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“Ecos del Tiempo en los cuerpos”

 

Introducción
El advenimiento del fin de milenio –según el conteo del tiempo en la cultura occidental– parece movernos a la realización de balances y aventurarnos en proyecciones imaginadas de lo que podrá ser. Esta “entrada” al 2000 nos convoca a volver la vista atrás tejiendo en el tiempo algunas tramas de sentidos posibles que nos permitan descifrar de dónde “salimos” para posesionarnos del presente con conciencia de futuro. En esta trama desde los esperanzados en “una nueva era” a los apocalípticos del “fin de los tiempos” intentamos dar cuenta de un futuro que se hace presente desde el interrogante, la expectativa, el temor, la ruptura o el vacío.

Nadie escapa de ser atravesado y construido por la diversidad de aconteceres que configuran la realidad social, política y cultural de su tiempo. Todos los cuerpos –cuerpos que somos– soportan en su existencia una red de representaciones e imágenes que los sujetan y entraman dotándolos de identidad y pertenencia. Entre la carencia y lo que sobra, lo light que se promueve y lo pesado que se soporta, la liberación de la imagen y la captura en las formas; entre la miseria real y el sexo virtual, nos vamos construyendo sujetos, cuerpos entramados en esta realidad de opuestos que parecen habilitarse y desplegarse a lo largo de nuestros caminos.

El campo de “lo Corporal”
El campo de lo corporal abarca saberes que en sí mismos pueden o no estar comprendidos o limitados por las llamadas técnicas corporales. El cuerpo y la comprensión que del mismo se tenga dentro de los complejos itinerarios con los que pretendemos abarcar la comprensión de lo humano, es sí un aspecto nodal que sirve como referente capaz de soportar la diversidad de criterios que conforman la identidad del “campo de lo corporal”.
Cuerpo que en su herencia biológica da cuenta de la especie en cuanto estructuras, aparatos y sistemas; que en su semejanza ,sin embargo, no nos hacen idénticos. Estructura y función que se irá amasando en la historia del individuo, sus primeras relaciones , su medio familiar, el cual a su vez se encuentra formando parte de una determinada sociedad cuyos sistemas de valores y representaciones se irán transmitiendo a través de las prácticas cotidianas que dan cuenta de la existencia de una matriz cultural. El tratamiento que recibe el cuerpo en diferentes grupos sociales y medios culturales nos permite escuchar qué lugar se le otorga, qué concepción se tiene del mismo y con ello que postura subyace acerca de la identidad del hombre y del mundo. El cuerpo entonces porta un valor dentro de una compleja red de significaciones individuales y colectivas. Es allí donde lo afirmamos como un anclaje de significaciones ilusoriamente aprehensibles. Cuerpo como construcción simbólica, lugar de posibles representaciones, testimonio del resto, sistema de otredades, eco indirecto, dialéctica que se escurre de la captura. El “resto material”, fruto del dualismo, se abre al ser interrogado mostrando su lógica no lineal, desplegando su poética, soltando las imágenes que alberga, y se nos habilita como un lugar de cuestionamiento que posibilita la reflexión, revelándonos otra faz de su naturaleza.
Los trabajadores corporales, desde la diversidad y la especificidad de las prácticas, métodos, técnicas, abordajes, podemos encontrarnos en esta manera de concebir al cuerpo para pensarnos a nosotros mismos en cuanto al camino recorrido en todos estos años. Aproximar balances, revisar los diseños que hemos tejido en nuestra pretensión de conformar un “campo de conocimiento y acción” y habilitar la mirada respecto de aquello de lo que nuestra evolución ha dado y da cuenta. Así como nos interrogamos acerca de qué cuerpos se van construyendo en el entramado que liga al sujeto con la realidad sociocultural a través de sus imágenes y representaciones, podemos preguntarnos sobre cómo en nuestra evolución profesional hemos sido y somos atravesados y construidos dentro de la misma matriz socio-cultural, política, económica.

