptadas. En tanto institución, la adopción está atravesada por la oposición entre una tendencia a la filiación historizante y un empuje en sentido opuesto, a saber, la filiación como instrumento de dominación.
A partir de estos alcances, y para finalizar, volvemos a nuestra pregunta originaria: ¿qué es un hijo? Entre el hijo como sujeto histórico y el hijo como objeto de hegemonía parece transitar una posible y necesaria política de la adopción.

            REFERENCIAS

Abraham de Cúneo, L. (2004). La maternidad y la paternidad a la luz de las técnicas de fecundación asistida. Disponible en Portal de la Sociedad Argentina de Pediatría:
www.sap.org.ar/staticfiles/archivos/ 2004/arch04_5/A5.394-396.Abraham.pdf

Casamadrid, J. (1999). Algunas reflexiones sobre el proceso de la adopción. La conspiración del silencio. Disponible en: http://www.serfamiliaporadopcion.org/compartiendo/lecturas/articulos/2654-algunas-reflexiones-sobre-el-proceso-de-la-adopcion-julia-casamadrid-p#.VTZlPyEn_Gc

Elías, M. F. (2004). La adopción de niños como cuestión social. Buenos Aires: Paidós.

Freud, S. (1909). La novela familiar del neurótico. En “Obras Completas” (1996), tomo IX. Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1937). Análisis terminable e interminable. En “Obras Completas” (1996), tomo XXIII. Buenos Aires: Amorrortu.

García Miura, R. (2003). Una lectura psicoanalítica del proceso de adopción. En:  http://www.centropsicoanaliticomadrid.com/index.php/revista/80-numero-4/225-una-lectura-psicoanalitica-del-proceso-de-adopcion

Giberti, E. et. al. (2001). Adopción para padres. Buenos Aires: Lumen.

Lacan, J. (1956-57). La relación de objeto. En “El Seminario, Libro 4” (1994). Buenos Aires: Editorial Paidós.

Rajnerman, G.; Santos, G. (2004). Adopción: trauma y elaboración. En “Revista del Ateneo Psicoanalítico Nº 4. El Psicoanálisis ante el nuevo milenio”. 

Rotenberg, E. (2001). Adopción. El nido anhelado. Buenos Aires: Lugar Editorial.

Sófocles. (430 A. C.). Edipo, Rey. En “Tragedias” (2005). Madrid: Biblioteca Edaf.

Winnicott, D. (1993). El niño y el mundo externo. Buenos Aires: Hormé.

Acaso convenga distinguir entre hijo adoptivo, como aquel que es recibido por padres distintos de los biológicos, e hijo adoptado, como aquel que ha sido reconocido por sus padres, sean estos biológicos o sustitutos. Así, es constatable la existencia de hijos adoptivos que devienen hijos adoptados, como la presencia de hijos biológicos que nunca acceden al lugar de hijo adoptado, en tanto función simbólica. Una diferenciación equivalente opera entre padres adoptivos y padres adoptados.

Hacemos justicia si reconocemos el aporte de las distinciones lacanianas respecto de la falta de objeto (Lacan, 1956-57) para pensar el problema de las formas de filiación.

Como sucede con el propio análisis (Freud, 1937), el proceso de adopción es, a la vez, terminable e interminable: termina en lo real con la fase de adopción propiamente tal, pero prosigue en lo simbólico y en adelante con el trabajo continuo de post-adopción.

 
Articulo publicado en
Noviembre / 2006