Interrogando a las prácticas
La diversas formas de trabajo corporal se fueron construyendo y modificando a lo largo de más de treinta años en nuestro país como fruto del encuentro y la multiplicación de distintos saberes. Lejos de proceder de un tronco común, la diversidad nace del acomodar respuestas y estrategias a las necesidades cambiantes del entorno social que se ramifican y expresan en lo individual. Es desde esta perspectiva que podemos ver un cierto diseño en el tiempo de este camino hecho al andar. Durante un largo período el recorrido se sostenía en la escucha de lo orgánico. El cuerpo en su realidad biológica, como aventura para ser recorrida desde la conciencia. Despertar sensorial como modo de obtener “otra información posible” tanto de sí mismo como del mundo, otras imágenes de lo real; conocimiento construido con la marca de cada sujeto como impronta. Conciencia cortical que discrimina, juzga y selecciona apropiándose del derecho de crear categorías propias a partir de nuevos aprendizajes.
En tiempos de gran confusión sociopolítica, donde el piso comienza a moverse y algunas vidas son arrancadas de cuajo, esta prácticas dieron sostén, raíz, apoyo, y era fácilmente aceptado acostarse en el suelo, dedicándose no importa cuánto tiempo a recorrerse con la atención, a concentrarse en sí mismo, como para confirmar desde la sensación de estar vivo que aún lo estábamos. Se me hace interesante recordar que eran tiempos marcados por abordajes individuales, mas allá de que las clases contaran con numerosos asistentes. Mas allá también de que en la diversidad de las prácticas se trabajara la interacción, la mirada, el contacto, no había sin embargo “escucha grupal” ni por parte de los participantes ni por parte de quienes los conducían.
No me parece crítico sino reflexivo decir que todo lo registrado procedente de adentro o de afuera tendía a alimentar el centramiento individual, la discriminación y la objetivación. Se reforzaba la frontera, como lugar de entrada o salida, como lugar permeable que debía recuperar no solo su capacidad de abrirse sino también de cerrarse, de protegerse. Tal vez como forma de reconstruirnos frente a un cuerpo social que se desmembraba necesitábamos confirmar dónde estaban nuestros pies, nuestras manos, qué espacio ocupábamos con nuestra tridimensionalidad orgánica. La materialidad corporal fue como un recorrido basado en la tierra, en lo silencioso, quizás por que las ideas podían convertirse en una amenaza de muerte.
Había que internarse en el misterio biológico, desentrañar causas y efectos, descubrir la potencia del músculo y la estructura del esqueleto, había que parar para recuperar la integridad y la energía.
Esta impronta configurada nítidamente como especificidad dentro de las técnicas denominadas “conscientes” –nacidas en su mayoría en Europa durante la segunda Guerra Mundial– también impregnaba las prácticas dedicadas a lo “expresivo”.
La indagación, la búsqueda, la exploración, el sacar afuera, encontraban un fuerte soporte en este modo que a su vez daba cuenta de un tiempo histórico, de una escena social que se hacía metáfora en la necesidad manifiesta de los cuerpos.
Y así dábamos y recibíamos los que por entonces denominábamos “clases”. Eramos profesores, instructores... que íbamos del respeto por la estructura de la técnica a la apertura de explorar otras posibilidades, otras síntesis nacidas de articular otros saberes.
Con el correr del tiempo “lo expresivo” fue abriéndose camino desde la escucha de nuevas necesidades que reclamaban, a la vez que construían nuevos modos.
Un cierto pasaje que va de lo “consciente” a lo “inconsciente” habilita la escucha de “lo otro”, del “lado oscuro de la razón” y ciertas corrientes corporalistas empalman con otras provenientes del campo psicológico. Cuerpo como fantasma, “encarnación simbólica inconsciente del sujeto deseante”, al decir de Doltó. Cuerpo que da cuenta de lo que existe mas allá de su materialidad orgánica. La expresión, entonces, adquiere otra perspectiva.
Otro atravesamiento que algunos abordajes asimilan tiene que ver con lo “lúdico”, posibilitando otro tipo de encuentro con los otros, más próximo a la celebración, a lo festivo y hasta lo ritual. Desde la sorpresa del azar, la estimulación y activación de lo espontáneo y el soltar amarras despojándose de objetivos prefijados, se instala lo estruendoso, lo que parece desprolijo, caótico. Dionisos aboliendo estructuras, diluyendo límites, convocando de otro modo la unión colectiva, nombrando ‘lo otro’. Trama de tiempo histórico y de tiempo mítico. Jugando se expresa sin la mirada puesta en la forma y sin embargo emergen múltiples formas; se encuentra en el devenir aquello que el límite es capaz de producir, de posibilitar. El juego encuentra en el cuerpo su raíz y cuando los distintos abordajes corporales se dejan atravesar por esta corriente reconocen su parentesco y se recrean los estilos mas allá de los objetivos. La creatividad, el autoconocimiento, las búsquedas estéticas, son felizmente despabiladas por el espíritu lúdico y las estructuras retoman su destino cambiante, de lo lineal a lo poético.
El tiempo de sacar afuera o salir afuera recupera a su vez una necesidad de pertenecer.
La influencia de los saberes e interrogantes pertenecientes al “campo grupal” dotan al “campo corporal” de un otro sentido, de una otra escucha.
Grupo ya no sólo entendido por su dinámica, sino como espacio de atravesamientos múltiples, de lógicas no lineales. Grupo diferente de agrupamiento. Lugar de fomentación de imágenes, de agenciamientos diversos, de aconteceres y desarrollos posibles. Grupo –que al igual que el cuerpo– es atravesado por múltiples dimensiones: social, personal, ideológica, histórica, y por diferentes registros: simbólico, imaginario y real.
La entrada en la escena de esta forma de pensar lo grupal y lo corporal dio origen nuevamente a otra acomodación de diseños y a otros recorridos. A mi entender, de este encuentro es que emergimos “coordinadores” de trabajo corporal como un modo específico de abordar las prácticas. Pensamiento que se sostiene aún en los trabajos en sesiones individuales.
Así es como el “campo de lo corporal” se va construyendo a partir de una multireferencialidad teórica que se conjuga tomando como eje referencial al cuerpo. A partir de la necesidad de cambio, de renovación, nacidas de los interrogantes que experimentamos al trabajar desde y con lo humano, con la escucha del propio deseo como un eco en el que resuenan otras voces, poniendo en juego el propio cuerpo en el trabajo con otros cuerpos, aceptando la incertidumbre que plantean las transiciones se fueron abriendo nuevos caminos. Y se seguirán abriendo. Las prácticas seguirán siendo interrogadas como los cuerpos mismos que llegan a los espacios de trabajo. Los profesionales como proceso creador que nos construye seguiremos habilitándonos a perder la brújula, animándonos a perder la dirección “correcta” cada vez que esta demuestre ser inútil. Nos avala y orienta un trabajo reflexivo y vivencial desde donde en verdad se construye y sostiene la teoría, un ejercicio de renovar surgido de prestar escucha a cada “tiempo” que se manifiesta a viva voz en cada uno de nosotros, en cada alumno, profesor, coordinador, miembro del grupo, paciente... en cada cuerpo que pulsa y late como un eco de su época.

Raquel Guido
Profesora de Expresión y Lenguaje Corporal. Docente de la UBA. Periodista.
 

 

Articulo publicado en
Abril / 2000

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